25 de enero de 2014

Dejar las redes y la barca


                   Vocación de los apóstoles, Tríptico Misionero de Aparecida


Evangelio de Mateo 4, 12-23 

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí,  camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”. Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Paseando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando la Buena Noticia del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

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                         Vocación de Pedro y Andrés, Michel Corneille, el Joven


           Hoy me recreo, más que otras veces, en el arte. La pintura, esta vez, como fuente de inspiración y anclaje para la oración. Pintores, escultores, arquitectos, músicos, poetas…, los artistas en general, al “activar” el hemisferio derecho del cerebro, el que permite la intuición, que solemos tener “adormecido” por potenciar más el izquierdo, de la lógica y la racionalidad, nos ayudan a ver lo que la mente racional nos oculta, y nos transmiten lo que está más allá de las palabras.


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                             Vocación de los apóstoles, Duccio di Buoninsegna


Qué oportuna manera de culminar la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. En la primera lectura de hoy (Is 9, 1-4),  los dualismos: humillar-ensalzar, tinieblas-luz, sombra-luz, muerte, vida, desembocan en la Unidad que da la alegría. Con Jesús, la Luz del mundo, acaban las dicotomías, los pares de opuestos y se inaugura el Reino de la dicha. Todo es gozo y alegría…; hasta tres veces se repite la palabra gozo/gozan y dos alegría/alegran en apenas dos línea.

La segunda lectura (1 Co 1, 10-13.17) sigue cantando a la Unidad que anhelamos y por la que oramos. Subraya la universalidad de la Salvación como mensaje, enseñanza y realidad.

La escena a la que hoy nos asomamos del Evangelio es inmediatamente posterior a las tentaciones del desierto y anterior al Sermón de la Montaña. Jesús, acrisolada su alma por los cuarenta días de ayuno y oración en el desierto, vencido el Adversario, deja Nazaret, su infancia y su juventud, para empezar su misión junto al Mar de Galilea.

Mateo, el evangelista para el pueblo judío, no solo deja bien claro que con Jesús se cumplen las profecías, sino que quiere subrayar que es continuador del mensaje de Juan, predicando la conversión. Pero Jesús lo hará de un modo nuevo: no ya por miedo o amenaza, sino por anuncio y promesa, para el Reino que se acerca.

           Somos testigos y destinatarios del poder transformador de la Luz de Cristo que es alegría y salvación, libertad y justicia, consuelo, vida nueva.
Si los apóstoles se fiaron de aquel rabbí sin apenas conocerle, cómo no fiarnos de quien nos ha dado la mayor prueba de amor con su muerte, y con su resurrección ha logrado la más clara demostración de credibilidad. Creemos sin ver, es cierto, y somos dichosos por ello, pero tenemos las pruebas que aquellos primeros discípulos no tuvieron: que Él es el Hijo de Dios, vencedor de la muerte.

La vocación de estos cuatro apóstoles es un ejemplo de disponibilidad, porque la decisión de aceptar la vocación supone una entrega y un seguimiento incondicionales.
¿Qué hacían Pedro, Andrés, Santiago y Juan cuando Jesús pasó junto a ellos y los llamó? Trabajaban en su oficio, atentos, porque si estuvieran dispersos, distraídos, en proyecciones vanas e ilusorias, como andamos casi siempre, no se habrían dado cuenta de Quién les llamaba y para qué.
Eso es velar, hacer lo que hay que hacer, atender la necesidad del momento, serenos, atentos, a la espera de la llamada. Pero qué poco estamos hoy a lo que hemos de estar…; casi todos en el pasado muerto o el futuro ilusorio, en lo irreal, sin atender al presente, al afán de cada día…


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            Vocación de los apóstoles, Mosaico bizantino de San Apolinar, el Nuevo


Ellos ya están preparados para ser discípulos y servir. Tienen el corazón dispuesto para la compasión y la paciencia, tan necesaria para un seguidor de Aquel que no tiene donde reposar la cabeza. Por eso Él les hablará a ellos en privado, de un modo especial, diferente al que emplea cuando enseña en público, porque han dejado los valores materiales en favor de los espirituales.

