25 de noviembre de 2017

Rey adorable


Evangelio de Mateo 25, 31-46 


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles con él se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” Y el rey les dirá: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Y entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Entonces también éstos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos?” Y él replicará: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de estos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna.” 



                                     Me basta con saber que estás aquí, Gonzalo Mazarrasa


Vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán.


                                                                         Daniel 7, 14 

En  www.diasdegracia.blogspot.com  nos centramos en el pasaje del Evangelio de la mano de San Agustín. Aquí reflexionamos sobre Jesucristo como Rey del Universo, la solemnidad con que culmina el año litúrgico. Celebramos al Rey mirándole, sintiéndole, uniéndonos a Él en la Eucaristía, Su Presencia Real en el mundo. Es lo más adorable, mucho más que las imágenes con cetro y corona con que representan al Cristo triunfal de la Parusía, porque aquí, ahora, en este vértice del tiempo que conecta con la eternidad, se ha hecho Pan de Vida para acompañarnos y alimentarnos, ir asimilándonos a Sí, mientras caminamos de regreso a la Casa del Padre.

Jesucristo, Rey del Reino eterno, reina también aquí, en la representación de este mundo que pasa, desde el trono invisible del Sagrario, lo más real que podemos concebir en la tierra, el más absoluto anonadamiento por amor. Inconcebible para la mente, lo sabe el corazón y lo comprenderemos cuando atravesemos definitivamente el velo que nos separa de lo que ni ojo vio ni oído oyó.

Recordábamos hace unos días que San Francisco de Borja, cuando tuvo que reconocer el cadáver descompuesto de la emperatriz Isabel, su bella y amada señora, pronunció las célebres palabras: nunca más servir a señor que se me pueda morir. Y lo dejó todo, literalmente, eligió servir al único Señor, el que no muere, el Único. Son muchos los que se han atrevido a hacer lo que no pudo el joven rico. Una de las primeras fue María Magdalena, que supo cómo el Rey puede hacer, de una prostituta, una princesa.
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Magdalena Penitente, Pedro de Mena

En la Magdalena Penitente de Pedro de Mena, vemos a María Magdalena contemplando a Cristo crucificado. Así reina Él sobre el corazón de quienes purifican sus días de ceguera y olvido. Y así quiero vivir, mirando cómo salva, libera y renueva. Por eso Santa Teresa de Jesús nos exhorta: no os pido más que Le miréis
Reconocer que Él es Rey nos hace súbditos de Su Reino. Un Reino que no es de este mundo pero está en este mundo si dejamos de mirarnos a nosotros mismos para mirar a Cristo en la Cruz, en el altar, en la Eucaristía. Porque, si somos tibios, Él es fiel, si somos débiles, Él es fuerte, si somos mezquinos, Él es generoso, si somos falsos, Él es verdadero.

Así lo expresa también Santa Teresa: “¡Oh Hijo del Padre Eterno, Jesucristo, Señor nuestro, Rey verdadero de todo! ¿Qué dejasteis en el mundo? ¿Qué pudimos heredar de Vos vuestros descendientes? ¿Qué poseísteis, Señor mío, sino trabajos y dolores y deshonras, y aun no tuvisteis sino un madero en que pasar el trabajoso trago de la muerte? En fin, Dios mío, que los que quisiéremos ser vuestros hijos verdaderos y no renunciar la herencia, no nos conviene huir del padecer. Vuestras armas son cinco llagas” (Fundaciones 10, 11).

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Nuestra Señora del Henar, s. XII

Jesús en el trono del regazo de su madre en el Santuario de Nuestra Señora del Henar, en Cuéllar. Ella es trono del Rey y es también Reina. Majestades que se funden y se entrelazan por amor. 

