30 de diciembre de 2017

Sagrada Familia


Evangelio de Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por todo lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma”. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret, El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

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La Sagrada Familia del Cordero, Rafael
                                           
              Cuando se apague la lámpara de esta vida, brillará la luz de la vida que no se apagará jamás. Será para ti como la aparición del esplendor del mediodía en pleno atardecer. En el momento en que piensas que vas a extinguirte, te levantarás como la estrella de la mañana, y tus tinieblas se transformarán en luz de mediodía.

                                                                                         Beato Guerrico de Igny


En el versículo que precede inmediatamente al Evangelio de hoy, leemos: y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción (Lucas 2, 21). Ese Nombre, que significa Salvador, es la mejor, más efectiva y poderosa bendición que podemos dar y darnos, la única certeza, el eje sobre el que ha de girar el nuevo año que mañana iniciaremos y toda nuestra vida. Jesús: Nombre nuevo y antiguo, Palabra que envió el Padre, Nombre eterno, que no separa ni divide como el resto de los nombres, sino que ilumina, transforma y da la Vida.

Cuarenta días después de su nacimiento, como establecía la ley de Moisés, María y José llevan al Niño Jesús al templo, con el fin de ofrecerlo al Señor. Con este ritual se llevaba a cabo la purificación de la madre y la ofrenda del primogénito a Dios. Otro ejemplo claro de que cuando Jesús irrumpe en la Historia, no abole las leyes, sino que las completa y perfecciona, las trasciende dentro de ellas.

Los dos pichones que llevan, la “tasa” de los pobres, son todo un símbolo, como su nacimiento en un establo, de la actitud que Jesús tendrá, y nos enseñará a tener, hacia las riquezas del mundo, y de quiénes son sus “preferidos”: los pobres, los últimos, los excluidos, los abandonados.

Cristo, el Consagrado del Padre, primogénito de la nueva humanidad, es presentado como uno más en el Templo. Porque Lo hemos “visto”, podemos, como Simeón, irnos en paz cuando llegue la hora, ya no hay miedo a la muerte, lo ha conjurado Jesús, cuya existencia terrena es, desde el inicio, una purificación destinada a todos.

“Y a ti una espada te traspasará el alma”: es el anuncio del sufrimiento extremo de María que vaticina Simeón. Y ese dolor, que no sufrió en el parto del Hijo, y sí en el parto espiritual de nosotros, también sus hijos, la hizo corredentora. Todo sufrimiento consciente, asumido con la mirada en esa Meta de Amor y de Unidad, nos permite colaborar también en la obra de la Redención y ser luz del mundo, presencia de Dios.

En Ana de Fanuel vemos la constancia, la esperanza, la fidelidad, la coherencia, el servicio, la entrega generosa y entusiasta. Cuántas virtudes nos transmite Lucas, en apenas cinco líneas… Fe y confianza, sin ellas no podríamos avanzar en el Camino. 

Simeón y Ana son nombres simbólicos: Simeón, “el Señor ha escuchado” y, Ana, “regalo”. Dos profetas ancianos, sencillos y fieles, que se han preparado para poder reconocer la Luz y recibirla, que esperan y confían. La trayectoria y la actitud de ambos nos recuerdan que por nosotros mismos podemos hacer muy poco, pero, si contamos con el apoyo de Dios, somos capaces de todo. 

Jesús, el Salvador, la Luz del mundo es bandera discutida, como dice Simeón, porque la entrega a Él no admite medias tintas o ambigüedades: lo aceptamos o lo rechazamos; estamos con él o contra él. 

José y María cumplen con la ley y regresan a su casa, su trabajo, su vida cotidiana, en la que el Niño irá “creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.” Jesús, como hombre, ha de desarrollarse. Es la gracia de Dios, Su propia gracia, la que acompaña al ser humano que también es, y le permite crecer en todos los sentidos hasta llegar a Su plenitud.