       La red material simboliza la mente convencional, inferior, desconectada del corazón. Es la actitud que separa e incita a poseer y acumular. Pero ellos eran ya capaces de soltar todo lo que separa, aísla, diferencia y cambiarlo por la entrega, el servicio, el amor.
      La barca es símbolo de los “vehículos”, con los que nos movemos y actuamos en nuestra existencia terrena: intelectual, emocional y físico, tan llenos a veces de aparejos y lastre… Dejar la barca voluntariamente supone liberarse, renunciar, superar restricciones. Un discípulo está dispuesto a soltar y a no mirar atrás, para entregarse sin reservas.

     Los apóstoles ya conocían a Jesús, lo sabemos por Juan (Jn 1, 37-38). Primero lo conocieron Andrés y el propio Juan, discípulos del Bautista. Jesús les preguntó: “¿Qué buscáis?” Ellos respondieron: “Maestro, ¿dónde vives?” Y Él les dijo: “Venid y veréis”. Qué diálogo tan profundo en su aparente sencillez, qué riqueza de significados para el alma del discípulo. No se puede decir más con menos palabras. Luego vino esa larga e íntima conversación que el Evangelio esboza, conciso y sutil (Jn 1, 39). Después, como en una danza de alegre generosidad, fue aumentando el grupo de los escogidos para seguir a Jesús. Andrés y Juan (siempre discreto cuando habla de sí mismo) se lo dijeron a sus respectivos hermanos mayores: Simón y Santiago (Jn 1, 40-42). Luego vino Felipe (Jn 1, 43), Natanael (1,47) y, más tarde, los demás.

Podemos suponer que ya habían tenido tiempo para madurar la decisión, pues era necesario un cambio radical y un seguimiento absoluto. Por eso, cuando Jesús los invita a seguirlo y compartir su misión, no preguntan nada, dejan todo y lo siguen, porque la semilla ya estaba creciendo en su corazón desde el primer encuentro.

    La metáfora de la pesca aparece a menudo en el Evangelio (Mt 4, 18-22; Mc 1, 16-20) y también en el Antiguo Testamento (Ezeq 47, 10; Hab 1, 14-15). El símbolo del pez, usado por los primeros cristianos para reconocerse, contiene la esencia de la Revelación. Las letras de la palabra pez en griego, Ichthys, como vemos abajo, son las letras iniciales de la frase: "Jesús, el Cristo, Hijo de Dios, Salvador".



            Pescadores, hombres sencillos y humildes, escogidos para seguir a Jesús, el Cristo, el Mesías, y ayudarle a extender la buena nueva. Dejan todo por Él, a cambio de una promesa de paz y de amor para todos. Como dice Giovanni Papini, “el pescador es el hombre que sabe esperar, el hombre paciente que no tiene prisa, que echa su red y confía en Dios.” Humildad y paciencia, generosidad, pobreza de espíritu y confianza, virtudes que hoy escasean y debemos adquirir para ser fieles a la vocación aceptada.
Ellos son capaces de soltar las redes y cambiarlas por la entrega, el servicio, el amor. Un discípulo está dispuesto a abandonar cuanto lo mantiene apegado a su egoísmo, liberarse del lastre y caminar sin mirar atrás. Porque "nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios" (Lc 9, 62).

Qué privilegio ser llamado por el mismo Jesús, pensamos… ¿Lo seguiríamos hoy? ¿Lo seguimos? ¿Lo escuchamos siquiera? Para escuchar la llamada, hay que estar atento. Si nos dispersamos o distraemos, el mismo Jesús puede pasar a nuestro lado y no lo veríamos.
Porque Él continúa llamándonos, a cada uno por nuestro nombre; nos está diciendo:“sígueme”, con una llamada personal y directa. Es Él quien nos busca, nos encuentra y nos llama, aunque pueda parecer lo contrario, que somos nosotros los buscadores.

