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19 de julio de 2025

¡Qué hermosa es mi heredad!

 

Evangelio según san Lucas 10, 38-42

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. Pero el Señor le contestó: “Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán”. 

                     Jesús en casa de Marta y María, Vermeer

Cuántas lecturas es posible realizar de cada escena de los Evangelios; y no se descartan unas a otras; se superponen armoniosamente, como las imágenes de un caleidoscopio al girarlo. Como siempre que nos asomamos a la profundidad de la Palabra del Señor, podemos situarnos en ese “espacio” atemporal donde lo que sucedió sigue sucediendo, y pedir a los personajes que nos dejen entrar y vivir junto a ellos esos acontecimientos históricos y alegóricos, simbólicos y reales a la vez, que nos abren las puertas de la libertad. Entremos de nuevo, mirémonos en ellos, seamos ellos, hasta sentir sus sentimientos, pensar sus pensamientos y pronunciar sus palabras.

La “parte mejor” que ensalza Jesús es mucho más que la capacidad de escuchar, orar o contemplar. Es el nivel de ser que permite saber que Jesucristo es la Resurrección y la Vida. Por eso será Marta la destinada a reconocerlo un poco más adelante, cuando Jesús se disponga a resucitar a Lázaro (Jn 11, 25-27). 

María ya lo sabe en el fondo de su corazón, donde reside el verdadero conocimiento. Su actitud de escucha y entrega, de acogida total, es fruto de un amor sin medida, y el amor todo lo puede. Creer salva; pero el que ama cree con una certeza que está más allá de la fe, pues, como dice San Pablo, el amor es más excelente que la fe y que la esperanza (1 Cor 13, 13), porque es lo que perdurará cuando se hayan cumplido las promesas de la fe y de la esperanza. Por eso María, y la parte de nosotros que haya llegado al nivel de María, tiene la fe ya integrada, encarnada, trascendida.

Lo que nos enseña este pasaje es más profundo que el viejo debate "contemplación–acción" y que la síntesis conciliadora ora et labora. Esa “María” que hemos de ser es ofrenda desinteresada de sí misma y receptividad plena; un estado de conciencia, un nivel de ser que supera la dicotomía sobre actividad o inactividad. Quien lo ha alcanzado, siempre por la gracia de Dios, que es Quien elige y ama primero, puede hacer muchas cosas, incluso apresuradamente, como Abrahán en la primera Lectura de hoy, realmente trepidante (Génesis 18, 1-10a), sin dejarse atrapar por las preocupaciones ni “desangrarse” interiormente, sino, al contrario, dando fruto, creciendo, generando vida. 

La “mejor parte”, más que contemplar, supone haber recibido el don más preciado: poder vivir en Presencia del Señor, hacer del corazón Su morada, experimentar la Comunión con Él. Esa es la herencia inmejorable, el lote valioso que mencionan los salmos (Sal 16,5-6; Sal 119,57).

Meister Eckhart considera que Marta ha alcanzado una madurez espiritual superior a la de su hermana María. En el sermón llamado “Marta y María”, ofrece una visión sobre la experiencia mística y la vida cotidiana. Dice que a María, en plena experiencia espiritual, aún no le es posible acción alguna, debe limitarse a la contemplación de lo que le está siendo revelado. Marta, en cambio, ya ha experimentado lo que vive María en ese momento, y lamenta su inactividad. Jesús estaría, en esta interpretación, pidiendo a Marta que comprenda y respete el momento de María, porque aún le queda el aprendizaje que ella ya ha obtenido: la contemplación llevada a la vida cotidiana. Marta habría llegado, según Eckhart a esa plenitud de la vida espiritual que hace posible que cada instante, cada actividad, cada gesto, cada palabra o cada silencio sean oración viviente.

Creo que no se trata de descubrir cuál de las hermanas de Lázaro es más madura espiritualmente, porque las dos están ayudándonos a comprender, integrar y vivir el mensaje de Jesucristo. Creo que, si el Evangelio quisiera ensalzar la actitud de Marta frente a la de María en esta escena, no habría presentado a una Marta que se queja, ni Jesús hubiera calificado su actitud como “inquieta y nerviosa”. 

Será dentro de poco cuando, con el corazón desgarrado por la muerte de su hermano, Marta experimente el vértigo incomparable de reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios, el Salvador, y, rendidas ya las armas inútiles de la inquietud y la productividad, del falso control y la preocupación, se entregue plenamente, como María. 

