31 de marzo de 2013

La luz brilla en las tinieblas (Jn 1, 5).


Evangelio de Lucas 24, 1-12

El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: “El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar”.” Recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los Once y a los demás. María Magdalena, Juana y María la de Santiago, y sus compañeras contaban esto a los Apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron. Pedro, en cambio, se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose vio sólo las vendas por el suelo. Y se volvió extrañado ante lo ocurrido.
 



Evangelio de Juan 20, 11-18
Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, del lugar donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Ella les contesta: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?”. Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré”. Jesús le dice: “¡María!”. Ella se vuelve y le dice: “¡Raboní!”, que significa: “¡Maestro!”. Jesús le dice: “Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”.” María Magdalena fue y anunció a los discípulos: “He visto al Señor y ha dicho esto”. que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.



                                           Noli me tangere, Fra Angelico



Ayer, estaba crucificado con Cristo,
hoy, soy glorificado con él.
Ayer, estaba muerto con él,
hoy, estoy vivo con él.
Ayer, fui sepultado con él,
hoy, he resucitado con él.
 
                                                                                          Gregorio Nacianceno
 

           Pero aún no se dieron mucha cuenta de que el mundo había muerto en la noche. Lo que aquellos contemplaban era el primer día de una nueva creación, un cielo nuevo y una tierra nueva. Y con aspecto de labrador, Dios caminó otra vez por el huerto, no bajo el frío de la noche, sino del amanecer.
                                                                                           G. K. Chesterton


             Pasó un Resucitador por el mundo y nació en el mundo una esperanza más grande que todos los siglos; la cual no morirá. Uno que ya no tenía esperanza ha escrito: "Jesús es simplemente la esperanza más grande que ha pasado por la Humanidad..."
            Oh Renán, escucha: No ha pasado.
                                                                                        Leonardo Castellani






               María Magdalena es la primera testigo de la Resurrección, por eso puede dar testimonio de ella. Nosotros también somos testigos de cómo el poder del Resucitado nos sigue rescatando de las fauces voraces del egoísmo, el hedonismo, la vanidad y la mentira. Es el mismo poder, la misma fuerza salvadora que nos anima, nos ayuda a levantarnos cada vez que caemos y dar a nuestras vidas un sentido cada vez más acorde con nuestra verdadera identidad.
Dichosos los que crean sin haber visto (Jn 20, 29). Y creer es realizar en la propia vida la misma experiencia de la vida de Jesús. Creer es sentir su presencia en nuestras vidas, recordando que Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20) y que, antes de subir al Cielo, dijo: tened valor, pues yo he vencido al mundo (Jn 16, 33). Si Él ha vencido al mundo por nosotros, también lo hemos vencido con Él.
La Resurrección, ese misterio inexplicable, se vuelve accesible cuando, con el corazón abierto, expandimos la consciencia y aprendemos a mirar más lejos, más alto, más hondo. Entonces recuperamos los ojos que ven y los oídos que oyen, y descubrimos que el labrador no es tal, y, al oír nuestro nombre en Su voz recuperada, volvemos a nacer, resucitamos.
             Si creer en Él supone, como desveló a Marta, no morir para siempre (Jn 11, 25), creer en su Resurrección es ya resucitar. Creer en Él, tratar de vivir como Él, hacer nuestra Su experiencia…         
             María fue la primera testigo de la Resurrección, la primera resucitada. El Suyo es el Cristo Resucitado, porque también supo hacer suyo al Jesús que recorría los caminos polvorientos y enseñaba, curaba, ayudaba, perdonaba, Aquel que no tenía donde reposar la cabeza. Pero, sobre todo, porque hizo suyo al Jesús crucificado, siendo fiel hasta el final, como casi nadie, como la Madre, como Juan, el apóstol amado, con quien tanto comparte, en el terreno de lo inefable, la discípula amada.
             Resucitar con Él para seguir amando y ayudar a los demás a alumbrar la nueva vida; para vivir de verdad, porque hemos perdido demasiado tiempo sobreviviendo o dormitando. Dice Thomas Keating: “La segunda venida de Cristo puede ocurrir de dos maneras: con el final de los tiempos (sólo Dios sabe cuándo) o por nuestro acceso a la dimensión eterna dentro de nosotros.”
Cuando uno descubre, como María, que no puede vivir sin Él porque sin Él no es nada y con Él lo es todo, empieza a buscarle dentro, hasta que logra acceder dentro de sí a la dimensión en la que ya es uno con Él y con los hermanos.
Resucitar con Él, hoy y cada día, hasta la definitiva Resurrección, cuando Él transforme nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el suyo (Fil 3, 21).