Ante el Rey, solo cabe una actitud: mirarle con adoración, como Le mira Su madre en el Calvario. En su mirada se funden dolor y amor y nos enseña que adorar fortalece y da sentido al sufrimiento. Lo estoy aprendiendo ahora que veo al Rey en los cuerpos vencidos, en la fragilidad, en el desvalimiento…

María, Reina y primera súbdita, maestra del sufrir adorando, del asombro dolorido y reverente, me recuerda que el Reino está dentro de mi corazón y me enseña a callar, a poner fin al parloteo y dispersión que suelen aprovechar los usurpadores para instaurar un reinado de sombras. Con ella voy perdiendo tierra y ganando cielo, como decía Sor Ángela de la Cruz.

María, la Madre y la Reina, va sanando las heridas del corazón, embelleciendo los dones, limpiándolos, perfeccionándolos para que sean del agrado del Rey que, aunque nos ama a pesar de todas nuestras miserias e imperfecciones, nos quiere transformar. Por eso dio Su sangre y por eso reina en el Universo, para que mirándonos en Él, seamos reales en Su realeza. Si unimos nuestras cruces a la Suya, el sufrimiento es precio de Salvación, y cuando Él vuelva en gloria y majestad secará toda lágrima de nuestros ojos.

18 de noviembre de 2017

"Todo es nuestro, nosotros de Cristo y Cristo de Dios"


Evangelio de Mateo 25, 14-30

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata; a otro, dos; a otro, uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de un tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”. Se acercó luego el que había recibido dos talentos, y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”. Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”.”


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Parábola de los talentos, Willem de Poorter


O trabajo hoy o jamás trabajaré. O vivo hoy o seré sólo un muerto que sueña y que recuerda.
                                                                                              José Luis Martín Descalzo
  

Ninguna acción surgida de un corazón renunciante es pequeña, y ninguna acción surgida de un corazón avaro es fructífera. 
                                                                                                            Ibn ‘Atâ ‘illâh

  
Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene… Algunos ven esta declaración como una de las más contradictorias de las que pronunció Jesús. Hay quien dice que se la han atribuido, pero que no puede ser suya, pues fomenta la imagen de un Dios justiciero, vengativo  e implacable…

Y, sin embargo, es una forma de expresar la verdadera justicia y el amor de Dios. Es una parábola destinada, como otras, a sacudir las conciencias y solo con una lectura literal o superficial puede parecer injusta.

Dios no es un contable, ni quiere que establezcamos con Él una relación de intercambio, mercantilista y fría. El temor de Dios al que se refiere el Salmo 127 que hoy leemos no es el miedo a un juez distante y ajeno a la suerte de los seres humanos. En esa expresión, al que tiene, encontramos "la perla" de esta enseñanza. ¿Qué es lo que "tiene"?, ¿qué "se le dará", realmente? Tiene y se le dará el vínculo con la Fuente de la prosperidad, la dicha y la bendición.

Uno tiene, y es, lo que ama, aquello donde pone su corazón. Hace poco oí a José Ignacio Munilla, el obispo de San Sebastián, decir: "Nunca se tiene suficiente de lo que no se desea". Si somos conscientes de desear el Bien verdadero, ya somos uno con Él y se nos dará más de eso que anhelamos, escogemos y somos, porque la verdadera abundancia no tiene límite. Si te miras en el Bien, la Verdad, la Belleza, que es Jesucristo, tienes todo. Sin embargo, si te obsesionas con la carencia, el miedo, la desconfianza y la tibieza, si pones tu corazón en lo que no vale nada, en lo que pasa y termina, eso tendrás y serás: la nada que has elegido, porque has negado el verdadero anhelo del corazón: lo bueno, lo eterno, lo verdadero.

Al que tiene se le dará. Recibes, tienes, eres de acuerdo con lo que anhelas, miras, sigues e imitas. Para reconocer ese anhelo esencial del corazón, la "Belleza siempre antigua y siempre nueva", que canta San Agustín, la Sabiduría sobre la que venimos leyendo estos días en la primera lectura de cada Eucaristía, hay que despertar y mantenerse despierto en un mundo donde abundan los dormidos que compran, venden, comen, beben, se casan, construyen (Lucas 17, 26-37) y nada más, un mundo de muertos que se creen vivos, enfrascados en afanes de lo efímero.