El afanarse de acá para allá sin mantener la Presencia, la Comunión con el Señor que permite una actividad consciente y libre, es un actuar limitado y poco eficaz, esclavo del juicio, sometido a una mente discriminadora y estéril. 

La verdadera contemplación cristiana, que, más que contemplar es dejarse contemplar, no se expresa en la pasividad, sino en acción fértil en las dimensiones de lo verdadero. Hay que disminuir el peso de la actividad en este mundo en el que estamos pero del que no somos (Jn 17, 16), para potenciar esa otra actividad que es contemplación, oración pura, fusión con lo Real. Evitando las falacias del “quietismo”, claro, porque en el fondo no se trata de hacer mucho o poco. Se puede correr y hacer una cosa tras otra, incluso simultáneamente, como Abrahán, y seguir manteniendo una actitud contemplativa, serena y libre. Y también se puede permanecer sentado, en aparente calma, y estar sometido a un maremágnum de pensamientos y emociones que impiden ser consciente de la propia existencia y, por tanto, impiden Ser. 

Porque esa es la clave del verdadero contemplativo: ha logrado ser dueño de sí mismo y por eso puede darse y también por eso puede hacer, pues lleva dentro el fuego que enciende la oración perfecta y la acción fructífera que de ella nace.

La enseñanza de este pasaje va, por tanto, más allá de escoger entre acción y contemplación y va también más allá de proponer una actitud integradora de ambas. Como tantas veces, las palabras se quedan cortas… Sería más bien hacer mirando o, mejor, mirar haciendo, pero con un “hacer” que nace del ser y este a su vez de ese reconocimiento del Camino, Verdad y Vida, que María ya tiene y Marta tendrá. La mejor parte sería esa capacidad de vivir en la Presencia, tanto en la acción como en la quietud, que comunica con las dimensiones más reales de nuestro ser, las que no están destinadas a desaparecer. Cuando el intelecto no llega, la poesía, la música, el arte pueden ayudar pues pasan por los centros sutiles de nuestro ser, tan adormecidos casi siempre por los afanes del mundo.

Intuyo que los ángeles y todos los miembros de la Iglesia Triunfante poseen una capacidad de acción inimaginable para los que seguimos en la “gran tribulación” (Ap 7, 14); pero no tendrá nada que ver con lo que entendemos por actividad en el mundo, casi siempre un activismo estéril y alienante. Podemos –debemos– aprender a actuar ya así, o al menos intentarlo, recordando que con Dios todo es posible y el que se une a Dios ha escogido la mejor parte, y puede hacer o no hacer, porque ya ha realizado el acto esencial, que es la entrega confiada a la voluntad del Señor, en Quien todo está hecho, todo se tiene, todo se siente, todo se cumple. Como dice San Juan Clímaco: “No hay arma más potente en la tierra y en los cielos que la oración. Es el acto más digno del espíritu.” No en vano, Jesús dijo a los apóstoles que cierta especie de demonios, la más recalcitrante, solo se vence con la oración (Mc 9, 29).


     Poema Nada te turbe, de Santa Teresa de Jesús. Comunidad de Taizé


REPOSAR EN LA ACCIÓN ES LA VÍA DE LA SANTIDAD

Que el pecado se acompaña de tumulto, y en el silencio está la humildad y la sabiduría del que busca una sola cosa. Aquella visión me enseñó a la bestia, pero también el camino de su derrota, que no es otro que la transformación de bestia en hombre y de hombre en ser angélico. Esta es la peregrinación del alma, el camino del ser angélico, la transformación que nos conduzca a la contemplación de Dios. Este era el milagro, que el lodo une a Dios con el hombre; que el corazón es el reino, el corazón es el templo, el corazón es un sepulcro viviente. El fruto es la belleza, una rosa mística que crece aquí y ahora y siempre, rodeada de espinas, sangrando sin marchitarse en las penas. El amor debe ser la senda y el epitafio, la llave para saber que nada es imperfecto, que una rana es tan bella como un ángel. Desde mi ordenación como sacerdote jesuita, mi vida se ha basado en la búsqueda contemplativa de Dios; reposar en la acción es la vía de la santidad. Me dediqué a escribir obras para educar en la fe, pero de todas las poesías de mi alma iluminada, me quedo con las ideas que tuvo mi corazón en su viaje hacia Dios, un viaje que toda alma debería hacer.
               Angelus Silesius

12 de julio de 2025

Amor perfecto

 

Evangelio según san Lucas 10, 25-37

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” Él le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?” Él contestó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. Él le dijo: “Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.” Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?” Jesús dijo: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: “Cuida de él y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.” ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?” Él contestó: “El que practicó la misericordia con él”. Jesús le dijo: “Anda, haz tú lo mismo”.

