Evangelio de Mateo 21, 28-32
En
aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué
os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve
hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después de
arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó:
“Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?” Contestaron:
“El primero”. Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas
os llevan la delantera en el camino del Reino de los cielos. Porque vino Juan a
vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los
publicanos y prostitutas lo creyeron. Y aun después de ver esto vosotros no os
arrepentisteis ni creísteis”.
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Fotograma de La Misión, de Roland Joffé (1986)
El ex mercenario y ex traficante de esclavos, Rodrigo Mendoza, cumpliendo su penitencia autoimpuesta de cargar día y noche con su armadura, por haber matado a su hermano.
Después de ser liberado de sí mismo por aquellos a quienes esclavizó, qué gran "Sí", valeroso y desbordante, siguió a sus terribles "No quiero". No solamente fue a "la viña", sino que imitó al Maestro hasta el final, dando, como Él, la vida por sus amigos.
Y esto debería ser nuestro negocio:
querer vencerse a sí mismo, y cada día hacerse más fuerte y aprovechar en
mejorarse. (…) Ciertamente en el día del juicio no nos preguntarán qué leímos,
sino qué hicimos; ni cuán bien hablamos, sino cuán honestamente hubiéramos
vivido.
Thomas de Kempis
Allí
donde no habitas tú con tu ipseidad y tu voluntad propia, allí habitan los
ángeles contigo y por todas partes. Y allí donde habitas con tu ipseidad y tu
voluntad propia, ahí es donde habitan los demonios contigo y por todas partes.
Jacob Boëhme
Con
esta parábola, Jesús vuelve a denunciar la hipocresía de escribas y fariseos,
los más fieles servidores del príncipe de este mundo, el príncipe de la
mentira. Ellos están en el hombre exterior, que aún ha de morir para nacer de
nuevo. Hablan sin sentir lo que dicen, se dejan llevar por palabras vacías, hacen alarde de su cumplimiento (cumplo y
miento), sin atreverse a mirar sus contradicciones e incoherencias. Por eso, los publicanos y las prostitutas les
preceden en el Reino. Los humildes, libres de soberbia y vanidad, vacíos de
pretensiones y creencias, están más preparados para negarse a sí mismos y
dejarse transformar.
Nos conmueve el primer hijo, que
recapacita y cede, después de mostrar esa rebeldía espontánea e inofensiva que
brota de un alma pura y transparente. Sabe soltar, renunciar a sus propios deseos y
comodidades, vencer las resistencias, que tan bien conocemos. En ese decir “¡no quiero!” y luego ir, hay lucha interior, fricción,
ternura, vida… En el hipócrita y desalmado (sin alma)
“voy, Señor” del segundo hijo, hay falsedad, cobardía, traición; hay tibieza; hay muerte.
Busquemos en nosotros toda actitud de incoherencia y palabrería vana. Y busquemos también al hombre (o
mujer) interior, humilde y sincero, tal vez áspero en apariencia y modales,
pero noble en el fondo, que recapacita y cumple la voluntad del Padre. Si
tenemos el valor de observarnos implacablemente y reconocer nuestra fragmentación
y mentira existenciales, nuestra falta de consistencia y fidelidad, recapacitaremos
e iremos a la viña a cumplir con el trabajo que se nos ha encomendado; seremos ese vaso vacío que puede ser llenado de Verdad y
Vida.
No importa las veces que hayamos
dicho “no quiero”, ni lo infieles que hayamos sido, ni lo que hayamos abusado
de la misericordia del Padre. Seguimos siendo llamados al trabajo por el Reino,
una y otra vez, invitados a ir a la viña.
En el Apocalipsis, el Señor expresa
su disgusto por la tibieza, pero permanece incansable a la puerta de nuestros
corazones, llamando, esperando a que abramos y le dejemos entrar.
Estoy a la puerta y llamo, Jesed
Y ese llegar tarde a
la hermosura, siempre antigua y siempre
nueva, que canta San Agustín, puede hacer que el alma desee liberarse ya de
la prisión, para volcarse en el Amor tardíamente descubierto. Como dice
San Pablo en la segunda lectura del domingo pasado (Filipenses 1, 20c-24.27a),
con qué gusto volveríamos a Casa, ahora que el "recreo" se va acabando, con
este final de los tiempos que ya acontece, si miramos con ojos que ven. Pero, como
añade el apóstol, hay que seguir aquí para trabajar, servir, convertirse en
puente y faro para los demás, porque solos no nos salvamos.
