En
aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que echaba
demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los
nuestros”. Jesús respondió: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en
mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está
a favor nuestro. El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías,
os aseguro que no se quedará sin recompensa. Al que escandalice a uno de estos
pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra
de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale
entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se
apaga. Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida
que ser echado con los dos pies al abismo. Y si tu ojo te hace caer, sácatelo:
más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado con los dos ojos
al abismo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
El Sermón de la Montaña, Cosimo Rosselli
Si la Ley de Dios está
escrita en tu corazón, no produce miedo (como en el Sinaí), sino que inunda tu
alma de una dulzura secreta.
San Agustín
El
Evangelio de hoy nos pone nuevamente frente a dos sabidurías, dos lógicas o
paradigmas. La de aquellos que necesitan sentirse integrados en un grupo,
separados del resto, para poder decir de otros si son o no son de “los nuestros”.
Es la lógica mediocre y cobarde que se fundamenta en creencias, exclusividades,
divisiones, la lógica divergente del dualismo. Frente a esta lógica tibia y
ciega, está la lógica de Jesús, que se basa en la generosidad, la valentía, la
libertad, y tiende a unir, integrar, abrir, confiar… La primera es fuente de
miedo y confusión; la de Jesús es fuente de alegría y libertad, porque está
fundamentada en la verdad que hace libres. Es el nuevo paradigma basado en el
amor incondicional hacia todos, no solo hacia los que consideramos de “los
nuestros”. Para amar y aceptar a todos, es necesario no temer, pues amor y
temor nunca van unidos.
Ser valientes
y libres, dejar atrás la falsa seguridad que da la pertenencia aun grupo, supone haber conectado con ese nivel
de nosotros mismos que no necesita referencias externas. Ese centro de gravedad
permanente donde no hay miedo ni recelo, sino acogida y confianza. Recordemos
que el imperativo que más a menudo aparece en los Evangelios en boca de Jesús
es: "No tengáis miedo".
Si tu mano,
si tu pie, si tu ojo… Me libero de todo lo que me impide ser buen discípulo, aunque me duela. Si tu mano, si tu pie, si tu ojo…Córtatela, córtatelo, sácatelo… Es un
símbolo, claro está, una metáfora del sacrificio necesario para elegir un bien
mayor. Porque el Reino vale tanto como para renunciar a todo lo que nos
dificulta el camino hacia él. Así lo expresa Enrique Martínez Lozano: “Lo que se halla en juego reviste tal
gravedad que exige modificar radicalmente el modo de ver y de actuar: cortarse
la mano (modificar las acciones), cortarse el pie (cambiar de rumbo) o sacarse
el ojo (transformar la visión).”
No queda
tiempo para seguir dando vueltas como burros atados a la noria de las
experiencias. Seguir girando en ese infinito horizontal, tratando solo de
mejorar la “zanahoria” o la cuerda que nos ata a la noria, sería el camino
fácil, pero que no lleva más que a repetir experiencias, mejorándolas si acaso.
Sólo hay
una elección, volver a Casa, escoger el Reino, sin mirar atrás. Ojo de aguja,
camino estrecho, esa “cosa” que le faltaba al joven rico para ser santo y no se
atrevió a hacer… Es la decisión, de-ci-Sión, el regreso a Sión. Y para escoger
algo, hay que renunciar a algo, y esa renuncia, ese sacrificio hace sagrado (sacer fare) lo que se escoge y también
lo que se suelta, porque no hay separación y como la Obra es uno mismo, lo que
cojo y lo que suelto se funden, se transfiguran, se completan en mí, por la gracia de Aquel que hace nuevas todas las cosas.
Como
dice el general Lorens Loewenhielm de El
Festín de Babette (ver www.diasdegracia.blogspot.com
, post del 19-9-2015), en el discurso cuyo vídeo y texto están abajo, al final
tendremos todo, lo que elegimos y a lo que renunciamos…
Renunciamos
a bienes efímeros, por el Bien; a la riqueza que se apolilla, para la Riqueza
imperecedera; a amores pequeños, para el Amor. Y lo maravilloso es que el Bien
incluye todo bien, pues es la plenitud; la Riqueza, incluye la riqueza; y el
Amor, incluye el amor. Ahora entiendo con más profundidad lo de: El
que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o
tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Mt 19,29.
