26 de junio de 2011

Corpus Christi



            Mis sentimientos religiosos no han sido siempre los de hoy, y, admirando el cristianismo, he desconocido, sin embargo, muchos de sus frutos. Indignado ante el abuso de algunas instituciones y los vicios de algunos hombres, caí antaño en las declamaciones y en los sofismas. Podría achacar ese pecado a mi juventud, a la sociedad que frecuentaba, pero prefiero culparme; no sé disculpar lo que no es en modo alguno excusable.
                                                                       Chateaubriand
                                               Prefacio de 1802 a El Genio del Cristianismo


            Dice San Alfonso María de Ligorio que, con una sola vez que nos acercáramos a la Eucaristía con la disposición adecuada, podríamos alcanzar la santidad. ¿Nos falta fe, o atención, o voluntad, o gratitud, o asombro? ¿Nos falta generosidad? ¿Nos falta amor? Necesitamos contemplar más y mejor el Misterio, pensarlo, sentirlo, meditarlo, guardarlo en el corazón. Es todo a veces tan mediocre, tan banal en nuestras vidas, que tendemos a banalizar hasta lo más sagrado. Por eso, cuando encontramos “despertadores”, asideros o claves que nos dan un impulso y nos hacen salir de esa tibieza, nos gusta compartirlos.
            El descubrimiento de Chateaubriand fue para mí uno de esos revulsivos necesarios y un fiel compañero de camino, que me sigue ayudando en esa tarea tan fructífera de “repensar la vida”. Cuántas semejanzas me pareció entrever entre su itinerario espiritual y el mío. Gracias a Dios, yo no he sufrido la violencia de un Terror post revolucionario. Pero hay mucha violencia y muchos terrores menos evidentes, que nos acosan dentro y fuera de nosotros.
            Las terribles consecuencias de la Revolución Francesa le hicieron volver a la fe cristiana (de la que su alma, en el fondo, nunca se había ido); y con qué deslumbrante profundidad, con qué entusiasta convicción. Lo que le alejó de sus raíces cristianas, un “centro” intelectual sobredimensionado aunque de cortos vuelos, fue el que, una vez entrenado para apuntar alto y lejos, armonizado e integrado en la totalidad de su ser, le hizo regresar, nuevo, un renacido Chateaubriand, con la mente y el corazón trabajando al unísono.
            Quién mejor que el autor de El Genio del Cristianismo, con su lucidez y su sinceridad, para decir lo de siempre de forma diferente. Recurro a él para volver a contemplar este Misterio que nos espera cada día para, cuando de verdad queramos, con una voluntad limpia y nueva, renacida, transformarnos definitivamente.
            Escuchémosle sin prejuicios ni condicionamientos, como si estuviéramos descubriendo, por primera vez, este valioso tesoro.


