Evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Excelentísimo Teófilo: Muchos han emprendido la
tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros,
siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos
oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo
todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden,
para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la
fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las
sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en
la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la
lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró
el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él
me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para
anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar
libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.» Y,
enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga
tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta
Escritura que acabáis de oír».
Entonces el hombre bueno llamó a Gawain, y le dijo:
-Mucho tiempo ha pasado desde que fuiste hecho caballero, y desde entonces nunca serviste a tu Creador; y ahora eres un árbol tan viejo que no hay en ti hoja ni fruto; así que piensa que rendirás a Nuestro Señor la pura corteza, ya que el demonio tiene las hojas y el fruto.
La muerte de Arturo, sir Thomas Malory
Cuando tiene
lugar esta escena que nos relata Lucas, ya habría corrido la voz de lo sucedido
en Caná. Muchos abrazaban la idea de que Jesús fuera el Mesías. Por eso, en la
sinagoga de Nazaret, el pueblo donde se crió y donde casi todos le conocen, permanecen
atentos, expectantes, en actitud de escucha. Qué sacudida en los corazones debió suponer
la voz y la enseñanza de Jesús en aquellos días... Jesús
viene a hacerlo todo nuevo. En principio, transforma la relación del hombre con
Dios, mostrándonos la posibilidad de una relación directa con un Dios que ya no es un lejano juez implacable, sino un cercano Padre
amoroso.
El
Antiguo Testamento adquiere su plenitud de sentido en el Nuevo
Testamento. La vida de Jesús se adapta perfectamente a lo que los profetas
vaticinaron muchos siglos antes. ¿Cómo iba a ser de otro modo, si Él es el
Verbo encarnado? Ya lo dice San Agustín: La
ley estaba preñada de Cristo. En Jesús se cumplen las antiguas profecías. “Mesías” y “Cristo” significan “Ungido”, el
enviado para anunciar la buena nueva, para liberar, sanar y dar esperanza.
El comentario de Jesús a la profecía de
Isaías es tan breve como contundente: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis
de oír”. Movido por el Espíritu, Jesús se muestra como lo que es: luz,
gracia, mano tendida, liberación, perdón, sanación, alegría…
Somos en Cristo, miembros de Su
Cuerpo místico, porque Él es el Verbo, el verdadero Sí mismo libre de ego y
hacia Sí nos eleva. La verdad es
una persona, Jesucristo, como dicen San Ambrosio y San Agustín. Y la justicia, la
bondad, la belleza, la paz, también son Jesucristo. Jesús nos quiere con Él y en Él. La locura de la separación necesitaba
este Salvador, que es uno de nosotros y uno con nosotros, llamados también, por
tanto, a ser salvadores y libertadores.
Él es la buena nueva que
instaura definitivamente la Unidad por el Amor. Tenemos que hacer lo que Él
hace y amar como Él ama, ese es el centro de su enseñanza. Pero solo somos
capaces de amar así si estamos unidos a Él, en Él, hasta que solo hay Uno. Porque Él quiere que
hagamos de su obra y su palabra vida en nosotros, para que seamos uno en Él. Sí,
hemos de mirarnos en Él hasta ser Él, porque Él lo quiere, nos transmite su
Obra, lo que nunca pudiera haber conseguido nadie sino el
Verbo, el Hijo de Dios, Dios y Hombre verdadero.
El año de
gracia o jubileo consistía en la condonación de todas las deudas. Eso es lo que
hace Jesús con nosotros. Nos regala un jubileo continuo, que nos libera de
deudas y también de miedo, culpa, tristeza y soledad. Salvador, libertador, esa
misión que lleva en su nombre y hace extensiva a cuantos le siguen, se lleva a
cabo en dos dimensiones: una, material, y otra, sutil; una, exterior, visible, y otra,
interior a cada uno.
Por eso, no
solo se refiere a los pobres por falta de recursos materiales, sino también a los
benditos pobres de espíritu que no albergan soberbia en el corazón. Libera a los
cautivos de otros hombres y a los que lo son de sus propias tendencias y
pasiones. Devuelve la vista a los ciegos físicos y a aquellos otros cuya ceguera
les impide vislumbrar lo real. Defiende y salva a los oprimidos por los hombres
y a los oprimidos por sí mismos, por sus propias ambiciones, sus hábitos,
sus falsas creencias, su locura…
Soberbios,
cautivos de pasiones, ciegos o dormidos, oprimidos por la ira, el orgullo, el
hedonismo… Él viene a salvarnos de la totalidad del pecado, de todo lo que nos impide
acertar y llegar a la meta para la que hemos nacido. Porque la palabra pecado, del latín peccatum, significa tropiezo, fallo; y del arameo khata, o del hebreo jattá'th, significa errar el blanco, no alcanzar la meta, fallar en el objetivo.
Él
viene a entrenar nuestra "puntería" hoy,
día en que se cumple la Escritura. Vino y vendrá, pero también
viene hoy; su mensaje resuena vivo y
actual para cada uno de nosotros. Jesucristo es eternidad; por eso, si tienes
una experiencia de Dios a través de Jesucristo, tienes una
experiencia de eternidad. Aprender a vivir ya en esa dimensión atemporal, en la
que somos, es conectar con nuestro Ser auténtico, eterno y libre. Hoy es la plenitud del presente eterno. Porque el hoy que
Lucas pone en boca de Jesucristo nos remite a esa eternidad de Dios y nos permite vivir
conectados con la fuente de la que venimos y hacia la que vamos.
Hoy se cumple esta Escritura para nosotros, que somos en Jesucristo.
Porque Él, no solo es el rostro visible de Dios, sino también el presente de
Dios, su continua actualización para quienes hemos sido enviados para
anunciar el Evangelio a los pobres, la libertad a los cautivos, devolver la vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y anunciar el año de gracia del
Señor.
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