31 de enero de 2015

"Este enseñar con autoridad es nuevo."

Evangelio de Marcos 1, 21-28
Llegó Jesús a Cafarnaúm, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús lo increpó: “Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y lo obedecen”. Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea. 

                                              El Sermón de la Montaña, Carl Bloch


Jamás ha hablado nadie como ese hombre.

Jn 7, 46


El verdadero dogma central del cristianismo es la unión íntima y completa de lo divino y lo humano, sin confusión ni separación.

Vladimir Soloviov
Si tu espíritu no está confundido por cosas inútiles, es que te hallas en la mejor fase de tu existencia.
                                                                                                           Wu Wei 

 “Descansa solo en Dios, alma mía”, dice el Salmo 62… Si descansas en Él, si haces de Él el centro de tu vida, dejas de estar disperso, sin control, sin centro, sin autoridad. Si descansamos en Él y hacemos de Él el centro, seremos fuertes, poderosos, sabios y libres en Él. Y nada nos detendrá en el Camino de vuelta a casa, Sión añorada, después de tanta distorsión. 
            Si fuéramos conscientes de que con Él podemos todo y sin Él nada, no nos desviviríamos en afanes del mundo. Esa dispersión que nos confunde y nos ciega, haciéndonos olvidar quiénes somos y hacia dónde vamos nace del miedo a la muerte, que menciona la primera lectura (Deuteronomio 18, 15-20).
Se acabó la confusión, el andar divididos del que nos previene la segunda lectura (1 Corintios 7, 32-35), el dejar muchas opciones abiertas, que descentran, falsifican y generan agotamiento. Si vives en el centro, vertical, sin opciones, eligiendo la única opción, que es regresar a Casa, no hay dispersión, sino concentración, fina energía, luz, inmortalidad… Mucho más…, resurrección, pues no queremos ser inmortales, sino resucitados, la materia iluminada, el retorno a la Esencia.
Acaparar o soltar... Hay quien cree que el egoísmo y la codicia está en acumular "monedas" materiales, dinero, posesiones... Pero hay una codicia más sutil que lleva a quererlo todo, es esa "red" de miedos, deseos, proyecciones, auto justificaciones y expectativas que vamos tejiendo todos alrededor como arañas ciegas.
Respira, detente, respira, quieto, respira, atento, siempre en el centro donde Eres y te conecta con tu esencia original. Muere a lo falso, resucita en lo Real. De la experiencia a la existencia. De la existencia a la esencia. De la esencia al SER, absoluto e inmutable.  
      Quien mantiene sus ojos fijos en Él no pierde nada, porque la perspectiva se amplía hasta lo infinito, y todo se va transfigurando, iluminando, realizando. Y entonces surge la maravilla, y como dice Alejandra Casado, pasamos de “tontos a brillantes”, de virtuales a reales. Cuando soltamos todo y morimos a nosotros mismos, renacemos en Él con su autoridad, su hablar sí cuando es sí, no cuando es no, su poder, su Palabra de vida eterna.
