20 de agosto de 2011

Los pasos del Via Crucis de la JMJ


             Son imágenes donde la fe y el arte se armonizan para llegar al corazón del hombre e invitarle a la conversión. Cuando la mirada de la fe es limpia y auténtica, la belleza se pone a su servicio, es capaz de representar los misterios de nuestra Salvación hasta conmovernos profundamente y transformar nuestro corazón.

                                                                                                          Benedicto XVI
                                                       (de su mensaje después del Via Crucis de la JMJ)


                En el enlace de abajo, un vídeo con los catorce pasos que han representado las estaciones del Via Crucis en la Jornada Mundial de la Juventud, Madrid 2011.
                                         http://www.youtube.com/embed/Gw3Vkfz17-I


            El paso número quince está dedicado a la Virgen María. Después de la Pasión, la soledad de la Madre, su corazón traspasado de dolor. Bendita herida que nos alcanza y nos transforma, si nos unimos a la que ya es también Madre nuestra. "Y una espada atravesará tu alma, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones" Lc 2, 35.
            Nuestra Señora de Regla, de la Hermandad de los Panaderos de Sevilla, representa este paso, esta última estación del Via Crucis de Jesucristo que, como decía Ramón Cue, ha de ser el Via Crucis de todos los hombres.
           Todos somos, en diferente medida, y en distintos momentos de nuestra vida, como Pedro, que niega por miedo, como Judas, que traiciona, como la Verónica, valiente y compasiva, como el Cireneo, que ayuda a llevar la cruz, como María Magdalena, que acompaña, discípula fiel, hasta el final. Y todos estamos llamados a imitar a María, la Madre eterna, en su fiat gozoso y doloroso, co-redentor, y a seguir y configurarnos con nuestro Maestro y Salvador, en su Amor infinito que nos abre las puertas de la Vida. "Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí." Jn 12, 32. 



Nuestra Señora de Regla, Luisa Roldán (s. XVII)

19 de agosto de 2011

La Ley entera

         

Mateo 22,34-40.

            En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?".  Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser.”  Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas".



El grande y primer mandamiento

            Para poder amar mucho a Dios en el cielo, es necesario, en primer lugar, amarlo mucho en la tierra. El grado de nuestro amor a Dios, al final de nuestra vida, será la medida de nuestro amor de Dios durante la eternidad. ¿Queremos tener la certeza de no separarnos de este soberano Bien en la vida presente? Estrechémosle cada vez más por los vínculos de nuestro amor, diciéndole con la esposa del Cantar de los cantares: "Encontré al amor de mi alma: lo abracé y no lo solté"(3,4). ¿Cómo ha apresado la esposa sagrada a su amado? Es con el brazo de la caridad con lo que se apresa a Dios, afirma san Ambrosio. Dichoso aquel que podrá escribir con san Pablo: «Que los ricos posean sus riquezas, que los reyes posean sus reinos: pero para nosotros, ¡nuestra gloria, nuestra riqueza y nuestro reino, es Cristo!». Y con san Ignacio: «Dame solo tu amor y tu gracia, eso me basta». Haz que te ame y que yo sea amado por Ti; no deseo ni desearé otra cosa.

                                                                   San Alfonso María de Ligorio (1696-1787)

15 de agosto de 2011

La Asunción de la Virgen María




The Assumption of the Virgin 1577.jpg
La Asunción de la Virgen, El Greco




            Aunque las estrellas del cielo se convirtiesen en lenguas, y las arenas del mar en palabras, no se llegaría nunca a expresar por completo la dignidad de María.

                                                                                  Santo Tomás de Villanueva



12 de agosto de 2011

Eunucos por el Reino



“¡Oh, esposo mío, amantísimo Jesucristo, amador purísimo, Señor de todas las criaturas! ¿Quién me dará alas de verdadera libertad para volar y descansar en Ti?”
                                                                                                             Thomas Kempis


Mateo 19, 3-12

           Se acercaron a Jesús unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron: "¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?". El les respondió: "¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”?  De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre". Ellos insistieron: “¿Y por qué mandó Moisés darle acta de divorcio y repudiarla?". Él les contestó: "Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no era así. Ahora os digo yo que, si uno repudia a su mujer –no hablo de uniones ilegítimas– y  se casa con otra, comete adulterio". Los discípulos le replicaron: "Si esta es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse". Pero él les dijo: "No todos entienden esto, solo los que han recibido  ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!".



