30 de enero de 2016

"Se abrió paso entre ellos y se alejaba".


 Evangelio de Lucas 4, 21-30

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: ¿No es este el hijo de José? Y Jesús les dijo: “Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún”. Y añadió: “Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio”. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
 

 
 
Él no está lejos de quienes buscan, entre sombras e imágenes, al Dios desconocido, puesto que todos reciben de él la vida, la inspiración y todas las cosas, y el Salvador quiere que todos los hombres se salven.
      Lumen Gentium, 2.16
 

Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Hebreos 13, 8). Y cualquier fruto de nuestra relación sincera y transparente con Él es perdurable. Por eso no tengo reparo en volver a esos momentos de unión con Él, porque cielo y tierra pasarán más Sus palabras no pasarán... (Mateo 24, 35). Esto me inspiró hace años el pasaje del Evangelio de hoy. Y en www.diasdegracia.blogspot.com, alguna pincelada sobre cómo vivir en carne propia, como verdaderos discípulos, ese abrirse paso entre ellos y alejarse.


Jesús puede resultar muy incómodo y enojoso cuando nos resistimos a cambiar. Los que hace un momento le aprobaban encantados y se admiraban de sus palabras de gracia (Sal 45, 3b), viendo en ellas el signo mesiánico, de repente se dejan llevar por la ira del que siente amenazada su posición y sus creencias. No pueden aceptar que uno de los suyos, el hijo del carpintero, sea el Mesías, y venga a predicar una buena nueva para todos, no solo ya para el pueblo elegido de Israel.
 
Sucedió igual con los profetas, ignorados, despreciados o perseguidos por sus paisanos. Los defectos del hombre no han cambiado a lo largo de los siglos: recelos, envidias, desconfianza, escepticismo, cerrazón, volubilidad, perversidad… El sueño y la dispersión interiores, la falta de un centro permanente en ellos mismos provoca ese cambio brusco de actitud. La duda y el miedo pueden más que la esperanza de haber, por fin, encontrado al Mesías anhelado.
 
Los “suyos”, que lo conocen desde hace años, pasan de la aprobación entusiasta al rechazo furioso, hasta el punto de querer arrojarlo por un barranco. Pero Él, sin decir una palabra, con el poder sereno de la Verdad que Es, se abre paso entre ellos y se aleja. Este es uno de los pasajes del Evangelio que más me impacta y me conmueve.
 
Rechazado como todos los profetas, como nosotros a veces, cuando damos testimonio de nuestra fe sinceramente, sin tratar de contemporizar con nada ni con nadie. Porque, como Elías fue enviado a la viuda de Sarepta y Eliseo a Naamán el sirio, Jesús es enviado, y nos envía, a anunciar la buena nueva a todos, sin excepción. Pero solo están preparados para acoger su mensaje los que confían, los compasivos, los desprendidos y vacíos de sí mismos. Los soberbios y acomodados, ciegos de prejuicios y opiniones subjetivas, querrán despeñar al abismo al que ose amenazar su estabilidad y sus creencias.

Acosado y perseguido, no se defiende, sigue amando. El amor es paciente, afable,... empieza el precioso y conocido texto de San Pablo sobre el amor, de la segunda lectura de hoy (1 Cor, 13 4-13). Boris Mouravieff afirmaba que leer o recitar a menudo este fragmento nos brinda una “espada llameante” que va liberándonos de todo lo que no es amor.
 
Cristo es la paciencia en persona, el amor en persona. Compartió el pan y el vino y el camino de tres años, con sus días de sol riguroso y sus noches de frío e inclemencia, con el hombre que iba a traicionarle y entregarle a la muerte. Perdonó siempre, esperó siempre, amó siempre, sin pedir nada a cambio.
 
El amor incondicional a la manera de Jesús es el objetivo del cristiano. Es un amor que supera infinitamente todo lo que podemos imaginar, cualquier ideal que tengamos. Para poder amar así, incondicionalmente, sin límites, el hombre debe adquirir la virtud de la humildad, negándose a sí mismo.
 