     La palabra “autoridad” proviene del verbo latino “augere”, que significa aumentar, hacer crecer, elevar. Jesús habla con autoridad porque hace crecer al que le escucha. Él tiene autoridad y nosotros también cuando conectamos con Él, Vida nuestra, Esencia Original.
            Y esa conexión consiste en unificar, integrar, unir. Es ser de Dios, como Dios. Eso es tener autoridad, unificarse, verticalizarse.
            El propio Marcos, un poco más adelante, nos cuenta el encuentro con Jesús de otro endemoniado (Marcos 5, 1-20). Muestra cómo vive un hombre que no es dueño de sí ni se ha puesto bajo la influencia de lo Real. “Vivía entre los sepulcros”, entre recuerdos, afanes que no llevan a la vida, sino a la muerte, corrupción, miseria espiritual… Cepos y cadenas”; “gritando e  hiriéndose con piedras”… Así vivimos tantas veces, sobre todo cuando estamos en la queja, somos ruidosos, estamos descentrados, poseídos por nuestras pasiones…, pero también por nuestros miedos, angustias e inseguridades. Lo bueno es que vemos a Jesús y lo reconocemos, y también somos capaces de reconocer lo lamentable de nuestro estado. Y ¡a veces queremos seguir así!; somos capaces de lo que sea, con tal de no renunciar a ese estado de posesión y dependencia.
Pero si reconocemos la Esencia, dejamos atrás el tiempo, el espacio y la separación; llegamos a nuestra fuente y estamos en el ser de quien salimos y en quien siempre estamos. El auténtico y bienaventurado pobre de espíritu está dispuesto a a vencerse y doblegarse, a morir a sí mismo, a las tinieblas de lo que no somos, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí". Y si es Cristo quien vive en mí, puedo hablar, actuar, callar y ser como Él, con la autoridad verdadera, la que no viene del mundo sino del Reino.
Porque la Verdad no es una idea o un concepto, ni siquiera un estado o nivel de conciencia que haya que buscar, encontrar o alcanzar. La Verdad es una Persona, Jesucristo, que te llama, te busca y te encuentra; una Persona en la que, por Amor, ya somos Uno.
Como San Pablo, nos gloriamos en nuestra debilidad, y no permitimos que nuestras carencias y mediocridades nos frenen. Nos ponemos en camino como si ya fuéramos libres y capaces de todo, dando por descontado que Él es la fuente de nuestra libertad y nuestra fuerza. Su Palabra es nuestra luz y nuestra entereza, la fuente de toda autoridad.
Ponerse a tono con lo Real, sosegarse y saber que Él es Dios, como canta el Salmo 46, 10, vivir en la Presencia, cumplir Su voluntad para que el Padre y Él hagan morada en nosotros..., es la Comunión de las aguas que nos libera de lo que no somos, y nos recuerda nuestra esencia de Hijos amados, predilectos.
¿Cuándo hablo con autoridad? Cuando dejo de ser yo. Entonces es Él en mí. Tengo autoridad cuando pronuncio la Oración de Jesús, o del Corazón: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios ten misericordia de mí, pecadora.” De “tonta a brillante” (www.diasdegracia.blogspot.com) . El que se humilla será ensalzado. Los últimos serán los primeros.