"Nunc dimittis", Cántico de Simeón, Taizé

Hoy, Solemnidad de la Sagrada Familia, la Iglesia celebra la Jornada por la Familia y por la Vida. En la Carta a Filemón, San Pablo nos dice que los lazos espirituales son infinitamente superiores a los carnales. Porque la libertad a la que nos guía la Sabiduría fortalece la fraternidad; escuchar a Cristo y cumplir la voluntad del Padre es conectar con la verdadera familia (Lucas 8, 21).


          Hay mucho sueño, incoherencia, fracasos y errores en casi todos los hogares, como los hay en uno mismo. La familia exterior es a menudo reflejo de la sociedad en que surge, y reproduce sus lacras: consumismo, hedonismo, competitividad, egoísmo, inercia… Pero más importante que los lazos de la sangre, como dijo Jesús, son los lazos espirituales que se crean entre aquellos que escuchan la Palabra y la cumplen, la familia espiritual, que está más allá de la reproducción y el crecimiento de la especie.

            La Sagrada Familia es modelo para todas las familias desde hace dos milenios; para las familias biológicas y, sobre todo, para la verdadera familia: la familia espiritual, unida por lazos eternos, la formada por aquellos que, en palabras del propio Jesús, escuchan la palabra de Dios y la cumplen (Lucas 8, 20). No es, por tanto, una familia según la carne o la sangre, sino en espíritu y en verdad, a la que pertenecemos por el Bautismo.

            Es la Palabra encarnada en cada uno la que hace posible la familia real y duradera como semilla del Cuerpo Místico, esa Comunión de los Santos que regresan a la Jerusalén celeste.

             Imitando a Jesús, María y José, aprendemos a mantenernos fieles, despiertos, el corazón encendido, la cintura ceñida, dispuestos a emprender el camino en medio de la noche como José cuando escucha la voz de Dios. Van, vienen, cambian, crecen, evolucionan según la Voluntad del Padre, valientes y libres, confiados y generosos, sin apegarse a lugares o circunstancias. 

            La Familia de Nazaret es ejemplo para las familias físicas pero, sobre todo, para la familia espiritual. No en vano, el Padre de esta Familia es Dios Padre, el Esposo, el Espíritu Santo y el Hijo es el Verbo. San José cumple la función de padre impecablemente, sin ser padre de carne, y María es hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo, lo que cada alma está llamada a ser si la imitamos.


           Imágenes de El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini 

              En rápida sucesión y al ritmo de Bach, una metáfora de la vida terrena de la Sagrada Familia, siempre en la inestabilidad material, en lo incómodo, en lo precario y amenazada por los poderes del mundo. Su centro de gravedad, sus apoyos, nunca estuvieron en el mundo sino en la confianza depositada en el  Padre. Que sean nuestra inspiración.

23 de diciembre de 2017

El Señor está contigo


Evangelio según San Lucas 1, 26-38

A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres”. Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios”. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible. María contestó: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.


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                                              La Anunciación, Simone Martini


Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.
                                                                                        Gálatas 4, 4-5

Oh tú, alma noble, noble criatura, ¿por qué buscas fuera de ti al que está en ti, todo entero, de la manera más real y manifiesta? Y puesto que tú participas de la naturaleza divina, ¿qué te importan las cosas creadas y qué tienes que hacer con ellas?
                                                                                              San Agustín


El Cuarto Domingo de Adviento coincide este año con la Nochebuena, víspera de la gran Fiesta de la Navidad. A toda la tierra alcanza su pregón, que proclama: el Señor viene a salvarte y liberarte, vino, viene y vendrá. No estás encadenado a tu pasado, tus errores, tus caídas, tantos fracasos, pérdidas y ausencias. Dios nació en Belén, nace en tu corazón si Le aceptas, y todo cambia y se transforma: el pesebre se ilumina, la pobreza es un tesoro, el abandonado es abrazado, el triste, consolado, el herido, sanado…

            Enmanuel, Dios con nosotros… La inmanencia es tan espiritual y profunda como la trascendencia. Dios no está más allá de nosotros, sino con nosotros, asumiendo y elevando nuestra humanidad caída. 