Porque solo puede reaccionar como hizo Jesús en este pasaje –es decir, no reaccionando– quien está libre de ego. Jesús, el único que no tiene que negarse a sí mismo porque es el Sí mismo y, al mismo tiempo, la humildad absoluta. Compasión, misericordia, paciencia imperturbables, nada le afecta en su esencia primordial, no se siente víctima ni ofendido. Ahí radica una de las diferencias abismales entre Él y nosotros.

Bienaventurado el que no se escandalice de mí (Mt 11, 6), dice el Maestro. Para no escandalizarse de Él hay que estar dispuesto a aceptar y cumplir su Palabra totalmente, no solo en lo que nos resulta fácil o creemos que nos conviene. Y asumir su Palabra y encarnarla, hacerla vida en nosotros, exige un cambio radical. Los que se empeñan en defender su posición, sus comodidades y hábitos, o tal vez solo sus prejuicios y condicionamientos, seguirán escandalizándose de Aquel que viene a traer fuego a la tierra, que todo lo hace nuevo, que no hace acepción de personas porque viene a salvar a todos, no solo a un grupo de escogidos, Aquel que frecuenta a pecadores, publicanos y prostitutas y denuncia la hipocresía, la soberbia, el egoísmo de escribas y fariseos.
 
Que no nos escandalicemos nunca de Jesús o de su enseñanza. Que no tenga que abrirse camino entre nosotros para alejarse por nuestra falta de amor. Seamos testigos fieles de Aquel que sigue viniendo a traer la buena nueva para todos, porque Él mismo es la buena nueva.


Ved cómo se aleja, abriéndose paso
entre los ciegos y sordos de esta aldea
para siempre bendita, Nazaret,
donde creció Jesús, el carpintero,
el hijo de María y de José,
el mismo que hoy acosan y persiguen,
pues quieren acabar con esa vida
que descoloca las piezas
de oxidados ajuares.
 
Venid a ver cómo camina
entre los vocingleros, sus paisanos,
que no permiten que nadie destaque
en esa tibia, turbia, turba infame
para tibios, turbios, infames corazones,
incapaces de aceptar a un Mesías
que proclama el perdón, la libertad,
la igualdad, el amor, la buena nueva.
 
“Despeñémosle precipicio abajo
–dicen iracundos–  acabaremos
con la historia de nuestra salvación,
y a vivir, que son dos días
antes de la noche eterna.
Vamos a tirarle por el barranco,
que no venga con pamplinas
ese rabí tan raro, ese Jesús…
 
Qué manía de proteger la escoria:
que si los pobres, que si las prostitutas,
viudas, enfermos, locos, pecadores,
todos esos inútiles que estorban...
 
 Que venga otro más fácil de seguir,
sin renunciar a las comodidades
que nos hemos ganado, no pretenda
alterarnos el orden. Que nos diga
lo que queremos oír, por ejemplo:
que somos los únicos, los buenos, los mejores,
escogidos por un Dios especial
que ama a Israel, y solo a Israel.
 
A qué esperamos, acabemos con él,
que no moleste más ese rabí
tan manso que se va, abriéndose paso,
tan manso...
 
Aunque tiene toda la luz del mundo
en los ojos, que miran impasibles,
y voz de eternidad en cada sílaba
que pronuncia. Mirad cómo se aleja
de nosotros, ¿los únicos?, ¿los buenos?
...,
se aleja sereno, sin decir nada,
dejándonos la ira en la garganta,
como el amargo, ¡ay!, mudo y amargo,
desesperado grito de Caín.”

 

23 de enero de 2016

Año de gracia para la Vida


Evangelio de Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Excelentísimo Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.»