                                                            METANOIA[1]

                                                                            Jesús le dice: “¡María!” Ella se vuelve y le dice
                                                                            “¡Rabboni!”, que significa “¡Maestro!”

                                                                                                                                    Juan 20, 16

No sé de cuántas formas
habré escrito mi nombre...,
y todas ilegibles,
incomprensibles todas,
falsificaciones
de un original
más sencillo y fiel,
más claro y esencial.
Solo él me nombra
y me hace libre
si al oírlo me vuelvo,
reconozco Su voz,
recupero mi voz
y Le respondo.
 

[1]Metanoia: del griego, volverse, dar la vuelta, movimiento interior de transformación de mente y corazón. Cambio de los significados y sentidos de la vida.
 

29 de marzo de 2013

Todo en la Cruz. Morir con Él.

                                           Cristo crucificado
                                               Cristo Crucificado, El Greco


                               Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo;
                               pero si muere, da mucho fruto.
                                                                                                Juan 12, 24

            Toda la historia cabe en ese instante. En esa cruz están todos los mundos posibles, y, en ese cuerpo que agoniza, cabe toda la humanidad: la muerta, la viva, la por nacer. En ese dolor supremo, están contenidos los dolores del universo de todas las épocas. En ese amor extremo y perfecto, cabe todo el amor imperfecto de todos los hombres que han esperado, muchas veces sin saber que lo esperaban, un salvador que les abriera las puertas de la Vida.
            ¿Nos atrevemos a morir con Él para poder resucitar y alumbrar nueva vida? ¿Nos dejamos fascinar, llenar y transformar por su enseñanza y su ejemplo, hasta el punto de seguirle hasta el final?
No van a torturarnos ni a clavarnos a una cruz, solo se nos pide que le sigamos en el amor y que, como Él, perdonemos sin límite y amemos sin reservas. Pero, para amar de verdad, con el corazón abierto y generoso de los hijos de Dios, para vivir el amor consciente e incondicionado que somos, hace falta que algo muera en nosotros, precisamente lo que no somos en esencia, lo que nos lastra y esclaviza, lo que nos mantiene aferrados a la representación de este mundo, que ha de pasar, que ya está pasando.
Creemos en Jesucristo, le amamos como podemos o sabemos, queremos ser sus discípulos… Pero a casi todos nos falta un “empujón final”, una asignatura pendiente e imprescindible que nos permita comprender el mensaje del Maestro en toda su profundidad, el amor a Dios y el amor al prójimo, que a veces nos queda tan grande, tan lejano, o solo tan incómodo para nuestro egoísmo.
Para poder asimilar la dimensión de la resurrección a la que estamos llamados, y empezar a experimentarla ya, ahora, con su poder transformador, necesitamos haber atravesado la muerte previa a la muerte física, la que hace posible el segundo nacimiento del que Jesús habló a Nicodemo, y a todos nosotros. Tenemos que mirarnos por dentro, sin excusas ni mentiras, implacablemente, y renunciar, aunque cueste, aunque duela, a todo aquello que sobra, que estorba, que nos falsea y deforma, que endurece y cierra el corazón.
Solo así, muriendo antes de morir, podemos llegar a ser verdaderos discípulos, dispuestos a beber Su cáliz, necesario para experimentar la aurora de un nuevo día.

            En estos días santos, la poesía, capaz de llegar hasta donde la mente no alcanza, nos ayuda a meditar y contemplar los Misterios. Como este poema del anónimo autor (¿quizá Lope de Vega?), claramente enamorado, y, por eso, valiente y libre:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

28 de marzo de 2013

La ciencia de llevar la cruz



Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la Cruz
Johann Friedrich Overbeck

        
           No sería muy diferente la actitud inicial del Cireneo a la que todos hemos tenido, o tenemos aún tantas veces: esa cobarde, mezquina tendencia a escaquearnos cuando se trata de arrimar el hombro y apoyar.

