31 de octubre de 2015

Comunión de los Santos


Evangelio de Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos. Y él se puso a hablar enseñándoles: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.

 
                                           Políptico del Cordero Místico, Hermanos Van Eyck 


               Sólo tenemos una vida, hemos de ser santos.

             Maximiliano Kolbe.

 
De acuerdo, Maximiliano, hombre generoso y valiente…., pero ¿qué es ser santo?

Ser santo es imitar y seguir a Jesús en el Camino de regreso, desde aquí, desde la gran tribulación, este mundo de división, lucha, conflicto, separación, muerte y entropía que ya pasa.

A Su presencia nos dirigimos, como el grupo que aparece en la primera lectura de hoy (Apocalipsis 7, 2-4.9-14), a Su presencia, unidos, en este viaje de vuelta al Origen del que venimos. Con las vestiduras lavadas y blanqueadas en la Sangre del Cordero, habiendo renunciado a una vida virtual y a una identidad falsa, y habiendo optado por la Vida que somos en Cristo.

En la oración de la mañana, el Maestro me ha hecho comprender que las vestiduras blancas son la individualidad que conservaremos, después de que Él haya borrado de ellas toda mancha de egoísmo y falsedad. El agua y la Sangre que brotan del Corazón de la Divina Misericordia nos lavan hasta lograr un blanco deslumbrante (Mc 9, 3). Es también el nombre que encontraremos en la piedrecita blanca que se nos dará (Apocalipsis 2, 17), nuestro nombre verdadero, el que hemos venido a reencontrar, para abandonar esta matrix de mentiras y sueño.

Y, como dice la segunda lectura, aún no se ha manifestado lo que seremos, porque aún  no somos conscientes de dónde venimos y adónde vamos, ni de la chispa divina que late dentro. Porque todo el que tiene esperanza en él, se purifica a sí mismo, como él es puro (1 Juan 3, 1-3).

Al Origen regresamos, y no podemos perdernos, porque tenemos las Bienaventuranzas, que nos recuerda el Evangelio de hoy, una verdadera guía para el retorno, la plasmación de la lógica del amor, la confianza y la unidad, un canto a la coherencia, el compromiso, la responsabilidad con la decisión tomada. Bienaventuranzas, sabiduría y fidelidad del cristiano, camino de regreso para valientes, tras las huellas del Cordero-Pastor ( www.diasdegracia.blogspot.com ).

En la lógica del mundo, divergente, separadora, que valida el conflicto y la pérdida, el 1 de noviembre parece sombrío. Por eso nos hemos inventado un Halloween de t-error que subraya la distorsión, el miedo al miedo… En la lógica de Jesús, la lógica del amor y la unidad, el 1 de noviembre es la Fiesta de las fiestas, la celebración de la unidad y de la alegría. Es la conmemoración de la Meta, del destino en el que ya somos, la Comunión de los Santos, la Unidad.

Ser santo, es ser lo que eres realmente, más allá de los disfraces que te has ido poniendo a lo largo de tu vida. Recuerda el proyecto de Dios para ti y acógelo de nuevo con alegría y verdad, aquí y ahora, sin huidas ni excusas, sin imaginar ni ensoñar… Vuelve a ser lo que eras, serás, eres, pues para Dios no hay tiempo (1 Pedro 3, 8), recuérdate y verás cómo la angustia, la impaciencia, la dispersión de toda una vida en un sueño equivocado se convierte en combustible para el viaje de vuelta a Casa, donde nos esperan todos los santos, la Santa Compañía que convirtieron en algo espantoso, otro error de la distorsión, otro “te amo” convertido en “temo”, ese Halloween desquiciado que es una parodia, porque todos regresamos, libres y serenos.

Holy win, y no Halloween, los santos que somos regresamos victoriosos al encuentro del Cordero cuya Sangre nos limpia y nos transforma. Comunión de los Santos, Vida verdadera que estalla en alborozo, dicha eterna. Un solo anhelo vertical nos une, una muerte para la Vida, un regreso de todos a la Casa del Padre, sin vuelta atrás.
 
 
MORIR SOLO ES MORIR
 
Y entonces vio la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.
 
Morir solo es morir, morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.
 
Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver el amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
 
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.