            Los “eunucos” para el Reino, aquellos que voluntaria y conscientemente renuncian al matrimonio, han de ser testigos más consecuentes del amor que Dios nos da, porque se encuentran en una situación privilegiada, unidos ya a Dios y en Dios, no como prefiguración sino como realidad. Y no me refiero solo a los sacerdotes, religiosos y consagrados, ni mucho menos tampoco a los que conservan la virginidad física. Hay otra virginidad espiritual, o recuperada, que puede ser tan valiosa, a veces infinitamente más, como la virginidad física mantenida desde el nacimiento.
           Hay vírgenes, hombres y mujeres, solo de cuerpo, a quienes les pierde y les ensucia la soberbia, y hay vírgenes de espíritu, como María Magdalena, Agustín de Hipona y otros muchos santos y santas, que se han trabajado y han reconstruido, a base de humildad y lágrimas, la virginidad; porque para Dios no hay nada imposible. Hay también casos de mujeres que tuvieron varios hijos y luego vivieron en celibato como auténticas vírgenes, llegando a la santidad.
            Sin desmerecer el matrimonio, verdadero y sagrado don de Dios, el celibato y la continencia voluntaria están más cerca del Reino de los Cielos. Es el destino final de todos aquellos que caminamos hacia Cristo. San Pablo dice que quisiera que todos los discípulos escogieran esta opción, pero entiende que no está al alcance de todos.
     Lo explica también Pierre Grelot en La pareja humana: “El misterio nupcial del Cristo y de la Iglesia halla una segunda traducción institucional, más perfecta que el matrimonio, en la virginidad y el celibato abrazados por el Reino. La abstinencia total del uso de la sexualidad, no por desprecio, por impotencia o por miedo, sino por dominio y superación, tiene como sentido profundo el ser un testimonio escatológico. Ella testimonia la presencia actual del misterio en el tiempo y traslada al nivel de la carne la situación de virgen pura ofrecida a Cristo, que es la de todo cristiano. (II Co 11,2).”
      La llamada interior a esta superación de la sexualidad expresada en lo físico, que será para todos en la consumación de los tiempos, puede resonar desde ahora en las conciencias de ciertas personas. No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado, pues, como dice San Pablo, cada uno tiene de Dios su propio don: unos de una manera, otros de otra (I Co 7, 7). Al final todos seremos convocados a vivir en plenitud el misterio del amor.
            El celibato sería un estado de perfección cristiana que otorga a los célibes una situación de privilegio, sin prejuicio del valor sacramental y santificante del matrimonio. ¿Cómo saber a ciencia cierta cuál es para nosotros este “don” del que habla San Pablo? No siempre está clara la vocación en este terreno. A veces hacen falta décadas de ignorancia, de duda y reflexión, o incluso de extravío, para que el corazón despierte, pueda entender y escuche y atienda la llamada con bríos juveniles, porque donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.
            Si echo la vista hacia atrás en mi vida, me doy cuenta de que siempre fue Él. En cada nueva ilusión de amor, era Él quien se escondía, esperando que Le descubriera. Pero no siempre es fácil, cuando has sido hipnotizado por las seducciones y vanidades del mundo.
            Y ¿cómo vivir, cuando al fin se logra entender, (el que pueda entender, que entienda), el encuentro con el verdadero y único amor, el real, el definitivo? Puede ayudarnos recordar el secreto que el zorro regaló al Principito: lo real es invisible a los ojos.
          Podemos empezar a vivir ese Amor mirando con los ojos del corazón, dichosos los que crean sin haber visto. En segundo lugar, abriéndonos a ese mundo real que hasta ahora nos ha costado ver, porque la inercia, la rutina y la comodidad nos impulsaban a seguir sometidos a la dictadura de los sentidos. Y, claro, intensificando la relación con Aquel que tanto nos ama y tanto queremos amar: mirándole, escuchándole, hablándole, sintiendo Su presencia constante en nuestras vidas, cada vez más cerca y más dentro, recordando que es Él quien hace maravillas en nosotros porque Él nos amó primero.
            Todo resulta más fácil si en momentos de duda o tentación usamos el sentido común. ¿Qué nos han dado muchos de los amores humanos, a los que tanta atención hemos prestado? Frustración, tristeza, desengaño, mentira, ilusión de la ilusión. Y ¿qué nos da el Amor, a pesar de nuestro largo olvido? La vida eterna, misericordia sin condiciones, la salvación, un horizonte de plenitud y dicha, lo mejor de lo mejor para nosotros y para todos aquellos que amamos. Felicidad infinita, verdad, libertad, la promesa –ya cumplida– de una belleza plena y una juventud sin término. Y Su Amor para siempre, indefectible, creciendo, haciéndonos crecer y participar activamente en su Obra de creación y recreación de la nueva humanidad. ¿Se puede pedir más? Sí, se puede incluso no pedir, no esperar, ser pura entrega, puro amor incondicionado por Él (no yo, sino Cristo que vive en mí). Porque esa comunión dichosa con el Amado nos hace generosos y fecundos, fuente de amor que mana inagotable, a imagen y semejanza Suya.
            No olvidemos que Él restaura todo; todo lo hace nuevo y, como dice Fabrice Hadjadj en La profundidad de los sexos, los que no han engendrado en el cuerpo pueden concentrarse mejor en esa fecundidad del alma, a la que todos estamos llamados. El útero de la virgen puede dilatarse hasta la medida del mundo y contraerse para un parto que lo supera. Es la parturienta del Reino. Es la auténtica hija de la alegría.
          Así lo vive, lo siente y expresa Santa Teresita: Mi alegría es luchar sin cesar para dar a luz elegidos.
           

