2 de diciembre de 2017

Adviento. El Señor viene


Evangelio de Marcos 13, 33-37 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad, entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!



                                             Rorate Coeli, Canto para el Adviento


Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.

                                                                               Apocalipsis 3, 20

Durmiendo yo, mi corazón velaba.
Y en esto, la voz de mi amado que llama…

                                                                                    Cantar de los cantares 5, 2


Entre los primeros cristianos, nació una expresión: Maranatha, ¡Señor nuestro, ven! traducción al griego de una palabra  aramea. En indicativo, marán athá, el Señor viene. En esta expresión, que la liturgia repite continuamente estos días, se resume el sentido del Adviento.

Para comprender y vivir este tiempo litúrgico hace falta silencio, calma, espera sosegada, todo lo contrario a lo que el mundo y la sociedad expresan estos días con aceleración, ruido, alegría superficial y tópicos. Adviento es descubrir que Él viene, que siempre está viniendo. Es despertar del sueño que nos mantiene en una espera pasiva de que algo externo, a ser posible espectacular y evidente, nos salve.

Llevamos la Salvación escrita en nuestro ADN desde el Misterio del Calvario, pero lamentablemente lo olvidamos y dejamos de vivir como Hijos de la Luz. Si despertamos y recordamos lo que significa Emmanuel: "Dios con nosotros", experimentaremos la conversión necesaria para vivir ya en el Reino de paz, amor, justicia y verdad que Él ha venido a instaurar.

El Dueño de la casa siempre está viniendo. Está a la puerta. Pero no le oímos, ni siquiera vemos que hay una puerta. Porque no es una puerta normal, no divide dentro y fuera, interior y exterior; no divide, porque la puerta es el mismo Jesucristo. Puerta del redil, Pastor y Cordero, veíamos hace unas semanas. Puerta, Portero y Dueño de la Casa, podemos decir hoy.

El consumismo que aturde en estas fechas, el hedonismo, el ruido exterior y también el interior nos roban la atención necesaria para mantenernos en vela, en pie, a la espera del Hijo del Hombre, como veíamos en el Evangelio de esta mañana, último día del Año Litúrgico. Empezamos el nuevo año, como acabamos el anterior, con una llamada a vigilar, velar, mantenernos en pie y despiertos. Vigilancia en griego es a-letheia, sin lethè, sin sueño, sin letargo.

Adviento, tiempo de introspección y penitencia, de espabilarnos y preparar nuestra morada interior para Aquel que vino, viene y vendrá. Porque cuando nos aletargamos, volvemos a poner la mente y el corazón en los afanes del mundo, y somos presa fácil del "adversario", del príncipe de la mentira.

Cuánta mentira nos acecha estos días... Ruido, reclamos, sirenas de neón, con sus cantos publicitarios y noticias manipuladoras que pervierten los deseos naturales del corazón. Invitaciones a "juergas, borracheras, inquietudes de la vida" (Lucas 21,34) comprar, vender, como los ciegos del tiempo de Noé, fantasear en el olvido de lo Verdadero. Son algunas de las bestias del apocalipsis de Daniel que hemos leído estos días, no siempre cruentas, al contrario, tantas veces solapadas y traicioneras. Pero si nos mantenemos atentos, despiertos, vigilantes, podemos vivir la esencia del Adviento, esperando confiados la venida de la Verdad que aniquilará el reinado de los falsos señores.

        Adviento, tiempo de espera llena de esperanza porque la promesa ya está cumplida. Espera en tensión, pero tensión buena, de estar alerta, anhelando Su venida y sabiendo a la vez que ya viene, que ya está y caminamos junto a Él, soltando todo lo que nos dificulta la marcha.
 
        Preparémonos para recibirle, apartémonos de las tinieblas que nos impiden verlo, reconocerlo y reconocernos en Su mirada de amor. Es tiempo de seguir e imitar a Aquel que tanto amó al mundo como para hacerse uno de nosotros, en el mundo, para vencerlo y trascenderlo, llevándonos a todos con Él de regreso a nuestro verdadero Hogar.


Estoy a la puerta y llamo, Jesed


Algunos pensamientos de Imitación de Cristo de Thomas Kempis, que nos animan a velar:

            Así habías de conducirte en toda obra y pensamiento, como si hoy hubieses de morir.
            Si no estás dispuesto hoy, ¿cómo lo estarás mañana? Mañana es día incierto; y ¿qué sabes si amanecerás mañana?
            ¡Ojalá hubiéramos vivido siquiera un día bien en este mundo!
            Bienaventurado el que tiene siempre la hora de la muerte delante de sus ojos y se dispone cada día a morir.

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