Miremos a lo alto y también hacia dentro, donde está el tesoro verdadero del corazón, la fuente inagotable de amor y de gracia, ese surtidor de agua que salta hasta la vida eterna (Juan 4, 14), que no es nuestro, pero se nos da si lo aceptamos. Seamos fieles servidores, que ponen a trabajar los dones y talentos que el Señor les ha confiado, apostando fuerte, apreciando las “inversiones” de alto riesgo, que son las que dan el Beneficio que satisface al corazón despierto. Gratitud, coherencia, confianza y altura de miras es a lo que hoy nos llama, como tantas veces, el Evangelio.

No nos quedemos a ras de tierra por cobardía o exceso de precaución. Los tibios son rechazados en el Apocalipsis, seamos fríos o calientes (Ap 3, 15-17), pero seamos, sobre todo, capaces de reconocer que todo es nuestro, nosotros de Cristo y Cristo de Dios (1 Corintios, 3, 23).

           Es la Vida la que está en juego, y urge prepararnos porque, como dice la segunda Lectura (1 Tesalonicenses, 5-6), el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Velemos con prudencia y sensatez, como veíamos el domingo pasado, alimentando el anhelo de eternidad que nos mueve y nos impulsa, porque estamos en el mundo pero no somos del mundo (Juan 17, 14), sino hijos de la luz.

            Saltemos sin red, apostando por la Vida, por el Reino y su justicia, tan alejada de las seguridades y la justicia mediocres del mundo. Vivamos de una vez el verdadero amor, la llama de amor viva, bien distinto del falso amor, consumido bajo las cenizas.
Alma, ¿qué has hecho de tu pobre huerto?, se lamenta Machado en uno de sus poemas   www.diasdegracia.blogspot.com  Que no sean esas palabras las que digamos o pensemos cuando llegue la hora. Ocupémonos del huerto, con los talentos de jardineros fieles que nos han sido dados, ahora que aún tenemos luz y pueden florecer las más hermosas flores. Ahora que hay luz y el suelo es fértil, las manos aún fuertes y el pulso firme para esparcir las semillas, remover la tierra y esperar a que llegue la Primavera de donde vinimos.
Mediocridad y tibieza es optar por lo fácil, lo cómodo o lo seguro. Valentía es atreverse a dar un salto para llegar más alto y más lejos, sin pretender conservar lo que se cree tener o lo se cree haber ganado, porque eso supone perderlo.

            Apostemos por el verdadero tesoro, con el valor y la devoción de un samurái o de un caballero templario, pues guerrero y monje son los dos. Arriesguemos por amor, un inmenso amor a la Verdad y a los que la buscan con nosotros, sin miedo, con alegría, pues, como dice Pascal, si La buscamos, es porque ya la hemos encontrado.


                                Sé Tú mi riqueza, Salomé Arricibita y Teresa Nécega

El que no recoge conmigo, desparrama (Mateo 12, 30), dice otro pasaje del Evangelio. El que tiene, recoge con Él, es consciente de Él, en su mente, en su corazón, en su espíritu. El que tiene, recibirá, porque está unido a la fuente inagotable de la abundancia.
            Y al que no tiene, cree estar separado, el miedo le impide conectar con Aquel de donde todo nace y todo confluye, por eso no es capaz aún de recibir.
            Seamos de los que tienen, conscientes de ser en Él, hasta poder decir: Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí (Gálatas 2, 20).

  RECOGER CONTIGO

Recoger contigo es alinearse
hacia Ti, elevar todo mi ser
para que se caiga como piel muerta
todo lo que no es Tú,
todo lo que no puede
llegar a parecerse a Ti.

Recoger contigo es pensarte,
sentirte, dejar que vivas en mí,
que uses mis sentidos y talentos
y vivir yo en Ti, sin que nadie
ni nada distraiga mi atención.

Recoger contigo es escapar
de cuantas fantasías me separan
de la vida verdadera,
que no es otra que Tú, Verdad y Vida.

Recoger contigo es esperarte
cada día, cada instante,
como si estuvieras siempre a punto de venir,
que siempre estás viniendo si recojo contigo,
que siempre estás aquí.