No queda otra, ya no hay vuelta atrás.
Por eso, no nos lamentemos por el tiempo perdido ni por las veces que hemos
dicho “no quiero” a la llamada del Padre. Digamos con Rubén Darío "¡mas es mía
el alba de oro!", recordando que Él todo lo restaura, lo completa, lo unifica… Nos
conduce a la renovadora “comunión de las aguas” (agua de vida y agua de
experiencia), donde ya estamos si queremos verlo. La frescura y la transparencia
del agua de Vida disuelve la amargura y las impurezas del agua de la
experiencia, con sus heridas, distorsiones, fracasos, olvidos…
Él hace de nuestros defectos,
errores y limitaciones, incluso de nuestras reiteradas negativas, algo bueno. De
la duda de Tomás, hizo la primera y más sublime expresión de fe-amor. Sobre la
triple negación de Pedro, construyó dignidad, lucidez, misión de puente y de
guía. De la superficialidad, logra hacer fidelidad; de la inmadurez,
coherencia; de la carencia, abundancia; de la fragilidad, fortaleza; del miedo,
valentía; de la tristeza, alegría; de las ensoñaciones, realidad; de las
proyecciones, construcción firme sobre roca; de las ataduras, libertad…
Es entonces cuando, transformado, vaso
nuevo, uno empieza a adentrarse en el Camino, descubre que lo que creía su
voluntad personal es humo, polvo, mentira…, que su verdadera voluntad coincide con la de
Dios. Y está preparado para recubrir todo lo que hace, piensa, siente y dice con el oro del Amor. Angelus
Silesius nos da una gran clave: “cristiano, todo lo que hagas, recúbrelo de oro, o Dios no te será
propicio, ni a ti ni a tus obras.”
Oro del Amor que pasa por el servicio y la
entrega gratuita de sí mismo, como nos enseña el Maestro… A años luz de la
falsa espiritualidad de los que piensan pero no sienten, dicen pero no hacen,
prometen pero no cumplen, creen pero no viven, dicen "voy", pero no van… Callemos y hagamos, pero sin esa actividad febril, ese
afanarse propio del mundo. Callemos y hagamos, vayamos a la viña, dóciles a la Voluntad
del Padre, muerta la mentira, impecables, esto es, sin el mayor pecado, que es la
soberbia, recubriendo todo de oro. Y seremos auténticos “ad-oradores”, de los
que adoran en espíritu y en verdad. Ad–oro: voy, ven, vayamos hacia el oro
del amor.
Y
es que veces creemos que, para ser impecables y encontrar el sentido de la
vida, tendríamos que hacerlo todo bien. Pero no es así; no se trata de hacerlo
todo bien, sino de hacerlo todo con Jesucristo. Hacer la voluntad del Padre es hacer
todo con el Hijo. Dios Padre hace todo con Él desde la Creación: “Por
medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1,
3).
Todo
habrá valido la pena si somos capaces de vivir, caminar, hacer todo con
el Verbo (encarnado, muerto y resucitado). Ya no es bien o mal; es con Él. Todo, consciente de Él, sabiendo
que, incluso cuando te olvidas de Él, Él nunca se olvida de ti y sigue a tu
lado, esperando que vuelvas a prestarle atención. Qué maravillosa vocación:
caminar conscientes de su presencia a nuestro lado, dentro de ti y de mí, dentro
y fuera, alrededor. Y compartir esa consciencia de estar con Él, de ser en Él,
con quienes caminan a nuestro lado. Corazón grande y generoso, mente magnánima
y abierta, mirada expandida y vertical, espíritu inmenso y libre.
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? Del poema de Lope de Vega
Hijos del Mar y de la Luz
Pasamos la vida aprendiendo a dar;
entre el sí y el no,
el mío y el tuyo,
la constante fricción enciende el fuego
que ilumina el camino.
Ahora puedes andarlo
ligero de equipaje,
y entender al poeta
que se hizo a la mar casi desnudo,
acaso libre.
Pasamos la vida aprendiendo a dar;
aprende ahora a darte
y partirás desnudo,
acaso libre,
otro hijo del Mar y de la Luz.