Navidad es darse cuenta de que Dios está en medio de nosotros, defendiéndonos y protegiéndonos, como ya profetizaba Sofonías (3, 14-18a) y Samuel en la primera lectura de hoy. En el Antiguo Testamento, parecía, a veces, que había que luchar contra Dios, así lo hizo Jacob, hasta que Dios se dejó vencer, y le dio la bendición que Jacob reclamaba. Desde que Jesús encarnó, es evidente que Dios es nuestro aliado y ha vencido por nosotros el pecado, la enfermedad y la muerte. Si Dios lucha por nosotros, la victoria es segura y la bendición no hay que pedirla, se nos da por anticipado a través de María, la bendita madre del bendito Niño Dios. Por eso dice Benedicto XVI que el Nuevo Testamento comienza con la Anunciación, que contemplamos hoy. "Alégrate" es entonces la primera palabra de la Buena Nueva.

Navidad es la fiesta de la fe; es creer que ese bebé frágil que nace de una doncella virgen es nuestro Salvador y que, pase lo que pase, todo acabará bien porque él está a nuestro lado.

Navidad es ver nuestra fragilidad, contemplando a ese Niño que asume lo humano para redimirlo. Cuanto más débiles y vulnerables nos sentimos, más anhelamos su Segunda Venida en gloria, para que nos saque de esa fragilidad y nos libere. De ahí el grito con que termina la Biblia: Maranatha, “Ven, Señor, Jesús"; porque deseamos que vuelva. Navidad y Pascua de Resurrección se fundirán en la Jerusalén celeste, la patria a la que regresamos. 

Navidad es alegría verdadera porque, aunque anhelemos su venida definitiva en gloria, sabemos que Él sigue con nosotros, acompañándonos hasta el final. Alégrate, levántate, mira hacia arriba y verás al Salvador que viene. Haz de Jesús el centro de la Navidad y de tu vida, y todo será Buena Noticia para ti. Acoges al Niño y Él te abraza con tu complejidad y tus sombras, transfigurando todo, liberándote de toda atadura. 

Este Adviento me he preparado intentando ver en mí a la vieja Eva arrepentida. He visto sus arrugas, su decrepitud, su miseria y su tristeza de siglos. Lo he mirado todo en mí: su miedo, su angustia y su añoranza del paraíso. Atreviéndome a verlo, con amargura y esperanza a la vez, me he preparado para que, como en aquella leyenda que contemplamos hace tiempo, el Niño del portal y Su madre cojan mi manzana mordida, mis días de olvido, soberbia, sueño, egoísmo y dispersión. Les presento mi vida, tanto desvarío, tanta ceguera, tanto creer que yo podía elegir, proyectar, construir… Se lo muestro todo, y ellos lo ven, se compadecen de la pobre, vieja Eva, hija pródiga que ha sufrido tanto sin motivo, y me devuelven la inocencia, paso de ser anciana marchita a doncella agraciada, eternamente agradecida, para vivir con ellos los verdaderos días de gracia.

Jesús vino, viene si le dejamos sitio, y vendrá al final que ya Es, porque para Dios no hay tiempo. Quisiera esta Navidad vivir las tres venidas a la vez, celebrar Su nacimiento como el más importante de los acontecimientos, dejar que nazca en mi corazón, liberado de lastre y miseria, y recibirle ya en su venida triunfal, esa que algunos esperan histórica, y lo será: el final de la historia, y es a la vez atemporal. Es el secreto de los bienaventurados, que viven ya la eternidad, no la posponen, no la demoran, no la proyectan, porque la promesa está cumplida, la esperanza y lo esperado se unen, como la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan (Salmo 84).