 

             Entonces el hombre bueno llamó a Gawain, y le dijo:
-Mucho tiempo ha pasado desde que fuiste hecho caballero, y desde entonces nunca serviste a tu Creador; y ahora eres un árbol tan viejo que no hay en ti hoja ni fruto; así que piensa que rendirás a Nuestro Señor la pura corteza, ya que el demonio tiene las hojas y el fruto.
                                           La muerte de Arturo, sir Thomas Malory
 
Hace unos días, cuando me enteré de que David Bowie había muerto, me dije: tengo que hacer un paréntesis en los comentarios del Evangelio y escribir sobre él… El blog Días de gracia puede así volver a sus raíces: cultura, música, arte… Cómo no escribir, continué diciéndome, sobre alguien que me influyó tanto de joven... Enseguida me di cuenta de que, si no veía el trasfondo de estos pensamientos ilusorios, sería un ego escribiendo sobre otro ego… Porque así me vi en mi reflexión: cómo voy a disfrutar con este post, recordando su música, su arte, esa sonrisa de dientes descolocados que tanto me gustaba… Días de gracia volverá a ser un blog de arte.
 
Quería hacer un paréntesis en los comentarios al Evangelio, justo cuando se nos llama a anunciar el Evangelio, la libertad, la luz…, el año de gracia del Señor. Dejar la Palabra de Vida por palabras que el viento se lleva, por el arte subjetivo y efímero...
 
Qué ingenua, Eugenia, qué ingenua… ¡No ves que ya es un blog sobre la Palabra y el Arte! Solo ahora es verdaderamente un blog de Escritura y Arte objetivo. Solo ahora vale la pena escribir en él porque habla del Arte verdadero, del único Artista… Como nos recordó don Roberto en una de sus últimas homilías: quien no recoge con Él, desparrama. Y ya he desparramado tanto… Recoger con Él, dedicarle lo poco que sé hacer: escribir, mirar, leer Su Palabra, compartir hallazgos en el camino de regreso a Casa.
 
Quería escribir sobre Bowie y sobre esos dieciocho meses de gracia que le fueron dados cuando conoció que tenía cáncer y los quiso dedicar a su obra… Y el Evangelio de hoy nos habla del Año de Gracia y de la Obra. Bowie tuvo año y medio para culminar su obra musical y despedirse, muchos de nosotros tenemos aún un largo tiempo de gracia. ¿Qué vamos hacer con él? ¿Desparramamos o recogemos?
 
A mí no me han diagnosticado un cáncer, pero siento desde hace tiempo que hay que ir recogiendo, cerrando, culminando… Resolver, limpiar, dejar un buen testimonio de nuestro paso por la vida. Puede que siga por aquí un buen puñado de años, tres, doce, cuarenta.. (nada, en la inmensidad del universo, una brizna de existencia), pero tengo la certeza de que ya hay que ir recogiendo, que "se acaba el recreo".

A veces pienso en las huellas materiales que dejaría si me fuera hoy… Conflictos sin resolver, peso, lastre, líos… Otras veces pienso en mis libros inacabados; tantos escritos inéditos que debería tal vez ordenar, concluir, seleccionar y corregir para que no sea trabajo perdido… ¿Soltar, como Bowie, mis últimas canciones-páginas y destruir el resto?
 

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Miro los recortes de prensa que hablan sobre su muerte. Su última imagen: qué guapo aún, qué elegante, con ese paso al frente, aun sabiendo que se muere..., me dice la ingenua… Impostura en él, y en mí mirándole…, o, mejor dicho, postura, pose, gesto, pura virtualidad, como esas series de retratos con mínimas variantes que han aparecido en todos los periódicos. Con el rayo atravesando la cara, o con ademanes milimétricamente estudiados para conseguir un efecto. Tantas imágenes, su última imagen…
 
Y el pensamiento se me va a la imagen póstuma de otro hombre. Y qué hombre… La busco, la tengo en casa, enmarcada, siempre a la vista, para recordar cómo mira, cómo sonríe, cómo vive y cómo muere un hombre. Es Martín Martínez Pascual, un minuto antes de morir, fotografiado junto a los milicianos que le asesinaron, bendiciendo con la luz de sus ojos, demostrando que la muerte no existe para el que sabe vivir y morir.

