28 de enero de 2017

Bienaventurados


Evangelio de Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos. Y él se puso a hablar enseñándoles: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.


                                         El Sermón del Monte, Rudolf Yelin


Jesús iba a convocar a los que consintieran, para que intentasen con Él la más grande aventura que jamás se hubiera propuesto a los hombres: implantar sobre la tierra el reinado de Dios.
                                                                                  Georges Chevrot


Jesucristo es Camino, Verdad y Vida. Nada, de lo verdadero que hay en otras enseñanzas o tradiciones, falta en el Camino de Jesucristo. En el Sermón de la Montaña, Jesús nos presenta un itinerario de santidad que nos introduce al Reino de Dios. Porque la santidad no es un modo excepcional de vivir, sino que es, o debería ser, la forma normal de ser cristianos. Si nos dejamos transformar por el Evangelio, haremos realidad el Reino de Dios. Por eso la pobreza de espíritu es la primera bienaventuranza y la esencia de todas las demás: solo quien se desprende de sí mismo y se hace un ser totalmente disponible es capaz de dejarse penetrar totalmente por el Reino de Dios.
La pobreza de espíritu no tiene nada que ver con la no posesión de bienes materiales. Un verdadero pobre de espíritu es la persona que ha conquistado la humildad y el desapego; alguien que ya conoce dónde se encuentran los verdaderos tesoros, los valora y los protege.
El corazón del ser humano reconoce los verdaderos tesoros que más que en ganar, lograr, coger, consisten en soltar, dejar, vaciar... Ya está todo dicho en el Sermón de la Montaña; las bienaventuranzas explican dónde están los verdaderos tesoros. Es fácil reconocer esta verdad intelectualmente: que la finalidad de la vida es realizar el Reino y que los bienes del mundo son solo un medio. Sin embargo, no actuamos en consecuencia, el corazón apegado y temeroso se resiste, es demasiado fuerte a veces la inercia, el hábito de hallar placer o seguridad o control en lo inmediato. El trabajo pasa entonces por crear, con fe, esperanza y amor, un nuevo hábito de hallar alegría y plenitud en el Camino, Verdad y Vida que es Cristo.
El auténtico y bienaventurado pobre de espíritu ha de estar dispuesto a negarse a sí mismo, a vencerse y transformarse, renunciando a lo que impide ser discípulo, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí" (Gálatas 2, 20).
Primero el Reino, que es Él, su amor infinito que nos llena, nos transforma y nos salva. Primero el Reino, y lo demás siempre vendrá por añadidura, porque todo lo bueno y necesario viene de Su amor.
Sat Cit Ananda (Ser, Conciencia, Bienaventuranza), se dice en sánscrito, uno de los idiomas más antiguos y de los más espirituales. Pero la dicha a la que estamos llamados es más, infinitamente más de lo que se pueda decir con palabras de cualquier idioma. Ni ojo vio, ni oido oyó. Que venga a nosotros Su reino, ahora, en este mundo con el que cada vez nos identificamos menos cuando logramos vivir en Su presencia, tan real y transformadora como hace dos mil años.
Casi nada de lo que los ojos ven y la mente piensa o recuerda, nada de lo que el ser humano ambiciona es real, porque no es duradero, sino una grandiosa proyección, con los días contados, la representación de un mundo que ya pasa. Nada es real…, o acaso sí haya algo real en este torbellino de sombras efímeras que juegan a ser reales. Es real la luz de la consciencia que hemos puesto y la luz que Cristo nos regala para completar nuestra conciencia, a veces tan limitada. Es real el amor recibido y ofrecido con el corazón abierto, esa luz de los momentos vividos de verdad, en los que ponemos todo nuestro ser, lo que no perderemos nunca, lo que ha ido aumentando nuestro “oro espiritual” para la morada que Jesucristo nos está preparando, tan cerca de Él, que parecerá mentira haber podido estar siquiera un día siquiera alejados de Su Presencia.

                                                  Blessed are the Merciful

21 de enero de 2017

Llamados a seguirle


Evangelio de Mateo 4, 12-23 

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí,  camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”. Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Paseando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando la Buena Noticia del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

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                         Vocación de Pedro y Andrés, Michel Corneille, el Joven


           Hoy me recreo, más que otras veces, en el arte. La pintura, esta vez, como fuente de inspiración y anclaje para la oración. Pintores, escultores, arquitectos, músicos, poetas…, los artistas en general, al “activar” el hemisferio derecho del cerebro, el que permite la intuición, que solemos tener “adormecido” por potenciar más el izquierdo, de la lógica y la racionalidad, nos ayudan a ver lo que la mente racional nos oculta, y nos transmiten lo que está más allá de las palabras.


