21 de noviembre de 2015

El reo es el Rey


Evangelio de Juan 18, 33b-37

En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" Pilato replicó: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí, ¿qué has hecho?" Jesús le contestó: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí." Pilato le dijo: "Entonces, ¿tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz."

 
                                                     Antonio Ciseri, Ecce Homo 
 

Cuando Jesús es llevado ante Pilato, dos mundos enfrentan de manera inmediata e inconciliable: el de los hechos y el de las verdades, y con una claridad tan terrible como nunca antes en la historia del mundo.
                                                                                              Spengler


Como dice la primera lectura de hoy, Daniel 7,13-14,  los pueblos reconocen el poder real y el dominio del Rey. Reconocemos que Su reino no tendrá fin; y si Él es el primogénito (segunda lectura, Apocalipsis 1,5-8), nosotros somos coherederos. Pero siendo hermanos del Rey, vivimos a veces como reyezuelos mezquinos y traidores en tronos de cartón piedra. Y todo porque hemos equivocado el enfoque, la dirección en la que mirar, la estrella que guía. Reconocerle como Rey, como la única referencia, Estrella Polar o Cruz del Sur en el camino de regreso, disipa los errores y nos orienta de nuevo.

Los que proclamaban a Jesús como Rey en su entrada en Jerusalén, son los mismos que piden su condena a muerte días después. Vida y enseñanza del Maestro llenas de paradojas hasta el final. Porque en el juicio a Jesús interseccionan las dos lógicas, la divergente del mundo y la convergente del reino. Por eso desde el infinito vertical cuyo centro es la Cruz que salva, es Él quien nos da entrada al Reino, la vida eterna que es ya, los universos originales a los que regresamos, hijos pródigos todos. Y allí funciona otra lógica, la del Amor, que transforma todo y hace de lo débil, fuerte, de lo roto, perfección, de lo corrupto, pureza, del reo, Rey.

En el Reino que es ya, aquí y ahora, se acabó la lógica de sobrevivir, asegurar, competir, comparar, dividir, separar, mentir, y empieza la lógica de compartir, unir, ayudar, integrar, decir, ver y ser verdad. En el mundo hay lucha y división, hay falsedad  y muerte, en el reino hay perdón, amor reconciliación, verdad y vida…

Reconocerse en Jesús, es ser Verdad con Él, soltar disfraces e imposturas, no necesitar lavarse las manos manchadas de sangre porque ya no hay crimen ni mancha ni gestos teatrales. Reconocerse en Él es escuchar su voz, que es la voz de la verdad. Se acabó el aparentar, fingir, mentir, disimular… Llegó la hora de hablar, sí sí, o no no, y ser transparentes para ser como él luz de Luz.

En Juan 19, 8, leemos: Cuando Pilato oyó estas palabras se asustó aún más. Casi todos hemos sido–somos Pilato alguna vez, deseoso de salvar a Jesús, pero al final cobarde y pusilánime, queriendo librarse de “líos”, optando por lo más normal, lo más fácil… Qué elección tan cobarde y tan poco acertada, que se ha repetido con variantes a lo largo de nuestra vida, algunas tan sutiles que parecen decisiones loables, cada vez que nos hemos quedado en el “estar”, “bienestar”, renunciando al “ser”.

Pilato se ha asomado a los ojos de la Verdad pero no se ha atrevido a abismarse en ellos, ha mirado a otro lado, a lo seguro, a lo conocido, a su estado y no a su esencia. Y su estado es tan pobre, tan efímero… Pretor de mediana edad, casado, con responsabilidades políticas, todo por un breve tiempo lineal que pasa como un suspiro. Hombre dubitativo y con escrúpulos morales que ha de firmar la sentencia de Jesús. Condescendiente con los que ya sabe que son unos farsantes que fingen respetar al césar. Es el prototipo del hombre actual, dividido, dudando entre varias alternativas, tratando de contemporizar y ser políticamente correcto... Ese es su plato de lentejas, su elección miserable a cambio de un tesoro infinito.

¿Qué premio ridículo, qué bienestar, escogemos nosotros a cambio de un precio de valor incalculable? ¿Qué mentira escojo, pagando por ella la Verdad que soy?  

Pero aún podemos despertar del sueño de Pilato, escoger la Verdad y la Vida y pagar con la moneda de cambio de nuestra mentira, nuestra miseria, nuestra fragilidad, pobre carbón que el Rey transforma en diamante. Hoy, siempre es hoy, decido y lo escribo porque lo escrito, escrito está, ser testigo de la verdad, ser de la Verdad y escuchar Su voz.