9 de agosto de 2011

Edith Stein




            Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein para el mundo, judía, filósofa, convertida al catolicismo, monja carmelita, mártir, víctima del exterminio judío, canonizada en 1998 y declarada co-patrona de Europa en 1999.

Algunos de sus pensamientos:

            Yo soy una impotente y pequeña Esther, pero el rey que me ha escogido es inmensamente grande y misericordioso.

            El Señor es paciente y rico en misericordia. En su providencia también puede sacar provecho de nuestras faltas, si se las ponemos delante del altar.

            El hombre está llamado a ser el salvador de toda criatura. Y lo puede ser en la medida en que se redime a sí mismo.

            Una mujer fue la puerta a través de la cual Dios entró en la humanidad.

            Cada oración auténtica es el fruto de la unión con Cristo y al mismo tiempo un refuerzo de esa unión.
    
            Quien pertenece a Cristo tiene que vivir toda la vida de Cristo.

            Lo que podemos y tenemos que hacer es abrirnos a la gracia.

            Todo hablar sobre Dios presupone que Dios hable.

            Cristo es la revelación corporal de Dios. Sólo se puede reconocer esto cuando se está tocado por Él. Cuando se cree en Él.

            El hombre está llamado a tomar su vida en serio. Como esto solo es posible desde su interior,  solo desde aquí puede encontrar el puesto que tiene asignado en el mundo.

            Lo que Dios obra en nuestro interior durante las horas de meditación no se percibe a simple vista. Pero supone una gracia tan grande, que todas las demás horas de la vida están agradecidas e influidas por este tiempo de meditación.

            Quien visita a Jesús Eucaristía y se aconseja con Él en todas sus necesidades, quien se deja purificar por la fuerza divina que mana del Sacrificio del Altar y se ofrece a sí mismo al Salvador con este Sacrificio, quien en la Comunión lo recibe en lo más hondo del alma, ese se sentirá atraído más y más hacia la corriente de la vida divina, crecerá en el Cuerpo Místico de Cristo y su corazón de configurará de acuerdo con su Corazón.

6 de agosto de 2011

"Este es mi Hijo amado"



La Transfiguración de Cristo en el Monte Tabor
Rafael

Mateo 17, 1-9

            Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte elevado. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. De repente se les aparecieron Moisés y Elías, conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo".
            Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levantaos, no temáis". Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No contéis a nadie la visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos".



              «Este es mi Hijo amado». Así se confirma la palabra de los profetas.

