Evangelio de Mateo 5, 1-12a
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se
sentó, y se acercaron sus discípulos. Y él se puso a hablar enseñándoles:
“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que
lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de
justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque
ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán
“los hijos de Dios”. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque
de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten, y os
persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos,
porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.
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El Sermón del Monte, Rudolf Yelin
Jesús
iba a convocar a los que consintieran, para que intentasen con Él la más grande
aventura que jamás se hubiera propuesto a los hombres: implantar sobre la
tierra el reinado de Dios.
Georges
Chevrot
Jesucristo es Camino, Verdad y Vida. Nada, de lo
verdadero que hay en otras enseñanzas o tradiciones, falta en el Camino de Jesucristo. En
el Sermón de la Montaña, Jesús nos presenta un itinerario de santidad que nos
introduce al Reino de Dios. Porque la santidad no es un modo excepcional de
vivir, sino que es, o debería ser, la forma normal de ser cristianos. Si nos
dejamos transformar por el Evangelio, haremos realidad el Reino de Dios. Por
eso la pobreza de espíritu es la primera bienaventuranza y la esencia de
todas las demás: solo quien se desprende de sí mismo y se hace un ser
totalmente disponible es capaz de dejarse penetrar totalmente por el Reino de
Dios.
La pobreza de espíritu no tiene nada que ver con la
no posesión de bienes materiales. Un verdadero pobre de espíritu es la persona
que ha conquistado la humildad y el desapego; alguien que ya conoce dónde se
encuentran los verdaderos tesoros, los valora y los protege.
El corazón del ser humano reconoce los
verdaderos tesoros que más que en ganar, lograr, coger, consisten en soltar, dejar,
vaciar... Ya está todo dicho en el Sermón de la Montaña; las bienaventuranzas
explican dónde están los verdaderos tesoros. Es fácil reconocer esta verdad
intelectualmente: que la finalidad de la vida es realizar el Reino y que los bienes del mundo son solo un medio. Sin embargo, no actuamos en
consecuencia, el corazón apegado y temeroso se resiste, es demasiado fuerte a
veces la inercia, el hábito de hallar placer o seguridad o control en lo inmediato. El trabajo
pasa entonces por crear, con fe, esperanza y amor, un nuevo hábito de hallar
alegría y plenitud en el Camino, Verdad y Vida que es Cristo.
El
auténtico y bienaventurado pobre de espíritu ha de estar dispuesto a negarse a
sí mismo, a vencerse y transformarse, renunciando a lo que impide ser
discípulo, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino
Cristo que vive en mí" (Gálatas
2, 20).
Primero el Reino, que es Él, su amor
infinito que nos llena, nos transforma y nos salva. Primero el Reino, y lo demás
siempre vendrá por añadidura, porque todo lo bueno y necesario viene de Su
amor.
Sat Cit Ananda (Ser, Conciencia, Bienaventuranza), se dice en
sánscrito, uno de los idiomas más antiguos y de los más espirituales. Pero la
dicha a la que estamos llamados es más, infinitamente más de lo que se pueda
decir con palabras de cualquier idioma. Ni
ojo vio, ni oido oyó. Que venga a nosotros Su reino, ahora, en este mundo
con el que cada vez nos identificamos menos cuando logramos vivir en Su
presencia, tan real y transformadora como hace dos mil años.
Casi nada de lo que los ojos ven y la mente piensa o
recuerda, nada de lo que el ser humano ambiciona es real,
porque no es duradero, sino una grandiosa proyección, con los días contados, la
representación de un mundo que ya pasa. Nada es real…, o acaso sí haya algo real en este
torbellino de sombras efímeras que juegan a ser reales. Es real la luz de la
consciencia que hemos puesto y la luz que Cristo nos regala para completar
nuestra conciencia, a veces tan limitada. Es real el amor recibido y ofrecido con
el corazón abierto, esa luz de los momentos vividos de verdad, en los que
ponemos todo nuestro ser, lo que no perderemos nunca, lo que ha ido aumentando
nuestro “oro espiritual” para la morada que Jesucristo nos está preparando, tan
cerca de Él, que parecerá mentira haber podido estar siquiera un día siquiera
alejados de Su Presencia.
Blessed are the Merciful