20 de junio de 2015

"¿Quién es Este?"


Evangelio de Marcos 4, 35-41

Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla”. Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca, hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: “¡Silencio, cállate!” El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?” Se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Pero, quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”

                                           Tormenta en el Mar de Galilea, Rembrandt 
 

El asunto está claro ahora. Está entre la luz y las sombras, cada uno debe elegir de qué lado está.

                                                                              Chesterton (poco antes de morir)
 

La queja de los apóstoles, ante la calma y aparente indiferencia del Maestro, es, como tantas veces nuestras quejas, fruto de la ignorancia. Si supiéramos, con todo nuestro ser, no solo con  el intelecto, Quién es Ese que hace callar a las fuerzas de la naturaleza, la queja se transformaría en calma, confianza y amor. Porque ya no se trata de saberlo, sino, además, de sentirlo ( www.diasdegracia.blogsport.com).

No hay miedo ni sufrimiento si sabes que tu vida verdadera y la de aquellos que amas no peligra nunca. Por eso Jesús nos dice continuamente: “no temas”. Unidos a Él, estamos en la Vida, y somos capaces de vencer cualquier peligro de este mundo, esta vida virtual que no es la definitiva, porque Él ya ha vencido al mundo. Cuando somos conscientes de ello, no solo con la mente, sino con el corazón, el alma y el espíritu, no nos defendemos, no nos revolvemos angustiados y quejumbrosos frente a las circunstancias adversas o las dificultades, porque tenemos una confianza genuina, una fe que es motor y guía, porque creyente es el que no teme y creer es ser valiente.

En cambio, qué débil nuestra fe, qué inconsistente ante las pruebas, qué cobarde, si nos falta Su Presencia, si no hemos logrado esa consciencia. Pero qué fuertes y valientes podemos llegar a ser cuando somos conscientes de que es Él Quien nos sostiene y nos inspira.

"Te basta mi gracia, pues la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Cor 12, 9), le decía el Señor a Pablo cada vez que su voluntad flaqueaba. Nos basta su gracia también hoy. Aunque nuestras fuerzas vacilen y las dudas nos quebranten, confiamos en una voluntad infinitamente superior, la de Jesucristo. Su Palabra es refugio y fortaleza, el poder frente a las fuerzas de la oscuridad, que se nos muestran hoy como un huracán con fuerte oleaje.

Rema mar adentro, nos dice Jesús en Lucas 5, 1-11, el pasaje de la pesca milagrosa que contemplábamos hace tiempo. Rema mar adentro, intérnate en lo más profundo de tu ser, en esos espacios abisales de peligro y oscuridad, de inseguridad y desvalimiento. Rema mar adentro, adéntrate en tu alma, no te quedes junto a la orilla, donde todo resulta familiar y hacemos pie. La misión es para valientes, para los que se atreven a explorar sus propias profundidades, habitadas por monstruos y demonios, entidades malignas y sirenas perversas que siempre acechan, atrapan y esclavizan al que se deja engañar porque no está atento, o no está en su centro, abrazado al mástil de la Verdad.

Y la Verdad es Jesucristo. Es la respuesta a la pregunta que en la escena de hoy se hacen los apóstoles, que aún no le han conocido realmente. ¿Quién es este?, se preguntan espantados. Jesús nos lleva a ahondar en nuestro propio corazón porque la experiencia del encuentro con Él es personal; de ahí que la pregunta que se hacen hoy los apóstoles hemos de hacérnosla nosotros. Y la respuesta la vamos encontrando a lo largo del Evangelio de Marcos, en los otros Evangelios y, sobre todo, en nuestro corazón, en el encuentro de cada uno con “Este” que es el Hijo de Dios, el Verbo encarnado.

Solo Él tiene Palabras de Vida y una autoridad capaz de hacer callar al viento y calmar el lago. Que su Palabra sea nuestro alimento y nuestra guía, nuestra confianza, el antídoto de nuestra cobardía. No olvidemos que el imperativo que más a menudo aparece en los Evangelios es: "No tengáis miedo".