Jesucristo, Rey del Universo, Uni-Verso, Uno, Único, la Esencia original, la Unidad, el Verbo encarnado, muerto y resucitado, para que todos seamos Uno en Él. Es lo que no vio Pilato, porque pensaba, sentía, miraba y escuchaba según la lógica divergente del mundo.

Jesús, cuyo reino no es de este mundo, habla con palabras no lineales, sino verticales, espiral de consciencia vertical que nos eleva y a la vez nos transforma en ciudadanos de ese reino. En el colmo de esa nueva lógica, un preso, un condenado a muerte se proclama rey. Un reino de siervos, sin poder del mundo. Un rey que ha querido pasar desapercibido, sin alabanzas ni prestigio… Qué autoridad tan diferente, tan original, eso es, original, de origen, y tan efectiva.

Los reinos del mundo muestran su poder, sus credenciales en los cuatro errores de la existencia virtual en la que nos desvivimos: supervivencia, seguridad, competencia, sustitución del faltante o idolatría. Los reinos de los universos originales desvalidan esos cuatro errores con sus paradojas lúcidas y su lenguaje vertical, nos abren ventanas a la confianza, la unidad, lo libre, lo verdadero.

Juicio, en griego crisis. El juicio a Jesús es uno de los momentos claves de la historia de la humanidad, intersección entre lo temporal y lo eterno, entre lo humano y lo divino, horizontal y vertical, prefiguración de la Cruz que se avecina. Momento cumbre que toma la forma de un juicio, un proceso, un reo y una condena. La eternidad y la historia se entrelazan  para siempre. 

Son dos juicios simultáneos: el humano y el divino, el terrenal y el celestial, el temporal y el eterno. Dos juicios y dos reinos. Por eso Pilato no llega a comprender. No es capaz de atravesar el ojo de aguja que permite ver las leyes de lo superior, no reconoce a Jesús, sigue viendo al reo y no al rey.

Una autoridad del mundo terreno y temporal es quien ha de juzgar y sentenciar a la única Autoridad real. En la pregunta de Pilato a Jesús, que Nietzsche definió como la frase más sutil de todos los tiempos: ¿qué es la verdad? (ti estin alétheia?), se enfrentan dos concepciones diferentes de la verdad. Hay que esperar al verdadero desenlace del juicio, no el temporal, sino el eterno, que ya está contenido en esta escena para el que tiene ojos que ven y oídos que oyen. Con la Resurrección, triunfa definitivamente la Verdad que trasciende las verdades limitadas, concretas y subjetivas, de lo temporal.
 
 
 
                                           El sueño de Pilato, Jesucristo Superstar

14 de noviembre de 2015

Cielo y tierra pasarán


Evangelio de Marcos 13, 24-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo. Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre”.

 
                                               La Virgen del Apocalipsis, Miguel Cabrera
 

Cuando quiero saber las últimas noticias, leo el Apocalipsis.

Léon Bloy
 

Y dijo el que estaba sentado en el trono: "Mira, todo lo hago nuevo".

Apocalipsis 21, 5

 
El domingo pasado nos mirábamos en la viuda que lo da todo y se da por entero. Aprendimos de ella que la verdadera ofrenda es darse uno mismo, esa continua muerte a lo falso para nacer a la Vida. Qué valiente y libre nos parecía esa mujer anónima, porque la verdadera libertad es vivir sin miedo. Qué sabia y lúcida al mostrarnos que el anonadamiento lleva a la plenitud,  y el desprendimiento a la verdadera abundancia.

Desde la más absoluta humildad, la entrega absoluta,  se llega a la meta, y en ese camino, raudo como un relámpago, todo se transmuta y todo se recibe, porque se es vaso vacío. De la nada al Todo, camino de retorno que, mientras recorremos, ya hemos recorrido. Miro la Eucaristía y me doy cuenta de que es más adorable que el Cristo triunfal que imaginamos al pensar en la Parusía. La canción de Daniel Drexler que escuchamos en www.diasdegracia.com , intenta asomarse al Misterio con el temblor del que se acerca a lo Inefable (si alguien cree ver al fantasma de la nueva era, puede volver a escucharla). 
 
Lo entendí de otro modo (lo mismo, siempre nuevo) hace unos días en la Misa con el Réquiem de Fauré que se celebró en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y San Luis. Nosotros, embargados por la belleza de la música, y Él, el único Real, desde la humildad y el anonadamiento del Sagrario, atrayendo y adelgazando todas las músicas de todos los tiempos en la única Nota, la intemporal, Verbo Increado, Origen esencial al que volvemos, aunque muchos aún no lo sepan.