 

Bowie necesitó 18 meses de esfuerzo para terminar una obra musical a los 69 años e irse. Martín Martínez Pascual apenas requirió un minuto ante unos verdugos ignorantes para culminar una Obra a los 26 años.
 ¿Qué quiero acabar yo? ¿Intento culminar una obra para el mundo, para seguir desparramando, o afronto de una vez la Obra que pocos emprenden y algunos acaban (muchos son los llamados y pocos los elegidos), y decido recoger con Él y solo con Él? Puede ser trabajo de años, recuerdo a Ana de Fanuel, a Simeón, a San Juan Evangelista, a tantos santos que llegaron a ancianos, o, como en el caso de Martín Martínez Pascual, o Dimas, el ladrón que “robó” el cielo con su humildad, pueda bastar una hora, un instante de gracia donde condonar tanta vida inútil, tanto desvarío, tanto desparrame como he ido acumulando. Ahora sé qué significa la palabra desparrame, des-parra-me, des-parra-mar. Que Dios me dé lucidez y tiempo de gracia, para comprender también y vivir lo que significa recoger, re-coger, re-coger con Él.
 
“Tan guapo y misterioso, Bowie…” ¿A quién le parece/parecía guapo? Ahora veo que era guapo y misterioso en lo lineal, lo cronológico, lo virtual, en el mundo del que no somos…. Lo mismo que su música, buena música, extraordinaria, en el mundo, en lo lineal, lo virtual, una música que solo alcanza la verdadera Belleza en los raros momentos en los que, probablemente sin saberlo, reconocía su verdadera esencia (algunos de ellos en www.diasdegracia.blogspot.com ), y ya no era lineal, cronológico, sino vertical, del que mira hacia arriba, del que busca en lo Alto su origen y su meta. Ni él sería consciente de estar dando rienda suelta a su anhelo de infinito. O acaso sí, acaso alguna vez lo fue a pesar de la pose, como en su estudiado Padrenuestro por su amigo Freddie Mercury. Porque lo primero que hice cuando supe que Bowie había muerto fue, como siempre que conozco la muerte de alguien, rezar un Padrenuestro, y le recordé arrodillado en el Estadio de Wembley.
 


                 
Mírame, estoy en el cielo, dice en Lazarus, una de sus últimas canciones… Ya te miro, David Jones. Te miro y te Veo, y tú te Ves por primera vez, libre de mechas y maquillaje, de poses y artificio, de gestos estudiados, ahora te ves a ti mismo, a cara y corazón descubierto; ahora lo comprendes todo. Qué pequeña te debe parecer tu obra a la luz de la eternidad, que insignificante tu vida, tu historia, como todas nuestras vidas e historias, ante la perspectiva de la eternidad…

David Jones ha muerto, viva David Bowie -me decía yo hace unos días- un post de música y arte, claro… Sé tanto sobre él…, me sé sus canciones, sus películas, su historia…, esto “me lo sé bien”…
 
Y lo Otro, ¿me lo sé? ¿Me sé lo Otro, lo Único?
 
Demostrar que me lo sé… Cuanto hay en el arte con minúsculas y en la vida con minúsculas de eso, de “sabérselo” y demostrarlo. ¿Qué me sé? ¿Quién se lo sabe? Nadie, nada…
 
Y recuerdo los versos de Gil de Biedma…
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde,
como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
 
Y vuelvo al Arte, a la Escritura, al año de gracia, al día de gracia que hoy, siempre es hoy, se nos concede… ¿Qué haremos? ¿Recoger o desparramar?

Y miro de nuevo esas dos últimas imágenes. La de Bowie y la de Martín, un modelo para los días de gracia que queden por vivir. El showman y el hombre. El hombre exterior, el virtual, el muerto, y el hombre interior, el real, el resucitado ya desde antes de morir.
 

16 de enero de 2016

"Haced lo que Él os diga."