            Luego, ya metido en faena, con el peso de la cruz del Otro, siguiéndole, contemplando Su silueta desvalida y llena de dignidad, el Cireneo cambió su actitud.

            Qué ventura sería para nosotros poder llevar la cruz de Jesucristo, esa cruz gloriosa por la que fue redimida la humanidad. Acostumbrados como estamos a buscar ventajas en todo, competiríamos por tal honor, como Santiago y Juan, a través de su madre, quisieron ganar para sí los mejores puestos en el reino de los cielos. Qué no daríamos por ayudar a Cristo a llevar Su cruz, aquella cruz de hace dos milenios, con su halo de victoria.

             Pero hemos de cargar con la nuestra, cada uno con la suya, anodinas muchas, desapercibidas casi todas, sin saber si los yunques y crisoles de nuestra alma trabajan para la vida verdadera o si, como temía el poeta, trabajan para el polvo y para el viento, y nuestro esfuerzo es en vano.

            Tenemos que llevar nuestra cruz, queramos o no, pero además podemos, debemos, ayudar a nuestros hermanos a cargar con las suyas. Entonces sentiremos sobre nuestros hombros la bendición de Aquel que ha glorificado todas las cruces, dándoles un sentido nuevo y redentor, y el esfuerzo valdrá la pena, el sacrificio (de sacer fare, hacer sagrado) tendrá sentido. Porque, ayudando al hermano a llevar su cruz, con la mirada puesta en Jesucristo, hacemos sagrada la nuestra.

            Y todos seremos Cireneos, siguiendo al Maestro en su camino hacia el Gólgota, que es la antesala de la Resurrección. Y podremos decir un día junto a Él: Todo está cumplido.
  

            Consejos de Simón de Cirene para cargar con la cruz, según Ramón Cué (de El Vía Crucis de todos los hombres):

            El primero, que no te hagas ilusiones: la cruz no te gustará nunca. Siempre te provocará tensión y violencia. Jamás te harás a ella. En cuanto lo consiguieras, en cuanto empezara a gustarte de verdad, dejaría de ser cruz. Por eso, no te desanimes jamás. Cuenta siempre, sin sorpresas, con tu rechazo. Para empezar, para seguir, para terminar. Por eso es cruz.

            El segundo consejo. Ponte enseguida, cuanto antes, detrás de Cristo. Y no lo pierdas de vista. La clave es su Persona. No es que nos cambien ni que nos aligeren la cruz; sigue intacta, pesa igual; seguimos sin comprenderla. Pero comprendemos a Cristo y lo amamos, y ese contacto personal con Cristo nos cambia a nosotros. No aceptamos la cruz por ser cruz; aceptamos a Cristo, y por Él, la cruz. Ella no nos convence jamás. Pero sí la Persona de Cristo que nos seduce y nos conquista. No lo pierdas de vista. Siempre detrás.

            El tercer consejo es que si quieres llevar mejor tu cruz, cargues, al mismo tiempo con la de otro. Lo aprendí llevando, sobre la mía, la del Maestro. Tú puedes llevar la de un hermano tuyo. ¿No es otro Cristo? Y verás cómo cambia todo radicalmente. En la ciencia cristiana, una cruz sola pesa más que dos. En el mundo cristiano de las cruces no valen vuestros sistemas de pesas y medidas, ni vuestras sumas y restas. Si tratas de restar en tu egoísmo, sumas y multiplicas tu propia cruz. Cuando encima de la tuya cargas con la de un hermano, la propia se aligera, se alegra, le salen alas… Si te centras en tu cruz personal, tú solo, al margen de todo y de todos, te pesará más, hasta convertirse en una obsesión que te aplaste.