Desde ese trono invisible para los ojos, Él nos sigue diciendo: “Ánimo, soy Yo, no tengáis miedo”. Y contemplo la Jerusalén eterna en una iglesia llena de ancianos que me parecen hermosos como ángeles.

La viuda que da todo, desapego, valentía, confianza, símbolo de lo que somos y hemos olvidado. El final de la renuncia es soltar también la vida como experiencia lineal, las posibilidades que nos seducen. Proyectos, expectativas, futuros falsos que nunca son como imaginábamos y nos hacen perder la Vida que solo está en el presente, ventana a la eternidad. Creemos coleccionar proyectos, cosas, ideas, experiencias hermosas, éxitos, viajes, títulos, medallitas del mundo…, y coleccionamos muerte, porque están en un tiempo de entropía y destrucción, ese tiempo que como dice el Evangelio de hoy acabará con angustia para los que creen en el mundo y se creen del mundo. Pero no somos del mundo, ni del tiempo ni de la muerte… Cuando lo ves, sabes que solo ahora, en este “hoy” que nos presenta una y otra vez el Evangelio, puedes vivir y salvarte o darte cuenta de que ya estás a salvo.

El coraje de la viuda-espejo y del que con su desapego puede afrontar ese cataclismo aparente del tiempo que colapsa y los mundos que agonizan (masacre de París, Kyrie Eleison) consiste en saberse amado. El miedo no existe en quien se sabe amado. Es el fondo de la oración verdadera: dejarse mirar, sentirse amado, para escuchar te amo, en lugar de temo.

Libres, desapegados, pobres de espíritu en el camino de retorno, desde el exilio al Paraíso, a nuestra esencia original. Desprendimiento, abajamiento total, que es la condición necesaria para encontrar ese punto de conexión con la Verdad, la puerta estrecha, la Puerta.

Él se hace esencial y real en la Eucaristía, y yo me realizo cuando Le miro y me olvido de mí. Esa es la “cosa” que le faltaba al pobre rico y nos suele faltar a todos, la única opción ya: soltar todo, sotarse, ojo de aguja que atravesamos cuando morimos a nosotros mismos, a lo que no somos y accedemos al Sí mismo, Comunión.

Profecía es advertencia, no certeza, porque el profeta se sitúa más allá de las circunstancias o dimensiones espacio-temporales donde los soberbios no llegan. El Reino no es lo espectacular o grandioso; es la hora de los humildes, los sencillos, como la viuda pobre, los que viven su día a día con ojos despiertos, ven el milagro de lo cotidiano y sueltan lo falso, lo que pesa y detiene, esa nada de sombra, disfrazada de todo.

La profecía siempre señala hacia el Origen y hacia la única elección que puede llevarnos allí;  lo que vaticina es para aquellos que no escojan esa única opción. Solo nos toca interpretar esa parte de la obra, para no eternizarnos en ensayos agotadores. Si el final es perfecto y ya es, ¿por qué no representar el papel que nos ha tocado con el corazón y la mirada puestos en ese final que es el Inicio?

Le miramos a Él, soltamos todo y ese todo, que es nada ante el Todo, se transforma en "combustible" para el mejor de los futuros. Entonces, renunciamos incluso al futuro, porque decidimos volver al Origen, a ese Presente intemporal en que ya somos, la plenitud del Ser eterno.

Puede que esa sea la diferencia entre los llamados y los elegidos. Es elegido, y se elige a sí mismo, el que sin miedo ni reservas, mira al Ser y suelta todo lo demás, el que, como la viuda, se queda sin nada y por eso tiene Todo. El elegido sabe, además, que las profecías verdaderas, de ayer, de hoy, de siempre, tienen que ver con cada uno de nosotros, si sabemos verlo y vivirlo. El sol que se hace tinieblas, la luna que se apaga, las estrellas que caen del cielo, los ejércitos celestes que tiemblan…Todo dentro. Y llegarán los nuevos cielos y la nueva tierra, si volvemos a nacer, de agua y espíritu.

Vendrá, vino, viene cuando menos lo esperamos, como un relámpago, como un ladrón en la noche, como la muerte, siempre a destiempo, siempre de improviso. Vivimos como si el mundo fuera a durar para siempre. Si fuéramos realmente conscientes de la impermanencia de este mundo de formas y de nombres, no seguiríamos, como veíamos en el Evangelio del viernes 13 (viernes aciago en París, t-error en la representación de este mundo que ya pasa, porque no vemos las señales de los tiempos), comiendo, bebiendo, casándonos, fabricando, comprando, vendiendo, edificando sobre arenas movedizas (Lc 17, 26-37).