                                                                                  José Luis Martín Descalzo
 

                                                      Morir solo es morir, Pipo Prendes


Algunos aforismos de un libro inédito sobre la muerte como Dies Natalis (día del nacimiento):

  
MORIR SOLO ES MORIR

La muerte no es extinguir la luz; es apagar la lámpara porque ha llegado el amanecer.
                                                                                             Rabindranath Tagore


Lo difícil no es aceptar que un día vamos a morir. Lo realmente difícil es atreverse a morir cada vez que sea necesario.
 
Aprende a ver la muerte como comienzo, trampolín desde el que zambullirnos en la eternidad.

La muerte es un verdadero rito de iniciación para el que todos debemos prepararnos.

Somos dueños de nuestros estados interiores. ¿Por qué no cambiar el miedo a la muerte por el deseo de que llegue cuando tenga que llegar?

Si un hombre lograra pensar de verdad, sin estrategias de huida, en su propia muerte, sería capaz de despertar y emprender el camino que conduce hacia la libertad.

La muerte es la entrada en una vida más real, una vida que no se agota, sino que mana incesante y transparente.

Imagina que mueres ahora. ¿Sientes paz y aceptación? Si no es así, trata de descubrir qué debes cambiar para que cuando llegue el momento puedas afrontarlo con paz.

Lo que eres será tuyo por siempre. Alégrate de saber que nada esencial puede perderse.

Las personas conscientes miran su vida sin dejar de mirar también a su muerte. Eso les da una perspectiva completa y todo cobra su verdadera dimensión.

Pensar en la muerte no es vivir menos, no es ir claudicando o rindiéndose, no es renunciar a la vida; al contrario, es vivir con coherencia y valentía.

Soltar, abandonar, disolver, deshacer, desatar... ¡Liberar! Y el tiempo que nos quede, que sea un paseo luminoso.

Ser consciente de nuestra mortalidad es una actitud lúcida y liberadora, un reloj de arena que lleva entre sus granos muchas piedras preciosas, diminutas e inmensas.

Gran tesoro es ser conscientes de que estamos muriéndonos desde que nacemos. Vivamos velando, despiertos, para no olvidarlo y así reconocer esa otra cara de la moneda: nuestra dimensión eterna.

Temes morir porque aún no sabes que la muerte no es desaparecer, sino pasar al plano de lo Real.

Prepara una buena muerte viviendo cada minuto de tu vida en profunda fidelidad con lo que eres.

Hemos sido esclavos del sueño y la ilusión demasiado tiempo; es hora de volver a lo Real, donde somos eternos y libres.

24 de octubre de 2015

Ver


Evangelio de Marcos 10, 46b-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y mucha gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”. Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”. Llamaron al ciego diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama”. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha curado”. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.


                                             Jesús cura a un ciego, Sebastiano Ricci


Yo sé que está vivo mi Redentor, y que al final se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios: yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán.
                   Job 19, 27-27
 

El ciego Bartimeo, es hoy modelo para nosotros por las actitudes que manifiesta: el deseo de ver, que es deseo de despertar y encontrar la Verdad, la gratitud, y la seguridad en seguir a Aquel que ha reconocido como Hijo de David, antes de ver, y como Mesías, Hijo de Dios, recuperada la visión. 

El hijo de Timeo se dirige al Hijo de David. El ciego invoca a la Luz del mundo. ¿Cómo no saltar, cuando la Luz que anhelas pasa por tu lado?

Ciego, apartado, pidiendo limosna, grita, Jesús le llama y suelta el manto, da un salto y se acerca: ese movimiento de la fe que le hace expresar su petición es lo que hace posible su curación.

Todos somos ciegos y, antes de que pase Jesús, Camino, Verdad y Vida, estamos sentados al borde del camino, en lo falso y estancado, sintiéndonos separados, incapaces, pidiendo limosna… Muchas de nuestras actividades aparentemente necesarias son una petición de limosna al mundo. Inútil petición, pues solo una cosa nos falta y por tanto solo una cosa hemos de pedir: reconocer el Camino de vuelta a casa y seguirlo.

Date cuenta: Él te llama; te está llamando continuamente. Suelta el manto, da un salto, acércate a él y pídele ver. Él hará que veas, para que puedas volver al Camino, que es Él mismo. Abandona las tinieblas, la Luz verdadera te llama. Confía, suelta todo, salta, ve hacia Él, y síguele por el camino.