            En la Eucaristía se descubre el misterio directo y la presencia real de Dios en el pan consagrado. Aquí es preciso que el alma vuele por un momento a ese mundo intelectual que le fue abierto antes de su caída.
            Cuando el Omnipotente hubo creado al hombre a su semejanza, animándole con un soplo de vida, hizo alianza con él. Adán y Dios conversaban en la soledad, pero la alianza quedó rota de hecho como resultado de la desobediencia, porque el Ser eterno no podía proseguir comunicándose con la muerte, ni la espiritualidad tener algo en común con la materia, pues entre dos cosas de propiedades diferentes no puede establecerse punto alguno de contacto sino en virtud de un medio. El primer esfuerzo que el amor divino llevó a cabo para acercarse a nosotros fue la vocación de Abrahán y el establecimiento de los sacrificios, figuras que anunciaban al mundo el advenimiento del Mesías. El Salvador, al rehabilitarnos en nuestros fines, debía devolvernos nuestros privilegios; y el más precioso de estos era, sin duda, el de comunicar con el Creador. Pero esta comunicación no podía ya ser inmediata como en el Paraíso terrenal; en primer lugar, porque nuestro origen subsistió mancillado; y en segundo, porque nuestro cuerpo, ya esclavo de la muerte, es demasiado débil para comunicarse directamente con Dios sin morir. Era preciso, pues, un intermediario, y este fue su Hijo, que se dio al hombre en la Eucaristía, haciéndose, digámoslo así, el camino sublime por cuyo medio nos reunimos de nuevo con el Creador de nuestra alma.
            Si el Hijo hubiera permanecido en su esencia primitiva, es evidente que habría existido en la tierra la misma separación entre Dios y el hombre, porque no puede haber unión entre una realidad eterna y el sueño de nuestra vida. Pero el Verbo se dignó hacerse semejante a nosotros al descender al seno de una mujer. Por una parte, se enlaza con su Padre en virtud de su espiritualidad, y por la otra se une con la carne, en razón de su forma humana; de esta manera se constituye el lazo buscado entre el hijo culpable y el padre misericordioso. Ocultándose bajo la especie de pan, se hace un objeto sensible para los ojos del cuerpo, mientras permanece un objeto intelectual para los del alma. Si ha escogido el pan para velarse es porque el trigo es un emblema noble y puro del alimento divino.
            Si esta elevada y misteriosa teología, de la que nos limitamos a trazar algunos rasgos, arredra a nuestros lectores, obsérvese cuán luminosa es esta metafísica, comparada con la de Pitágoras, Platón, Timeo, Aristóteles, Carnéades y Epicuro, pues no se halla en ella ninguna de esas abstracciones de ideas, para las cuales es forzoso crearse un lenguaje ininteligible al común de los hombres.
            Resumiendo, la Comunión enseña la moral, porque es preciso hallarse puro para acercarse a ella; es la ofrenda de los dones de la tierra al Creador, y trae a la memoria la sublime y tierna historia del Hijo del hombre. Unida al recuerdo de la Pascua y de la Primera Alianza, la Comunión va a perderse en la noche de los tiempos; se enlaza con las primeras nociones relativas al hombre religioso y político, y expresa la antigua igualdad del género humano; finalmente, perpetúa la memoria de nuestra primera caída, y la de nuestra rehabilitación y unión con Dios.

                                                                                              Chateaubriand
                                                                                     El Genio del Cristianismo

24 de junio de 2011

Natividad de San Juan Bautista


Nacimiento de San Juan Bautista
Nacimiento de San Juan Bautista, Artemisia Gentileschi


Lucas 1,57-66.80

            A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, vinieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "¡No! Se va a llamar Juan". Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". Entonces preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.
            El niño iba creciendo y se fortalecía en el espíritu, y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.


Es necesario que Él crezca y yo disminuya. (Jn 3,30)

            El mayor de los hombres fue enviado para dar testimonio al que era más que un hombre. En efecto, cuando aquel que es "el mayor de entre los hijos de mujer» (Mt 11,11) dijo: "Yo no soy Cristo" (Jn 1,20) y se humilla ante Cristo, debemos entender que hay en Cristo más que un hombre... «de su plenitud todos hemos recibido" (Jn 1,16). ¿Qué es decir, "todos nosotros"? Es decir que los patriarcas, los profetas y los santos apóstoles, los que precedieron a la Encarnación o que han sido enviados después por el Verbo encarnado, «todos hemos recibido de su plenitud». Nosotros somos vasos, Él es la fuente. Por lo tanto..., Juan es un hombre, Cristo es Dios: es necesario que el hombre se humille, para que Dios sea exaltado. Para que el hombre aprenda a humillarse, Juan nació el día a partir del cual los días comienzan a disminuir; para mostrarnos que Dios debe ser exaltado, Jesucristo nació el día en que los días comienzan a crecer. Aquí hay una enseñanza profundamente misteriosa. Celebramos la natividad de Juan como la de Cristo, porque esta natividad está llena de misterio. ¿De qué misterio? Del misterio de nuestra grandeza. Disminuyamos nosotros mismos, para crecer en Dios; humillémonos en nuestra bajeza, para ser exaltados en su grandeza.

                                                                                                          San Agustín

21 de junio de 2011

Oración Centrante. Basil Pennington. II



Seguimos compartiendo apuntes, citas y reflexiones sobre La oración centrante.


