Evangelio de Marcos 4, 26-34
En
aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El reino de Dios se parece a un hombre
que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la
semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo
la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano.
Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”. Dijo
también: “¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?
Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña,
pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan
grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas”. Con muchas
parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se
lo exponía en parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Nada, nada, nada, y en lo alto del monte, nada…, cantaba San Juan de la Cruz. Es lo necesario para la fecundidad: vacío y “hágase”, vacío y Fiat. Si el útero de la mujer está lleno, no es posible una nueva concepción. María, que concibió sin necesidad de hombre, lo hizo a través del “hágase” incondicional. Una mujer que quiera concebir necesita un útero vacío, disponible, receptivo. Un alma que quiera concebir el Reino, que es Cristo, necesita ese mismo vacío, que en el alma es el Fiat.
Corazón que mana
Fotograma de La Pasión de Mel Gibson |
Una
vez en nuestro mundo hubo un establo,
y lo
que estaba en ese establo
era
más grande que todo nuestro mundo.
C.S.
Lewis
Cristo es el Reino
y viene a dárnoslo, viene a darse. De ahí el versículo que repetimos en el
Salmo de hoy: “Es bueno darte gracias, Señor” (Salmo 91). Un Niño nacido de una joven virgen es, como dice la cita
que abre este post, más grande que todo nuestro mundo, más grande que todo. Y
cuanto toca ese bebé-semilla, que es Dios, se transforma y adquiere un
potencial que no se ve, pero que está lleno de Su misma Vida. Así será la
resurrección, que transformará el polvo en cuerpo glorioso y eterno…., como anuncia la segunda lectura (Corintios 5,
6-10).
El “reino de Dios”
es el centro del Evangelio, de la buena noticia que anunciamos y queremos
vivir. Un reino cercano (Marcos 1,15),
interior (Lucas 17,21), presente y
actual (Mateo 20,28). Lo Infinito se
nos da por pura gracia para unirnos a Él y devolvernos la semejanza perdida con
nuestro Creador.
Solo hace falta
conocer lo que se nos ofrece, disponernos a recibirlo, confiar y soltar todo lo
nuestro, lo que hemos creído que somos. La semilla es tan pequeña, y tan grande
a la vez, que necesita que no haya otras semillas porque requiere espacio para
crecer y desarrollarse. diasdegracia.blogspot.com
Nada, nada, nada, y en lo alto del monte, nada…, cantaba San Juan de la Cruz. Es lo necesario para la fecundidad: vacío y “hágase”, vacío y Fiat. Si el útero de la mujer está lleno, no es posible una nueva concepción. María, que concibió sin necesidad de hombre, lo hizo a través del “hágase” incondicional. Una mujer que quiera concebir necesita un útero vacío, disponible, receptivo. Un alma que quiera concebir el Reino, que es Cristo, necesita ese mismo vacío, que en el alma es el Fiat.
Es lo que buscan
tantas tradiciones orientales en sus prácticas y meditaciones. Logran a veces
el vacío, la receptividad, la disponibilidad, pero falta la semilla, el
propósito divino, la divina voluntad. Así es también el poema esencial. Nace de
un anhelo, de un vacío receptivo, dispuesto a acoger. Si se siembra la semilla
de belleza y verdad, nace el canto. El Magnificat,
el canto de María, es la expresión más bella de esa humildad disponible, de esa
pequeñez inmensa, de ese enaltecimiento de los que se hacen pequeños, como
niños, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Así es también el
Sagrado Corazón de Jesús, que contemplamos especialmente este mes; aparentemente
pequeño para los ojos, tan pequeño que la punta de una lanza pudo traspasarlo,
tan infinito que inundó el universo de pureza y vida, de perdón y gracia, de la
plenitud divina que contenía desde antes de todos los tiempos.
Porque ese Corazón
que mana sin cesar es el Dueño del tiempo. Si no recibimos Su Vida, el tiempo
vence, aplasta, cercena, aniquila, malogra lo que deberíamos ser. Si La
recibimos, el tiempo se rinde y se inclina, adorando a Su creador, y ya no
hostiga ni empuja ni golpea, se convierte en aliado, en balsa segura que
conduce a la orilla donde el Maestro espera con un pescado en la brasa, para
seguir alimentándonos como ha hecho siempre, desde el inicio de los tiempos,
que son Suyos.
Así lo viví en la
Misa en honor del Sagrado Corazón de Jesús, el miércoles pasado, en el Cerro de
los Ángeles. Al comulgar, es Dios quien entra en ti; y en Él está todo: la
Creación (Padre), la Redención (Hijo), la Santificación (Espíritu Santo) a la
que estamos llamados, esto es, la semejanza con Dios. Cristo entra en ti y, si
lo acoges y dejas que se quede, te convierte en Sí Mismo.
El milagro de los
milagros; porque milagro es algo que supera las leyes naturales, y en esa comunión
conscientemente recibida es vencida nuestra naturaleza caída. Se deshace el
pecado original y se restaura la vida divina que se dio a Adán, pero con mucho
más, infinitamente más de lo que Adán recibió: con la Sangre de Cristo
redentora, sus llagas benditas, la herida de su costado, tan pequeña como la
punta de una lanza, tan grande como para abarcar toda la Creación, toda la Redención
y a todos los que aceptan esa Redención, que es el inicio del Reino.
Felix
culpa,
dijo San Agustín, que intuyó la magnitud de lo que se nos dio con la Muerte y Resurrección
de Cristo, la primera semilla triturada que dio origen al Árbol de la vida. En Sus
ramas se posan los redimidos, y en Su savia fluye Su preciosísima Sangre junto con
la del que se atreve a ser más que redimido, más que salvado, se atreve a
morir, nueva semilla triturada, para ser otro Cristo.
La Eucaristía es por
eso el rostro visible del Señor. En Juan 12,
cuando Felipe y Andrés le dicen al Maestro que unos griegos quieren verle, la
respuesta de Jesús es desconcertante: “Ha llegado la hora de que sea
glorificado el hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo que si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto.
El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará
para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí
estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.”
Parece una
respuesta rara, pero si nos damos cuenta de lo que está diciendo en profundidad,
sabemos que es el modo de mostrarse ante nosotros: como el sembrador y como la
semilla. Por eso se presenta así ante los griegos, porque Él es el primer grano
de trigo que ha muerto para que surja el Pan de Vida.
Ser fecundos y
disponibles para acoger la semilla del Reino y ser además la semilla: morir
para dar vida, desaparecer para Ser y mostrar con nuestro rostro el rostro de
Jesús. La Eucaristía es el rostro del Señor que se presenta en forma de pan; por
eso dice el salmo 24: que se alegren los que buscan al Señor.
Buscamos su rostro y queremos reflejar su rostro. Seguimos su ejemplo en dar la
vida para tener Vida.
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