El que no está
contra nosotros está a favor nuestro. Si renuncio a lo que parece que está contra mí, descubro que estaba
conmigo, a favor mío, que siempre lo estuvo, y sólo estaba representando un
papel para ayudarme a escoger lo bueno y de lo bueno, lo mejor, esto es, lo
Bueno.
La
Unidad se manifiesta en una aparente división. Es el cierre de la apertura
temporal, la representación de este mundo que ya pasa y se disipa, para quien
logra ver el Reino entre nosotros en un instante vertical que te hace ver la
Unidad, donde todo surge y regresa a la vez.
Esa
persona que te distrae (dis-tracción), te dispersa (dis- persión), a veces te
divierte (di-versión) y otras te divide (di-visión) no está contra ti, al
contrario, está a tu favor, te está ayudando a hacer la única elección
legítima: el regreso a Casa, la apuesta por el Reino. Cuando
renuncias a ella, descubres que no solo no estaba contra ti, sino contigo, y
que ha sido impecable en su papel. Y la recuperas con una plenitud que no
imaginabas, ya no te impide que percibas el Reino atemporal donde eres, es,
soy, somos Uno.
Discurso
del General Lorens Loewenheilm, inspirado en el Salmo 85,
en
El Festín de Babette (1987), Gabriel
Axel
La
misericordia y la verdad se han encontrado. La justicia y la dicha se besarán.
El hombre, en su debilidad y falta de visión cree que debe tomar decisiones en
su vida. Tiembla ante los riesgos que corre. Conocemos el miedo…. Pero, no;
nuestra decisión no tiene importancia. Llega el día en que nuestros ojos se
abren, y descubrimos que la misericordia es infinita. Sólo es necesario
esperarla con confianza y recibirla con gratitud. La gracia no impone condiciones. Y, he ahí que
todo lo que hemos elegido nos es concedido, y todo lo que rechazamos también nos es concedido. Sí,
también recibimos lo que rechazamos. Porque la misericordia y la verdad se han
encontrado. Y la justicia y la dicha se besarán...
Porque cuando uno encuentra esa
misericoria y esa verdad dentro, y la justicia y la dicha besándose en su
corazón, se encuentra también consigo mismo, su auténtico Sí mismo, y con los
demás, todos hermanos, aunque algunos se empeñen, en vano, en decir
que no son de “los nuestros”.
En
aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del Hombre
va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto,
a los tres días resucitará”. Pero no entendían aquello; y les daba miedo
preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó: “¿De qué
discutíais por el camino?” Ellos no contestaron, pues por el camino habían
discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les
dijo: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos”. Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
“El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me
acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.
El lavatorio de pies, Tintoretto
¡Vanidad
de vanidades -dice Qohelet-; vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todos los esfuerzos
con que se afana bajo el sol? (...) Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. ¿No se sacian los ojos de ver, ni el
oído de oír? Lo que pasó, eso pasará; lo que se hizo, eso se hará: nada hay nuevo debajo del sol.
Eclesiastés 1,2-9
Cómo se
transforman los apóstoles viviendo junto al Maestro...; de ambiciosos, mezquinos,
cobardes, tal como se muestran en el pasaje de hoy, cuando aún no han comprendido que
los criterios de Jesús no son los del mundo, pasarán a ser dignos, sencillos,
fuertes y libres. De nuevo
se nos presenta la única elección posible, el camino estrecho, no seguirle el juego a esas voces que dentro y
fuera de nosotros nos incitan a la ambición, a los criterios del mundo: ganar,
competir, acumular, triunfar...
Para
comprender a Jesús hace falta recorrer el camino descendente, el de la
humildad. Ser discípulo Suyo, seguirle en su coherencia y su destino de cruz y
gloria, exige ser valientes y aceptar el abandono, la traición y el
menosprecio. Para nosotros todo se suaviza infinitamente, porque Él ya lo
sufrió en nuestro lugar. Por eso, la humildad es el signo distintivo del
discípulo.
Si
Jesucristo, todo un Dios que se hace hombre, vulnerable y limitado, por amor, fue
capaz de servir sin condiciones y amar hasta el extremo, sus discípulos hemos
de estar dispuestos, no solo a ser últimos, sino a amar ese "descenso", que no
es masoquismo, sino contrapunto de la vanagloria (vana gloria) del mundo, una de
las astutas consignas de adversario, el separador. Como el verdadero pobre de
espíritu, que no tiene nada ni quiere nada, ese abajamiento ha de ser un
ponerse a ras de tierra, humus,
auténtica humildad.