Evangelio de Juan 2, 1-12
 
A los tres días, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino y la madre de Jesús le dice: “No les queda vino”. Jesús le dice: “Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora”. Su madre dice a los sirvientes: “Haced lo que él diga”. Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: “Sacad ahora, y llevadlo al mayordomo”. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, porque habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora”. Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días 
 
                                     Las Bodas de Caná, Julius Schnorr von Carolsfeld


Este episodio es el primer signo de los siete que aparecen en el evangelio de San Juan. Y es la tercera de las tres manifestaciones de Jesús como Mesías que señala la liturgia. Manifestación que tendrá su plenitud en otra “hora”, la de su muerte y resurrección. Allí es donde entenderemos la brusquedad aparente de las palabras que Jesús dirige a su madre en Caná.    
Para los que lo lean con atención y estén un poco habituados al simbolismo, está claro que lo que aquí se nos relata tiene una significación mucho más profunda y de mayor alcance que la literal. Sucedió en los parámetros histórico-temporales, pero Jesucristo es Señor del Tiempo y maneja otras dimensiones, que los evangelistas captaron y se van haciendo evidentes según se alcanzan los niveles de ser y de comprensión necesarios.
Porque lo literal y lo simbólico siempre van de la mano en las Sagradas Escrituras. En el evangelio de Juan es aún más clara que en los sinópticos la voluntad y el estilo metafórico, ese recurrir a los símbolos para hablar de realidades espirituales.

            Quienes a lo largo de los siglos han estudiado este primer signo del cuarto evangelio coinciden en que tuvo un sentido más profundo que esa literalidad aparentemente ingenua. Dice San Agustín que fue “no solo un hecho real y extraordinario, sino también el símbolo de una operación más elevada.”
La boda es alusión clara a un acontecimiento que señala un cambio de vida para los contrayentes, que, por otro lado, solo indirectamente aparecen como personajes del relato. El signo o milagro (que tiene lugar al tercer día, 3, número de la totalidad) es imagen del cambio que Jesús pide a las almas, y que supone morir a uno mismo para poder nacer de nuevo. Ese segundo nacimiento pasa siempre por el descubrimiento del verdadero amor, superando la ceguera del ego. Es el amor el que permite alumbrar a ese nuevo ser, hombre y mujer interiores, renacidos y libres. Porque la boda entre hombre y mujer es en este episodio (y siempre) representación de las nupcias interiores a las que estamos llamados, de la unión entre lo humano y lo divino, lo material y lo espiritual.

            Cuando María dice “no tienen vino”, se está refiriendo a una carencia y una necesidad mucho más grave que la del vino: la de vida en plenitud. Podemos decir que se refería a la sangre, como símbolo de ese latido esencial que debía faltar en aquella celebración. Es ella también la que nos dice “haced lo que él os diga”, para que tengamos vino, sangre, alegría, plenitud. Y es que nuestra existencia es una celebración de bodas constante. Una y otra vez estamos llamados a transformar nuestra vida de agua en vida de vino nuevo, del mejor vino; sangre nueva, buen latido que nos haga ser conscientes de existir.

            Interpretaciones sobre este pasaje hay muchas, tantas como personalidades, sensibilidades y grados de comprensión en los que se interesan por la exégesis. Hay quienes, tratando de asimilar este lenguaje alegórico, sostienen, como Maurice Nicoll, que María simboliza un nivel inferior y que Jesús se desliga de ella para avanzar y elevarse. Creo que conformarse con esa interpretación, sin ir más allá, sería quedarse en el dualismo de lo meramente psicológico, cuando el cristianismo es una invitación clara a la unidad, por la verdad, la belleza y el amor.
 
En este sentido, una clave esencial es el diálogo entre madre e hijo. Es cierto que Jesús se separa simbólicamente de su madre, al hacerse “adulto” y emprender su misión, iniciando su vida pública. Pero es María quien está dando a su hijo la señal de que el momento ha llegado. No le dice qué ha de hacer, solo toma la iniciativa para comunicar lo evidente: no tienen vino. Las palabras de Jesús son de rechazo solo en apariencia. Simbolizan la amargura inevitable de esa separación. Están anticipando, además, la hora de la Pasión cuando la frialdad aparente del “mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26) es pantalla del amor más grande, generoso e incondicionado que se pueda imaginar, pues hace posible ese otro alumbramiento, increíble y misterioso, en que somos nosotros los alumbrados por María.
La “muerte”del hijo ligado a la madre que tiene lugar en Caná es preludio de la muerte en cruz del Hijo del Hombre, como el bautismo de agua del Jordán fue preludio del bautismo de sangre del Gólgota. En Caná, Jesús dice a la Madre: “Aún no ha llegado mi hora” (Jn 2, 4). En uno de los anuncios de la Pasión, presagiando la angustia de Getsemaní dirá: “Padre, líbrame de esta hora” (Jn 12, 27).
 