                                                El Buen Samaritano, Eugene Delacroix

La mejor manera de descubrir si tenemos el amor de Dios es ver si amamos a nuestro prójimo. 
                                                                       Santa Teresa de Jesús

¿Qué es un corazón compasivo? Es un corazón que arde por toda la creación, por todos los hombres, por los pájaros, por las bestias, por los demonios, por toda criatura. Tan intensa y violenta es su compasión, tan grande es su constancia, que su corazón se encoge y no puede soportar oír o presenciar el más mínimo daño o tristeza en el seno de la creación. 
                                                                            San Isaac el Sirio

Qué riqueza de símbolos y metáforas despliega Jesucristo en esta parábola. Desde los primeros Padres de la Iglesia se viene repitiendo que el Buen Samaritano es Jesús; el herido, la humanidad caída; el vino y el aceite, los sacramentos; la posada, la Iglesia; el posadero, los miembros de la Iglesia; los dos denarios, el Antiguo y el Nuevo Testamento; el día siguiente, la Resurrección; el regreso, la Parusía.

El Buen Samaritano no solo hace todo lo posible en el momento, con ternura y atención, con infinita misericordia, amando al otro como a sí mismo, sino que se compromete a seguir procurando los cuidados necesarios. Él paga siempre por anticipado, ama por anticipado, vela y preserva por anticipado.

Medio muertos al borde del camino, heridos, vapuleados, desangrándonos, estamos todos antes del encuentro con Jesucristo. Algunos conscientemente,  otros por inmadurez o ignorancia, casi todos volvimos a bajar de Jerusalén, a Jericó, de la luz, a la oscuridad, de la Ciudad celeste, al mundo, de la gracia, al pecado. ¿Cómo no caer en manos de bandidos? ¡Qué descenso tan largo y qué profundo a veces! Ya lo decía San Agustín: Toda la humanidad yace herida en el borde del camino en la persona de ese hombre, a quien el diablo y sus ángeles han despojado.

Pero Él vino a nuestro encuentro; no podíamos volver a subir solos, nadie puede por sí mismo. Es Él quien ha bajado en nuestra busca, para levantarnos y salvarnos la vida. No se limita a ejercer la caridad por compasión; la misericordia divina llega mucho más lejos que la compasión. Él no solo se compadece, le duelen hasta las entrañas al vernos tan maltrechos, y por eso nos ofrece la curación total; porque Él no es otro mediador, sino el Hijo, el mismo Dios encarnado.

No nos ensañemos con el levita y el sacerdote; recordemos todas las ocasiones en que nos comportamos como ellos. A fin de cuentas, están cumpliendo la ley sobre la pureza de la religiosidad judía, dan un rodeo y pasan de largo. ¿A qué leyes o preceptos obedecemos nosotros? ¿Seguimos adaptándolos a nuestra conveniencia? ¿Somos fieles al Mandamiento del Amor que instituyó Jesucristo? ¿O solo alardeamos de conocerlo, y, en la práctica, nos limitamos a otros cumplimientos más cómodos y llevaderos? Más mezquinos al final, cumplimiento, cumplo y miento, alertaba San Josemaría. 

El ejemplo que nos pone Jesús, el Buen Samaritano, la metáfora de Sí mismo, es natural de Samaria, miembro, por tanto, de un pueblo de herejes, ancestralmente enfrentado con los judíos. Qué audaces tus lecciones, Señor, cuándo las asimilaremos en su plenitud transformadora… 

Ama y haz lo que quieras, decía San Agustín, no como rebeldía o provocación, sino porque en el amor a Dios y al prójimo se sostienen toda la ley y los profetas (Mt 22, 40). El amor es más fuerte que el miedo y la muerte, más que las leyes y los dogmas, más fuerte que todo. Las normas, reglamentos, prohibiciones..., son necesarios para los que no han llegado, todavía, al amor y se rigen por la frialdad de la ley, la amenaza y el temor. Los que han dado el gran salto están en la plenitud de la ley (Rom. 13, 10) y viven libres, confiados en Dios, abiertos al mandamiento del amor, que contiene y sostiene todo y a todos. En ese amor esencial que brota del alma del verdadero discípulo, que se reconoce amado y se reconoce como amor, encontramos el terreno fértil para el entendimiento, la armonía y la unidad.

                                                 El Buen Samaritano, Pelegrín Clavé