Es en lo cotidiano donde lo trascendente se hace inmanente. Imitemos a María en su sencillez y su inocencia audaz y libre. Mirémonos en ella para sentir la alegría que está más allá de las circunstancias y esa confianza plena que nos hace conscientes de que solos no podemos hacer nada, y por eso nos abrimos a Dios y aceptamos que se haga Su Voluntad. Aprendemos a callar y a escuchar, para que en el silencio del corazón pueda encarnar la Palabra, como vemos en www.diasdegracia.blogspot.com


Ave Maria, Schubert. Por Andrea Bocelli

16 de diciembre de 2017

Del "no soy", a ser en Cristo


Evangelio según San Juan 1,6-8. 19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: “¿Tú quién eres?” Él confesó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”. Le preguntaron: “Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?” Él dijo: “No lo soy”. ¿Eres tú el Profeta? Respondió: No. Y le dijeron: "¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?" Él contestó: Yo soy “la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor” (como dijo el profeta Isaías). Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: "Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Juan les respondió: "Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia". Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

San Juan y los fariseos
Juan Bautista y los fariseos, Murillo


Vosotros mismos sois testigos de que yo dije:
“Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de Él.”
(…) Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar.

 Juan 3, 28, 30


El mayor de los nacidos de mujer (Mateo 11,11), la voz que clama en el desierto (Juan 1, 23), el precursor, Juan el Bautista, dice: "Yo no soy el Mesías" (Juan 1,20). Es necesario que Juan, el hombre, disminuya, para que el Hijo de Dios crezca.

Juan nació en el solsticio de verano, momento a partir del cual los días comienzan a acortarse. Jesucristo, el Sol invicto, nace en el solsticio de invierno, desde el cual los días comienzan a crecer. Hemos de disminuir, menguar, con el gozo del que sabe que muriendo a sí mismo se acerca a la verdadera grandeza, su condición de Hijo, su naturaleza restaurada.

Lo humano es así la antesala de lo divino, lo temporal de lo eterno, la condición de hijos de mujer, frágiles y terrenales, de la condición de ciudadanos del reino de los cielos. Es el sentido de la conversión que predica Juan, con la aspereza y rigor de su temperamento de asceta, necesario en aquel momento para el pueblo judío, que aún no conocía el poder transformador del amor que Jesús vino a predicar.

Conversión, metanoia, teshuvah, dejar de mirar solo las realidades perecederas del mundo y mirar hacia la realidades eternas. Todos somos nacidos de mujer, pero el Bautismo nos hizo ciudadanos del Reino para ser, no ya solo imagen del Padre, sino también la semejanza perdida. 

Juan responde: “No soy yo”. Descubre su propia identidad, sin pretender apropiarse ni siquiera de una chispa de ese Sol que venía anunciando. Confesar la propia "nada" exige verdad, valor y coherencia, ese hablar sí cuando es sí y no cuando es no (Mateo 5, 37) que enseña el Maestro. Hay tanta palabrería vana en nuestras vidas, que a veces parece incluso hacernos olvidar ese puro desvalimiento que somos de uno en uno.

Es el camino del “no soy”, como lo llamó Johannes Tauler, el camino de la negación de uno mismo, del puro abandono, de reconocer la propia nada con la humildad más absoluta. Dice Tauler: “Mientras te falte una partecita de verdadero abandono, mientras no la hayas adquirido de verdad, Dios ha de serte por siempre extraño y no sentirás la dicha suprema y más honda en este tiempo y en la eternidad.”

Lucifer quiso ser, Adán y Eva quisieron ser. Todas las guerras, los conflictos interiores y exteriores proceden del deseo compulsivo de ser, olvidando que no se puede ser sin morir a uno mismo. Juan el Bautista, el mayor de los nacidos de mujer, nos enseña a reconocer, sentir y decir con él: "no soy Él, pues no soy nada, no soy".

El Evangelio está lleno de “no soy” asombrosos, expresión de una fe bien aquilatada con ese oro espiritual que es el mayor tesoro. La cananea y su constancia inquebrantable, a la que no le importa compararse con un perro, con tal de recibir la gracia de Jesús. El centurión, cuyo criado está al borde de la muerte, que no se siente digno de que el Maestro entre en su casa, en su vida, en su corazón; Dimas, el buen ladrón, que solo se atreve a pedir un recuerdo del Hijo de Dios cuando llegue a Su Reino. “No soy”, está diciendo también la pecadora que se arrodilla a los pies de Jesús para lavarlos con sus lágrimas y secarlos con sus cabellos, aquella a la que tanto se le perdona, porque su negación de sí misma procede del amor. Y a quien mucho ama, mucho se le perdona (Lucas 7, 47).