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                             Vocación de los apóstoles, Duccio di Buoninsegna




Qué oportuna manera de atravesar el ecuador del Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos que iniciamos el miércoles 18 y culmina el miércoles 25 con la fiesta de la Conversión de San Pablo. En la primera lectura de hoy (Isaías 8, 23b-9,3), los dualismos: tinieblas-luz, sombra-luz, se resuelven en la Unidad que da la alegría. Con Jesús, la Luz del mundo, acaban las dicotomías, los pares de opuestos y se inaugura el Reino de la dicha. Todo es gozo y alegría…; hasta tres veces se repite la palabra gozo/gozan y dos alegría/alegran en apenas dos líneas.


La segunda lectura (1 Corintios 1, 10-13.17) sigue cantando a la Unidad que anhelamos y por la que oramos. Subraya la universalidad de la Salvación como mensaje, enseñanza y realidad.

        La escena a la que hoy nos asomamos del Evangelio es inmediatamente posterior a las tentaciones del desierto y anterior al Sermón de la Montaña. Jesús, acrisolada su alma por los cuarenta días de ayuno y oración en el desierto, vencido el Adversario, deja Nazaret, su infancia y su juventud, para empezar su misión junto al Mar de Galilea.

Mateo, el evangelista para el pueblo judío, no solo deja bien claro que con Jesús se cumplen las profecías, sino que quiere subrayar que es continuador del mensaje de Juan, predicando la conversión. Pero Jesús lo hará de un modo nuevo: no ya por miedo o amenaza, sino por anuncio y promesa, para el Reino que se acerca.

           Somos testigos y destinatarios del poder transformador de la Luz de Cristo que es alegría y salvación, libertad y justicia, consuelo, vida nueva.
Si los apóstoles se fiaron de aquel rabbí sin apenas conocerle, cómo no fiarnos de quien nos ha dado la mayor prueba de amor con su muerte, y con su resurrección ha logrado la más clara demostración de credibilidad. Creemos sin ver, es cierto, y somos dichosos por ello, pero tenemos las pruebas que aquellos primeros discípulos no tuvieron: que Él es el Hijo de Dios, vencedor de la muerte.

La vocación de estos cuatro apóstoles es un ejemplo de disponibilidad, porque la decisión de aceptar la vocación supone una entrega y un seguimiento incondicionales.
¿Qué hacían Pedro, Andrés, Santiago y Juan cuando Jesús pasó junto a ellos y los llamó? Trabajaban en su oficio, atentos, porque si estuvieran dispersos, distraídos, en proyecciones vanas e ilusorias, como andamos casi siempre, no se habrían dado cuenta de Quién les llamaba y para qué.
Eso es velar, hacer lo que hay que hacer, atender la necesidad del momento, serenos, atentos, a la espera de la llamada. Pero qué poco estamos hoy a lo que hemos de estar…; casi todos en el pasado muerto o el futuro ilusorio, en lo irreal, en las tonterías del mundo ilusorio, sin atender al presente, al afán de cada día…


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                  Vocación de los apóstoles, Mosaico bizantino de San Apolinar, el Nuevo


Ellos ya están preparados para ser discípulos y servir. Tienen el corazón dispuesto para la compasión y la paciencia, tan necesaria para un seguidor de Aquel que no tiene donde reposar la cabeza. Por eso Él les hablará a ellos en privado, de un modo especial, diferente al que emplea cuando enseña en público, porque han dejado los valores materiales en favor de los espirituales.

       La red material simboliza la mente convencional, inferior, desconectada del corazón. Es la actitud que separa e incita a poseer y acumular. Pero ellos eran ya capaces de soltar todo lo que separa, aísla, diferencia y cambiarlo por la entrega, el servicio, el amor.
      La barca es símbolo de los “vehículos”, con los que nos movemos y actuamos en nuestra existencia terrena: intelectual, emocional y físico, tan llenos a veces de aparejos y lastre… Dejar la barca voluntariamente supone liberarse, renunciar, superar restricciones. Un discípulo está dispuesto a soltar y a no mirar atrás, para entregarse sin reservas.