La hora…, bendita hora, aciaga hora, hora gloriosa, la hora… Jesucristo, Señor del Tiempo se encarnó, se insertó en la historia, se hizo uno de nosotros, limitándose a Sí mismo (kénosis, vaciamiento). Vivió cronológicamente como un hombre mortal para hacernos inmortales. Se adentró en el tiempo para hacerlo estallar y disolverlo con su triunfo sobre la muerte.

María es, como vemos, un personaje clave, activo, desencadenante del prodigio. No es designada por su nombre, sino a través de su función de “madre”. Cuatro veces en todo el relato, como cuatro, en asombrosa y significativa simetría, serán las veces que aparezca la palabra “madre”para mencionar a María en la Pasión, esa hora que aún no había llegado, como dice Jesús en este relato.
No hay distancia, indiferencia o frialdad en Jesús cuando llama a su madre “mujer”,tanto aquí como en la pasión. Creo que es una manera muy clara de subrayar esa simetría que acentúa el simbolismo.
Primero fue el vino nuevo. Y su madre estaba junto a él. Al final, después del bautismo de sangre, fue la vida nueva. Y su madre también estaba junto a él.
          Él hizo el vino nuevo y la vida nueva, porque hace todo nuevo, y nos hace del todo nuevos.

“Haced lo que él os diga”, dijo María aquella tarde de alegría y tristeza, de prodigio y presagio. Debió decirlo, quizá, con la voz firme y quebrada a la vez,  acaso vislumbrando todo lo que acontecería tres años después. “Haced lo que él os diga”, nos sigue diciendo la madre, nuestra madre, cada vez que respiramos.
 

9 de enero de 2016

Somos Hijos amados


Evangelio de Lucas 3, 15-16.21-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante y todos se preguntaban sobre Juan, si no sería el Mesías. Juan les respondió dirigiéndose a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. En un bautismo general, también Jesús fue bautizado. Y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado. El predilecto.”

                                            El Bautismo de Jesús, Giotto


                                                           La bienaventuranza que nos trajo era nuestra.

                                                                                                       Maestro Eckhart


Todas las lecturas de hoy hablan de libertad y consciencia, de confianza y gratitud, de dominio de uno mismo, de fidelidad y amor, en definitiva, del Bien que Jesucristo nos anuncia y nos regala. Ese el sentido de la verdadera Bendición, fuente de paz y de alegría. Es lo que estamos escogiendo: la Visión, frente a la visión, la Vida, frente a la vida.

A la Verdad original, en la que todos somos Uno, es hacia donde nos dirigimos para dejar de repetir los patrones de sufrimiento y egoísmo, esos “programas” de una “Matrix” cada vez más evidente, y más inofensiva, gracias a Aquel que vino a vencerla para que venciéramos con Él.

De esta victoria frente al mundo que Él viene a ofrecernos, hablan la primera y la segunda lectura (Is 42, 1-4.6-7 y Hch 10, 34-38) y también el Salmo (Sal 28). Abrir los ojos a los ciegos, liberar a los cautivos y curar a los oprimidos por el diablo significa despertar a los que se creen separados, llevarlos a la Unidad, allí donde somos herederos del Reino, en los que el Padre se complace. Él nos ha escogido como hijos amados y predilectos desde siempre. Ya merecemos ese honor, esa dignidad, ese amor.

