Evangelio según San Lucas 24, 35-48
Jesucristo, Señor mío y Dios mío, como declaraba el Domingo pasado el aparentemente incrédulo Tomás, en una de las expresiones más hermosas y esenciales del Evangelio. Jesucristo, nuestro Señor y nuestro Dios; Verbo increado y Dios encarnado.
En el pasaje del Evangelio que leemos hoy, Jesús come delante de los discípulos para que se den cuenta de que es Él mismo, para que Le reconozcan, que es conocer de nuevo o conocer dos veces. Los seres humanos necesitamos a menudo hacer las cosas dos veces, o muchas más, para comprender, pues estamos distraídos, seducidos por los cantos de sirenas de este mundo que pasa. Le ven comer con su cuerpo glorioso, la maravilla que nos espera como explica el padre Carreira en el vídeo, al final del post.
La primera lectura (Hechos 3,13-15.17-19) nos recuerda cómo los que días antes cantaban Aleluya y aclamaban a Jesús ante Pilato prefirieron el indulto de un asesino. Cuánto de Barrabás hay en nosotros… Bar-abba, que significa el hijo del padre… Y hemos de ser hijos del Padre.
Barrabás, la impostura ante el delito flagrante, el que tenía que ser crucificado y se libra por la injusticia de los hombres. Somos Barrabás cuando consentimos la injusticia dentro y fuera, cuando aprovechamos la mentira, la trampa, ese ir escaqueándonos de nuestra propia responsabilidad que hace que se nos escape la Verdad y la Vida.
Puede que nos salvemos, por infinita gracia y misericordia, como se salva el Barrabás que interpreta Anthony Quinn en la película homónima, pero, si no hemos convertido la miseria en abono de virtudes, y mucho más: si no convertimos nuestras miserias en un giro continuo, una conversión diaria para vivir en Cristo, desasidos de todo, nuestra mediocridad podrá acaso alcanzar la misericordia divina suficiente para salvarnos, pero no habremos tenido ni la vida en Cristo ni la santidad a la que estábamos llamados, y, cuando llegue la hora, veremos lo que debimos haber sido y no fuimos y lamentaremos haber vivido escabulléndonos, evitando afrontar la misión de cada uno.
Barrabás y tantos Barrabás se pueden salvar, pero solo el que abraza la cruz puede llegar a la Gloria que Dios ha destinado para él. Porque hay muchas moradas, muchos grados de cercanía a Dios. Cuando hayamos atravesado el umbral, lo entenderemos realmente.
Asumiendo que Él vivió nuestra vida y murió nuestra muerte podemos vivir Su vida y morir Su muerte y resurrección. La segunda lectura (1 Juan, 2,1-5a) lo confirma. Conocerle es ser en Él. El amor de Dios ha llegado en él a su plenitud es una hermosa manera que tiene Juan, el discípulo amado, de definir la Vida en Cristo, la vida divina que hemos de vivir ya aquí, como los resucitados que somos, por su amor infinito. diasdegracia.blogspot.com
Verbo increado y Dios encarnado… tanto amó Dios al mundo… En su cuerpo, que camina por Galilea, que resucita y se aparece, que comulgamos; vemos, tocamos y comemos el amor de Dios que anhelaba este encuentro desde toda la eternidad, este intercambio prodigioso, esta correspondencia de amor que solo era posible haciéndose uno de nosotros.
Verbo y Hombre; Palabra y Eucaristía…; hace días que se me ha parado el reloj del salón, y lo sigo mirando, por inercia. Al menos tres o cuatro veces al día, mi mirada se dirige hacia él, como se dirigía cuando funcionaba. Me doy cuenta de que ese es uno de nuestros desvaríos: miramos relojes parados que nos confunden (o muertos que hablan o pantallas que mienten o espejos que decepcionan), cuando podemos mirar al Autor del tiempo y de la eternidad. Mirarle en Su Palabra, en la Eucaristía, en el propio corazón que, entregado, aprende a latir en Su latido de Vida y Amor.
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