                                                 "Ordet", La Palabra, C. T. Dreyer (1955)

              De tonto a brillante, de loco a cuerdo, de despreciado y compadecido, a hombre sano, íntegro, capaz de hablar con autoridad y obrar milagros, porque se pone bajo la Única Influencia legítima, la del Ser, encarnado en Jesucristo, Nombre sobre todo nombre.

24 de enero de 2015

Vamos con Él

Evangelio de Marcos 1, 14-20

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia”. Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.
 

                            Vocación de Pedro y Andrés, Michel Corneille, el Joven

              Hoy me recreo, más que otras veces, en el arte. La pintura, esta vez, como fuente de inspiración y anclaje para la oración. Pintores, escultores, arquitectos, músicos, poetas…, los artistas en general, al “activar” el hemisferio derecho del cerebro, el que permite la intuición, que solemos tener “adormecido” por potenciar más el izquierdo, de la lógica y la racionalidad, nos ayudan a ver lo que la mente racional nos oculta, y nos transmiten lo que está más allá de las palabras.
 
                             Llamado de Pedro y Andrés, Duccio di Buoninsegna
 
              La escena a la que hoy nos asomamos del Evangelio es inmediatamente posterior a las tentaciones del desierto. Jesús, acrisolada su alma por los cuarenta días de ayuno y oración en el desierto, vencido el Adversario, deja Nazaret, su infancia y su juventud, para empezar su misión junto al Mar de Galilea. Inicia su actividad pública con estas palabras: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia”. Es continuador del mensaje de Juan, predicando la conversión. Pero Jesús lo hará de un modo nuevo: no ya por miedo o amenaza, sino por anuncio y promesa, para el Reino que se acerca. Sobre esa inminencia irreversible: www.diasdegracia.blogspot.com
    Somos testigos y destinatarios del poder transformador de la Luz de Cristo que es alegría y salvación, libertad y justicia, consuelo, vida nueva.
Si los apóstoles se fiaron de aquel rabbí, cómo no fiarnos de quien nos ha dado la mayor prueba de amor con su muerte, y con su resurrección ha logrado la más clara demostración de credibilidad. Creemos sin ver, es cierto, y somos dichosos por ello, pero tenemos las pruebas que aquellos primeros discípulos no tuvieron: que Él es el Hijo de Dios, vencedor de la muerte. La vocación de estos cuatro apóstoles es un ejemplo de disponibilidad, porque la decisión de aceptar la vocación supone una entrega y un seguimiento incondicionales.
¿Qué hacían Pedro, Andrés, Santiago y Juan cuando Jesús pasó junto a ellos y los llamó? Trabajaban en su oficio, atentos, porque si estuvieran dispersos, distraídos, en proyecciones vanas e ilusorias, como andamos casi siempre, no se habrían dado cuenta de Quién les llamaba y para qué.
Eso es velar, hacer lo que hay que hacer, atender la necesidad del momento, serenos, atentos, a la espera de la llamada. Pero qué poco estamos hoy a lo que hemos de estar…; casi todos en el pasado muerto o el futuro ilusorio, en lo irreal, sin atender al presente, al afán de cada día…
 
                  Vocación de los apóstoles, Mosaico bizantino de San Apolinar, el Nuevo
 
Ellos ya están preparados para ser discípulos y servir. Tienen el corazón dispuesto para la compasión y la paciencia, tan necesaria para un seguidor de Aquel que no tiene donde reposar la cabeza. Por eso Él les hablará a ellos en privado, de un modo especial, diferente al que emplea cuando enseña en público, porque han dejado los valores materiales en favor de los espirituales.
La red material simboliza la mente convencional, inferior, desconectada del corazón. Es la actitud que separa e incita a poseer y acumular. Pero ellos eran ya capaces de soltar todo lo que separa, aísla, diferencia y cambiarlo por la entrega, el servicio, el amor. La barca es símbolo de los “vehículos” con los que nos movemos y actuamos en nuestra existencia terrena: intelectual, emocional y físico, tan llenos a veces de aparejos y lastre… Dejar la barca voluntariamente supone liberarse, renunciar, superar restricciones. Un discípulo está dispuesto a soltar y a no mirar atrás, para entregarse sin reservas.
Podemos suponer que ya habían tenido tiempo para madurar la decisión, pues era necesario un cambio radical y un seguimiento absoluto. Por eso, cuando Jesús los invita a seguirlo y compartir su misión, no preguntan nada, dejan todo y lo siguen, porque la semilla ya estaba creciendo en su corazón desde el primer encuentro.
La metáfora de la pesca aparece a menudo en el Evangelio (Mt 4, 18-22; Mc 1, 16-20) y también en el Antiguo Testamento (Ezeq 47, 10; Hab 1, 14-15). El símbolo del pez, usado por los primeros cristianos para reconocerse, contiene la esencia de la Revelación. Las letras de la palabra pez en griego, Ichthys, como vemos abajo, son las letras iniciales de la frase: "Jesús, el Cristo, Hijo de Dios, Salvador". 