            Dice la leyenda que, poco después de la muerte y resurrección de Jesucristo, Simón de Cirene y su familia vivieron una profunda conversión. José Luis Martín Descalzo, en Vida y misterio de Jesús de Nazaret, hace la siguiente reflexión sobre el encuentro del Cireneo con Jesús, camino del Gólgota:

            Lo más probable es que tomara la cruz a regañadientes; que en el camino volviera alguna vez sus ojos iracundos a este condenado que le había estropeado su comida y le obligaba, cansado como regresaba del campo, a una tarea que nada tenía que ver con él. Pero seguramente vio cómo toda su ira se derretía ante los ojos mansos y serenos de aquel hombre que, ciertamente, poco tenía que ver con los condenados corrientes.
            Probablemente al principio sólo sintió curiosidad. Luego piedad. Y amor por fin. Sin él saberlo estaba cumpliendo literalmente palabras que, un año antes, había dicho este condenado al que ayudaba: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24). Y él tomaba la cruz a la misma hora en que todos los discípulos le habían abandonado.
 

16 de marzo de 2013

Palabras en la arena. Todo nuevo.


Evangelio de Juan 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La Ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices?” Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?” Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.



PONDRÉ MI LEY EN SU INTERIOR Y LA ESCRIBIRÉ EN SU CORAZÓN. Jer 31, 32

Si una joven, desposada con un hombre, es hallada en la ciudad cuando yace con otro hombre, los llevaréis a los dos a las puertas de la ciudad y los apedrearéis hasta matarlos: a la joven, por no haber gritado; al hombre por haber deshonrado a la mujer de su prójimo.
Dt 22, 23-24

Uno solo es el legislador y el juez, que puede salvar y perder. Pero tú, ¿quién eres para juzgar a tu prójimo? 
Sant 4, 12

¿Qué ha sucedido entre estas dos citas, la primera, del Deuteronomio, Antiguo Testamento, y, la segunda, de la carta de Santiago, Nuevo Testamento? Ha sucedido todo: Jesús, el Hijo de Dios, treinta y tres años en el mundo y eternamente en lo Real, desde antes de los tiempos y para siempre.

            Los escribas y fariseos, mezquinos y capciosos, intentan una vez más una encerrona dialéctica contra Jesús. Se apoyan en las leyes judías, que condenan a la mujer y salvan al hombre, cuando el pecado es el mismo. El hombre casado no podía tener relaciones con mujeres casadas, pero sí con solteras y viudas. La mujer casada sorprendida en adulterio era siempre condenada a muerte, lo hiciera con un casado o con un soltero o viudo.
Jesús no tiene que contradecir a Moisés para hacer triunfar la verdadera justicia, basada en el perdón y la misericordia. Es su presencia la que convierte a los acusadores en acusados. No le hace falta un discurso elocuente y prolijo al que es la Palabra. Una mirada, un gesto, una palabra suya sana, regenera, restaura, recrea, como lo supo reconocer el centurión (Mt 8, 8).

El que quisiera tirar la primera piedra, el que tantas veces la tira, es siempre aquel que está más corrompido por dentro. En cambio, el que es consciente de que estamos hechos de barro y ha tenido el valor de observarse y reconocer sus propias miserias, trata al otro con misericordia. En la propia palabra misericordia, vemos cómo se integra y se transforma simbólicamente la miseria humana, en el corazón que ama (miseri–cordia; cor/cordis, corazón), para crear una nueva realidad de compasión y perdón.
¿Qué sabe el que juzga y acusa de aquel al que está deseando condenar? Recordemos que al diablo también se le conoce como “el acusador”. Ni conoce al otro ni se conoce a sí mismo. Si hubiera visto sus propios abismos y miserias, sus sombras interiores, se le habrían quitado las ganas de juzgar, acusar o condenar a nadie. 

Jesús no aprueba el adulterio, pero aprueba mucho menos a aquellos que pretenden erigirse en jueces de los demás y hacen de la condena un arma “legítima”. Nos enseña la única actitud válida: detestar el pecado, pero amar al pecador.
Cuando los acusadores se alejan, quedan frente a frente la mujer y el Inocente, el único capaz de juzgar, que es también el único capaz de perdonar y transformar, porque todo lo hace bien, todo lo hace nuevo (Ap 21, 5). Los mandamientos del Decálogo, necesarios para los que aún no han llegado al Amor, se inclinan ante el Mandamiento Nuevo, que les da sentido y los completa.