¿Respondemos con un sí rotundo e incondicional? Para pronunciar ese “Sí” y mantenerlo con coherencia a pesar de los obstáculos que siempre encontraremos, es necesario transformarse por dentro, hasta ser capaces de vivir de otra manera, pensar y sentir de forma radicalmente diferente. Esa es la conversión a la que Jesús nos llama hoy, la Metanoia: del griego, volverse, dar la vuelta, movimiento interior de transformación de mente y corazón; cambio de los significados y sentidos de la vida. En hebreo, Teshuvá: conversión, arrepentimiento; ese gesto o cambio interior que permite mirar de un modo nuevo, no ya a la manera egoísta del mundo, sino a la manera generosa, abierta y libre de Jesús. Cuando se está dispuesto a dar ese paso decisivo, cuando uno se atreve, en lo más recóndito de su ser, a cambiar y rechazar para siempre lo que le esclaviza, empieza a estar preparado para ser discípulo.


                       Vocación de los primeros apóstoles, Domenico Ghirlandaio


El auténtico y bienaventurado pobre de espíritu ha de estar dispuesto a renunciar a sí mismo, a vencerse y doblegarse, a morir a las tinieblas de lo que no somos, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí".

Jesucristo sigue esperando nuestra respuesta libre: que aceptemos entregarnos sin reservas y ser de los Suyos. Pero a veces no reparamos en que, para dar algo, hay que tenerlo, para darnos hemos de ser dueños de nosotros mismos. Entonces, ¿hay que realizar un largo y considerable trabajo interior antes de emprender el camino del discípulo? Sí y no. Hay que ser consciente, en primer lugar, de todo lo que nos esclaviza: pasiones, apegos, inercias, miedos… y estar dispuesto a soltarlo.
Normalmente no se logra de un día para otro, pero la intención ya nos predispone, porque Dios mira el corazón y procura todo lo que le falta al hombre de buena voluntad. “Te basta mi gracia, pues la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Cor 12, 9), decía el Señor a San Pablo cada vez que su voluntad flaqueaba, y nos lo dice a cada uno de nosotros, todos acosados por espinas diferentes, más o menos insidiosas. Por eso, también como Pablo, nos gloriamos en nuestra debilidad, y no permitimos que nuestras carencias y mediocridades nos frenen. Nos ponemos en camino como si ya fuéramos libres y capaces de todo, dando por descontado que Él es la fuente de nuestra libertad y nuestra fuerza.

Nos basta su gracia también hoy. Aunque nuestras fuerzas vacilen y las dudas nos quebranten, confiamos en una voluntad infinitamente superior, la de Jesucristo. Su Palabra es nuestra Luz y nuestra entereza, la fuente de toda abundancia, siempre mucho más allá de lo esperado o lo previsible. El que pone el Reino en primer lugar se sorprende al ver la abundancia de lo que viene por añadidura (Mt 6, 33) y descubre que, no solo no ha perdido nada, sino que recibe cien veces más (Mt 19, 29).  






Metanoia 


No sé de cuántas formas


habré escrito mi nombre...,
y todas ilegibles,
incomprensibles todas,
falsificaciones
de un original
más sencillo y fiel,
más claro y esencial.
Solo él me nombra
y me hace libre
si al oírlo me vuelvo,
reconozco Su voz,
recupero mi voz
y Le respondo.


18 de enero de 2014

La Unidad de los cristianos


Evangelio de Juan 1, 29-34 

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel”. Y Juan dio testimonio diciendo: “He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.



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        El Bautismo de Jesús, Verrocchio. (Algunas partes se atribuyen a Leonardo da Vinci)


Que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean completamente uno.
                                                                                                Juan, 17, 22-23


Desde que conocí la Unicidad,
Me fundí en el fuego de la alegría.

                                                                                               Ansari
 

El domingo pasado nos experimentamos como Hijos amados, predilectos del Padre, llenos de su Espíritu para dar testimonio de la Buena Nueva: que Dios es Amor, unidad acogida para todos. Como dice el papa: “A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa del Padre donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”.

Qué oportunas las lecturas de hoy para iniciar la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Todas hablan de escucha y llamada de acogida y disponibilidad de salvación universal, universalidad y unidad en el origen, el propósito y el retorno. Unidad en Alfa y Omega, que es Cristo.