Porque la Verdad no es una idea o un concepto, ni siquiera un estado o nivel de conciencia que haya que buscar, encontrar o alcanzar. La Verdad es una Persona, Jesucristo, que te llama, te busca y te encuentra; una Persona en la que, por Amor, ya somos Uno. Reconocer esto es dejar de sentirnos separados, apartados o incapaces, es descubrir una fuerza que nos hace saltar y dejar todo, es Ver. Ver-dad. El que ve siente el imperativo interior de dar, de compartir su visión, ese tesoro por el que se vende todo. El que estaba ciego y pedía, ahora ve y da porque ha reconocido la Verdad.

Como San Pablo, nos gloriamos en nuestra debilidad, y como Bartimeo, somos conscientes de nuestra pobreza, pero no permitimos que nuestras carencias y limitaciones nos frenen. Saltamos, dejamos el manto y las limosnas del mundo, y nos ponemos a seguirle por el camino, libres, capaces de todo, porque reconocemos que Él es la fuente de nuestra libertad y nuestra fuerza. Despiertos, seguros, viendo y siendo vistos por el Ser, encarnado en Jesucristo, el Hijo de David e Hijo de Dios.

El ciego salta con prontitud en la respuesta, pero porque Jesús le ha llamado. Él siempre llama antes, ama antes, sana antes de que se lo pidamos. Dice Cabodevilla: Mientras el arrepentimiento anda a su lento paso, la misericordia corre, vuela, precipita las etapas, anticipa el perdón, manda delante, como un heraldo, la alegría.

El ciego pide compasión, misericordia al que ya reconoce como la Fuente de la misericordia. En la propia palabra misericordia, vemos cómo se integra y se transforma simbólicamente la miseria humana en el corazón que ama (miseri–cordia; cor/cordis, corazón), para crear una nueva realidad de compasión y perdón, de libertad y alegría.

Hoy hemos contemplado de nuevo la misericordia de Dios manifestada en su Hijo. La misericordia hace posible la sanación real, que es mucho más que una ceguera física superada o una visión de los ojos recuperada, es ver con los ojos interiores, saber, reconocer la Fuente de toda sanación.
 
 
 
Tan solo he venido, Juan Luis Guerra
 

La misericordia de Dios, es el amor que obra con dulzura y plenitud de gracia, con compasión superabundante. La mirada dulce de la piedad y del amor jamás se aparta de nosotros; la misericordia nunca se acaba. He visto lo que es propio de la misericordia y he visto lo que es propio de la gracia: son dos maneras de actuar de un solo amor. La misericordia es un atributo de la compasión, y proviene de la ternura maternal; la gracia es un atributo de gloria, y proviene del poder real del Señor en el mismo amor. La misericordia actúa para protegernos, sostenernos, vivificarnos, y curarnos: en todo esto es ternura de amor. La gracia obra para elevar y recompensar, infinitamente más allá de lo que merecen nuestro deseo y nuestro trabajo.

Juliana de Norwich

17 de octubre de 2015

Disponibles para el Reino


Evangelio según san Marcos 10, 35-45

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”. Les preguntó: “¿Qué queréis que haga por vosotros?” Contestaron: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Jesús replicó: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” Contestaron: “Lo somos”. Jesús les dijo: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado”. Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan”. Jesús, reuniéndolos, les dijo: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.

                                        Lavatorio de pies, Duccio di Buoninsegna


                      Entonces el hombre bueno llamó a Gawain, y le dijo:
-Mucho tiempo ha pasado desde que fuiste hecho caballero, y desde entonces nunca serviste a tu Creador; y ahora eres un árbol tan viejo que no hay en ti hoja ni fruto; así que piensa que rendirás a Nuestro Señor la pura corteza, ya que el demonio tiene las hojas y el fruto.

                                           La muerte de Arturo, sir Thomas Malory


Querer ser el primero o el mayor o el mejor situado en el Reino es una contradicción, es pretender trasladar la lógica de este mundo transitorio, de competencia y separación, a la realidad eterna. Es desviar la mirada, enfocarla y enfocarse en los méritos del mundo, que son al final, como cantaba Machado, para el polvo y para viento. Santiago y Juan ven las cosas aún como el mundo, no como Dios, como le dijo Jesús a Pedro en otra ocasión (Mateo 16, 23). Porque el más grande, el único grande, vino a servir. La lógica del mundo: triunfar, acumular, asegurar, dominar, controlar, es muy diferente a la lógica de Jesús: compartir, amar, ayudar, perdonar…; en definitiva: servir y dar la vida.