Síntesis de La nube del no–saber

            Basil Pennington une fragmentos de este clásico, para reconstruir y sintetizar el método de oración que propone el autor anónimo:

            Siéntate relajado y tranquilo. Es simplemente un deseo espontáneo que brota hacia Dios.
            Centra tu atención y deseo en él, y deja que sea esta la única preocupación de tu mente y tu corazón.
            La voluntad solo necesita una breve fracción de segundo para dirigirse hacia el objeto de su deseo.
            Si quieres centrar todo tu deseo en una simple palabra que tu mente pueda retener fácilmente, elige una breve, mejor que una larga. Pero has de elegir una que tenga un significado para ti. Fíjala luego en tu mente, de manera que permanezca allí, suceda lo que suceda.
            Pon todo tu empeño en esta obra y no fuerces nunca tu mente ni tu imaginación, ya que por este camino no llegarás a ninguna parte. Deja esas facultades en paz.
            Lo mejor es que esta palabra sea totalmente interior, sin un pensamiento definido o un sonido real.
            Que esta palabra represente para ti a Dios en toda su plenitud y nada más que la plenitud de Dios. Que nada sino Dios predomine en tu mente y en tu corazón.
            Puede suceder que tan pronto como un hombre se vuelva a Dios, llevado de su fragilidad humana, se encuentre distraído por el recuerdo de alguna cosa creada o de algún cuidado diario. Pero no importa. Nada malo ha ocurrido: esta persona volverá pronto a un recogimiento profundo.
            Si algún pensamiento te siguiera molestando, queriendo saber lo que haces, respóndele con esta única palabra. Si tu mente comienza a intelectualizar el sentido y las connotaciones de esta “palabrita”, acuérdate de que su valor está en la simplicidad. Haz esto y te aseguro que tales pensamientos desaparecerán.
            Tu obligación es no vincularte a criatura alguna, sea material o espiritual, ni a su citación ni hechos, sean buenos o malos. Para expresarlo brevemente, durante este trabajo has de abandonarlos a todos.


Compartir el don

            A través de los siglos, una y otra vez, los padres y madres espirituales repiten el mismo mensaje salvador: somos oración, somos el hijo para el Padre, hemos recibido el Espíritu, necesitamos estar en silencio, ser quienes somos y dejar a la oración, al espíritu de toda oración, orar dentro de nosotros.
            Recogemos algunos testimonios de estos contemplativos que quisieron compartir su tesoro, sin desvelar nunca del todo el misterio porque, como enfatiza Isaías: secretum meum mihi,  mi secreto, para mí (Is. 24,16, Vulgata).


            Señor Jesucristo, verdad y vida, tú dijiste que en el futuro los verdaderos adoradores de tu Padre serían los que te adoraran en espíritu y verdad: Te ruego que liberes mi alma de la idolatría (de la oración con imágenes).
            Libérala, para que al buscarte no caiga con sus compañeras (la imaginación y la memoria, que son en el hombre los compañeros de la imagen de Dios en él, su libre voluntad) y empiece a vagar tras de sus rebaños (las imágenes que vienen de la imaginación y la memoria) durante el sacrificio de alabanza. No, déjame más bien recostarme a tu lado y ser alimentado por ti al calor de mediodía de tu amor. Por el sentido natural derivado de su primera causa, el alma sueña con tu rostro en cuya imagen ella misma fue creada. Pero bien porque ha perdido o porque nunca ha adquirido el hábito de no recibir otra imagen en su lugar, es receptiva cuando en el momento de la oración se le ofrecen muchas otras imágenes.
            Si te imagino, mi Dios, en cualquier forma o en cualquier cosa que tenga forma, me convierto en un idólatra.
            Pero si a veces en nuestra oración nos cogemos a los pies de Jesús, y atraídos por la forma humana de aquel que es una persona con el Hijo de Dios, desarrollamos un tipo de devoción corporal, no nos equivocamos. Él mismo nos dice: “Os conviene que me vaya. Si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros.
                    
                                                                                        Guillermo de San Thierry


            En la vida del cura de Ars, Juan María Vianney, hay una historia de un viejo campesino que acostumbraba a pasar horas y horas sentado en la capilla sin moverse y sin hacer nada. El sacerdote le preguntó: “¿Qué haces todas estas horas?” El viejo campesino respondió: “Yo le miro, él me mira, y estamos contentos”.
            Esto solo se puede alcanzar si aprendemos a vivir en silencio. Empieza con el silencio de los labios, con el silencio de las emociones, el silencio de la mente, el silencio del cuerpo. Pero sería un error imaginar que podemos empezar por lo más alto, con el silencio del corazón y la mente. Debemos comenzar por silenciar nuestros labios, por silenciar nuestro cuerpo en sentido de aprender a estar quietos, a dejar la tensión, no para caer en el fantaseo y vaguedad, sino, usando la fórmula de uno de nuestros santos rusos, para ser como la cuerda del violín, afinada de tal modo que pueda dar la nota adecuada, sin estar tan tensa que amenace romperse, ni tan poco que solo haga un ruido sordo. Y desde ahí debemos aprender a escuchar al silencio, a estar absolutamente quietos y, más a menudo de lo que imaginamos, podemos descubrir que las palabras del libro de la Revelación son verdad; “Estoy a la puerta y llamo”.

