Evangelio según san Marcos 10, 46b-52
En
aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y mucha gente, el
ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo
limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús,
ten compasión de mí”. Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba
más: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”.
Llamaron al ciego diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama”. Soltó el manto,
dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por
ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Anda, tu fe
te ha curado”. Y al momento
recobró la vista y lo seguía por el camino.
Jesús cura a un ciego, Sebastiano Ricci
Yo sé que está
vivo mi Redentor, y que al final se alzará sobre el polvo: después que me
arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios: yo mismo lo veré, y no otro, mis
propios ojos lo verán.
Job 19, 27-27
El
ciego Bartimeo es un modelo para nosotros por su deseo de ver,
que es deseo de despertar y encontrar la Verdad, por su gratitud y el anhelo de seguir a Aquel que ha reconocido como Hijo de David, antes de ver, y como
Mesías, Hijo de Dios, recuperada la visión.
El hijo
de Timeo se dirige al Hijo de David. El ciego invoca a la Luz del mundo; ¿cómo
no saltar, cuando la Luz que anhelas pasa por tu lado?
Ciego,
apartado, pidiendo limosna, grita, Jesús le llama y suelta el manto, da un
salto y se acerca: ese movimiento de la fe que le hace expresar su petición es
lo que hace posible su curación.
Todos
somos ciegos y, antes de que pase Jesús, Camino, Verdad y Vida, estamos
sentados al borde del camino, en lo falso y estancado, sintiéndonos separados,
incapaces, pidiendo limosna… Muchas de nuestras actividades aparentemente
necesarias son una petición de limosna al mundo. Inútil petición, pues solo una
cosa nos falta y por tanto solo una cosa hemos de pedir: reconocer a Jesucristo y seguirlo.
Date
cuenta: Él te llama; te está llamando continuamente. Suelta el manto, da un
salto, acércate a él y pídele ver. Él hará que veas, para que puedas volver al
Camino, que es Él mismo. Abandona las tinieblas, la Luz verdadera te llama.
Confía, suelta todo, salta, ve hacia Él, y síguele.
Porque la Verdad no es una idea o un concepto, ni siquiera un
estado o nivel de conciencia que haya que buscar, encontrar o alcanzar. La
Verdad es una Persona, Jesucristo, que te llama, te busca y te encuentra; una
Persona en la que, por Amor, ya somos Uno. Reconocer esto es dejar de sentirnos
separados, apartados o incapaces, es descubrir una fuerza que nos hace saltar y
dejar todo, es Ver. Ver-dad. El que ve siente el imperativo interior de dar,
de compartir su visión, ese tesoro por el que se vende todo. El que estaba
ciego y pedía ahora ve y da porque ha reconocido la Verdad.
Como San Pablo, nos gloriamos en nuestra debilidad, y como Bartimeo,
somos conscientes de nuestra pobreza, pero no permitimos que nuestras carencias
y limitaciones nos frenen. Saltamos, dejamos el manto y las limosnas del mundo,
y nos ponemos a seguirle por el camino, libres, capaces de todo, porque
reconocemos que Él es la fuente de nuestra libertad y nuestra fuerza. Despiertos,
seguros, viendo y siendo vistos por el Hijo de
David e Hijo de Dios. www.diasdegracia.blogspot.com
El ciego
salta con prontitud en la respuesta, pero porque Jesús le ha llamado. Él siempre llama antes, ama antes, sana
antes de que se lo pidamos. Dice Cabodevilla: Mientras el arrepentimiento anda a su lento paso, la
misericordia corre, vuela, precipita las etapas, anticipa el perdón, manda
delante, como un heraldo, la alegría.
El
ciego pide compasión, misericordia al que ya reconoce como la Fuente de la misericordia. En
la propia palabra misericordia, vemos cómo se integra y se transforma
simbólicamente la miseria humana en el corazón que ama (miseri–cordia; cor/cordis,
corazón), para crear una nueva realidad de compasión y perdón, de libertad y
alegría.
Hoy hemos contemplado de nuevo la misericordia de Dios
manifestada en su Hijo. La misericordia hace posible la sanación real, que es
mucho más que una ceguera física superada o una visión de los ojos recuperada, es
ver con los ojos interiores, saber, reconocer la Fuente de toda sanación.
Tan solo he venido, Juan Luis Guerra
La misericordia de Dios, es el amor que
obra con dulzura y plenitud de gracia, con compasión superabundante. La mirada
dulce de la piedad y del amor jamás se aparta de nosotros; la misericordia
nunca se acaba. He visto lo que es propio de la misericordia y he visto lo que
es propio de la gracia: son dos maneras de actuar de un solo amor. La
misericordia es un atributo de la compasión, y proviene de la ternura maternal;
la gracia es un atributo de gloria, y proviene del poder real del Señor en el
mismo amor. La misericordia actúa para protegernos, sostenernos, vivificarnos,
y curarnos: en todo esto es ternura de amor. La gracia obra para elevar y
recompensar, infinitamente más allá de lo que merecen nuestro deseo y nuestro
trabajo.
Juliana de Norwich
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