Cuando nos damos cuenta de que la ambición, la vanidad y el egoísmo nos atan a lo perecedero, empezamos a comprender la lógica del Reino y dejamos de perseguir zanahorias como burros atados a una noria.

Vemos hoy de nuevo la gran diferencia que existe entre nuestros pobres y débiles propósitos y el Propósito. El cáliz lo beberemos…, todos, cada uno según el designio divino. El puesto, ¿qué importa? Lo importante es amar, vivir de verdad, sirviendo, disponibles para ese Plan. Los sufíes nos recuerdan con versos vibrantes de belleza que lo importante es amar por amor, no amar por el premio. El que ama por el premio tiene premio en el nivel de la representación de este mundo que ya pasa, de su mérito personal, dividido, separado, ilusorio (persona en griego significa máscara). Y es tan pequeño nuestro mérito…, tan insignificante… El que ama por Amor reconoce que el mérito es del Amado y teniendo su premio en Amar, recibe todos los premios.

Somos notas en una sinfonía, instrumentos en una gran orquesta. ¿Qué nota eres? ¿Qué instrumento eres? Cuando lo descubres, te puedes centrar en interpretar tu parte, y la dicha es inmensa porque eres la nota, el instrumento, la sinfonía y el Compositor. Si los puestos están reservados, ¿de qué preocuparse? De nada, solo ocuparse en amar Lo Que Es.

En Mateo 20, 21, es Salomé, la madre de Santiago y Juan, los Zebedeos, los Hijos del Trueno, impulsivos y apasionados, la que pide a Jesús que siente a sus hijos a Su lado, derecha e izquierda, en el Reino. Sea quien sea quien hace esta petición inmadura e incoherente vemos reflejada nuestra incoherencia, porque ese mirar por el bien propio (un bien falso, basado en criterios del mundo), es a menudo nuestro afán y  nuestra queja. Vivimos condicionados por la comparación; seguimos “a lo nuestro”. Pero el Primero se puso el último; qué contraste entre nuestro corazón y el del Jesús, que ama y sirve sin medida.

Cuando empezamos a pensar y sentir con Jesús, fundidos en Su Voluntad,  descubrimos que no hay puestos que asegurarse, ni vacíos que llenar, porque estar disponible, servir y hacer lo que hay que hacer en cada momento ya llena los vacíos y ofrece una seguridad que no tiene nada que ver con la del mundo. www.viaamoris.blogspot.com

Acostumbrémonos a “negarnos a nosotros mismos”, que es renunciar al reconocimiento y los privilegios, para servir, ocuparnos de la necesidad del instante, unidos a Jesús, que vivió nuestra vida para que vivamos la Suya. Libres, serenos, sin vivir en el sueño del pasado o el futuro, siempre irreales.

Porque solemos vivir distraídos e identificados constantemente por todo y por todos los que nos rodean. Cuántas veces en un día vacilamos, dudamos, nos perdemos en disyuntivas inútiles, proyectando posibilidades y futuros ilusorios, reaccionando ante lo que los demás dicen y hacen, o incluso ante lo que no dicen y lo que no hacen.

El antídoto para esta locura que nos consume es siempre el mismo: mirar a Jesús, atentos a Él en nosotros y a nosotros en Él. Si le miramos a Él, atentos, disponibles,  aprenderemos humildad, servicio, olvido de sí, recuerdo de Sí, amor verdadero.

Y como tantas veces en la enseñanza de Jesús, la paradoja nos abre nuevas perspectivas de comprensión. Servir, ser esclavo por amor nos da la libertad del que se sabe nada y por eso está preparado para ser todo. El que confía en sus propias fuerzas, limitadas y volubles, sirve a su amor propio, este ídolo que se ha fabricado él mismo. Pero el que descubre que por sí mismo no puede nada ni sabe nada, busca su apoyo en Aquel que puede todo, sabe todo, Es todo y allí encuentra la razón de su esperanza, su confianza, su alegría. 