Entonces, ¿no hay que hacer nada? Sí y no, no y sí, camino convergente, pero, como dice San Pablo, sin apego, sin expectativas, sin poner el corazón en lo efímero: “que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran, los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él. Porque la representación de este mundo se termina” (1 Co 7, 29-31).

Apocalipsis significa revelación, es decir, luz, conocimiento, nada que inspire miedo o aprensión. El miedo se combate con la fe y la esperanza, pero podemos ir más allá, porque la fe y la esperanza dejan de ser necesarias cuando alcanzamos la Visión definitiva y solo queda el Amor. Apoyemos nuestra vigilia en Su Palabra, que no pasa aunque cielo y tierra pasen, y así nos liberaremos del miedo. “Ánimo, soy Yo, no tengáis miedo”, nos sigue diciendo ahora.

Estar despiertos, vivir ya en la Presencia, conscientes del Reino que palpita en el interior, realizando los nuevos cielos y la nueva tierra. Plenitud y libertad a nuestro alcance ya, ahora, porque Él siempre viene; Él siempre está. Elevarnos a lo trascendente pasando por lo inmanente; sigámosle hacia la Unidad, atravesando la ilusión de lo múltiple, apariencia de separación, símbolo de lo Real, figura de un mundo que ya pasa, se termina.


Requiem, Mozart 
 

7 de noviembre de 2015

Darse del todo al Todo


Evangelio de Marcos 12, 38-44

En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente dijo: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa. Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos monedas de muy poco valor. Llamando a sus discípulos, les dijo: “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
 
 
Domingo XXXI de Cotidiano. ("El óbolo de la viuda" Anónimo, s. VI. Basílica de S. Apolinar Nuevo, Rávena)
                                      El óbolo de la viuda, San Apolinar Nuevo, Rávena
 

          Darse del todo al Todo, sin hacernos partes.

   Santa Teresa de Jesús


Ninguna acción surgida de un corazón renunciante es pequeña, y ninguna acción surgida de un corazón avaro es fructífera.  

                      Ibn ‘Atâ ‘illâh
 
La figura simbólica de la viuda se nos presenta como modelo de la desnudez, el desprendimiento total que, en lugar de cerrar el corazón, lo abre. De nuevo, no es cuestión de tener más o menos bienes materiales, sino de actitud, de no reservarse nada para uno, como María de Betania con el valioso frasco de perfume, del que derrama hasta la última gota sobre Jesús. Es lo que Él le pidió al joven rico, y lo que nos pide a cada uno: que no seamos tacaños, que no seamos tibios, sino fríos o calientes, según el momento. Es ese hablar claro que nos pide el Maestro: sí, sí, o no, no… (Mt 5, 37).

Hoy la reflexión va a ser anticipo de la del domingo próximo. Porque la liturgia es conducida por Mano sabia y, si los pasajes que leíamos esta semana nos iban preparando para comprender este darse total y sin reservas de la viuda pobre, que ya veo como una princesa del Reino, enjoyada con oro de Ofir (Salmo 45, 10), el pasaje de hoy enlaza sin discontinuidad, como todo lo verdadero, con las lecturas del próximo domingo, de contundencia apocalíptica, atemorizante según la lógica del mundo, de separación y juicio, luminosa y esperanzadora para la lógica del camino de regreso, que sueña con la plenitud del Origen.

Solo los humildes para el mundo pueden ser realmente generosos, porque solo se puede dar lo que no se tiene. Al que tiene se le dará (Mt 13, 12). En el lenguaje paradójico e integrador de Jesús, el tener de Dios es muy diferente del tener del mundo. El tener del mundo es apropiarse, identificarse, acumular para conservar, asegurar y competir, coleccionando posibilidades y alternativas, ese “por si” que nace del miedo. El tener de Dios, en cambio, es Ser.

La viuda renuncia a las posibilidades, porque ha comprendido en carne propia que son ilusiones inconsistentes de un mundo condenado a desaparecer. Por eso se da por entero y se somete a la única Voluntad, escoge la única opción, se mira en el único espejo.

Es nuestra lección pendiente: aprender a soltar lo que nos mantiene esclavos del mundo y sus seducciones. Cuando se sabe, más allá de la mente y sus teorías ramplonas, que no se es de este mundo, se renuncia a guardar ases en la manga.

En el Evangelio que leíamos el miércoles (Lc 14, 15-24) veíamos cómo los invitados que prefieren atender a sus minucias, tan importantes para el mundo, no tienen tiempo ni disponibilidad para el Gran Banquete. La viuda no tiene tierras, ni bueyes, ni esposo que atender, no tiene nada y por eso puede dar todo, es vaso vacío, preparado para ser llenado, la pura disponibilidad.