Tú, mi cosecha abundante,
mi fruto bueno,
mi lote y mi heredad,
mi campo infinito donde nada se pierde,
porque recojo contigo,
   y no vuelvo a desparramar.


Con el Nombre de Dios se puede preparar una obra todavía más grandiosa. Del mismo modo que el banquero crea a partir de la nada la riqueza, así quien acumula e invierte su capital de fe y juega con cada oscilación, puede crear a partir de la nada (a partir de una vida hecha de días acumulados uno tras otro, sin nexo, destinada a la muerte) una realidad metafísica.
Por otra parte, todos los discursos de Cristo están tramados de recuerdos bancarios, de reclamos al comercio, a la técnica de las inversiones, a los mandatos de negocios y a sus terribles leyes, por las cuales el fiduciario que simplemente se guarda la moneda, al modo arcaico, es ferozmente condenado.
                                                                                              Elémire Zolla

10 de noviembre de 2017

De necia, a sensata


Evangelio de Mateo 25, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!” Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apaga las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.


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La parábola de las diez vírgenes, Friedrich Wilhelm von Schadow



El amor nunca acabará. Las profecías serán eliminadas, las lenguas cesarán, el conocimiento será eliminado. Porque conocemos a medias, profetizamos a medias; cuando llegue lo perfecto, lo parcial será eliminado.
                                                                                                       1 Corintios 13, 8-10

Debo reconocer que soy más necia que sensata. Me gustaría poder decir lo contrario, pero hay mucho en mí de dispersión, prisa y olvido de lo importante. A veces creo que se me va la vida en los afanes del mundo y me siento como esos malabaristas que mueven platos chinos y tienen que ir corriendo de uno a otro con el palito, para mantenerlos girando sin que se caigan al suelo.

Lo cierto es que soy aún muy necia, a pesar de tantos dones. Y recuerdo esa otra parábola que acaba así: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?” Este necio ignorante, de nescio, que literalmente significa “no sé”, fantaseaba con una buena “jubilación”, con seguridad material y placeres, pero cada uno ha de ver con qué sueña, como las vírgenes necias, a qué dedica sus esfuerzos, y sus imaginaciones, qué proyecta en lo material, lo social, lo familiar, lo intelectual, lo emocional, incluso en lo espiritual… Porque nada de lo que proyectamos en cualquier campo nos lo llevaremos, si se queda en los límites de este mundo de sombras y vanidad. Y buena parte de esos proyectos, además, ni siquiera llegarán a concretarse, se quedarán en lo mental, en el ego y sus delirios de grandeza. No tendremos más que el amor que hayamos dado.

Mientras tanto, sé que soy mucho más necia que sabia, más necia que prudente, lo reconozco, pero me atrevo a decir con San Pablo “me basta Su gracia”, y confío en que el Señor colme todos mis vacíos, me ayude a reparar mis desvaríos y negligencias, haciendo de tantos errores y dispersiones, camino hacia la Vida. 

Necia soy aún, y no es una pose, sino una constatación objetiva: necia, ciega, sierva inútil que aprende a servir al único Señor. Si espero llenar mi alcuza de aceite con buenas obras, ni en mil años lo lograría. Mejor fijarme en la astucia del mayordomo que veíamos en el Evangelio del viernes, pero no para estafar ni engañar, sino astuta para el Reino, para "robar" el Paraíso, como hizo Dimas, tras una vida de olvido y egoísmo. Voy a ponerme cerca de la Fuente, que sea Su gracia la que llene mi pobre alcuza descascarillada. Cerca del Señor, y, sobre todo, por lo necia que he sido y soy, por lo miserable que he sido y soy, muy cerca de la mediadora de todas las gracias, la Santísima Virgen María, la verdadera Virgen sensata, sabia, diligente, que quiere que la imitemos.

Vírgenes prudentes, Kirk Richards

En el vídeo, escuchamos una canción de Cecilia, homenajeada estos días porque falleció hace 40 años. Así me siento yo, “nada de nada”, y también con sensación de final próximo, pues aunque viviera cincuenta años más, ¿qué son cincuenta años, o cien?…: una vela nocturna, un ayer que pasó... Como canta Cecilia, soy nada, pero no nada de nadie, o sí, nada de nada de este mundo, pero una tímida nada de alguien, de la única Virgen sensata, para serlo también del Señor. 