Si queremos interiorizar este Mandamiento del Amor y parecernos a Jesús, el camino pasa por la oración. Él oraba siempre, y en el evangelio de hoy se nos recuerda: por el día enseñaba, por la noche oraba. Si la oración era necesaria para el Santo de Dios, cuánto más lo ha de ser para nosotros, que llevamos un tesoro en vasos de barro (2 Co 4, 7).
A eso ha venido Jesús a mostrarnos el Camino de la salvación. Y el Camino es Él, el mismo que escribe en la tierra palabras de vida eterna, porque ha querido escribirse en nuestro barro, en nuestra carne, para hacerlo todo nuevo.


Ayudame no seas gacho


PALABRAS EN LA ARENA

            Era mi final, no había salida, y casi me alegraba. Estaba cansada de una vida falsa, amores clandestinos, siempre tibios y fugaces. Recordaba aquellos tiempos de pureza e ilusión... Natán, mi primer y único amor verdadero, mi esperanza, mi alegría, un día dejó de venir a encontrarse conmigo. No dijo por qué, ni siquiera me miraba cuando nos cruzábamos. Luego supe el motivo: había sido prometido a la hija de un pariente rico. Después de Natán solo hubo tristeza y una búsqueda desesperada de algo que se pareciera a aquel amor por el que hubiera dado la vida. Pero todo había acabado, me casaron con un desconocido que me trataba con desprecio; y yo necesitaba a veces que alguien me abrazara y me dijera palabras hermosas, me hiciera sentir digna de ser amada.
            Era mi final y me importaba poco. Si acaso, temía el dolor y el tiempo que tardaría en morir. No imaginaba que lo que pensé que era el final iba a ser el principio de una vida verdadera.                             
                                                                  ***

            ¿Quién es ese hombre ante el que me llevan? No parece un juez, no parece ni siquiera importante. ¿O sí? Tiene en el porte y el perfil una dignidad que nunca he visto. Aunque su túnica es sencilla, humilde, de trabajador o acaso de profeta.
            Pero ¿qué hace escribiendo con el dedo en el suelo? Le acaban de decir lo que he hecho, me acusan de algo terrible y él no hace caso, se ha puesto a escribir como si no fuera con él. Y es que no va con él, va conmigo, con mi vida de pecado, con mi alma desgarrada, con mi enorme mentira. No va con él…, o sí.
            Le están acosando a preguntas, quieren que me condene. Sea pues, que dicte mi sentencia este hombre que no se parece a ningún hombre. Que dé la orden para que esta desgraciada deje de existir.
Se ha levantado, está mirando a los que quieren verme muerta para que se cumpla la ley. Ha dicho con voz clara: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pero, ¿quién está libre de pecado en toda Judea?
Ahora vuelve a inclinarse para seguir escribiendo. Qué extraño, qué loco…, o qué sabio, qué seguro de una justicia nueva.
Y empiezan a irse…, primero los más viejos. Ninguno se atreve a tirar la primera piedra; todos se saben pecadores. Este hombre misterioso ha tocado sus corazones; con otro no se habrían mostrado tan sinceros; con otro habría más de uno capaz de tirar la piedra. Pero este hombre, que sigue escribiendo mientras los demás se van alejando, ha hecho que se miren dentro y se vean tal cual son.
Ahora se levanta y me mira con los ojos más profundos y transparentes que he visto. Si su voz ha hecho que los otros se reconozcan pecadores, su mirada está haciendo que yo, pecadora desde hace años, tan infiel, tan merecedora de castigo, esté sintiéndome poco a poco más limpia, más digna, casi pura ante este derroche de luz que me empapa desde sus ojos, desde su alma, acaso volcada sobre mí.
Jamás un hombre me trató con tanto respeto. Ha dicho mujer, y con esta palabra, hasta hoy vulgar, casi humillante, me ha devuelto la dignidad. Qué hermosa palabra para siempre…, mujer, libre, salvada por un hombre que ha mirado mi corazón y lo ha sanado. Ahora coge mi mano y me levanta. Oh, Natán, si pudieras verme, cara a cara con la misma Luz. Ya empiezo a olvidar que un día fui abandonada, que busqué consuelo en otros brazos, otros cuerpos, siempre fríos, tan distantes.
Yo tampoco te condeno, ha dicho, y ha sido como si dijera: yo te perdono. Me había perdonado solo con mirarme, y ahora, al decir no te condeno, es como si me estuviera regenerando, devolviéndome la inocencia de la niña que fui, que por él vuelvo a ser.