Si el ciego Bartimeo pedía, la viuda da; ella es de las verdaderas ricas del Evangelio, por eso da todo al templo que para ella es dárselo a Dios. Hoy celebramos el verdadero templo, que es el corazón, no como músculo que bombea sangre, sino como centro del Ser, el no lugar infinito donde adorar en espíritu y en verdad.

Viuda desvalida, así la ven los pobres fariseos, tan ignorantes. Nosotros vemos a la mujer poderosa y valiente que lo da todo porque apuesta fuerte, como los samuráis, como los héroes… Mucho más audaz y generosa que Zaqueo, que solo dio una parte de su riqueza, ella alcanza lo que no logró el joven rico, lo que no alcanza ningún discípulo varón en todo el Evangelio. Los apóstoles también acabarán dándolo todo, pero antes de la Pasión sólo encontramos esta generosidad incondicionada en las mujeres, y la viuda es hoy símbolo de esas mujeres que se dan por entero, Isa Bethel, mujer, casa de Dios corazón inmenso. En www.diasdegracia.blogspot.com, el post sobre estas mujeres en las que nos miramos.
 
La mujer enigmática que hoy contemplamos, no solo es metáfora de la entrega total, es símbolo y figura también de la virginidad espiritual hacia la que nos dirigimos. Una viuda ha vivido todo lo que una mujer vivía, experimentaba, en la Galilea de la época. Cuando uno siente que ya ha vivido todo, que la película le aburre, como decíamos el domingo pasado, que siempre pasa lo mismo, que es siempre el mismo drama repetido, aunque sea hermoso a los ojos del mundo. Siempre los mismos encuentros, pérdidas, conflictos, con distintos rostros y detalles… Y le cansa, y ya no quiere repetir una vez más la misma ronda de experiencias… Entonces uno da todo lo que tiene para vivir, pues ya no quiere vivir, sino Vivir; ya no quiere experimentar sino Ser. Esa es la única opción, el ojo de aguja, el camino estrecho. Qué sabia esta mujer despreciada por el mundo…; ella sabe que no hay alternativas entre las que elegir, mientras los demás siguen en la ilusión, desviviéndose con proyectos, actividades frenéticas y futuribles que son callejones sin salida. Ella lo ha visto, lo ha comprendido, y por eso ha escogido el único Camino, el que lleva de regreso a la Vida.

La viuda, con su última monedita, se está dando a sí misma, y esa es la demostración de su infinita riqueza. Porque para darse, hay que tenerse, y pocos se tienen, muy pocos son dueños de sí mismos… Al que tiene, se le dará… ¿Qué tiene?, ¿qué se le dará, realmente? La consciencia de ser, que es la verdadera abundancia.

Al que tiene (aquello que es consciente de ser) se le dará (Mateo, 13, 12; Lucas 19, 26; Marcos 4, 25). Qué importante ha de ser esta enseñanza para que aparezca, a veces por partida doble, en los tres sinópticos. Recibes, tienes, eres de acuerdo con lo que eres consciente de ser. Y para ser consciente, hay que despertar y mantenerse despierto en un mundo de dormidos, de muertos que se creen vivos, mientras se entierran unos a otros. Ser conscientes, fieles, “útiles” para el Reino y su Justicia…, apostando fuerte, yendo a por todas. Confianza y altura de miras es a lo que hoy nos llama, como tantas veces, el Evangelio, para que decidamos no ser tibios ni mediocres. Y para ello escoge una mujer que no tiene nada más que a sí misma y por eso lo tiene todo y se lo da al Todo, con la discreción de los sabios. Secretum meum mihi, dice el profeta Isaías (Is 24, 16). Porque el secreto, el Misterio, no se cuenta, se manifiesta, se hace Vida.

Los ricos de espíritu, los que tienen apegos en el mundo y están sometidos a sus alternativas, disyuntivas, múltiples posibilidades, no conocen ese secreto y por eso no pueden pasar por la puerta estrecha, el punto central, neutro, invisible, que da acceso al Reino y hoy se nos muestra como una mano discreta de mujer anónima que echa una monedita, la última que tiene para vivir, en las arcas del templo.

El pobre de espíritu no solo se ha desprendido de posesiones materiales; además, en escala ascendente, o descendente, se ha desapegado de su propia mente: conocimientos, saberes, creencias, proyectos …, se ha liberado incluso de la necesidad de saber y de hacer, y, por último, de la necesidad de ser como individuo separado. Es la muerte de la identidad, renunciar al mundo para ganar el alma, perder la vida para ganar la Vida, morir a uno mismo para nacer al Sí mismo.


                                               Levántate, amada mía, Hermana Glenda