Leo en uno de mis libros de cabecera, Imitación de Cristo, de Thomas de Kempis: “Nada soy, Señor, nada puedo, nada bueno tengo de mí; mas en todo me hallo vacío, y camino siempre a la nada.” Tremenda verdad, desmoralizante, si no fuera porque no estamos solos. Somos guiados, acompañados, esperados por el propio Esposo al que veremos cuando atravesemos la puerta que da entrada al banquete de bodas, que es la vida eterna. 

Vírgenes necias o vírgenes sensatas, parecería fácil elegir lo que queremos ser y cómo queremos comportarnos, y no lo es; todo lo contrario. Para ser prudentes tenemos el camino de considerarnos nada y mantenernos, no solo vigilantes, alerta, lo que es muy difícil, y todas dormían cuando llegó el Señor, sino, sobre todo, mantenernos unidos al que lo es Todo, el Esposo que aguarda, al otro lado de la puerta y, a la vez, dentro, en lo más íntimo del alma.

Espero que Cecilia ha encontrado al Dueño de la nada que fue ella, como yo espero encontrar al Dueño de esta nada que soy. En realidad, ya hemos sido encontrados por Él, solo hace falta recordarlo cada día, cada instante. No sé si Cecilia lo supo, no sé si se dio cuenta y lo vivió. Tal vez sí, y por eso se fue pronto, para vivirlo a lo grande, porque la muerte es eso, encuentro, entrada en el banquete nupcial, dejando atrás el sueño y el olvido. 

Las buenas obras unidas a la fe pueden apenas poner unas gotas de aceite en nuestra lamparilla, lo mínimo para poder encenderla, pero para que se mantenga encendida, necesitamos Su gracia. Mientras seguimos aquí, el aceite sigue gastándose con distracciones, dispersiones, caídas... Qué bueno es, entonces, mantener la lámpara cerca del gran depósito de aceite, que es María, la única Virgen sabia y lúcida. Ella nos enseña que no podemos encontrarnos con el Esposo si no hemos vivido con Él aquí el noviazgo necesario, mirándole, escuchándole, haciendo lo que Él nos dice. 

Es inagotable esta parábola... Se podría reflexionar durante años sobre la necesidad de estar atentos, en guardia, velando… Y si, hay que velar, vigilar, estar atentos, pero para la Vida. La atención cristaliza el alma, decía Gurdjieff, pero de nada valdría gestar un alma para el abismo. Nosotros queremos un alma preparada para Gloria de Dios, su único Dueño. Por eso, como María, queremos escuchar la Palabra y cumplirla para conocer al Señor y que Él diga que nos conoce cuando llegue el día y la hora. Porque el aceite es Suyo, la atención es Suya, y la gracia que nos hace dignos de entrar en el banquete, también es Suya. Así lo canta un himno de la Liturgia de las Horas:

“Tú revistes de música a los pájaros,
alimentas con pétalos la piedra,
introduces tu espíritu en mi barro
y me coronas rey de la materia.

Soy lo que tú me has dado, nada es mío,
y me reclamarás al fin los réditos.
Soy lo que con tus dones he crecido
y el ofrecerme a ti será mi mérito.

Deseo que mi vida te prolongue,
que tú habites mi cuerpo en esta tierra,
que en mi voz tu palabra inflame y logre
encender nueva luz en las tinieblas.

Y cuando me recibas en tu reino
me mires a los ojos y sonrías,
compruebes que ya es bueno tu universo
porque tu voluntad está cumplida.”


                                                         Nada de nada, Cecilia

4 de noviembre de 2017

El que se humilla será enaltecido


Mateo 23, 1-12

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo: “En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencia por la calle y que la gente los llame “maestro”. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.