                                                               ***
Ese hombre misterioso, que me sigue mirando aunque de aquel momento hayan pasado años (¿o acaso siglos?), me levantó y me despertó a una vida nueva. Si Yavéh nos creó de barro, él me recreó de arena. Nadie sabe lo que escribía inclinado sobre el suelo. Yo sí lo sé: era mi nombre, no el que me pusieron mis padres, sino mi nombre verdadero y escribía también el nombre de todos los que oyendo o leyendo esta historia se vean reflejados en mí, la adúltera, la pecadora para el mundo de sombras, juicios y condenas, renacida por el amor de aquel que escribe nuestros nombres interiores, los que animan nuestro ser, sobre la arena.



Renew me, Avalon


       REFLEJOS

                                                                                         El amor es la plenitud de la Ley.

                                                                                                                          Romanos 13, 10
           
                 Y vuelves a juzgar;                 
¿ha sido en vano aquel
feliz hallazgo?
Recuerda que en el otro
te estás juzgando a ti.
Recuerda que es el otro
tu imagen fiel, la cara
que el espejo no muestra,
ni la foto, ni el papel
donde a veces escribes
de espaldas al mundo,
creyendo que te escribes,
y a ti mismo te juzgas,
te absuelves o condenas.
Mira hacia afuera
con la mirada limpia,
sin ojos si es preciso.
Si tu ojo es ocasión de pecado...,
ya te vas acordando.
Mira a tu prójimo,
sabiendo que es amigo
que ha venido a mostrarte
tus faltas, tus errores,
tu viga traicionera
o solo tu ignorancia.
Luego vuelve a sentarte
con la pluma serena en el silencio,
distingue entre las voces
del otro, de los otros,
el prójimo, el hermano,
entre las voces una,
su voz, tu voz, y escribe,
libre el corazón,
la mano, la garganta.

2 de marzo de 2013

Conversión. Todavía hay luz.


                   Caminad mientras tenéis luz, para que no os os sorprendan las tinieblas,
                   pues el que camina en tinieblas no sabe por dónde va. Mientras hay luz,
                   creed en la luz, para ser hijos de la luz.
                                                                                                        Juan 12, 35-36

Evangelio de Lucas 13, 1-9

En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.” Y les dijo esta parábola: “Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?”. Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas.”




La misericordia de Dios, es el amor que obra con dulzura y plenitud de gracia, con compasión superabundante. La mirada dulce de la piedad y del amor jamás se aparta de nosotros; la misericordia nunca se acaba. He visto lo que es propio de la misericordia y he visto lo que es propio de la gracia: son dos maneras de actuar de un solo amor. La misericordia es un atributo de la compasión, y proviene de la ternura maternal; la gracia es un atributo de gloria, y proviene del poder real del Señor en el mismo amor. La misericordia actúa para protegernos, sostenernos, vivificarnos, y curarnos: en todo esto es ternura de amor. La gracia obra para elevar y recompensar, infinitamente más allá de lo que merecen nuestro deseo y nuestro trabajo.
                                                                                   Juliana de Norwich

 

            Tres años sin dar fruto. El tres es número de la totalidad; es decir, la higuera no da fruto en absoluto, y aun así, el viñador pide un año más.
Lo normal, pobres higueras maltrechas y estériles, es que fuéramos taladas; las leyes cósmicas son implacables, lo saben los científicos. Pero he aquí que el amor de Dios, expresado en Su Hijo, supera toda ley, toda ciencia, toda lógica. Es un amor infinitamente paciente y misericordioso.
            Para un Dios que es misericordia y perdón, no hay plazos ni amenazas. La buena nueva que inaugura Cristo transforma el Dios Juez en Dios Padre, y un padre tiene paciencia con sus hijos.
Con este Padre no hacen falta regateos ni compensaciones, porque olvida nuestro olvido de forma absoluta, como es Él, ante un corazón contrito y humillado (Sal 51, 19). Es la entrega y la humildad, confiarnos a Su cuidado, reconociendo nuestra propio desvalimiento, lo que nos concede el año de gracia.
 
