Evangelio de Juan 20, 1-9
El
primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando
aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue
donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo:
“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron
Pedro y el otro discípulo, camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el
otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro;
y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón
Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el
sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas,
sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el
que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó. Pues hasta entonces no
habían entendido la
Escritura : que él había de resucitar de entre los muertos.
![]() |
Evangelio de Mateo 28, 1-10
Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran terremoto, pues el Ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El Ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: "Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis." Ya os lo he dicho." Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: "¡Dios os guarde!" Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: "No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán."
Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran terremoto, pues el Ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El Ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: "Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis." Ya os lo he dicho." Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: "¡Dios os guarde!" Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: "No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán."
Vieron el sepulcro vacío y creyeron. Entonces comprendieron las Escrituras y las
palabras de Jesús, que había anunciado su muerte y resurrección.
Si Cristo ha resucitado, ¡y lo ha
hecho, hoy lo proclamamos!, también nosotros resucitaremos. Es la
mejor noticia para los que estábamos condenados a muerte. En el
Evangelio se anuncia lo aparentemente “imposible”, la Vida después de la vida, el triunfo sobre la muerte.
Morir ya no es morir, es sólo un paso,
el tránsito hacia la vida perdurable y dichosa. Así lo entendieron los
apóstoles después de la resurrección del Maestro. No entendieron solo que la
causa de Jesús perduraba, ni que Jesús pasaba a la historia de los inmortales.
Entendieron que Jesús estaba vivo. Y comprendieron que su promesa de vida
eterna es una promesa que se cumple.
Y así lo proclaman a los cuatro
vientos: “el muerto ha resucitado”. La muerte no es el final; Jesús abre el
camino hacia una nueva humanidad; lo imposible ya es posible.
Creer en la resurrección de Jesús no
solo es tener por cierta su resurrección, sino resucitar. ¡Ya hemos resucitado con Él! Esta experiencia de la nueva vida vence a la muerte; creer en Él es resucitar. “¡Despierta, tú que
duermes; levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz!” (Ef 5,14).
El Hombre Nuevo es la Resurrección,
que se puede vivir ya, ahora, antes incluso de haber atravesado la puerta que
es la muerte. Porque hemos muerto con Cristo y hemos resucitado con Él. Qué increíble don; a
veces me sorprendo, como si fuera la primera vez que caigo en la cuenta. Dios
se ha hecho hombre para salvarnos de la muerte eterna; ha pagado por nosotros;
ha muerto en nuestro lugar para, resucitando, resucitarnos. Podemos darlo por
seguro, porque Jesucristo lo ha prometido y Su Palabra no pasa porque es Palabra
de Vida eterna.
Ave Verum Corpus, Mozart
Aparente
paradoja del cristiano: consciente de su cuerpo mortal, y, a la vez, convencido
de la inmortalidad del alma. Sería dualista, si no hubiera venido Jesucristo a
elevarnos con Él y llevarnos a un destino increíble: la resurrección total del
individuo en cuerpo glorioso, alma y espíritu. El cuerpo, nacido del polvo, es
elevado a una dignidad jamás pensada, un destino de Gloria eterna. Jesucristo lo
ha glorificado, al encarnar como uno de nosotros.
Así lo
explica San Pablo en la Primera Carta a los Corintios: “Se siembra un cuerpo corruptible,
resucita incorruptible; se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se
siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se siembra un cuerpo
animal, resucita espiritual”.
Por eso,
no quiero ser inmortal, sino volver a casa, hija pródiga, resucitada. El
inmortal no muere, y yo sí quiero morir, porque el que no muere, no da fruto,
el que no muere, no resucita, el que no muere, no vive para siempre con el Señor de la Vida.
Jesucristo ha glorificado el cuerpo, ha
iluminado la materia a través de Su Encarnación-Cruz-Resurrección. Ha tomado el sufrimiento, la entropía, lo efímero, la
caducidad de la carne, consustanciales a nuestra condición. Ha tomado todo lo que nos separaba de Él y del sueño que
Dios soñó para nosotros y lo ha transmutado, purificado, convertido en
"combustible" para el mejor de los futuros. Y toma también el futuro, porque
decidimos volver con Él a casa, al origen, a ese Presente intemporal en que ya
somos.
Solo con corazón de poeta podemos "asomarnos" al
misterio de la Resurrección de la carne y la realidad del cuerpo glorioso, esa
materia iluminada que Jesucristo, Luz del mundo, inaugura. Si además, el poeta
es sacerdote y experimenta cada día, en sus propias manos, la dicha de "los que
creen sin ver”, puede transmitir mejor lo que intuye y siente. Así lo hace José
Miguel Ibáñez Langlois, con versos esenciales y asombrados, sin puntuación:
…los
ángeles le restituyen la sagrada materia
que
la pasión dispersó por los elementos del mundo
por
los látigos los puños los harapos
el
madero el velo de la Verónica a los cuatro vientos
esa
materia debe ser difundida por los siete vientos
y
al mismo tiempo serle restituida a su glorioso dueño
el
mundo es ya una reliquia pero el cuerpo debe estar íntegro
porque
dentro de unos segundos ese cuerpo
oh Dios
cuatro
segundos
tres
oh Dios ese cuerpo oh
dos
uno
ese cuerpo oh Dios
ya
resucitó.
Jesús
de
ahora en adelante ya no te llamarás
tierra
desolada
ni
el
leproso se muere
ni
maldita
en ti la luz del universo
no
sino
que en adelante tu nombre será
casa
del hombre
y
la
otra cara del sol está naciendo
y
Amor
mío amor mío eternidad.
José Miguel Ibáñez Langlois
Regina Coeli
No hay comentarios:
Publicar un comentario