            Hoy, es el abismo de la luz inaccesible. Hoy, sobre el Tabor, la efusión infinita del resplandor divino brilla ante los apóstoles. Hoy Jesucristo se manifiesta como maestro de la Antigua y de la Nueva Alianza. Hoy sobre el Tabor, Moisés, el legislador de Dios, el padre de la Antigua Alianza, asiste como un servidor, a su maestro, Cristo, el dador de la Ley. Y reconoce su designio al que lo había iniciado en el pasado por prefiguración; esto es lo que significa, en mi opinión, «ver a Dios de espalda" (Ex 33,23). Ahora ve claramente la gloria de la divinidad, «albergado en la ranura de la roca» (Ex 33,22), pero «esta roca era Cristo» (1Co 10,4), como Pablo lo ha enseñado expresamente: el Dios encarnado, Verbo y Señor. Hoy el padre de la Nueva Alianza, que había proclamado a Cristo como Hijo de Dios diciendo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16), ve al padre de la Antigua Alianza, que se mantiene cerca del donante de la una y otra, y que le dice: "He aquí El que es. He aquí, entonces, del que he dicho que surgirá un profeta (Ex 3,14; Dt 18,15; Hch 3,22) - como yo, en cuanto hombre y como jefe del nuevo pueblo pero por encima de mí y de toda criatura, que dispone para mí y para ti, los dos alianzas, la Antigua y la Nueva"... Venid pues, ¡obedezcamos a David el profeta! ¡Cantemos a nuestro Dios, cantemos a nuestro Rey, cantemos! "El es el Rey de toda la tierra» (Sal. 46,7-8). Cantemos con sabiduría; cantemos con alegría... Cantemos también al Espíritu «que lo sondea todo, incluso las profundidades de Dios" (1Co 2,10), veamos, en esta luz del Padre, que es el Espíritu iluminando todas las cosas, la luz inaccesible, el Hijo de Dios. Hoy se manifiesta lo que los ojos de carne no pueden ver: un cuerpo terrestre irradiando esplendor divino, un cuerpo mortal rebosando la gloria de la divinidad. Las cosas humanas pasan a ser las de Dios, y las divinas las de los humanos.

San Juan Damasceno
(v. 675-749), monje, teólogo, doctor de la Iglesia
                         Homilía sobre la Transfiguración




Comentario de La Transfiguración de Cristo en el Monte Tabor, de Rafael. Por William F. Wertz

            En 1517 el cardenal Giulio de Medici le encargó a Rafael Sanzio su pintura "La Transfiguración". Según Vasari, cuando Rafael murió el Viernes Santo de 1520 se colocó la pintura, aún inconclusa, "a la cabeza del difunto, en el cuarto donde trabajaba". Giulio Romano terminó la pintura.
            Esta pintura de Rafael refleja las ideas de Nicolás de Cusa, expresadas, entre otras obras, en su De visione Dei, De coniecturis, y De filiatione Dei. La pintura se divide verticalmente en tres secciones que representan los tres niveles de la conciencia humana. Mediante el uso de la luz y la sombra, Rafael logra transmitir la cadena de sucesos representados en las tres secciones, como si existiesen simultáneamente en un solo momento eterno.
            La sección inferior muestra una escena agitada: una madre y su familia traen a un niño poseído por el demonio, para que lo curen, pero los nueve apóstoles no lo pueden curar. Se muestra a los apóstoles perdidos en la oscuridad, incapaces de curar al niño porque les falta la fe en Cristo en tanto Palabra o Logos encarnado. Al mismo tiempo, una luz divina emana de la figura de Cristo en la sección superior; una luz que, al iluminar la escena inferior, predice la capacidad de Cristo de curar al niño cuando descienda de la montaña, y también las futuras capacidades de los apóstoles. Comparte esta capacidad, en potencia, el espectador, cuya atención está dirigida a Cristo, representado como la solución por los dos apóstoles que lo señalan y por el gesto del niño y otro apóstol, que extienden sus manos hacia Él. Así, Rafael muestra que la fe en el poder de la razón y del amor vence al mal, que no tiene existencia positiva.
            En la sección del medio, los tres apóstoles que ascendieron con Cristo al Monte Tabor están cegados por la luz, y retroceden por temor a las repercusiones de la Transfiguración de Cristo y Su identificación como el Hijo de Dios. Sus acciones posteriores demostrarán, sin embargo, que también ellos, al igual que todos nosotros, podemos ser hijos adoptivos de Dios, si armonizamos nuestras mentes con la palabra de Dios.
            Rafael muestra a Cristo transfigurado en una nube radiante, elevado para sugerir su posterior resurrección y ascención. La presencia de esta luz divina confirma que Cristo es la Palabra o Logos, mientras que Moisés y Elías aparecen a Su lado para sugerir que Cristo es el Mesías, que ha venido a cumplir la Ley con amor.
            Mediante esta extraordinaria composición, Rafael plantea al espectador el reto de que, para ver a Dios, uno debe elevarse por encima del reino de la percepción sensorial y de la lógica deductiva, para entrar en el "tercer cielo" de Cusa, de la razón creativa. Este es el significado de ser hijo adoptivo de Dios.