     Anthony Bloom


            La oración no empieza tanto por la “consideración” como por una “vuelta al corazón”, encontrando el centro más profundo del ser, despertando las profundidades de nuestro ser en presencia de Dios, que es la fuente de nuestro ser y nuestra vida.
            (…) En la oración descubrimos lo que ya tenemos. Empiezas donde estás, profundizas en lo que ya tienes, y te das cuenta de que ya estás ahí. Ya tenemos todo, pero no lo sabemos y no lo experimentamos. Todo se nos ha dado en Cristo. Lo que tenemos que hacer es experimentar lo que ya poseemos. El problema es que no nos tomamos el tiempo para hacerlo.
(…) Por gracia somos Cristo. Nuestra relación con Dios es la de Cristo al Padre en el Espíritu Santo.
No hay niveles. En cualquier momento se puede penetrar en la unidad que es el don de Dios en Cristo. En este punto, la alabanza alaba. La acción de gracias da gracias. Jesús ora. La apertura es todo.

                                                                            Luis de Getsemaní (Thomas Merton)


            Aprender a orar es aprender a pronunciar tu propia palabra sagrada: decirte a ti mismo. Aprender a orar no es aprender un método. Es saber quién eres y ser quien se supone que seas. Tú eres oración. Eres una palabra sagrada y especial de Dios hecha carne.
                                                                                                           Ed Hays


Una nueva envoltura

            Pennington también propone un método muy sencillo, para iniciarse en este tipo de oración:

1º Al principio de la oración, dedicamos uno o dos minutos para acallarnos y después nos movemos en fe hacia Dios que habita en lo profundo de nuestro ser; al final de la oración dedicamos varios minutos para salir, rezando mentalmente el padrenuestro o alguna otra oración.
2º Después de descansar un poco en el centro de un amor lleno de fe, elegimos una palabra sencilla que expresa esta respuesta y empezamos a dejar que se repita dentro.
3º Cuando en el curso de la oración nos hacemos conscientes de cualquier otra cosa, simplemente y con suavidad, volvemos a la presencia del Señor con el uso de la palabra de oración.  

            La palabra de oración puede a veces venir por sí misma o invitarnos a lo que un hermano suyo llama “una rápida”. Como el autor de La nube nos recuerda, el tiempo “puede ser sólo una breve fracción de un momento”, para llevarnos a la eternidad.

            El uso de una palabra de oración es, según Pennington, el método que más nos conviene como cristianos. Dios nos ha hablado y nosotros hemos recibido la Palabra. Si Dios explica su amor elocuentemente en una Palabra humana que es divina, también podemos nosotros responder con una palabra humana que esté divinizada por la fe y el amor en la acción del Espíritu Santo.

            Yo he probado con varias palabras. Durante algún tiempo mi palabra de oración ha sido maranatha, "el Señor viene", como proponen John Main y Laurence Freeman. Aún a veces la uso, es evocadora y llena de resonancias, con la profundidad espiritual del arameo. Pero últimamente mi palabra es ya casi siempre Jesús. La repito hasta que ya no hay nada más, hasta que la palabra vuelve a la Palabra, llevándome consigo.
                       
            Pennington nos recuerda que en la oración buscamos a Dios. No buscamos la paz, la quietud, la tranquilidad o la iluminación; no buscamos nada por nosotros mismos. Buscamos darnos a nosotros mismos o más bien, nos damos, incluso sin prestarnos atención, de manera que toda nuestra atención está en aquel a quien damos: Dios. Él es el todo de nuestra oración. Si los pensamientos e imágenes y sentimientos revolotean por nuestra cabeza y nuestro corazón, no importa. No les prestemos atención; no pretendemos deshacernos de ellos del mismo modo que no pretendemos mantenerlos. A medida que nos damos en amorosa atención a Dios, se los damos a él, y le dejamos hacer con ellos lo que quiera.

Es expresivo en los ejemplos. Una vez, una monja le preguntó a santa Teresa cómo hacerse contemplativa. La gran maestra de oración replicó: “Hermana, diga el padrenuestro, pero tómese una hora para hacerlo”.