En otra escena en el lago de Tiberíades (Jn 6, 16-21), cuando Jesús caminó sobre las aguas, fue Él quien dio testimonio de Sí mismo: “Soy yo, no temáis”. Ahora nos toca a nosotros reconocer al Señor y manifestarlo sin miedo ni dudas. Nos toca ser testigos y dar testimonio, como hará toda criatura cuando llegue el momento, según anuncia el Apocalipsis (Ap 5, 11-14).


 
                            Por qué tengo miedo, Hermana Glenda
 

13 de junio de 2015

El Reino, la única opción


Evangelio de Marcos 4, 26-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”. Dijo también: “¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas”. Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía en parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
 

 


Con parábolas, para que le entiendan todos, y con su vida, Jesús anuncia el Reino de Dios, insistiendo en que no es un Reino lejano e inalcanzable, sino que está dentro de nosotros (Lucas 17,21), dentro y cerca (Marcos 1,15), y se actualiza en Él y en cada uno de los que acogen la Buena Nueva (Mateo 20,28).

Y ¿cómo es ese Reino tan cercano, tan íntimo? ¿Por qué no lo vemos? Porque está en un instante y mientras seguimos en el devenir temporal, solo podemos vislumbrarlo en ese instante sagrado en que velando, vigilando, abiertos al Misterio, conectamos con nuestra Esencia Original, Jesucristo, el Verbo increado.

Para los que siguen la Lógica convergente, que aparece a menudo en estos blogs, el Reino consiste en los Universos Originales anteriores a la creación, anteriores al Paraíso Original, que sería un nivel inferior en la Octava Cósmica. El Maestro hablaba de ello en parábolas porque es muy difícil expresar con palabras unos misterios tan inalcanzables para la mente limitada, atada a Cronos y al dualismo (dentro, fuera; anterior, posterior; superior, inferior…).

Jesús nos trae la nueva lógica y nos guía, nos eleva hasta Él para que comprendamos sin conceptos ni argumentaciones, como un latido, como un abrazo de amor verdadero, como una respiración. Nos hace vivir el Reino en el presente atemporal, que es plenitud y es coherencia y es potencia infinita.

Somos dichosos porque creemos sin ver, confiamos en Aquel que anuncia el Reino porque es el Reino y quiere que seamos Uno con Él, eternamente, que es más que siempre.

De este modo se asoma Enrique Martínez Lozano al misterio de lo inefable: “En la expresión “reino de Dios” volvemos a encontrar las “dos caras” de lo Real: la Plenitud que ya es, desplegándose o expresándose en la historia manifiesta; el Vacío y la forma; el Ser y los entes; el Misterio inmanifestado y las manifestaciones concretas… Y todo ello, sin ningún tipo de dualismo, sino en el Abrazo integrado de la No-dualidad en el que se reconocen, a la vez, las diferencias en las formas y la identidad o unidad compartida”.

Se nos está planteando como nunca, en planos que trascienden lo puramente intelectual, que solo hay una opción: el ojo de aguja, el camino estrecho. Por eso decido volver, con confianza y con alegría. “Desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor”, nos propone San Pablo en la segunda lectura de hoy (Corintios 5, 6-10). Es volver, regresar, y es hacerlo ya, aunque sigamos aparentemente aquí. De pie, la cintura ceñida, porque es la Pascua, el paso del Señor.
 
La gente sigue trabajando, afanándose, ilusionándose con los brillos artificiales de neón, en vidas virtuales, estériles, aparentemente ricas y felices, sin ver que es un sueño del que despertarán sentados sobre una calabaza. “Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre.” (Mateo 24, 37-44)

Desterrados del mundo, del que no somos, del cuerpo mortal, aunque siga sirviéndonos como vehículo, como instrumento,  regresamos a Casa con la alegría y la confianza del que sabe que hay Alguien que completa, restaura, perfecciona todo, toma las faltas, las distorsiones e incoherencias del pasado y las transforma en coherencia y propósito puro, claro, lleno de sentido. 
 
Y para el Camino de Retorno no hay nada que hacer, ningún sitio al que llegar, ningún bien que merecer. Como el que echó la simiente, solo cabe esperar, confiar… Es el morir a uno mismo y nacer al Sí mismo, de que hablan todas las tradiciones, que hace posible el santo abandono y, con él, ese despertar sencillo, directo y gozoso que nos descubre que la única tarea verdaderamente importante en este mundo es dejarnos mirar, amar y transformar por Él.