El
despreciado y rechazado, el cordero llevado al matadero,
la oveja que enmudece (Is 53, 3-7), el gusano, oprobio de los
hombres, desprecio del pueblo (Sal 22, 7)... Así anunciaban a Cristo las
Escrituras, antes incluso de la Encarnación. No nos escandalicemos ni miremos a
otro lado, o a esas imágenes que disfrazamos con encajes y oropel. Sí, el
"gusano"; ¿es posible más humildad del mismo Dios? Hasta ahí llegó
Su amor. ¿Hasta dónde llega el nuestro?
Si
decidimos seguir a Jesús con todas las consecuencias, iremos siempre más lejos,
más profundo, más vertical, más a la verdadera raíz, que es situarse en el
nivel de conciencia de la no dualidad, esa tramoya fascinante que sostiene el
drama de nuestras vidas, y desde ahí ver cómo se suceden todas las actitudes y
todos los personajes dentro de uno mismo. Ambiciosos y desapegados, primeros y
últimos, prepotentes y sencillos, obsesionados por la apariencia y siervos
fieles que encuentran su dignidad sirviendo, discretamente, en esa aparente
vulgaridad de lo cotidiano.
Porque, la verdadera sencillez y la
verdadera humildad no necesitan manifestarse. Cuántos, aparentemente humildes,
hacen alarde de una falsa virtud. El verdaderamente humilde ni siquiera
necesita saber que lo es, porque se sabe nada y ha alcanzado ya la dicha de los
pobres en el espíritu.
Cuando
comprendes con todo tu ser la gratuidad del Reino, sabes que no tienes que
defenderte de nada o prevalecer sobre nadie. Lo que mueve el mundo: deseos de
aceptación, reconocimiento, admiración, poder…, ya no importa; ni siquiera
aparecen esos conceptos de inseguridad, miedo, egoísmo y separación, en este
nuevo lenguaje claro y transparente del servicio, de la entrega, del amor.
Entonces
no pretendes destacar o ser valorado y admirado, te liberas de la
identificación con las apariencias, no necesitas reforzar ninguna imagen mental
propia o ajena, vives desde el Ser. Esta es la base de la auténtica libertad que
Cristo nos enseña continuamente porque nos quiere libres. La Verdad nos hace
libres y Él es la Verdad.
Ya
no somos buenos o malos, generosos o egoístas, soberbios o humildes, primeros o
últimos; hemos trascendido el mundo transitorio de la dualidad, y somos nada,
es decir, Somos, y en ese Ser, que es la fuente de la auténtica Bondad, de la
Verdad y la Vida, alcanzamos la plenitud, La cruz, que es antesala de la
resurrección, el sacrificio, la elección difícil (y fácil porque no hay otra en realidad para el que quiere regresar a Casa) hace posible que la obra sea entregada, la misión, cumplida. Nos acercamos a este Misterio de otra forma en www.diasdegracia.blogspot.com .
Esa
plenitud, donde ya somos reales y libres, la cruz aceptada que lleva a la Vida, nos
recuerda el propósito de la existencia, lo que hace que las experiencias tengan
sentido como combustible para el Retorno. Pero, a ese no-lugar infinito,
solo se accede por el camino estrecho, por el ojo de aguja del desapego y la
humildad. Para ser grandes, hemos de ser pequeños, para ser primeros, hemos de
ser últimos, para ser herederos del Reino hemos de ser siervos que hacen lo que
han de hacer, sin esperar recompensa, por "amor al arte", por amor.
En
aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de
Felipe; por el camino preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy
yo?” Ellos le contestaron: “Unos, Juan Bautista; otros, Elías, y otros, uno de
los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?” Pedro le
contestó: “Tú eres el Mesías”. Él les prohibió terminantemente decírselo a
nadie. Y empezó a instruirlos: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho,
tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser
ejecutado y resucitar a los tres días”. Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de
cara a los discípulos, increpó a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú
piensas como los hombres, no como Dios!” Después llamó a la gente y a sus
discípulos y les dijo: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí
mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida,
la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará”.
Evangelio de Mateo 16, 13-19
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos contestaron: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le respondió: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.
Evangelio de Lucas 9, 18-24
Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro tomó la palabra y dijo: “El Mesías de Dios”. El les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Y, dirigiéndose a todos, dijo: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará.”