4 de agosto de 2011

La Oración Centrante. Basil Pennington. IV


Seguimos seleccionando  y comentando fragmentos del libro La Oración centrante:


Escuela de compasión

            Thomas Merton nos alerta contra posibles engaños y autoengaños: “En la unión mística, Dios y el hombre, permaneciendo sin duda metafísicamente distintos, son práctica y experencialmente “un mismo espíritu”, en palabras de san Pablo (1 Cor 6,17), citado en este sentido por los místicos cristianos de todos los siglos. Pero como también hay otros “espíritus” y como el hombre no posee en sí mismo una facultad natural que por su propio poder pueda hacer un juicio final sobre la experiencia trascendente que tiene lugar en él, un sucedáneo de misticismo no es sólo posible, sino relativamente corriente.”

            Tenemos, como dice San Pablo, una ley dentro de nosotros mismos que tiende a desviarnos. Pero si de verdad nos volvemos a Dios en la profundidad de nuestro ser, regresamos a la fuente, nos reorientamos y ponemos en armonía todo lo demás.

            La reintegración completa no ocurre inmediatamente, ni por nuestro propio poder, sino por la gracia de Dios. Normalmente es un proceso lento. La oración contemplativa, la oración centrante, es una de las formas más eficaces de abrirnos a la gracia y una ayuda a cooperar con ella, a no obstaculizarla.

         Hablando sobre la gracia y el esfuerzo con un amigo, llegamos a la conclusión de que todo es gracia y que el esfuerzo se debe limitar a no poner obstáculos y a quitar los que haya. Me recordó una imagen muy hermosa del padre Pío, que compara nuestra alma con un jardín en el que nosotros somos sólamente el jornalero que quita pedruscos, pero luego está Jesús sembrando flores y plantas finas y embelleciéndolo cuando le dejamos.

            La apertura a la gracia va haciendo nacer en nosotros el amor, acompañado de los demás frutos del Espíritu: alegría, paz, paciencia, bondad, benignidad, suavidad, perseverancia y castidad (Gal 5, 22-23). Estos frutos nos dicen que nos estamos moviendo en el Espíritu de amor y se pueden resumir en una palabra: compasión. Nos hacemos personas compasivas que sentimos con Dios, con su creación, con otras personas, con nuestro verdadero ser.

            Porque nuestro verdadero ser es participación del ser divino, imagen de Dios mismo, alguien de inmensa belleza, lleno de amor. Muy distinto de aquel con el que tan triste y dolorosamente nos hemos identificado durante tanto tiempo.

            Mientras avanza la obra de restauración de la imagen divina bajo la mano del Restaurador, tenemos que tener una gran fe y pacientemente dejar que las capas de suciedad suban a la superficie para que puedan caer. A pesar de los sentimientos de ambivalencia, o de que lo que experimentamos sea una enorme confusión de pensamientos, sentimientos e imágenes, más oscuros que claros, necesitamos ser fieles a nuestra práctica diaria de la oración.

            Debería ser un suave, aunque persistente, proceso. Esta es una de las razones por las que se suele recomendar que, al principio, las meditaciones sean de una duración relativamente limitada para que no salga demasiado de una vez y no haya demasiadas cosas a las que enfrentarse. En esta oración, en el mismo momento en que nos confrontamos con nuestra propia miseria, estamos en contacto con la fuente de la gracia y la fuerza, y oímos, o sentimos, las palabras que afirman: “Te basta mi gracia” (2 Cor 12,9). Entonces podemos seguir con confianza y paz.

            Quien experimenta con fe al Dios vivo, experimenta la vida directamente en “yo soy”, llega a conocer su ser real y es capaz de relacionarse con Dios y con los demás en una respuesta de amor.

            Volvemos a recurrir a Thomas Merton: “Cuando tú y yo nos convirtamos en lo que de verdad estamos destinados a ser, nos encontraremos con que no solo nos amamos unos a otros perfectamente, sino que estamos todos viviendo en Cristo, y Cristo en nosotros, y todos somos uno en Cristo. Veremos que es él quien nos ama.”

            Percibir la bondad intrínseca de todo, no quiere decir, sin embargo, que nos ceguemos al hecho del mal, a la ausencia del bien y el orden debidos. Cristo era muy consciente de esto. Su látigo golpeó en los mismísimos recintos de la casa de su Padre. Incluso esa parcial falta de bondad que llamamos tibieza le producía rechazo; sin embargo estamos llamados a ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto, que deja llover sobre justos y pecadores. Tenemos que llevar amor a todos. Si podemos entrar en contacto con la presencia de la bondad en lo más hondo de aquellos con quienes vivimos y trabajamos, cumpliremos mejor las exigencias del Evangelio.