Y ya no se trata de mejor o peor, primero o último…, se trata de ser por Cristo, con Él y en Él. Más allá de la mente y sus límites, en el Reino, que está dentro de cada uno, donde todo es amor y por eso no hay que medir los méritos. Es la actitud que el Maestro nos ha enseñado: poner todo en manos del Padre y recibir de Él cada día la vida nueva con su riqueza y plenitud, con sus infinitos dones.

Aprendamos a vivir sin calcular ni competir, soltando, entregando todo lo que no somos y recibiendo, acogiendo lo que somos realmente y habíamos olvidado. Es también la actitud que nos permite parar, dejar de afanarnos, de controlar y asegurar. Porque vivir sirviendo, disponibles, de pie, como peregrinos, las sandalias puestas, la cintura ceñida, listos para lo que se presente, no consiste en no hacer nada, sino soltar la actitud del “tengo que”, “debo de”, esos afanes que a Marta le impedían escoger la mejor parte.

Cuando soltamos los afanes que nos dispersan y estamos disponibles para lo Real, descubrimos que no hay que proyectar o perseguir futuros ilusorios porque todo Es ahora, el Reino es ahora y estamos en él, cada uno en su puesto, el que nos fue asignado desde siempre.

                                                   El vanidoso, de El Principito


EL PRINCIPITO. A. DE SAINT- EXUPÉRY. CAP XI

El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso:
-¡Ah! ¡Ah! ¡Un admirador viene a visitarme! -Gritó el vanidoso al divisar a lo lejos al principito.
Para los vanidosos todos los demás hombres son admiradores.
-¡Buenos días! -dijo el principito-. ¡Qué sombrero tan raro tiene!
-Es para saludar a los que me aclaman -respondió el vanidoso. Desgraciadamente nunca pasa nadie por aquí.
-¿Ah, sí? -preguntó sin comprender el principito.
-Golpea tus manos una contra otra -le pidió el vanidoso.
El principito aplaudió y el vanidoso le saludó, levantando el sombrero.
"Esto parece más divertido que la visita al rey", se dijo para sí el principito, que continuó aplaudiendo mientras el vanidoso volvía a saludarle quitándose el sombrero.
A los cinco minutos el principito se cansó con la monotonía de aquel juego.
-¿Qué hay que hacer para que el sombrero se caiga? -preguntó el principito.
Pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos solo oyen las alabanzas.
-¿Tú me admiras mucho, verdad? -preguntó el vanidoso al principito.
-¿Qué significa admirar?
-Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más bello, el mejor vestido, el más rico y el más inteligente del planeta.
-¡Si tú estás solo en tu planeta!
-¡Hazme ese favor, admírame de todas maneras!
-¡Bueno! Te admiro -dijo el principito encogiéndose de hombros-, pero ¿para qué te sirve?
Y el principito se marchó.
"Decididamente, las personas mayores son muy extrañas", se decía para sí el principito durante su viaje.
                                                                     ***

El Principito no necesitaba despertar de un cuento de hadas ilusorio para vivir de verdad. Nosotros sí, porque perdemos la vida con proyecciones, imaginaciones, vanidad de vanidades, que decía Qohelet… Despertamos para vivir conectados con Aquel que nos creó, nos redimió y nos santifica si aceptamos Su obra en nuestras vidas. Confiamos en Él y Le entregamos lo que no somos para que lo transforme en la mejor versión de nosotros mismos, la que Él soñó antes de todos los tiempos.



10 de octubre de 2015

La sabiduría de soltar

Evangelio de Marcos 10, 17-30

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. Él replicó: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme”. A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!” Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: “Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! ¡Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios!” Ellos se espantaron y comentaban: “Entonces, ¿quién puede salvarse?” Jesús se les quedó mirando y les dijo: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”. Pedro se puso a decirle: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Jesús dijo: “Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura vida eterna”.



                  Escena de El Evangelio según San Mateo de Pier Paolo Pasolini (1964)


Se entra desnudo en la vida. Se entrará desnudo en el reino de los cielos, pues si desnudo se nace, desnudo se renace. Solo quien se ha despojado de riquezas, de ambiciones, de poderes, de falsas ilusiones, de odios y revanchas, podrá seguir esa nueva palabra creadora que le introducirá en el Reino. Pues es cierto que Jesús no viene a empobrecer al hombre, pero sí a sustituir una riqueza pasajera por la gran riqueza de Dios.