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Jesús y los fariseos, James Tissot

Cuando el hombre se humilla, Dios en su bondad, no puede menos que descender y verterse en ese hombre humilde, y al más modesto se le comunica más que a ningún otro y se le entrega por completo. Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad y su bondad es su amor. Toda la pena y toda la alegría provienen del amor.

Meister Eckhart


El Evangelio es siempre actual porque nos está hablando hoy, siempre hoy, a cada uno de nosotros. Hoy nos previene contra la soberbia, la ambición y la falsedad que nos condicionan a todos, en diferente grado y de diferentes formas, algunas muy sutiles, y nos llama a la humildad, a la sencillez, al reconocimiento del único Maestro, del único Padre, del único Señor al que servir, obedecer y seguir.

Todavía hay quienes creen que los méritos son suyos, que pueden salvarse solos o liberarse a sí mismos. Se vanaglorian de lo que han conseguido en lo material y en lo espiritual y esperan, en vano, como vanos son ellos, su recompensa. Si no reconocen y asumen con lo más profundo de su ser que todo lo bueno viene del Señor y que el único esfuerzo consiste en aceptar tanta gracia, cuando acabe su tiempo, ya habrán recibido su recompensa: vanidad de vanidades, polvo, sombra, nada.

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Así acaba el pasaje que contemplamos hoy. En otros pasajes de los Evangelios aparece esta enseñanza, tan clara y contundente (por ejemplo, Lucas 14, 1.7-11; Lucas 18, 9-14). La insistencia en la virtud de la humildad tiene sentido porque, para seguir a Jesús, hace falta recorrer el camino descendente. Igual que Él encarnó, abajándose al máximo, ha de ser un abajarse real, una experiencia concreta, un ponerse a ras de tierra, humus, auténtica humildad, camino que María recorrió antes que nadie y por eso fue ensalzada como nadie, como canta el Magníficat que escuchamos abajo. 

El despreciado y rechazado, el cordero llevado al matadero, la oveja que enmudece (Isaías 53, 3-7), el gusano, oprobio de los hombres, desprecio del pueblo (Salmo 22, 7)... Así anunciaban a Cristo las Escrituras, antes incluso de la Encarnación. No nos escandalicemos ni miremos a otro lado… Sí, el "gusano"; ¿es posible más abajamiento del mismo Dios? Hasta ahí llegó Su amor. ¿Hasta dónde llega el nuestro?

No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí (Juan 14, 1), nos decía Jesús el jueves en la conmemoración de los fieles difuntos. ¿Qué es creer en Dios? ¿Cómo se expresa esa fe? Entregándonos a Él por completo, escuchando Su Palabra y cumpliéndola, no sirviendo a más señor que a Él, porque no se puede servir a dos señores; no llamando Maestro o Padre a nadie, sino a Él; demostrando que nuestra única ambición es cumplir Su voluntad, amar como Él nos ha amado, la perfección del mandamiento del amor que veíamos el domingo pasado. Y viviendo cada día esa fe, para que nada nos haga confundirnos de Maestro, de Padre, de Señor.

El mensaje de Jesucristo es el más radical y revolucionario que se haya escuchado porque transforma los corazones para que el Reino se realice; todo lo demás es añadidura. Por eso, la auténtica humildad es la que no necesita manifestarse a los ojos del mundo. El verdaderamente humilde ni siquiera necesita saber que lo es, porque ha alcanzado ya la dicha de los pobres en el espíritu. Es la infancia espiritual que te hace humilde y confiado, pues sabes que no tienes que defenderte de nada o prevalecer sobre nadie. Lo que mueve el mundo: deseos de aceptación, reconocimiento, admiración, poder…, ya no importa; surge un nuevo modo de vivir, basado en el servicio, la entrega, el amor.

Vacíate para que puedas ser llenado; sal para que se pueda entrar, dice San Agustín. Nos mantenemos en guardia, vigilantes para poder discernir cuándo el fariseo que llevamos dentro quiere hacerse notar y sentirse superior. En cuanto asome, le recordaremos que somos servidores porque el único Maestro fue el primero en servir y se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2, 8-11).

                                              Magnificat, Hermana Glenda