Cada oración por esa unidad tan necesaria será un paso o un peldaño, pero hacen falta muchos pasos y peldaños, muchos corazones abiertos y sinceros, para que desaparezca la ilusión de ser diferentes y estar separados. Cuando los cristianos superemos prejuicios y fanatismos, rigidez e intolerancia, soberbia y fariseísmo, viviremos la Unidad esencial del Evangelio.

           Porque Jesús sumerge en las aguas al viejo Adán, y al salir del agua, eleva con él a todo el universo, divinizando al ser humano y abriendo el Reino de Dios para todos. Comienza la nueva creación, un mundo nuevo, no regido ya por la ley sino por el Amor. Pasamos así del Antiguo Testamento al Evangelio, de la antigua a la Nueva Alianza, del símbolo a lo Real. Por eso dice San Pablo: "...os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo y en todos." (Col 3, 9-11).
Pasamos de la separación y el egoísmo a la Unidad, mirándonos en Jesús, viéndonos en  Él, conociéndonos en Él. Cristo no está dividido, y los que decimos ser sus seguidores tampoco podemos estar divididos. El fuego que trae el Espíritu fundirá las diferencias para que seamos Uno, como El Hijo y el Padre son Uno. El Espíritu Santo y el fuego con que Cristo nos bautiza van transmutando en espíritu todo lo que es puramente material, en luz las sombras, en paz los conflictos, en gozo el sufrimiento.
 Ver, dar testimonio, conocer... Son las claves del Evangelio de hoy y del camino cristiano. El que ha visto puede dar testimonio. Pero ver con los ojos no es conocer, para conocer es necesario mirar más allá del sentido físico, mirar con el corazón, el único que, mirando, ve y conoce y vive la alegría y la confianza en plenitud. Solo así se puede cumplir la Voluntad del Padre, que es otra de las claves de las lecturas de hoy. 

Ponerse a tono con la Mente Infinita, sosegarse y saber que Él es Dios, como canta el Salmo 46, 10, que repito como un mantra desde este verano, vivir en la Presencia de Jesucristo, cumplir Su voluntad para que el Padre y Él hagan morada en nosotros..., son otras claves de las lecturas de hoy, y todas hacen referencia a la misma realidad, esa Comunión que nos libera de lo que no somos, y nos recuerda nuestra esencia de Hijos amados, predilectos.

           Un verdadero cristiano, que ha experimentado en su corazón la comunión con el Padre y con sus hermanos, no puede someterse al miedo ni dejarse amedrentar, sino que vive alegre y confiado, sin dejar de velar, pues no sabemos el día ni la hora.
Velar, vigilar, estar atentos para cumplir Su Voluntad y seguir amando hasta el final, porque la ley ha sido completada y perfeccionada por el amor y donde hay amor no hay miedo. El cristiano puede ver su rostro en el de Jesús, practica el “mira que te mira”, como exhortaba a sus hermanas Santa Teresa. Confluencia de miradas, fusión de propósitos y amores, fuente de dicha y semilla de la Unidad plena, por la que esta semana rezamos.



 
                                                    Salmo 39, Igor Stravinsky


                                                    LUZ DE LA MEMORIA

 
              Aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es.
                                                                                              1 Juan 3, 2

 
                                                                                            Mirad  que os  mira.

                                                                                                       Sta. Teresa de Jesús
 
          Como si del invierno nos quedara
la piel entumecida y la querencia
al cálido rincón, nos olvidamos
muy pronto de que somos primavera
que a veces se disfraza, juguetona,
para que las semillas cojan fuerzas
antes del resplandor que enciende mayo.
 
Parecemos ramas secas,
a punto de quebrarse, pero dentro
se renueva la savia,
sin creerse la muerte ni el cansancio.
 
Existir, sabiendo que existimos,
mirar, recordando que miramos
y nos mira,
sentir, con la conciencia de sentir,
vigías siempre atentos
a Lo que Es.
 
Descubrir dónde estamos
y estar ahí, solo ahí,
dejando que la luz de la memoria
enfoque la mirada,
nos guíe y nos alumbre hasta encontrar
el centro, el sentido de vivir,
para en él sumergirnos
y aparecer.