       J. L. Martín Descalzo


El Evangelio de hoy nos muestra de nuevo un encuentro personal con el Señor. El joven rico no se da cuenta de Quién le está hablando. Jesús solo menciona los mandamientos que tienen que ver con las relaciones entre hermanos, como no podía ser de otra forma en Aquel que viene a completar la ley con el Amor.

Porque cumplir la ley no basta. Ser cristiano es mirar a Cristo, seguir a Cristo, convertirse en Cristo. Para ello hay que dejar de mirarse uno mismo, soltar esa pequeña identidad que nos cierra y esclaviza, que nos impide amar y ver al Señor de la vida, cada vez que viene a nuestro encuentro. 

La primera renuncia: al “pesar” (se marchó pesaroso), al sufrimiento vano que se fundamenta en falsas creencias. A validar lo falso, a poner la confianza en lo que por naturaleza acabará fallando y desengañando. ¡Bendito desengaño, sobre todo cuando llega pronto!

No está hablando Jesús precisamente, o solamente, de los ricos que poseen riqueza material. Es otro tipo de riqueza y otro tipo de acumulación, que tiene que ver con una actitud ante la vida, lo que lastra.

Rico hoy, en este final de los tiempos que transitamos, es aquel que acumula, pero no sólo dinero, o no especialmente dinero, sino, sobre todo, posibilidades. Cuántas veces nos comportamos como este joven, identificándonos con cualquier bagatela que nos sale al paso, distrayéndonos de lo único importante, que es mirarle a Él, escucharle a Él, convertirse en Él. Lo que falta, la cosa que falta, es renunciar a todo lo que nos separa del reino y escoger la mejor parte, la que nos lleva a Casa, de retorno al Origen del que venimos.

 “Se le quedó mirando…” –en griego, emblépsas– es la misma palabra que encontramos en Juan 1, 42, cuando Jesús se queda mirando a Simón y le llama Pedro, y en Lucas 22, 61, cuando le mira después de la triple negación. Cómo sería la mirada de Jesús, que capacidad de transformar tendrían los ojos de este hombre que es mucho más que un hombre… Pero el joven rico no lo ve, ni escucha la llamada porque solo se ve y se escucha a sí mismo, esa imagen de sí mismo con la que se siente seguro, fuerte, bueno… Como diría Gurdjieff, el joven rico se canta a sí mismo su propia canción y eso le hace sordo a la Palabra.
 
En otra ocasión hemos comparado la actitud del joven rico, tan “puro”, tan “impecable”, pero tan tibio, con la de Zaqueo, el pecador que se arrepiente de corazón porque encuentra en su interior la capacidad de ver, escuchar y ser como un niño.

Dormido durante años, con el lastre de tantos y tan graves pecados, Zaqueo fue capaz de hacer lo que el joven rico no pudo. En un instante, despertó, soltó su apego al dinero y el poder, se vació de sí mismo, para llenarse del mensaje de Jesús, de ahí su contento y su infinita generosidad.

Porque lo que Jesucristo condena es la riqueza de espíritu. Y Zaqueo pasó por alto los prejuicios, el qué dirán, volviendo a ser como un niño. El jefe de publicanos, de baja estatura, se crece por dentro cuando siente la mirada del Señor. Se deja enamorar y adquiere una dignidad que jamás había soñado, su verdadera altura, su talla espiritual. Entonces, poniendo al descubierto su esencia, inocente y espontánea, audaz y limpia, se apresura, baja, emprende el camino descendente, que es el camino del discípulo de Jesús, y Lo recibe en su casa, muy contento. Y no solo se conforma con hospedarlo alegremente, y agasajarlo ese día, experimenta una conversión radical, profunda y definitiva, que demuestra con obras.

Qué diferente la respuesta de Zaqueo, de la del justo, irreprochable joven rico (Mt 19, 16-30; Lc 18, 18-30; Mc 10, 17-30). Los dos son ricos, y Zaqueo, además, un pecador empedernido, pero tan valiente y limpio de corazón, como para mirar su miseria y convertirse en un pobre de espíritu. El rico cumplidor se escuda en su trayectoria, impecable, sí, libre de pecado evidente, pero tibia, cobarde, mediocre.