     Los apóstoles ya conocían a Jesús, lo sabemos por Juan (Jn 1, 37-38). Primero lo conocieron Andrés y el propio Juan, discípulos del Bautista. Jesús les preguntó: “¿Qué buscáis?” Ellos respondieron: “Maestro, ¿dónde vives?” Y Él les dijo: “Venid y veréis”. Qué diálogo tan profundo en su aparente sencillez, qué riqueza de significados para el alma del discípulo. No se puede decir más con menos palabras. Luego vino esa larga e íntima conversación que el Evangelio esboza, conciso y sutil (Jn 1, 39). Después, como en una danza de alegre generosidad, fue aumentando el grupo de los escogidos para seguir a Jesús. Andrés y Juan (siempre discreto cuando habla de sí mismo) se lo dijeron a sus respectivos hermanos mayores: Simón y Santiago (Jn 1, 40-42). Luego vino Felipe (Jn 1, 43), Natanael (1,47) y, más tarde, los demás.

Podemos suponer que ya habían tenido tiempo para madurar la decisión, pues era necesario un cambio radical y un seguimiento absoluto. Por eso, cuando Jesús los invita a seguirlo y compartir su misión, no preguntan nada, dejan todo y lo siguen, porque la semilla ya estaba creciendo en su corazón desde el primer encuentro. Y se dejan hacer, transformar por Jesús en pescadores de hombres (www.diasdegracia.blogspot.com).

    La metáfora de la pesca aparece a menudo en el Evangelio (Mt 4, 18-22; Mc 1, 16-20) y también en el Antiguo Testamento (Ezeq 47, 10; Hab 1, 14-15). El símbolo del pez, usado por los primeros cristianos para reconocerse, contiene la esencia de la Revelación. Las letras de la palabra pez en griego, Ichthys, son las letras iniciales de la frase: "Jesús, el Cristo, Hijo de Dios, Salvador".


                                            (En Tu Nombre) Me levantaré, Son by 4

14 de enero de 2017

Este es el Hijo de Dios


Evangelio de Juan 1, 29-34 

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel”. Y Juan dio testimonio diciendo: “He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios”.

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        El Bautismo de Jesús, Verrocchio. (Algunas partes se atribuyen a Leonardo da Vinci)


Aún no se ha manifestado lo que hemos de ser.
Sabemos que, cuando se manifieste, seremos
semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es.
                                                                                           
                                                                                                                 1 Juan 3, 2


El domingo pasado nos experimentamos como Hijos amados, predilectos del Padre, llenos de su Espíritu para dar testimonio de la Buena Nueva: que Dios es Amor, acogida para todos.

Las lecturas de hoy hablan de escucha y disponibilidad, de salvación, universalidad y unidad en el origen, el propósito y el regreso a lo que somos por el Cordero de Dios que Juan nos señala. Unidad en Alfa y Omega, que es Cristo.

           Porque Jesús sumerge en las aguas al viejo Adán, y, al salir del agua, eleva con él a todo el universo, divinizando al ser humano y abriendo el Reino de Dios a todos. Comienza la nueva creación, un mundo nuevo, no regido ya por la ley sino por el Amor. Pasamos así del Antiguo Testamento al Evangelio, de la antigua, a la Nueva Alianza, del símbolo, a lo Real. Por eso dice San Pablo: "...os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo y en todos." (Colosenses 3, 9-11).
Pasamos de la separación y el egoísmo, a la Unidad, mirándonos en Jesús, viéndonos en  Él, conociéndonos en Él. Cristo no está dividido, y los que decimos ser sus seguidores tampoco podemos estar divididos. El fuego que trae el Espíritu fundirá las diferencias para que seamos Uno, como El Hijo y el Padre son Uno, pues Jesús es el Verbo, anterior a todo (www.diasdegracia.blogspot.com). El Espíritu Santo y el fuego con que Cristo nos bautiza van transformando en espíritu todo lo que es puramente material, en luz, las sombras, en paz, los conflictos, en gozo, el sufrimiento.
 Ver, dar testimonio, conocer... Son las claves del Evangelio de hoy y del camino cristiano. El que ha visto puede dar testimonio. Pero ver con los ojos no es conocer, para conocer es necesario mirar más allá del sentido físico, mirar con el corazón, el único que, mirando, ve y conoce, vive la alegría y la confianza en plenitud. Solo así se puede cumplir la Voluntad del Padre, que es otra de las claves de las lecturas de hoy. 

Ponerse a tono con la Mente Infinita, sosegarse y saber que Él es Dios, como canta el Salmo 46, vivir en la Presencia de Jesucristo, cumplir Su voluntad para que el Padre y Él hagan morada en nosotros..., son otras claves de las lecturas de hoy, y todas hacen referencia a la misma realidad, esa Comunión con Cristo que nos libera de lo que no somos y nos recuerda nuestra esencia de Hijos amados.