Junto al Evangelio de hoy,
las versiones paralelas de Mateo y de Lucas.
Si Mateo subraya la
institución de la Iglesia y la primacía de Pedro, en Lucas, el evangelista
de la ternura de Dios, como señala Francesc Ramis, la llamada es universal,
nos mueve y pide una respuesta decidida, radical, nunca tan necesaria como en
estos últimos tiempos de temor y temblor donde se es o no se es
discípulo, se está o no se está junto al Maestro, que nos enseña a decir sí,
cuando es sí, y no, cuando es no…
Desde
el principio de su Evangelio, Marcos proclama que Jesús es el Mesías esperado: “Comienzo del evangelio de Jesús, el Mesías”
(Mc 1,1). La escena de hoy está en el centro de su
Evangelio, porque es el eje central de su relato, cuyo propósito más evidente
es mostrarnos qué tipo de mesianismo es el de Jesús. Por eso, a diferencia de
Mateo que da un salto en la escena y de Lucas que la omite, Marcos se centra
rápidamente en la sorprendente reacción de Jesús ante el empeño de Pedro de que
evite Su Camino de Cruz. Marcos no presenta a un Mesías triunfal según el
mundo, sino a un Dios que se hace hombre por amor y entrega su vida para la
salvación de todo el que la acepte
Si alguien pudiera demostrarme que la verdad está
fuera de Cristo y que realmente Cristo está fuera de la verdad, preferiría
estar con Cristo antes que con la verdad.
Dostoievski
La
trascendencia de lo que Jesús está preguntando se anuncia ya en el inicio de la
escena. Cada evangelista lo muestra de una manera. No se trata de una conversación
como cualquier otra. En Lucas, Jesús estaba orando solo, en presencia de sus
discípulos. La cuestión surge de la oración, de la comunión con el Padre, y
se dirige al corazón de los discípulos, a nuestro corazón. En Mateo y
Marcos van de camino, se dirigen a Cesarea de Filipo, que no es un lugar
cualquiera. Jesús ha escogido bien el tiempo y el lugar de la Revelación que
hoy nos ofrece, porque es "hoy" cuando quiere que le digamos Quién es Él para
cada uno de nosotros.
En aquel
momento, los apóstoles ya le habían reconocido como Mesías. Sin ir más
lejos, después de que manifestara Su poder contra los elementos, al apaciguar
la tempestad. Pero la doble pregunta es planteada en un momento crítico,
pues muchos discípulos han decidido no seguir, porque el camino les
resulta demasiado duro e incomprensible. Son los que no han sido capaces de ver
que solo Él tiene palabras de vida eterna. Además, han empezado a recrudecerse
las hostilidades contra un Mesías tan incómodo para tantos.
Cesarea
de Filipo se encuentra a los pies del monte Hermón. Un lugar hermoso,
refrescante, con ciervos, como canta el Salmo 42: “Como el ciervo brama por las
corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene
sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?”. Todo
habla del Mesías anhelado en la escena, si estamos atentos a estas claves.
Cesarea de Filipo está también muy cerca del Mar de Galilea En Isaías 9:1,
leemos: “Mas no habrá siempre oscuridad para la que está ahora en angustia, tal
como la aflicción que le vino en el tiempo que livianamente tocaron la primera
vez a la tierra de Zabulón y a la tierra de Neftalí; pues al fin llenará de
gloria el camino del mar, de aquel lado del Jordán, en Galilea de los
gentiles.”
Después de que
Pedro responda con espontaneidad y contundencia, en nombre de los doce, Jesús
les pide que no lo digan, que guarden silencio para que sigan ahondando en sus
corazones hasta llegar al sentido último de esta respuesta, y también para que
asimilen el nuevo anuncio de la pasión y las condiciones para ser verdadero
discípulo.
Y ahora,
callad para que todo se cumpla; y luego, hablad para que el mundo lo sepa. Los
anuncios de su pasión y muerte son siempre privados, en la intimidad del grupo
más cercano.
Ahora Pedro ha
manifestado el sentimiento de los apóstoles, madurado en esa íntima cercanía
con el Maestro, pero solo después de la Pasión y de la venida del Paráclito,
tendrán un conocimiento total y profundo de Quién es Él.