Nulidad, desvalimiento, reconocer que sin Él nada somos y nada podemos… El Camino del “no soy”, tan diferente en apariencia del “Yo Soy”, y tan coincidente en realidad, porque al “Yo Soy” se llega por la humildad del negarse uno mismo. La soberbia solo lleva al “seréis como dioses” de la serpiente, y de tantos caminos que se basan en el ego, la ilusoria "autoliberación", confiando solo en las propias fuerzas, lo que no es más que otra faceta de la diabólica separación.

Aquí está de nuevo la maravilla conciliadora e integradora del cristianismo: el “no soy” lleva implícito el “Yo Soy”. No soy en mí, por mí, para mí, pero soy con Él, en Él, para Él, y con los demás, por Aquel al que encontramos en el prójimo y nos lleva al Reino del amor, la dicha y la libertad.

Claro que la meta es el "Yo Soy"; "Sois dioses" dice el Salmo 82 y nos recuerda el mismo Jesucristo (Juan 10, 34).  Pero al “Yo Soy” no se llega por la soberbia y la desobediencia, sino por la humildad y la aceptación de la Voluntad divina. Es el camino del “no soy”: perder la vida, el mundo entero, para ganar el alma (Mateo 16, 24-26), el camino de María, con su "sí" incondicional que abre las puertas a la Salvación, el camino de Juan Bautista, voz que clama en el desierto y prepara la llegada del Señor.

Es también el “caminito pequeño” de Santa Teresa del Niño Jesús, del poverello de Asís, de todos los místicos, anonadados en su enamoramiento, los Padres del Desierto, la Filocalia, el Hesicasmo, la Oración del Corazón...

Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar… ¿Qué debe menguar y qué debe crecer en nosotros para dejar de ser ciudadanos del mundo, hijos de mujer, y comportarnos como los ciudadanos del Reino de los Cielos que somos por el Bautismo?
Que mengüe lo que no somos, el ego, las máscaras, los frutos de la soberbia, y crezca nuestra verdadera realidad de hijos en el Hijo.  Cada día, cada instante, podemos escoger entre ser solo hijos de mujer, de los que Juan el Bautista es el mayor, o ciudadanos del Reino, seguidores de Cristo y, por la gracia de su amor infinito, hijos de la Luz, imagen de Dios y, por fin, semejanza restaurada.
  
                                                              Deus fit homo ut homo fieret Deus.
                          (Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios.)
                                                                                             San Atanasio


                                         Jesús, alegría de los hombres, Bach

La cantata de Bach, Jesús, alegría de los hombres, tan apropiada para este Tercer Domingo de Adviento, Domingo Gaudete, de la alegría, en el que nos regocijamos y saltamos, como Juan el Bautista en el vientre de Isabel, al sentir la Presencia inminente del que siempre está viniendo, Jesús, el Salvador.
Abrimos nuestros corazones para recibirlo, preparamos con alegría y esperanza el Camino al Señor, sin miedo a meguar para que él crezca. Porque disminuye lo que no somos y a la vez crece lo que estamos llamados a ser desde el inicio. Nos hacemos, como Juan, testigos de la Luz. Bendito propósito, del que empezamos a ser conscientes y ante el que nuestras historias personales se rinden, se arrodillan, menguan hasta morir, para transformarse en Vida.

Otra forma de asomarse a este Misterio en www.diasdegracia.blogspot.com

9 de diciembre de 2017

Allanad Sus senderos


Evangelio según san Marcos 1,1-8

Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos".» Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»

                                                       San Juan Bautista, Juan Sariñena


En un momento dado el Señor vino en carne al mundo. Del mismo modo, si desaparece cualquier obstáculo por nuestra parte, en cualquier hora y momento se halla dispuesto a venir de nuevo a nosotros, para habitar espiritualmente en nuestras almas con abundancia de gracias. 
                                                                                 San Carlos Borromeo

El Hijo de Dios, el Salvador, Jesús, nació en la tierra, en la historia, en nuestro mundo de límites, para transformarlo y transformarnos, para devolvernos la dignidad, la semejanza con el Creador. Se hace uno de nosotros, el Infinito viene a lo finito por Amor.