Propone dos posibles inicios, para expresar el movimiento de fe y amor:

         A.- Señor, creo que estás verdaderamente presente en mí, en el centro de mi ser, creándome en tu amor. En estos pocos minutos quiero ser completamente para ti. Atráeme, Señor, a tu presencia. Déjame experimentar tu presencia y amor.

         B.- Jesús, tú estás verdaderamente presente en el centro de mi ser. Te amo, Señor. Soy uno contigo en tu amor. Jesús, sé mi todo. Jesús atráeme a ti. Jesús. Jesús.

19 de junio de 2011

La Santísima Trinidad



Bautismo de Jesús en el Jordán
Piero della Francesca
El misterio de Dios, dice San Atanasio, no se entrega a nuestro espíritu a través de discursos elocuentes, sino en la fe y en la oración respetuosa.
Nuestra mente no puede comprender ese misterio, pero podemos contemplarlo, guardarlo en nuestro corazón, como hacía María, nuestra Madre; podemos meditarlo, vivirlo y caminar hacia ese destino único y trinitario para el que hemos nacido.
            Las citas que incluyo a continuación, acerca de la Santísima Trinidad, pueden ayudarnos en la reflexión de hoy, recordando que la mente no llega, pero el corazón intuye y acepta. Como aquella niña que, al ser preguntada en la catequesis de Primera Comunión, dijo con sabia inocencia: "no sé si Dios existe, pero yo creo en Él."


            La Trinidad… he ahí nuestra morada, nuestro hogar, la casa paterna de la que no debemos salir nunca.
                                                                                                     Isabel de la Trinidad


            En el Plan divino todo hombre, sin excepción, ha sido creado para esta comunión familiar con Dios. Nada de extraño, por lo mismo, que el Señor nos describa su reino como un convite familiar. En este banquete Dios no recibirá nada de nosotros. Por el contrario, Dios Trinidad será la saciedad plena y total del hombre, de suerte que ya nada más tendrá que añorar. Las divinas Personas serán para el hombre todo cuanto ha suspirado en este mundo: su luz, su guía, su paz, su justicia y su santidad, su fuerza y su refugio, su amor y su vida.
                                                                                                              N. Silanes

           
            El ser humano real y ontológico halla solo su plenitud en una divinización de todo su ser por la morada en él de la Santísima Trinidad. (…) El hombre “real” es el hombre pleno, con todas sus potencialidades humanas cumplidas únicamente en y por Cristo, el cual es el único que puede actuar en el verdadero ser del hombre, para que finalmente se convierta en afiliado del Padre como un hijo divinizado de Dios, no por su propia naturaleza, sino, como escribe San Pedro, como un “participante de la naturaleza divina”.
                                                                                                      G. A. Maloney


            La Trinidad es lo único necesario, el Valor supremo. Lo que se pone en juego en toda vida humana es la Trinidad ganada o perdida para siempre.
            La historia del mundo es un drama de redención; para unos acabará todo con la visión de Dios, para otros con una desesperación eterna… ¡Cómo cambiaría todo si supiésemos comprender que, a través de nuestros pasos diarios, prosigue la subida de las almas hacia la inmutable Trinidad! Sería preciso colocar en todas las encrucijadas de nuestras grandes ciudades un cartel o una flecha indicadora que nos indicara el porqué del mundo y de nuestra vida. Dirección única: LA TRINIDAD.

                                                                                                          M. M. Philipon


            Tenemos paz con Dios cuando nos transformamos en el Padre por el Hijo; puesto que recibimos en nosotros al Hijo engendrado de él, y en el Espíritu clamamos: Abbá, Padre.
                                                                                                      Cirilo de Alejandría


            Del Hijo y del Padre podemos dibujar los trazos, pero el Espíritu Santo no tiene rostro, ni siquiera nombre susceptible de evocar una figura humana.
            Es imposible poner la mano sobre el Espíritu: se oye su voz, se reconoce su paso mediante signos a veces deslumbrantes, pero no se puede saber ni de dónde viene ni a dónde va. Jamás obra sino a través de otra persona, tomando posesión de ella y transformándola.
            Los grandes símbolos del Espíritu (el agua, el fuego, el aire y el viento) pertenecen al mundo de la naturaleza y no comportan figuras distintas; evocan sobre todo la invasión de una presencia, una expansión irresistible y siempre en profundidad.
                                                                                                             J. Guillet

18 de junio de 2011

Un canto a la Providencia


Mateo 6, 24-34

          Nadie puede servir a dos señores, porque despreciará a uno y amará al otro; o al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida, pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad sobre todo el Reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana; porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su afán.