El Evangelio de hoy se centra en la Teofanía del Jordán, el bautismo de Jesús por Juan. Y está refiriéndose indirectamente a nuestro propio bautismo, siempre actual, porque cada instante de consciencia vivido en el amor y la unidad, podemos renovar las promesas bautismales. 

            Si contemplando el Belén con los ojos del cuerpo y, sobre todo, los del corazón, fuimos capaces de ver nuestro propio rostro en el del Niño, descansando en el regazo de María, bajo la mirada atenta de José, recibiendo los dones de los Magos, hoy podemos ser capaces de escuchar las palabras del Padre, dirigidas a cada uno de nosotros.

            El Bautismo es volver a la Fuente, donde somos conscientes de la Unidad. En su Agua viva nos renovamos, nos regeneramos para una Vida que no acaba. Porque esas palabras del Padre a cada uno, ¡del Padre en cada uno!, no solo se escuchan en nuestro bautismo, sino cada vez que recordamos nuestro origen y nuestro destino, renunciamos a lo que no somos, y reconocemos nuestra verdadera esencia, ese Yo auténtico, original, que Él nombró antes de todos los tiempos.

            El Bautismo de Cristo representa un descenso más del Espíritu en la materia. La Vida divina, el Cristo, desciende al Río Jordán, se hace uno más entre el grupo de los pecadores que piden ser bautizados.

También nosotros bajamos para subir, experimentamos esta vida material, con sus cruces y sus sombras, para morir y resucitar, iluminando la materia, elevándola con Él.

            El bautismo es así un renacimiento: nacemos al descubrimiento de nuestra verdadera identidad, despertamos del sueño que nos hacía identificarnos con una persona (del griego, máscara) mortal y reconocemos quiénes somos realmente.
Es aquí y ahora donde hemos de vencer el egoísmo y ese individualismo estéril, trascendiendo el miedo, la ignorancia, la soberbia que divide y separa, para ir configurándonos con Cristo, que nos quiere a su lado, con Él y en Él, no en un futuro remoto, sino ahora y por siempre.
No olvidemos que el mensaje de la Navidad es que el Hijo de Dios se hace hombre para que el hombre se haga hijo de Dios.           
El Espíritu Santo y el fuego con que Cristo nos bautiza van transmutando en espíritu todo lo que es puramente material, en luz, las sombras, en paz, los conflictos, en gozo, el sufrimiento.

A veces hemos pretendido adulterar y rebajar la verdadera religión, cuya esencia es el intercambio, la comunicación y la unión del Espíritu de Dios con el espíritu del hombre, reduciéndola a fórmulas y ritos, a menudo vacíos por la superficialidad con que se viven. Esto ha separado a muchos de la Verdad y la Vida que se nos han manifestado en Jesucristo.
          Los que no han caído en las redes de una falsa religión externa, sin contenido, y siguen a Jesucristo en Espíritu y en Verdad, son vivificados por el Agua de Vida y el Fuego del Espíritu Santo que crea y regenera. Estos no han perdido el entusiasmo de estar llenos de la presencia de Dios y actúan movidos por la inocencia y la libertad del Amor que nació en Belén, se manifestó ante los Magos, y se volvió a manifestar en el Jordán, cuando la Paloma bajó hacia Él y la Voz del Padre reveló su filiación divina.
(www.diasdegracia.blogspot.com )

Después de la Teofanía en el Jordán, Jesús necesitaba silencio y soledad, para poder mirar en lo más profundo de su ser, y reflexionar sobre el sentido de su misión. Busquemos también nosotros ese espacio solitario y silencioso donde discernir cuál es nuestra misión y prepararnos para ella.


 


              Cada hombre al nacer, recibe un nombre humano. Pero ya antes de que eso ocurra, posee ya un nombre divino: el nombre con el cual Dios, el Padre, le conoce y le ama desde siempre y para siempre. ¡Ningún hombre es anónimo para Dios! A sus ojos, todos tienen el mismo valor: todos son diferentes, pero todos iguales, todos llamados a ser hijos en el Hijo.                                                                                   
                                                                                                 Juan Pablo II