8 de marzo de 2025

Desierto, encuentro

 

Evangelio según san Lucas 4, 1-13

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó: “Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”.” Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo: “Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. Jesús le contestó: “Está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”.” Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”.” Jesús le contestó: “Está mandado: “No tentarás al Señor tu Dios”.” Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

                                           Jesús en el desierto,  Carl Bloch

                                                      La llevaré al desierto y le hablaré al corazón.
                                                                                                      Oseas, 2, 14
                                      
Desierto, encuentro con uno mismo en el silencio y la soledad. Allí fue donde Jesucristo se planteó cómo debía llevar a cabo su Misión. Allí debes ir para saber cómo reorientar tu vida, qué cambios coherentes debes hacer para cumplir tu vocación y seguirle a Él siempre, hasta el final.

Vayamos al desierto con valentía porque allí se libra el combate interior. No se va al desierto para estar tranquilos, sino para mirar de frente nuestro lado oscuro y soltar, con la fricción con que las serpientes se desprenden de su vieja piel, al hombre viejo que ya no queremos ser.

Cuaresma, tiempo para aprender a vivir, sentir, pensar, actuar de un modo nuevo. Conversión: encuentro con la Versión Original . El nuevo hombre no puede ser como el viejo Adán, entregado a su ambición y su egoísmo. En el desierto comprendemos que no sólo de pan (materia, contingencia, inmanencia) vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. 

¿Sucedió realmente en el desierto? ¿Fueron realmente cuarenta días y cuarenta noches? ¿O se trata de uno de los muchos recursos literarios para transmitir verdades que utilizan los evangelistas? Es lo de menos; lo que importa es que Jesucristo, el Verbo encarnado, fue tentado en lo más esencial de su misión: su mesianismo. Y nosotros somos tentados continuamente, lo veamos o no, en la esencia de nuestra misión de discípulos. Somos tentados a no ser fieles, a seguirle a medias, a cambiar las enseñanzas de Jesús, que son Palabra de Vida eterna para acomodarlas a nuestros intereses. 

Porque las tentaciones hoy se han sofisticado mucho, tienen que ver a menudo con esa vida mundana y hedonista que nos anestesia. Queremos todo y lo queremos ya, nos rodeamos de cosas, proyectos y posibilidades, no vaya a ser que nos perdamos algo…. Y por no perdernos nada, nos perdemos lo único importante. Como Esaú, renunciamos a la primogenitura por un plato de lentejas. Por salvar la vida, ese puñadito de años de vivir lo mejor posible, evitando no ya el sufrimiento, sino incluso cualquier molestia, perdemos la Vida verdadera, el alma y mucho más que el alma.

Qué bien nos hace el desierto en este panorama tan desalentador… El desierto fortalece, ensancha los horizontes, enseña a renunciar, a soltar, a vaciarse. El desierto purifica, eleva y transforma, nos muestra la insignificancia de los afanes por los que nos desvivimos. 

Salir de Egipto, emprender el camino, errantes, como dice la primera lectura (Deuteronomio 26, 4-10), es liberarse de tantas esclavitudes que nos ciegan y alienan, para encontrar la tierra prometida. Pero a esa meta se llega atravesando el desierto, negándose, muriendo a uno mismo, renunciando al mundo para ganar el alma… Seamos valientes, políticamente incorrectos en un mundo de falsa corrección, mentira y desatino, en el que la consigna es no renunciar a nada, acaparar todas las posibilidades para el bien-estar, olvidando el bien-ser. Valoremos el esfuerzo, el sacrificio (cuya raíz latina es sacer fare, hacer sagrado), la humildad, la pobreza de espíritu.

Si nos asusta la inmensidad del desierto, ese vacío árido, esa ausencia de estímulos e impresiones, recordemos que no caminamos solos. El desierto, de hielo, de arena, de agua, de silencio, de confusión, de soledad, de angustia, de abandono, de tristeza…. es lugar de encuentro, más que de búsqueda, porque ya hemos encontrado, y el que ha encontrado no necesita seguir buscando, sino profundizar en ese encuentro, perfeccionándolo, haciéndolo cada vez más real y auténtico.  

Ayuno, sobriedad, desprendimiento, soltar… No se trata de sacrificarse sin sentido o de forma masoquista. Hace años escuché un cuento sobre un asceta que subía una montaña empinada con su discípulo, sin beber durante horas. El discípulo le decía: “Maestro, bebe, ¿qué pasa porque bebas? ¡No pasa nada!” Y el maestro respondió: “Ya lo sé. Si bebo, no pasa nada, pero si no bebo, pasan muchas cosas.” 

Las tentaciones que sufrió Jesús en el desierto se relacionan con las "consignas" de la cuaresma: ayuno, limosna y oración. En esta cuaresma intentaremos practicarlas con consciencia, profundizando en su verdadero significado.

                                             Jesús vence las tentaciones, William Hole 


AYUNAR ES SOLTAR

¿Quieres ser verdaderamente rico? Abandona lo que se interpone entre tú y la Verdad, entre tú y la Libertad.

¿Qué te llevarás? ¿Qué podrás considerar tuyo el día de tu muerte? ¿Habrán valido la pena el tiempo y la energía invertidos en los afanes del mundo?

Los niños pequeños (antes de ser "abducidos" por la sociedad de consumismo y competencia) no acumulan. Si les regalan algo que ya tienen, dicen con energía y convicción: “Yo ya lo tengo”.