            Hay una justicia divina que está por encima de los juicios y consideraciones humanos. La justicia exterior, de premios, castigos y justificaciones, es propia de hipócritas, si no va unida a la justicia interior, libre y compasiva. Dice San Pedro: Sobre todo, tened entre vosotros un ferviente amor, porque el amor cubre una multitud de pecados (1 Pe, 4, 8).

En Jesucristo la paciencia es conmovedora, es decir, mueve a, motiva, despierta, desencadena, en el más profundo sentido de la palabra: libera de la esclavitud a la que nosotros mismos nos sometemos, pues el Egipto opresor está dentro de nosotros, y la tierra prometida que mana leche y miel, también (Ex 3, 17).
El amor de Jesucristo vence no solo a la dictadura de la ley, sino incluso a la lógica y al sentido común. La evidencia es que no hay fruto, y el árbol que no da fruto debe ser talado, pero Él pide una "prórroga" y se compromete a cuidarlo aún más, abonándolo y cavando alrededor. Él trabaja en el árbol, en la higuera que somos, porque aunque durmamos o nos olvidemos, Él no nos olvida (Is 49,15). Cuando nos abandonamos a Él con humildad y confianza, Cristo, que es Palabra Viviente, nos va transformando.

¿Qué tenemos que cambiar en nuestro interior para que los cuidados que el Viñador nos prodiga sean fructíferos? ¿Cuántas oportunidades, cuántos años de paciente espera nos serán concedidos? El Amor no mide ni cuenta. Si hemos escogido permanecer unidos a Jesucristo, tarde o temprano, daremos fruto. Él mismo se ha hecho fruto para darse por nosotros y sigue cuidándonos, abonándonos, cavando alrededor, confiando en que un día dejaremos de ser estériles, cuando recordemos que somos sarmientos que unidos a la Vid nos alimentamos de su misma savia, y separados de ella nos secamos y morimos (Jn 15, 6-8).

Solo podemos responder con amor y disponibilidad a tanto amor y dedicación. Ya no vivimos pendientes del premio o del castigo, porque cuando se ama no se comercia ni se trafica ni se regatea, todo es un derramarse gratuito. Ya estamos reconciliados con Dios, que no es un juez implacable; Jesucristo nos unió a Él en calidad de hijos. Queda reconciliarnos con nosotros mismos, entre nosotros, y cada uno consigo mismo. Ahí radica, nunca mejor dicho, la raíz que hace estéril; en esa división interior que se refleja dramáticamente en el exterior. Quien, a pesar de las incansables llamadas al amor, sigue oprimido por su faraón interior, el egoísmo, está siendo gobernado por la muerte y sus secuaces, y morirá sin haber dado fruto. Porque vivir para el ego y sus miserables parcelitas de seguridad y comodidades es morir (Mc 8, 35).

            Y es que en el Evangelio de Lucas hay una paradoja aparente. Si el Viñador es infinitamente misericordioso y paciente, ¿por qué Jesús, antes de relatar la parábola, dice que si no nos convertimos moriremos? Porque estamos dotados de libre albedrío y por mucho que Él haga por favorecer el cambio en nosotros, hace falta que lo aceptemos. Un gesto de aceptación, apenas media vuelta, lo que permite dejar de mirar paisajes estériles, para mirarle a Él, la fuente de la Vida. Conversión, en griego metanoia, significa volverse, darse la vuelta. Es un movimiento interior de transformación de mente y corazón, que cambia los significados y el sentido de la vida.