Con su actitud confiada y humilde, sin defensas, excusas o palabras vanas, Zaqueo alcanza la verdadera riqueza, el tesoro del amor, que es la fuente de la alegría que no nos quitarán.

Ver la propia miseria es un valioso regalo que nos hace humildes y disponibles. Nos saca del anestesiante amor propio, nos desbloquea y nos prepara para la conversión. Pero el joven no puede ver su miseria, solo ve su aparente bondad. El que se cree algo no es nada ni puede hacer nada. Si creemos tener algo y nos aferramos a ello, lo perdemos todo como vemos hoy en www.diasdegracia.blogspot.com .

El joven rico no ve más que su impecable, muerta perfección. Quiere verse a sí mismo en el rabbí, que Jesús le valide en sus falsas creencias. No está dispuesto a mirar desde el vacío del que reconoce que no sabe nada y se ha desprendido hasta de su identidad.

Porque Jesucristo ha venido a buscar lo perdido. Los “perdidos” tal vez han purgado ya con sufrimiento todos sus errores, esos pecados que los "justos" tal vez habrían cometido si no fueran cobardes. Como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo, que parece envidiar las andanzas que vivió su hermano antes de caer en la pobreza.

Zaqueo reconoce su pequeñez, pero es Jesús quien desencadena su conversión, acercándose a él, mirándole, pronunciando su nombre. No hay conversión sin humildad; el jefe de publicanos ha sido avaro, injusto, egoísta, pero se deja transformar. Se da cuenta de que el Maestro tiene todo lo que ha buscado siempre, y también todo lo que ha echado de menos en sí mismo. Por eso no duda, tan evidentes son la fuerza y la convicción de ese rabbí.

Jesús también mira al joven rico, como miró a Zaqueo. Le mira y le ve. Pero el joven no ve a Jesús, se ve a sí mismo porque solo busca validación, ser reconocido, aceptado, aplaudido. Está en el competir y comparar del dualismo.

Y en el encuentro trascendental, el publicano, de esencia limpia y libre, no necesita largos sermones o catequesis, ni ir asimilando poco a poco la enseñanza. Su sed es tal, que se la bebe de un trago, la recibe y la hace suya en un instante que vale por toda una vida.

Cómo contrasta el pesar del joven rico al no poder soltarlo todo con la alegría de Zaqueo…  Y cómo no estar contento y expresarlo ante tal don… Porque Jesús quiere que su alegría esté en nosotros y llegue a su plenitud (Jn 15, 11). Una alegría instantánea si acogemos el mensaje con inocencia, una alegría capaz de disipar toda tristeza (Jn 16, 20), una alegría tan auténtica y profunda que nadie nos la quitará (Jn 16 22).

El que conoce esta alegría atemporal, completa, deja de apegarse a las seguridades, placeres, privilegios de este mundo. Ha cambiado de tal modo su actitud, su escala de valores, su visión de sí mismo y de la vida, que no necesita, como el joven rico cree necesitar, atrincherarse frente al sufrimiento o la penuria, porque es ya habitante del Reino de la Alegría y se dispone a vivir como tal.

La clave es nuevamente el consejo que Santa Teresa daba a sus hermanas: No os pido más que le miréis. Del amor propio que ciega y cierra, al olvido de sí para el Recuerdo de Sí, la única referencia válida y que nos valida en lo Real: el Verbo increado que nos mira con los ojos profundos y misericordiosos de un hombre que es mucho más que un hombre. De mirar el propio ombligo a mirar el bendito Origen del Universo. Del no saber al Saber, la verdadera Sabiduría que canta la primera lectura de hoy (Sabiduría 7, 7-11).

Martin Lings dice sobre el joven rico que su apego a la riqueza lo descalifica para la vida interior. Y nosotros, ¿nos conformarnos con ser “buenecitos”, o apostamos a lo grande? ¿Nos basta con obrar según la norma externa, como el joven rico, o, además, queremos ser coherentes desde el centro del corazón (Mt 19, 16-23)? La perfección es seguir radicalmente al Maestro, que no tiene nada ni se apega a nada ni nadie que lo detenga y lo aleje de su Misión. Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza (Mt 8, 20).