       

                                                    Salmo 39, Igor Stravinsky

7 de enero de 2017

Agua y Espíritu


Evangelio de Mateo 3, 13-17

En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: “Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?” Jesús le contestó: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.” Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía: “Este es mi hijo, el amado, mi predilecto”.


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                                          El Bautismo de Jesús, Joachim Patinir


El verdadero dogma central del cristianismo es la unión íntima y completa de lo divino y lo humano, sin confusión ni separación.
                                                                                        Vladimir Soloviov


          Hoy celebramos el bautismo de Jesús y también nuestro propio bautismo, un renacimiento que se renueva cada vez que recordamos quiénes somos realmente. Hoy es día de alegría por ser Hijos de Dios, rescatados del mundo y sus mentiras de pecado y separación, llamados a la Vida verdadera. Día de renovación y de agradecimiento a Aquel que nos abre la puerta para salir definitivamente de los sueños de caos, miedo y pérdida en que nos hemos encerrado.

          Vivamos desde hoy con la ligereza que confiere ser conscientes de nuestra naturaleza de Hijos, unidos ya al Padre. Ligeros y libres, regresando a Casa con la confianza de sabernos liberados del mayor enemigo, que es la muerte y sus manifestaciones.
          Abramos los ojos, los signos de los tiempos están tan claros que el mundo y su historia, acelerada hasta el vértigo parece un cómic. Los conflictos se agudizan dentro y fuera para que los veamos y los transformemos en la Paz de Cristo, con la buena noticia del Amor que en Él somos.
          Acabamos de celebrar la Navidad. Ha nacido el Amor para todos los hombres y mujeres del mundo y de todas las épocas, creencias, condiciones, y, si nace el Amor, todo empieza de nuevo. ¿Ha nacido realmente en cada uno de nosotros?
          Para ser capaz de amar y ser amado hay que llegar a un estado de inocencia genuina, inalcanzable si no somos sinceros con nosotros mismos. Un gran impulso para atreverse a ser sincero de una vez es estar harto de uno mismo. Mirarse sin paños calientes y ver la miseria que hay que pasar por el corazón: miseri-cordia. Sin esa mirada valiente es imposible cambiar y volverse sincero, inocente y libre.
          ¿Eres tan valiente como para ser completamente sincero contigo mismo y con los demás? Entonces serás inocente, capaz de amar y ser amado. Buen reto para el 2017.


Porque este año, hoy, hemos de vencer el egoísmo y ese individualismo estéril, trascendiendo el miedo, la ignorancia, la soberbia que divide y separa, para ir configurándonos con Cristo, que nos quiere a su lado, con Él y en Él, no en un futuro remoto, sino ahora y por siempre.

No olvidemos que el mensaje de la Navidad es que el Hijo de Dios se hace hombre para que el hombre se haga hijo de Dios.           

El Espíritu Santo y el fuego con que Cristo nos bautiza van transformando en espíritu todo lo que es puramente material, en luz, las sombras, en paz, los conflictos, en gozo, el sufrimiento.                           

                       Cristo es Bautizado en el Jordán, J. S. Bach (Cantata BWV 7)

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Una mujer le preguntó al "extranjero":
-Dígame francamente: ¿qué le parezco?
-No es justa consigo misma.
-¿Qué quiere decir?
-Dígame: ¿por qué tanto rojo en los labios y tanto rimmel en las pestañas?
-Es que el tiempo pasa y me gustaría parecer bella.
-Si supiese lo bella que es, no recurriría a estos medios. Hay en usted, escondida, una belleza posible de la que no tiene ni idea. La consciencia de esta belleza no se ha despertado en usted. No ha podido traducirse en su rostro. Deje que esta belleza interior se imponga. Se hará transparente a través de los ojos. Usted será de una belleza radiante.
                                                                   Lev Gillet. (Un monje de la Iglesia de Oriente)

5 de enero de 2017

"Hemos visto salir su estrella"

  
Evangelio de Mateo 2, 1-12

Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo". Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: "En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: «Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel»." Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén diciéndoles: "Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo". Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
                                                                                    
                                            Adoración de los Magos, Rubens


No se pusieron en camino porque hubieran visto la estrella,
sino que vieron la estrella porque se habían puesto en camino.