Jesús nos
lleva a ahondar en nuestro propio corazón porque la experiencia del encuentro
con Él es personal; de ahí que la pregunta vaya de lo exterior a lo interior.
De la
respuesta que demos, depende cómo sigamos el camino de discípulo, con qué
entusiasmo, con qué compromiso. Y luego, en la segunda parte de este Evangelio,
pone todas las cartas sobre la mesa para que el que decida seguirle sepa a qué
se enfrenta.
Apártate
Satanás nos dice tantas veces. Satanás, el príncipe de este mundo, el diablo, el
separador… Como nos preguntamos Quién es Él para nosotros, preguntémonos también
qué es lo que Jesús quiere apartar de nosotros y en nosotros, qué hay del
príncipe del mundo en cada uno. Apártate, renuncia a lo que te encadena a la
lógica diabólica, separadora del mundo, suelta lo que hay en ti que te impide
entregarte y aceptar la voluntad de Dios en tu vida… Llama a Pedro Satanás para
que suelte la lógica divergente del mundo de los hombres, dualista, lineal, de
triunfalismo y competencia.
La
lógica de Jesús es otra muy diferente; es la entrega por amor, la aceptación
alegre y coherente de la Voluntad del Padre. Una lógica que sorprende, porque
la mente no puede entender ni aceptar que los últimos sean los primeros y que
todo un Dios sirva y se humille hasta la muerte destinada a los malhechores.
Él
no deja de interpelarnos: ¿Quién decís que soy? ¿Permanecéis en mí y mis
palabras en vosotros? (Jn 15, 7) ¿Os sentís tan unidos a mí que vuestra
tristeza se convierte en alegría? (Jn 16, 20) ¿Lográis recordar, en las luchas,
que Yo he vencido al mundo? (Jn 16, 33).
Mirar
a Jesucristo, contemplar su vida, escuchar su enseñanza, asistir a su
sacrificio supremo, es la mejor vía para llegar a comprender qué es el reino de
los cielos en la tierra. Porque en Él confluyen todos los caminos que hasta su
nacimiento querían llegar hasta Dios. Y ya no es que Él sea un atajo, bien
claro lo dijo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Lo anterior a Jesucristo
es promesa, anuncio; lo posterior es incorporación, unión con Él. Y el que se
une a Cristo, se consagra a su seguimiento, vive ya en al reino de los cielos.
Siendo uno con Él, lo que Él realizó nos pertenece, forma parte de nuestra
nueva naturaleza.
Poco
después, como respuesta a la confesión de fe de Pedro en nombre de todos los
apóstoles, tres de ellos: el mismo Pedro, Juan y Santiago, serán testigos de la
gloria de Jesús en el Tabor, que prefigura la luz pascual de la Resurrección.
El “Yo Soy” se realiza en la Persona de Cristo: solo Él se ha revelado en “Yo Soy”, porque es el Hijo de Dios. En Él contemplamos la unión del cielo y de la tierra, del interior y del exterior y de todas las antinomias. Por eso decimos que Jesucristo es la Palabra definitiva de Dios, que se inmola a Sí mismo a través de Su Hijo, en un sacrificio irrepetible, donde Él es a la vez víctima inocente e inmortal, sacerdote todopoderoso, altar perpetuo y fuego puro. Si miramos el misterio del Calvario y la Resurrección con los ojos del corazón, descubrimos que el reino de los cielos es Jesucristo. Si la Encarnación es ya un acto de amor infinito de Dios hacia el hombre, su Sacrificio y su Resurrección son la plenitud de ese amor.
¿Qué buscaba Jesús planteando esta doble pregunta? ¿Qué resortes internos pretendía activar? De sobra sabe lo que dicen de Él, y conoce también lo que sienten los apóstoles. Siendo ellos débiles e inseguros, confesar la fe fortalecerá el compromiso necesario para la noche que se cierne sobre todos ellos; y sobre nosotros, habitantes del reino, exiliados en la gran tribulación.
Responder a la pregunta exige reacomodar mente, alma y corazón, para que, al manifestar Quién es para nosotros, podamos decirnos, a la vez, quiénes somos para Él. Supone salir de la tibieza que nos mantiene aletargados en la rutina muelle de nuestras comodidades. Responder es despertar, y bien sabe Jesús que para seguirle hay que estar despierto. Mientras uno no es capaz de plantearse para qué sigue a Cristo, en realidad no Le sigue, se deja llevar por la inercia, como en una manifestación masiva, en la que te ves arrastrado e incapaz de salir o de cambiar el rumbo.