El Incondicionado, el Verbo increado, decide encarnar, nacer y vivir entre nosotros, criaturas condicionadas, pero Él no se cree la representación de este mundo que ya pasa, tan hermosa a veces y tan terrible, no se deja arrastrar por las múltiples posibilidades, sabe que es un drama con fecha de caducidad. Por eso nos enseña a ser auténticos, coherentes con lo que somos, imagen y semejanza Suya.

Volvamos al desierto a escuchar la voz que anuncia la llegada de Jesús. Soltemos disfraces, proyecciones, fantasías, voces de sirenas traicioneras. Volvamos al silencio, a la esencia, que no está en lo que el mundo valora, sino en lo humilde, lo sencillo. Como la Madre, María Inmaculada, que celebramos el viernes pasado, la única criatura verdaderamente libre, inocente, capaz de acoger el Misterio en su seno y de aplastar la cabeza de la serpiente embaucadora, el adversario, el separador, príncipe de este mundo donde la mentira se disfraza de verdad y lo virtual de real.

El Bautista anuncia a Aquel que viene a instaurar el Reino de la Verdad, la Paz y el Amor. Juan es el puente entre la larga espera del Mesías y Su llegada. Sabe que Aquel que viene a juzgar el universo viene, a la vez, a perdonarlo, a recapitular todo para hacer nuevas todas las cosas.

Acaba el seréis como dioses y todas sus diabólicas versiones (dia-bólicas, separadoras), con las di-versas posibilidades y futuribles que nos convierten en "expertos" en fantasear y proyectar, en lugar de vivir.

¿Cómo allanar lo escabroso, cómo enderezar lo torcido, como transformar todo? Convirtiéndonos (con–versión), para renacer, hombres y mujeres nuevos, conscientes de que hemos muerto con Cristo y  hemos resucitado con Él.

Dice san Gregorio Magno: “¿Qué es esta vida mortal sino un camino? ¡Qué locura, hermanos míos, agotarse en el camino, no queriendo alcanzar el fin!... Así, hermanos míos, no améis las cosas de este mundo, que, como vemos según los acontecimientos que se producen alrededor nuestro, no podrá subsistir por mucho tiempo”.

Y Chesterton, también actual, siempre lúcido, con una afirmación  que hizo justo antes de morir y que deberíamos repetir hoy (siempre es hoy): "El asunto está claro ahora. Está entre la luz y las sombras, cada uno debe elegir de qué lado está." Y la Luz que viene es Jesucristo, que ilumina el camino para llegar a la meta de dicha y plenitud que Dios soñó para cada uno de nosotros. Él es la Luz del mundo y las sombras son el mundo, este laberinto de posibilidades, algunas tan apetecibles e incluso buenas. Pero ¿quién quiere lo bueno, cuando tiene lo Bueno? Las sombras, las posibilidades, tan legítimas y plausibles a veces..., cantos de sirena que nos entretienen girando en círculo, como burros atados a la noria, para que no veamos la espiral que eleva, la única posibilidad, el regreso a Casa.

Alegría, confianza y consuelo  nos transmiten la lecturas de estos días. Porque no se trata de recrearse morbosamente en los remordimientos que nos anclan al pasado y solo crean más pasado, sino de una conversión serena y decidida para mirar hacia el mejor futuro, el que preparó para todos Jesucristo, y Juan lo vio y lo anunció. Nosotros solo tenemos que aceptarlo y vivirlo, en un  querer que venga, sabiendo que ya viene, que ya está y salimos a su encuentro. Nos preparamos para recibir a Aquel que viene detrás de Juan, Aquel que tanto nos amó como para hacerse uno de nosotros en el mundo, para vencer y trascender el mundo, sembrando en nuestros corazones la semilla del Reino.


                 Preparad el camino al Señor, Parroquia de Barciela-Sigüero