Hay lastre en nuestra vida: demasiados objetos, tareas, compromisos vanos, posesiones… Pero el lastre más pesado está dentro: actitudes, prejuicios, emociones negativas, obsesiones, compulsiones, miedo, angustia…

Una caña vacía puede transformarse en flauta musical.

Mira bien dónde pones tu corazón, porque eres lo que amas.

Esta vida es un peregrinaje y hemos de vivir como peregrinos, prestos a reemprender la marcha, solo con lo necesario.


AYUNO DE PALABRAS

Aprende a callar si las palabras no son imprescindibles.

Que callen también los pensamientos, las expectativas, los condicionamientos, las inercias.        

El arte de callar: un verdadero trabajo interior.

En medio del ruido, valora el heroísmo del silencio y la discreción.

Las palabras tapan la verdad. El silencio es el termómetro de tu veracidad.

Andamos como autómatas, arrastrando un cargamento de fruslerías que expresamos con palabras huecas.

Si el vaso sigue lleno de palabras, no puede derramarse en él lo que está más allá del lenguaje.

La verdad está siempre más allá de las palabras; las palabras son como el dedo que señala la luna.

Solo palabras útiles, las necesarias, como dardos de luz al centro de ti mismo.

Si estás atento, despierto, vigilante, no puedes hablar de más ni puedes hablar de menos.

Di: sí, cuando es sí; y no, cuando es no, como el Maestro.


                                                La llevaré al desierto, Sor Tomasina

1 de marzo de 2025

Cada árbol se conoce por su fruto


Evangelio según san Lucas 6, 39-45

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».

                                                      La higuera estéril, James Tissot

El tronco corrompido por el pecado que soy yo recibirá por el Nombre de Jesús savia y vigor. Por Él, reverdecerá mi humanidad y dará frutos a la gloria de Dios. El espíritu de mi voluntad, que ahora está en la humanidad de Cristo, y que vive por su Espíritu, dará por Su virtud savia a la rama desecada, para que el último día, a la invocación de las trompetas celestes que son la voz de Cristo y la mía propia en Él, resucite y reverdezca en el Paraíso.
                                                                                                         Jacob Boëhme

No es por ser menos pecadores por lo que os salvamos, sino por permanecer unidos a Cristo. Los tibios no son para el Reino, como recuerda contundente el Apocalipsis (Ap. 3, 16). Por eso, vale más un gran pecador que se convierte, que un pecador mediocre que sigue enredado en su cobarde, baldía mediocridad.

Es la entrega total la que hace posible la Unión. En la lógica del Reino, no se pierde lo que se da, al contrario, todo lo que se entrega, se recibe. Se entrega uno mismo, y se recibe al Sí mismo, se renuncia a la identidad y se encuentra la Esencia, se pierde la vida y se gana la Vida. 

El Evangelio de hoy nos invita a la sinceridad y la transparencia, para liberarnos de la hipocresía que impide ver- Se trata de escoger si queremos vivir para lo ilusorio y efímero, o para lo esencial, lo verdadero. No queremos ver nuestras miserias, mientras juzgamos las de los demás. 

Por eso no damos buen fruto, no nos damos, porque estamos casi siempre dormidos, alienados, a merced de la inercia y las vanidades. Nos encadenamos a lo material, lo transitorio, y perdemos de vista lo que vale de veras, lo eterno. Buscamos necesidades absurdas y quienes nos las satisfagan desde fuera.  Traicionamos nuestra misión y nuestra verdad interior, y luego nos engañamos a nosotros mismos para poder soportar esa traición que nos condena.

Es una elección continua; cada día, cada hora, cada instante hemos de optar entre vivir despiertos o dormidos, entre la luz y las tinieblas, la verdad o la mentira, vivir para lo Real o para lo falso, ser estériles o dar fruto.

El próximo miércoles, Miércoles de Ceniza comienza la Cuaresma, tiempo de conversión. Convertirse es mirar de otra forma, con ojos misericordiosos. Nosotros, ciegos guiados por ciegos, miramos con el egoísmo de nuestras seguridades, comodidades, parcelitas de control; Jesús mira rebosando amor, con un corazón palpitante, que no se cansa de derramar dones, gracias y bendiciones. El que solo se preocupa por controlar y asegurar “sus” cosas, “sus” costumbres, “sus” inercias, “sus” apegos vive en tinieblas.

La mejor conversión es dejar que la misericordia nos impregne hasta ser capaces de mirar y ver, de discernir el camino y a Aquel que nos guía. de amar como Jesucristo ama. Cada día su propio afán, siempre el mismo: ser o no ser, saberse y vivirse en Él, o seguir durmiendo hasta que Su voz nos despierte.

Permanecer, menein, mutua inmanencia, una de las palabras que más aparece en el Evangelio de San Juan. Permanecer en Cristo, indisolublemente unidos a Él nos hace ver que sin Él somos nada y con Él podemos ser Todo. Con Él como guía, seremos fértiles, capaces de dar buen fruto, cumplirnos, entregarnos, con un amor que está a salvo del desgaste y la entropía. Un amor que crece y se expande sin cesar, continuamente revitalizado, siempre el mismo y siempre nuevo. 

                                           Salmo 102. Liturgia ortodoxa