                                                                                                 San Juan Crisóstomo

                
Esos personajes misteriosos, a los que la leyenda ha otorgado rango de realeza, más que reyes, serían hombres sabios. Ni siquiera serían magos, con el significado que hoy damos a la palabra magia, sino astrónomos. El adjetivo vendría del latín magnus o del sánscrito maha, en el sentido de personas importantes, grandes, ilustres. Lo que sí es probable es que vinieran de Oriente que, para los judíos de la época, era todo lo que estaba al otro lado del Jordán.
            Movidos por la esperanza de conocer al Mesías, al que en Persia se le esperaba desde hacía siglos, una estrella se encendió en el cielo y otra, más fulgurante y cierta, en su alma.
            En los sermones de Epifanía, San Buenaventura solía predicar sobre la existencia de tres tipos de estrella. La estrella exterior: la que brilla en las Sagradas Escrituras; la estrella superior: la Virgen María; y la estrella interior: la gracia que el Espíritu infunde en el alma.
            Emprender el camino es necesario para recibir la luz de esta estrella. “Levántate y resplandece, pues ha llegado tu luz”, dice a Jerusalén el profeta Isaías (Is 60, 1). Hay que levantarse por encima de uno mismo y de todo lo que ciega y adormece, con el anhelo de llegar a la Meta.
El riesgo está en creer que uno va a poder hacer, lograr, realizar, caminar por sus propias fuerzas. El que así lo piensa y lo siente, no llegará muy lejos. Apenas se levanta, el orgullo, los prejuicios, la rutina y el egoísmo que le siguen dominando lo paralizan y le impiden avanzar, porque no ha habido un verdadero cambio interior que permita que la luz se encienda.
Si uno se pone realmente de pie, levantándose por encima de sí mismo, puede resplandecer. Ha muerto a sí mismo, al lastre de sus defectos, tendencias y limitaciones, y es ya pura entrega, puro abandono.
            El que se deja hacer, se deja encontrar y guiar con humildad, inocencia y buena disposición, ha alcanzado la paz que permite transformarse y recibir la luz directamente de su Fuente, sin intermediarios. (www.diasdegracia.blogspot.com )
Así debían ser estos magos o sabios de Oriente. Solo almas grandes como las suyas pueden levantarse sobre sí mismas, sobre sus miedos, dudas y prejuicios, sobre la tiniebla exterior e interior, y ponerse en camino.
Caminaron, se cansaron, perdieron la estrella, tal vez por las dudas e inseguridades, siempre al acecho, pero siguieron caminando y la volvieron a encontrar.
Merecen por su tesón y su confianza ser el símbolo de toda la humanidad. Porque en la Epifanía (del griego, manifestación) celebramos que Jesús nace, no solo para los judíos, sino para todos los pueblos y razas, para todos los hombres y mujeres del planeta.
¿Qué importa cuántos eran, de donde venían, el color de su piel, sus rangos o sus nombres? ¿Qué importa siquiera si existieron realmente o son solo una alegoría en ese engranaje perfecto y sagrado que son los evangelios? Solo Mateo menciona la escena, y sin prodigarse en detalles. Lo que importa es el mensaje: universalidad de la Historia de la Redención, adoración y ofrenda al Salvador en la figura de un recién nacido sin ningún signo externo de divinidad o realeza.
Porque esperaban adorar a un rey y, aunque encontraron un niño pobre, sin palacio, ni sirvientes o cortesanos, la luz que los guiaba, dentro y fuera, les permitió reconocer en Él al Rey del Universo. Es la inocencia, la limpieza interior, la capacidad de asombro y de ver más allá de lo evidente, lo que mantiene el corazón abierto al Misterio y al Amor.
Y vieron a Dios y lo adoraron en el recién nacido, hijo de unos aldeanos tan pobres que solo tenían un pesebre, donde comen los animales, para acostar a ese Niño, llamado a ser el Pan de Vida.
            Oro para el Rey, incienso para Dios, mirra (que se usaba para ungir los cadáveres antes de la sepultura), para el hombre, amarga como el sufrimiento que todo ser humano tarde o temprano ha de padecer. Esta triple ofrenda reconoce las dos naturalezas inseparables de Jesucristo: divina y humana.
Sigamos el camino que nos indican las tres estrellas que menciona San Buenaventura, para llegar hasta el Niño Dios y ofrecerle nuestros dones.
Es lo que este año he pedido a los Magos de Oriente, para mí y para todos: que encontremos a Jesús -de un modo más real, íntimo y decisivo- y podamos entregarle el oro de nuestra alabanza y nuestro agradecimiento, el incienso de nuestro amor y la mirra de nuestro corazón humano.
Mirra amarga de un corazón de peregrino, a veces cansado, a veces perdido, con las huellas del mundo y heridas de batallas invisibles, pero en pie, para que Su Luz siga resplandeciendo.
                                         


                                             Oratorio de Navidad BWV 248, J. S. Bach
                                                  Llegada y Adoración de los Magos