Metanoia, teshuvá en hebreo, conversión, arrepentimiento… Todas estas palabras señalan a ese gesto o cambio de mente y de corazón que permite mirar de un modo nuevo, no ya a la manera egoísta del mundo, sino a la manera generosa, abierta y disponible de Jesús.
Y es que el Dios Padre que vemos en Jesús no es un contable ni un chantajista; la conversión es una necesidad, porque Él puede hacer todo por nosotros, ya lo ha hecho, a excepción de una cosa: no puede escoger por nosotros.

            Cuando Jesús alerta: si no os convertís, todos pereceréis, no está amenazando, sino aludiendo a ese cambio necesario de mente, corazón y actitud, el movimiento interior imprescindible que nos encamina hacia la muerte del ego. Es morir a lo falso, para volver a nacer de agua y de Espíritu (Jn 3, 5). Solo se puede experimentar la conversión cuando se está dispuesto a dar ese paso decisivo, cuando uno se atreve, en lo más recóndito de su ser, a desearse diferente, a rechazar para siempre lo que sobra en su vida, para recrearla en una nueva dimensión.

La palabra arrepentimiento suscita a veces cierta repulsa, pero su significado verdadero, volverse, cambiar de mente, no tiene nada que ver con el remordimiento: volver a morder (se). El arrepentimiento consciente es el fuego purificador donde el ser humano se acrisola y se transforma. No podemos esperar a ser perfectos para amar lo bueno, lo bello, lo verdadero. De ese amor a lo perfecto, desde nuestra evidente imperfección, nace el arrepentimiento consciente, sincero, transformador y liberador.

En la Oración del Corazón, que practico desde hace años y que no deja de sorprenderme por su potencia y su sencillez (Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí, pecador), la constatación del propio pecado y el reconocimiento de la gracia de Jesucristo, se unen para que el primero sea transmutado en virtud de la segunda.

Una de mis palabras favoritas en castellano es todavía, por su connotación de  esperanza, cuando tiendes a ver el vaso medio lleno y no medio vacío. Igualmente bella es aún, con su resonancia mántrica. Todavía estamos a tiempo, aún podemos dar fruto. Caminemos, trabajemos, demos fruto mientras hay luz (Jn 12, 35).

 

OLVIDO
 
                                                                                                  No se comienza por aprender,
                                                                           sino por recordar.
                                                                                                                                Ismail Hakki 
Cómo anhelas la Luz,
pez boqueando,
a punto de morir
fuera del agua.
La Luz es tu placenta,
el medio necesario,
cálida vaina
que te protege
de tus penumbras,
de la sombra que eres
cuando olvidas tu herencia
y tu destino.
O cuando, separado
racimo de la vid,
te vas secando, exánime,
y antes de ser nada,
te miras en la nada
y no ves nada.
 
 
 
 
METANOIA
 
                                                                                                                    Jesús le dice: "María". Ella se vuelve y le dice“¡Rabboni!”, que significa “¡Maestro!”
 
                                                                                                                                       Juan 20, 16

No sé de cuántas formas
habré escrito mi nombre...,
y todas ilegibles,
incomprensibles todas,
falsificaciones
de un original
más sencillo y fiel,
más claro y esencial.
 
Solo él me nombra
y me hace libre
si al oírlo me vuelvo,
reconozco Su voz,
recupero mi voz
y Le respondo.
 
 
 

El tronco corrompido por el pecado que soy yo recibirá por el Nombre de Jesús savia y vigor. Por Él, reverdecerá mi humanidad y dará frutos a la gloria de Dios. El espíritu de mi voluntad, que ahora está en la humanidad de Cristo, y que vive por su Espíritu, dará por Su virtud savia a la rama desecada, para que el último día, a la invocación de las trompetas celestes que son la voz de Cristo y la mía propia en Él, resucite y reverdezca en el Paraíso.
                                                                                              Jacob Boëhme




 
           Antonio Machado esperaba que un milagro de la primavera hiciera revivir su corazón, marchito de tristeza, cansancio y ausencias, para seguir caminando hacia la Luz y hacia la Vida. Confiamos en Jesucristo, nuestro Viñador paciente, eterna Primavera esplendorosa para el que cree en Él, y acepta el milagro discreto y decisivo de Su Presencia en cada corazón.