 
Pescadores, hombres sencillos y humildes, escogidos para seguir a Jesús, el Cristo, el Mesías, y ayudarle a extender la buena nueva. Dejan todo por Él, a cambio de una promesa de paz y de amor para todos. Como dice Giovanni Papini, “el pescador es el hombre que sabe esperar, el hombre paciente que no tiene prisa, que echa su red y confía en Dios.” Humildad y paciencia, generosidad, pobreza de espíritu y confianza, virtudes que hoy escasean y debemos adquirir para ser fieles a la vocación aceptada.
Ellos son capaces de soltar las redes y cambiarlas por la entrega, el servicio, el amor. Un discípulo está dispuesto a abandonar cuanto lo mantiene apegado a su egoísmo, liberarse del lastre y caminar sin mirar atrás. Porque "nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios" (Lc 9, 62).
Qué privilegio ser llamado por el mismo Jesús, pensamos… ¿Lo seguiríamos hoy? ¿Lo seguimos? ¿Lo escuchamos siquiera? Para escuchar la llamada, hay que estar atento. Si nos dispersamos o distraemos, el mismo Jesús puede pasar a nuestro lado y no lo veríamos. Porque Él continúa llamándonos, a cada uno por nuestro nombre; nos está diciendo: “sígueme”, con una llamada personal y directa. Es Él quien nos busca, nos encuentra y nos llama, aunque pueda parecer lo contrario, que somos nosotros los buscadores.
¿Respondemos con un sí rotundo e incondicional? Para pronunciar ese “Sí” y mantenerlo con coherencia a pesar de los obstáculos que siempre encontraremos, es necesario transformarse por dentro, hasta ser capaces de vivir de otra manera, pensar y sentir de forma radicalmente diferente. Esa es la conversión a la que Jesús nos llama hoy, la Metanoia: del griego, volverse, dar la vuelta, movimiento interior de transformación de mente y corazón; cambio de los significados y sentidos de la vida. En hebreo, Teshuvá: conversión, arrepentimiento; ese gesto o cambio interior que permite mirar de un modo nuevo, no ya a la manera egoísta del mundo, sino a la manera generosa, abierta y libre de Jesús. Cuando se está dispuesto a dar ese paso decisivo, cuando uno se atreve, en lo más recóndito de su ser, a cambiar y rechazar para siempre lo que le esclaviza, empieza a estar preparado para ser discípulo.
 
                         Vocación de los primeros apóstoles, Domenico Ghirlandaio
 
El auténtico y bienaventurado pobre de espíritu ha de estar dispuesto a renunciar a sí mismo, a vencerse y doblegarse, a morir a las tinieblas de lo que no somos, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí".
Jesucristo sigue esperando nuestra respuesta libre: que aceptemos entregarnos sin reservas y ser de los Suyos. Pero a veces no reparamos en que, para dar algo, hay que tenerlo, para darnos hemos de ser dueños de nosotros mismos. Entonces, ¿hay que realizar un largo y considerable trabajo interior antes de emprender el camino del discípulo? Sí y no. Hay que ser consciente, en primer lugar, de todo lo que nos esclaviza: pasiones, apegos, inercias, miedos… y estar dispuesto a soltarlo. Normalmente no se logra de un día para otro, pero la intención ya nos predispone, porque Dios mira el corazón y procura todo lo que le falta al hombre de buena voluntad. “Te basta mi gracia, pues la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Cor 12, 9), decía el Señor a San Pablo cada vez que su voluntad flaqueaba, y nos lo dice a cada uno de nosotros, todos acosados por espinas diferentes, más o menos insidiosas. Por eso, también como Pablo, nos gloriamos en nuestra debilidad, y no permitimos que nuestras carencias y mediocridades nos frenen. Nos ponemos en camino como si ya fuéramos libres y capaces de todo, dando por descontado que Él es la fuente de nuestra libertad y nuestra fuerza
              Nos basta su gracia también hoy. Aunque nuestras fuerzas vacilen y las dudas nos quebranten, confiamos en una voluntad infinitamente superior, la de Jesucristo. Su Palabra es nuestra Luz y nuestra entereza, la fuente de toda abundancia, siempre mucho más allá de lo esperado o lo previsible. El que pone el Reino en primer lugar se sorprende al ver la abundancia de lo que viene por añadidura (Mt 6, 33) y descubre que, no solo no ha perdido nada, sino que recibe cien veces más (Mt 19, 29).
 
Metanoia
 
No sé de cuántas formas
habré escrito mi nombre...,
y todas ilegibles,
incomprensibles todas,
falsificaciones
de un original
más sencillo y fiel,
más claro y esencial.

Solo él me nombra
y me hace libre
si al oírlo me vuelvo,
reconozco Su voz,
recupero mi voz
y Le respondo.
 
 
     Pescador de hombres, Padre Jony
 

17 de enero de 2015

"Venid y lo veréis"


Evangelio de Juan 1, 35-42

En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: “Este es el cordero de Dios”. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscáis?” Ellos le contestaron: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?” Él les dijo: “Venid y lo veréis”. Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)”. Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro)”.