Comentario al Evangelio de hoy, por San Juan Crisóstomo:

           Ved qué ventajas nos promete Jesucristo y cuántos de sus mandatos nos son útiles, puesto que nos liberan de grandes males. El daño que nos causan las riquezas, dice, no es solo armar a los ladrones contra vosotros y llenar vuestro espíritu de profundas tinieblas; la gran herida que produce es que os arrancan  de la bienaventurada servidumbre de Jesucristo, para convertiros en esclavos de un metal insensible e inanimado.
           “No podéis servir a Dios y al dinero” ¡Temblemos, hermanos, ante la idea de que forzamos a Cristo a hablar del dinero como de una divinidad opuesta a Dios!
          ¿Pero cómo, diréis, han encontrado los antiguos patriarcas la manera de servir conjuntamente a Dios y al dinero? De ningún modo.
         ¿Pero cómo Abraham, cómo Job han lanzado tantas exclamaciones por su magnificencia?  Os respondo que no es necesario en absoluto denunciar aquí a los que han poseído las riquezas sino a los que han sido poseídos por ellas.
          Job era rico; se servía del dinero, pero no servía al dinero, era el dueño y no el adorador. Consideraba su bien como si hubiera sido de otro, se consideraba como el dispensador y no como el propietario. Por eso no se afligió cuando lo perdió.

15 de junio de 2011

El nombre


                            
                               Al que venza, le daré el maná escondido                                                                  
                               y le entregaré una piedra blanca
                               y sobre ella habrá un nombre nuevo escrito
                               que nadie conoce sino el que lo recibe.

                                                                                           Apocalipsis 2, 17      


     Y en el último verso me diga
     el poema imposible que espero
     en qué nombre reconocerme,
     un nombre transparente,
                 un nombre nuevo y viejo
     o un silencio.


6 de junio de 2011

Oración Centrante. Basil Pennington. I



Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso.

                                   Mateo, 6, 6-7


            Llevo varios años practicando la oración contemplativa. No concibo la vida sin esos dos ratos, mañana y tarde, dedicados por entero al regreso a la Fuente, al abrazo de Dios. Es algo que no se puede enseñar, se debe vivir, pero es bueno conocer la experiencia de otros oradores o meditadores, sobre todo en periodos de aridez espiritual, o cuando surgen dudas sobre el estado de nuestra oración. Adentrarse en este camino es una aventura maravillosa, un proceso de transformación que va impregnando toda nuestra existencia.

            Hace unos meses me prestaron el libro Oración Centrante de Basil Pennington. Como está agotado hace años, he preparado un resumen que iré insertando en el blog, con la etiqueta de Oración Centrante, para compartir las reflexiones y citas de otros “contemplativos” con aquellos a quienes pueda interesar. Las fuentes de inspiración de Pennington son La nube del no–saber, los padres de la Iglesia, los staretz del cristianismo ortodoxo y los grandes místicos clásicos y contemporáneos.

            La oración centrante es una buena herramienta en este Via Amoris en el que nos adentramos, porque la meta es siempre el amor, a través de Aquel que nos anunció que Dios es amor y que estamos llamados a vivir como hijos Suyos. La vida contemplativa es una vida para la unidad porque el contemplativo anhela trascender las divisiones y la separación.

            Esta oración incluye todo lo bueno de la meditación propia de las tradiciones orientales, y lo sublima y completa al centrarse en lo esencial, donde convergen todas las búsquedas y todas las formas de conocimiento: el amor.

En los años que llevo orando/meditando he practicado muchos “métodos”. He usado mantras, mudras, me he sentado en la posición del loto, he practicado ejercicios de calma y de presencia, lo he combinado con movimientos de antiguas tradiciones milenarias… En la oración contemplativa cristiana no echo de menos nada de esos métodos, porque integra la esencia de todas las tradiciones verdaderas y perfecciona sus técnicas, ya que supedita todo a esa relación de amor con el Otro, con un Tú que está en el origen y en la meta de nuestra búsqueda. Una relación que supone una actitud humilde, abierta y disponible, que, en sublime paradoja, te eleva hasta transformarte en Aquello que amas, Uno con Él. 

