Evangelio de Juan 20, 1-9
El
primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando
aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue
donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo:
“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron
Pedro y el otro discípulo, camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el
otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro;
y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón
Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el
sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas,
sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el
que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó. Pues hasta entonces no
habían entendido la
Escritura : que él había de resucitar de entre los muertos.
Pero aún no se dieron mucha cuenta
de que el mundo había muerto en la noche. Lo que aquellos contemplaban era el
primer día de una nueva creación, un cielo nuevo y una tierra nueva. Y con
aspecto de labrador, Dios caminó otra vez por el huerto, no bajo el frío de la
noche, sino del amanecer.
G. K. Chesterton
Pasó
un Resucitador por el mundo y nació en el mundo una esperanza más grande que
todos los siglos; la cual no morirá. Uno que ya no tenía esperanza ha escrito:
"Jesús es simplemente la esperanza más grande que ha pasado por la
Humanidad..."
Oh
Renán, escucha: No ha pasado.
Leonardo
Castellani
Vieron el sepulcro vacío y creyeron. Entonces comprendieron las Escrituras y las
palabras de Jesús, que había anunciado su muerte y resurrección.
Cristo ha vencido a la muerte por nosotros para que también resucitemos. Es la Buena Noticia para los que estábamos condenados a muerte. Morir ya no es morir, es solo un paso,
el tránsito hacia la vida perdurable y dichosa. Así lo entendieron los
apóstoles después de la resurrección del Maestro. Experimentaron que Jesús estaba vivo, y comprendieron que su promesa de vida
eterna es una promesa que se cumple.
Y así lo proclaman a los cuatro
vientos: “ha resucitado”. La muerte no es el final; Jesús abre el camino hacia
una nueva humanidad; lo imposible ya es posible.
Creer en la resurrección de Jesús, no solo es tener por cierta su resurrección, sino resucitar. Ya hemos
resucitado con Él. “¡Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos,
y Cristo será tu luz!” (Efesios 5,14).
El Hombre Nuevo es la Resurrección,
que se puede vivir ya, ahora, antes incluso de haber atravesado la puerta que
es la muerte. Porque hemos muerto con Cristo y hemos resucitado con Él. Dios
se ha hecho hombre para salvarnos de la muerte eterna; ha pagado por nosotros;
ha muerto en nuestro lugar para, resucitando, resucitarnos. Podemos darlo por
seguro, porque Jesucristo lo ha prometido y Su Palabra no pasa porque es Palabra
de Vida eterna.
Ave Verum Corpus, Mozart
Aparente
paradoja del cristiano: consciente de su cuerpo mortal, y, a la vez, convencido
de la inmortalidad del alma. Sería contradictorio, si no hubiera venido Jesucristo a
elevarnos con Él y llevarnos a un destino increíble: la resurrección total del
individuo en cuerpo glorioso, alma y espíritu. El cuerpo, nacido del polvo, es
elevado a una dignidad jamás pensada, un destino de Gloria eterna. Jesucristo lo
ha glorificado, al encarnar como uno de nosotros.
Así lo
explica San Pablo en la Primera Carta a los Corintios: “Se siembra un cuerpo corruptible,
resucita incorruptible; se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se
siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se siembra un cuerpo
animal, resucita espiritual”.
Por eso,
no queremos ser inmortales, sino volver a casa, hijos pródigos, resucitados. El
inmortal no muere, y necesitamos morir, porque el que no muere, no da fruto,
el que no muere, no resucita, el que no muere, no vive para siempre con el Señor de la Vida.
Si para la inmortalidad, según la concebían los
filósofos griegos, no era necesario morir, para resucitar, es imprescindible. Y
muriendo ya a nosotros mismos, podemos vivir como resucitados en este mundo de formas y apariencias, que es figura del otro, el
verdadero. Inmanencia y trascendencia integradas, alineando en vertical al ser
humano nuevo que ya somos, mientras esperamos la Resurrección definitiva
Jesucristo ha glorificado el cuerpo, ha iluminado la materia a través de Su Encarnación-Cruz-Resurrección. Ha tomado el sufrimiento, la entropía, lo efímero, la
caducidad de la carne, consustanciales a nuestra condición. Ha tomado todo lo que nos separaba de Él y del sueño que
Dios soñó para nosotros y lo ha transmutado, purificado, convertido en
"combustible" para el mejor de los futuros. Y toma también el futuro, porque
decidimos volver con Él a ese Presente intemporal en que ya
somos. En www.diasdegracia.blogspot.com, otra mirada a lo que hoy celebramos.
Solo con corazón de poeta podemos "asomarnos" al
misterio de la Resurrección de la carne y la realidad del cuerpo glorioso, esa
materia iluminada que Jesucristo, Luz del mundo, inaugura. Si además, el poeta
es sacerdote y experimenta cada día, en sus propias manos, la dicha de "los que
creen sin ver”, puede transmitir mejor lo que intuye y siente. Así lo hace José
Miguel Ibáñez Langlois, con versos esenciales y asombrados, sin puntuación:
…los
ángeles le restituyen la sagrada materia
que
la pasión dispersó por los elementos del mundo
por
los látigos los puños los harapos
el
madero el velo de la Verónica a los cuatro vientos
esa
materia debe ser difundida por los siete vientos
y
al mismo tiempo serle restituida a su glorioso dueño
el
mundo es ya una reliquia pero el cuerpo debe estar íntegro
porque
dentro de unos segundos ese cuerpo
oh Dios
cuatro
segundos
tres
oh Dios ese cuerpo oh
dos
uno
ese cuerpo oh Dios
ya
resucitó.
Jesús
de
ahora en adelante ya no te llamarás
tierra
desolada
ni
el
leproso se muere
ni
maldita
en ti la luz del universo
no
sino
que en adelante tu nombre será
casa
del hombre
y
la
otra cara del sol está naciendo
y
Amor
mío amor mío eternidad.
José Miguel Ibáñez Langlois
Regina Coeli
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