                           Mosaico de la Catedral de la Almudena, Marko Ivan Rupnik

           A tres semanas de haber renacido con el Niño, en Belén, después de haber evocado el Bautismo del Señor y nuestro propio bautismo, sentimos la llamada de ser discípulos, apóstoles, seguidores directos de Jesús (www.diasdegracia.blogspot.com ). Hoy nos fijamos en Juan y Andrés, dos de los que oyeron al Bautista y siguieron al Maestro.
       No sabemos cuánto tardaron los primeros apóstoles en decir sí a la llamada. Ya conocían a Jesús, lo leemos en el pasaje de hoy.
       Primero lo conocieron Andrés y el propio Juan, discípulos del Bautista. Él les preguntó: “¿Qué buscáis?” Ellos respondieron: “Maestro, ¿dónde vives?” Y Él les dijo: “Venid y veréis”. Qué diálogo tan profundo en su aparente sencillez, qué riqueza de significados para el alma del discípulo. No se puede decir más con menos palabras. Luego vino esa larga e íntima conversación que el Evangelio esboza, conciso y sutil. Después, como en una danza de alegre generosidad, fue aumentando el grupo de los escogidos para seguir a Jesús. Andrés y Juan (siempre discreto cuando habla de sí mismo) se lo dijeron a sus respectivos hermanos mayores: Simón y Santiago (Jn 1, 40-42). Luego vino el cándido Felipe (Jn 1, 43), Natanael (1,47) y, más tarde, los demás.

      Por eso, cuando leemos la escena que muestra un sí inmediato y un seguimiento total (Mt 4, 19), sabemos que les había dado tiempo para pensarlo. Porque hay tres momentos en la vocación de todo discípulo, a veces simultáneos, aunque casi siempre sucesivos, aunque para Dios y para el que vive en Dios no hay tiempo:
- La escucha de la enseñanza, la palabra sembrada en el corazón.
- El asombro y la admiración por los signos exteriores o interiores.
- La decisión de aceptar la vocación. Entrega y seguimiento incondicionales.      

        No hay mejor manera de avanzar en el camino del cristiano que remitirnos a Jesús y Su Palabra. El Mensaje desnudo es el crisol que nos transforma y nos prepara para seguirlo e imitarlo. Porque el Evangelio, la buena nueva de Cristo resucitado, es el Camino (1 Cor 15, 1-11).
       Venid y lo veréis, dice Jesús a Andrés y Juan, al inicio del Evangelio del discípulo  amado. Ve a mis hermanos y diles… dice a María Magdalena, al final de este mismo Evangelio (Jn 20, 17).
            Venid y lo veréis, venid a mis hermanos y decidles, nos invita a todos en esos dos momentos; id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación, nos encomienda al final del Evangelio de Marcos (Marcos 16, 15).
Porque es a nosotros a quienes está hablando a través de ese prodigio de Arte Objetivo que es el Evangelio. Sí, a ti y a mí nos dice: "Venid y lo veréis, ve a mis hermanos y diles…, id y proclamad la Buena Nueva… Porque ya sois Hijos, ya estoy en vosotros, ya podéis ser como yo…”

Saber dónde vive es necesario para recibir la Misión, el Propósito de nuestra existencia, porque saber dónde vive es vivir con Él,  hacerse como Él, ser Él. Cuando decimos con San Pablo ya no yo, sino Cristo quien vive en mí, ya hemos vuelto a Casa, ya sabemos dónde vive/vives/vivo y podemos hacer por, con, en Él. Somos enviados, apóstoles, testigo, alter Christus.
Creemos porque vemos con los ojos del corazón, porque confiamos en el testimonio de aquellos que vieron y, sobre todo, confiamos en el verdadero Testigo del Padre, Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