            Decía John Main, otro “contemplativo” contemporáneo:
            La Encarnación es Dios en Jesús, tomando todas las limitaciones humanas y aceptándolas al convertirse en una persona humana como nosotros. La Encarnación es la reducción de Dios a hombre, de manera que el hombre pueda entrar a la divinidad a través de Jesucristo.
            Todo el propósito de la meditación cristiana es seguir el camino de Jesús. Debemos ser reducidos a la actividad única de ser. Debemos ser reducidos a nada para que podamos avanzar, para convertirnos en todo.”

            Jesús es la máxima expresión de la Verdad; por eso el que cree en Él, y vive en consecuencia, tiene vida eterna. La Encarnación es Dios en Jesús.

            La oración contemplativa o meditación cristiana no es incompatible con la oración verbal o, sin ir más lejos, con esa maravillosa oración, sencilla y completa como pocas, que es el Santo Rosario, de la que hablaré en otro post. Son formas de mirar a Dios, y, sobre todo, de ser mirados por él,  que se enriquecen y complementan unas con otras.

            Comienzo a insertar los apuntes y reflexiones suscitados por el libro Oración centrante, de Basil Pennington:


Está más allá de nosotros, pero es nuestro

            La clave de don gratuito versus esfuerzo personal, uno de los temas sobre los que vengo reflexionando últimamente. Si todo es don, si todo es gracia, ¿dónde queda el esfuerzo necesario para transformarnos, del que hablan todas las tradiciones espirituales? En aceptar, reconocer, acoger, vivir, que no es tan fácil como puede parecer.
            Dice Pennington: “A lo que estamos llamados está, de hecho, mucho más allá de nosotros, y sin embargo, por virtud de nuestro bautismo ya es nuestro. Sólo tenemos que apropiárnoslo y disfrutarlo. Este es el “trabajo” de la oración centrante.”


Un don del desierto

            La oración de Jesús u oración del corazón es un prodigio de sencillez y profundidad. De las diferentes versiones que existen, no conocía la que propone Basil Pennington: “Oh Dios, ven en mi ayuda;
                     Señor, apresúrate a socorrerme.” (del Salmo 69)
La versión que yo utilizo es: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios,
                                              ten misericordia de mí, pecador.”
A veces la sustituyo por la invocación del ciego Bartimeo:  “Jesús, Hijo de David,
                                                                                              ten compasión de mí.”
            Pero lo cierto es que, como le sucedía a Pennington, la oración se va aligerando, simplificando aún más. A veces se queda en la simple mención del nombre de Jesús, ante el que toda rodilla se dobla en el cielo, la tierra y el abismo. A veces el silencio se hace luz y queda un intercambio de amor, una respiración compartida, un latido común.

            Dice Pennington sobre la oración de Jesús: 
“Así, hoy, la expresión "oración de Jesús" es como un paraguas que cubre una variedad de métodos. (…) El nombre utilizado por los sufís era Alá, mientras que el empleado por los cristianos ortodoxos era el nombre de Jesús. Este método a su vez reproduce el método de meditación utilizado por los budistas en el siglo XI. No tenemos que postular necesariamente una dependencia. Puede ser que los maestros espirituales surgieran de culturas relacionadas y desarrollaran métodos parecidos.”

1 de junio de 2011

Reflejos

                                                         
                                                             Ama y haz lo que quieras.

                                                                                                          San Agustín


                  Tratad a los demás como queráis que ellos os traten,
                                                  porque en esto consisten la ley y los profetas.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                            Mt 7, 12

                         Y vuelves a juzgar;                  
            ¿ha sido en vano aquel
            feliz hallazgo?
            Recuerda que en el otro
            te estás juzgando a ti.

            Recuerda que es el otro
            tu imagen fiel, la cara
            que el espejo no muestra,
            ni la foto, ni el papel
            donde a veces escribes
            de espaldas al mundo,
            creyendo que te escribes
            y a ti mismo te juzgas,
            te absuelves o condenas.

            Mira hacia afuera
            con la mirada limpia,
            sin ojos si es preciso.
            Si tu ojo es ocasión de pecado...,
            ya te vas acordando.

            Mira al otro,
            sabiendo que es amigo
            que ha venido a mostrarte
            tus faltas, tus fracasos,
            tu viga traicionera
            o solo tu ignorancia.

           Luego vuelve a sentarte
           con la pluma serena en el silencio,
           distingue entre las voces
           del otro, de los otros,
           entre las voces una,
           su voz, tu voz, y escribe,
           libre el corazón,
           la mano, la garganta.