Por eso me atraen y me inspiran los testimonios de los conversos, modelo de sinceridad y consciencia. Puestos a escoger, me quedo con el cardenal Newman, Chesterton y C. S. Lewis. Por la misma razón, no me dejo llevar por la tristeza que me embarga cuando pienso en los años que pasé aparentemente lejos de Jesucristo. No solo porque sé que la decisión de volver a seguirle es lo mejor que he hecho, sino porque Él siempre acaba demostrándome que, en realidad, nunca estuvo lejos, que siempre permaneció su imagen luminosa, su cruz y su Palabra en el centro de mi vida, como raíz, como horizonte, como sentido y meta.
Aquel proceso –no fue un instante, ni un día, aunque sí recuerdo un anochecer crucial, cénit inolvidable– que me llevó a plantearme Quién es Él para mí, me obligaba a averiguar quién soy yo. Y ahora la pregunta que me sigo haciendo para no volver a perderme es ¿quién soy yo para Él? Porque, si algo tengo claro después de tanto tiempo, tanta ausencia, tantos dones, es que sin Él no soy nada y con Él soy todo, así que mi destino es ser Suya y vivir por y para Él.
Podríamos pasar toda una vida o mil vidas de sueño e indolencia sin preguntarnos por nuestra más profunda identidad. Hacernos la pregunta esencial ¿quién soy yo?, que sucede de forma natural a ¿Quién es Él?, supone despertar y prepararse para vivir en el Reino. Así saldremos de las casualidades, lo accidental, lo inconsciente y mecánico, para edificar sobre roca una vida consciente y perdurable. Y no nos dejaremos arrastrar por la corriente, sino que seremos timoneles de nuestro destino.
Cuesta ahondar, claro que cuesta, por nuestra naturaleza caída, que se encadena a lo superficial a través de sensaciones, comodidades, seguridades… Pero antes o después hemos de tomar partido y escoger un sendero frente a otro. ¿Por qué no hacerlo ahora, que todavía hay luz? ¿Por qué no hacerlo antes de que sea demasiado tarde?
Preguntando Su nombre, pues ese es el fondo del doble interrogante de hoy, nos está preguntando nuestro nombre. Él podría decírnoslo, pero no nos serviría. Es necesario un esfuerzo de introspección para despojarnos de esa piel muerta de serpiente que nos asfixia y nos confunde con lo que ya no somos. Jesús quiere escuchar la confesión sincera y desnuda de los apóstoles, para que ellos/nosotros la escuchemos y la aprendamos para siempre. Porque, al decir Quién es Él, decimos a la vez quién somos, nuestro nombre verdadero, el nombre interior que anima nuestro ser, y esa respuesta consciente fortalece e inspira, nos confirma en la Misión. Pronunciar nuestro nombre verdadero es negar el viejo nombre y renunciar a la vida para salvar la Vida.
De igual modo, confesar Quién es Él conlleva coger la cruz cada día y seguirle, para amar como Él hasta el final y demostrar con las obras lo que hemos manifestado con la boca, con el pensamiento y con el corazón. No hay vuelta atrás para el que es sincero y consecuente; nuestra vida ya no nos pertenece, por eso nuestro cometido no es protegerla o conservarla, sino ofrecerla gratuitamente como Jesucristo.
Cada sufrimiento, grande o pequeño, cada frustración, cada angustia, cada ausencia, cada traición, vividos con consciencia y compromiso, supone atravesar con Él uno de sus desiertos o acompañarle, velando, en Getsemaní.
Como cristianos, debemos “repensarnos” una y otra vez, ponernos en cuestión a nosotros mismos y las creencias y prejuicios que nos condicionan y nos alejan de la Luz que es Jesucristo. Si nos resistimos a morir a las tinieblas del ego, no podemos nacer por segunda vez para ser Sus discípulos. El auténtico y bienaventurado pobre de espíritu ha de estar dispuesto a negarse a sí mismo, a vencerse y transformarse, renunciando a lo que impide ser discípulo, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí" (Gál 2, 20). Solo entonces encontramos la fuerza necesaria para cargar cada día con nuestra cruz y seguirle.