Le has seguido, a veces bien, a veces a regañadientes, tantas veces pensando y afanándote en otras cosas…; pero le has seguido durante muchos años. Él lleva ya tiempo preguntándote ¿qué buscas? Y tú le has preguntado varias veces ¿dónde vives? Ven y lo verás, te ha dicho, te dice día tras día, ven y lo verás. Ya es hora de que vayas y lo veas y te quedes con Él, en Él, y dejes que Él se quede a vivir para siempre en tu corazón que es su templo, y también lo es tu cuerpo (1 Cor, 6…).
            Él vive en ti; ven y velo; vive en tus pensamientos y tus sentimientos y también en tus manos y tus pies, en tu boca y tus ojos, en cada aliento, en cada latido de tu corazón.
            Él, más íntimo a ti que tú mismo, no te deja un instante. Ya te ha dicho: “Eres mío, te quiero hasta el extremo, levántate, deja de buscarme afuera. Yo soy tu caricia sutil, tan sutil que estoy en tu piel y en tu carne. Búscame en ti, piénsame en ti, siénteme en ti, hasta que puedas mirarme cara a cara y saber que mi mirada nunca te ha faltado. Aunque tus ojos de carne no puedan verla, acostúmbrate a sentirla, con la certeza de que estoy contigo, más cerca que nadie porque estoy en ti.
            Yo soy la culminación de todos los caminos que has seguido. Todos buenos porque no te han alejado de mí, de ti, de esta unidad que somos. Vívela, aunque los sentidos, abotargados en este mundo de sombras e ilusión, a veces tengan que retirarse para dejar paso a esos otros sentidos más sutiles y afinados, más cercanos a la experiencia de comunión y amor infinito.    Yo soy el Camino que recorres, la Verdad que buscas, la Vida que te da la existencia”.

            Haz de Él tu vida, tu mente, tu corazón, tu forma de ser y estar en el mundo. Él, tu pensamiento que dispersa los pensamientos mezquinos, vanos o inútiles. Él, tu Sentimiento que te libera de emociones negativas. Él, tu cuerpo, que te sana y te restaura en lo que aún tienes de mortal, el Cuerpo glorioso que va modelando el tuyo para el día en que podáis abrazaros y fundiros y expresar este amor que contiene todo amor, todo cariño, todo gesto de ternura.
            Lo que piensas y sientes te va modelando y configurando tu vida. Abandona los pensamientos mezquinos y céntrate en un pensamiento inmenso y excelso, capaz de transformarte en Él. Suelta todo sentimiento negativo y también los aparentemente buenos que esconden un fondo egoísta. Aunque el corazón, acostumbrado a emociones pequeñas y limitadas, se resista, escoge el único verdadero Sentimiento: Amor por Él y en Él por los demás, capaz de sanar, liberar, transformarte y transformar a cuantos me rodean.



Non nobis, Domine, William Byrd


Habla Andrés:

             No sé por qué le llamamos Maestro desde el principio, ni sé por qué le hicimos aquella pregunta tan rara a un desconocido, ni siquiera recuerdo si lo dijo Juan o lo dije yo, pero eso es lo de menos, sólo sé que dijimos “Maestro ¿dónde vives?”. Y él sin extrañarse nos dijo “Venid y lo veréis”. Nos llevó a una pequeña y humilde morada y allí, sentados sobre el suelo conversamos los tres durante horas, sin sueño, sin hambre, con el corazón agitado de alegría y esperanza.


Habla Juan:

            Desde esta eternidad de luz y plenitud, escucho a los hombres, les veo afanarse. Dicen que no entienden lo que escribí en un arrebato de amor. Apocalipsis, lo llaman, como si fuera posible poner nombre a un relámpago de asombro y lucidez. Él me dijo: "escribe", y en lo que tardé en reconocer su voz y descansar en su semblante, el mismo que me llenó de paz y de esperanza cuando lo encontramos, en un instante eterno o una eternidad fugaz como una estrella errante, lo escribí todo. Una visión tan nítida y tan llena de matices que podía contarse en un segundo o en un millón de años. Qué más da..., sigo escribiendo atento a su voz y su semblante lo que nadie comprende, ni yo mismo si dejo de mirarle y de sentir el puente luminoso que construye, que sigue construyendo…


 

Maestro, ¿dónde vives?, Hermana Glenda