          En la oración centrante no nos buscamos a nosotros mismos, no buscamos nada para nosotros mismos. Buscamos al Dios vivo. Pero, al encontrarle, encontramos todas las demás cosas: Dios y mi todo.


Conservar la luz del Tabor

            La atracción particular del monje hacia el misterio de la Transfiguración tiene algo que ver con la experiencia de la oración contemplativa. En el Tabor se nos da un rayo de la realidad de la que habla la Pascua: la gloria del Cristo Resucitado, la consumación de la dignidad y exaltación humanas. Los monjes son los que, como Pedro, balbucean: “Construyamos aquí tres tiendas”. Pero, al contrario que Pedro, reciben el asentamiento divino y son invitados a habitar en la nube de la luz divina.

            Este es el fruto de la oración centrante. Empezamos a ver “solo a Jesús”, que es percibido cada vez más como el centro de nuestras vidas y existencia. Empezamos a ver en todo y en cada cosa, en el centro, a Jesús en su amor creativo y recreativo. Solo Jesús da a las cosas, a los acontecimientos, a las personas, a la vida y a la existencia misma su significado. Entonces realmente nos hacemos cristianos. Sabemos que “todo es nuestro, nosotros somos de Cristo y Cristo es de Dios”. Estamos verdaderamente centrados.

            Hay que renunciar a todas las cosas como objetivos en sí mismos para poder ser para Dios. La renuncia incluye la entrega propia, la renuncia a nuestros apegos emocionales, a nuestros negocios y propiedades materiales, pero no ocurre todo en un momento. Como nuestro Señor decía, hay algunos que llegan hasta cierto punto y después no son capaces de seguir adelante. Así que nos tenemos que sentar y hacer un plan de oración y vida interior, que deberemos seguir con perseverancia. ¿Cómo vamos a ganar nuestra batalla frente a todas las fuerzas que tenemos en contra, fuerzas en la sociedad, en nuestras propias casas y comunidades, en nuestras inclinaciones y hábitos, en las exigencias que nos imponen y que nosotros nos ponemos?

          Si el sentido de nuestra vida, de toda nuestra existencia, es amar y desarrollar una relación con Dios, necesitamos la oración más que el alimento, el sueño o cualquier otra cosa.
           
          No importa de qué miseria hayamos salido, ni lo infieles que hayamos sido, ni lo que hayamos abusado de su bondad. Él aún quiere ser nuestro "íntimo". Esta es una palabra que pronuncia con fuerza una y otra vez en su autorrevelación. En el profeta Oseas se muestra como un amante tonto, que se casa con una prostituta y que la acoge una y otra vez a pesar de sus repetidas infidelidades. En el Apocalipsis expresa su disgusto por nuestra tibieza, pero permanece incansable a la puerta de nuestros corazones, llamando, esperando a que abramos y le dejemos entrar. Dios realmente quiere –necesita porque quiere– nuestro amor, nuestra atención, nuestro tiempo, nuestra oración.

            Si no tenemos tiempo para hacer un rato de oración dos veces al día, creo que necesitamos repasar honradamente nuestros valores. Si pasamos días, semanas, meses y años, empujados por las circunstancias, la gente o nuestras propias pasiones y emociones, en vez de dirigirnos de forma relajada hacia el verdadero objetivo de nuestra vida, llegaremos a tener un terrible sentimiento de fracaso.

            Los Padres griegos distinguían entre Cronos y Kairós. Cronos es el paso constante de los minutos, horas, días y años. Se mueve sin pausa, con un ritmo constante, imperturbable, sin importar lo que esté pasando. Es siempre igual, plano, invariable. Kairós es el tiempo de gracia, la plenitud del momento presente, el todo que es el ahora. Cada momento tiene su propia singularidad, su propia plenitud, su propia calidad. Si podemos entrar en la escuela de la oración centrante y somos fieles a sus lecciones, más rápido de lo que pensamos nos graduaremos en una vida de Kairós, llena de una presencia luminosa, amor, paz, libertad y alegría: un verdadero comienzo de vida eterna aquí en la tierra.

          Que el divino Maestro nos transforme, formando en nosotros la mente y el corazón de Cristo.