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón,
camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo
que, además, no podía hablar; y le pidieron que le impusiera las manos. Él,
apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la
saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: “Effetá” (esto es, «ábrete»). Y al
momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba
sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo
mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro
decían: “Todo lo ha hecho bien: hace
oír a los sordos y hablar a los mudos".
Todo lo ha hecho bien… ¿Qué es hacerlo todo bien? ¿Hacemos algo bien? Ojalá
fuera, al menos, esa nuestra intención,
nuestra actitud. Hacer las cosas bien, desde que Jesucristo vino al mundo, es
hacerlas a Su manera: con dignidad de Hijos, con amor verdadero, por el Reino,
para gloria de Dios. Que lo que hagamos se inscriba en este “código”, el único
válido; no validemos otros.
Apuntar hacia ese Bien consiste,
en primer lugar, en escoger los “quehaceres”, dejando de llenar la existencia
de tareas y actividades innecesarias y alienantes. Elijamos bien los “qué”, con
decisiones audaces y libres, y luego centrémonos en el “cómo”.
El sordomudo es símbolo de la
incomunicación. Cuando escuchemos y hablemos a nuestro prójimo, no veamos en él
a su ego, su personaje, sino a su ser verdadero, su esencia inmortal. Eso
requiere un aprendizaje para distinguir entre uno y otro, el virtual y el real,
el vehículo y el conductor.
Pero para escuchar al prójimo, conviene primero aprender a escucharse a uno mismo y, sobre todo, escuchar a
Jesús, porque solo Él tiene palabras de vida eterna, como leíamos en el
Evangelio de hace dos domingos.
Profundizando en una de las cuestiones
que se nos plantean hoy, ¿qué es hacerlo todo bien? ¿Ser eficaz, diestro,
meticuloso, perfeccionista? ¿Tener talento? ¿Ser resolutivo? Sí, claro, todo eso
y mucho más en la lógica del mundo. Pero
para Dios es otro el Bien, no es el bien que se opone a mal, sino el Bien que
integra y transmuta todo, el Bien que es Amor, Vida eterna; el Bien de lo que
perdura.
Jesús pasa haciendo el bien. Bien a
todos, “buenos y malos” conscientes e inconscientes, despiertos y dormidos, esa
es la justicia divina. Pasemos haciendo el bien, como el Maestro que todo lo
transforma, todo lo hace nuevo. Evitemos acumular bagatelas, tareas inútiles, compromisos
absurdos, distracciones, dispersiones… Vayamos una y otra vez al centro que lo
hace todo vertical porque lo real-iza.
Ese centro, camino estrecho, ojo de aguja,
por el que pasa el eje vertical de la cruz, el único centro donde podemos
empaparnos del Agua de la Vida que brota del costado de la Divina Misericordia. Es
la verdadera fuente de transformación porque toma lo pobre, lo imperfecto e
incompleto, lo “mísero”, y lo lleva al corazón “cor-cordis”: Miseri-cordia.
Volvamos entonces una y otra vez a ese centro; metanoia, vuelta, conversión, con-versión, sin distracciones, sin
olvidos, sin dispersiones.
Solo así podemos escuchar y hablar,
abiertos, effetá, libres, capaces de
distinguir entre las voces, Una, como el poeta bueno, y, en esa Voz, la palabra
que sana y libera, la palabra de vida eterna que nos muestra el camino de
regreso a Casa.
Sustituyamos
las viejas y cansinas canciones de la lógica del mundo por la única Canción, el
único Verso, el Universo Original del que venimos y al que volvemos.
Jesús proclama con claridad
irrepetible la nueva lógica, esa que últimamente pretenden atribuirse “gurús”
actuales. Nuevo Testamento, Evangelio, Buena Nueva, Todo fue ya pronunciado por
Él, pero no nos damos cuenta. No lo oímos porque no Le escuchamos. Tenemos muchas
veces los oídos cerrados a su Palabra, que es la única que salva. Solo Él tiene
palabras de Vida eterna, pero por inercia, por masoquismo, por pura distorsión
o por lo que sea, no Le escuchamos y preferimos palabritas mortales de seres
virtuales, palabritas vanas que se transforman en eco y luego en nada.
Escuchemos a Jesucristo, sigámosle, pasemos como Él haciendo el bien. Recordemos la consigna de Santa
Teresa que leíamos en el último post del blog amigo antes del verano, www.diasdegracia.blogspot.com, y que hemos intentado
cumplir entre aguas turbulentas: No os
pido más que Le miréis.