26 de diciembre de 2020

"Nunc dimittis"

 

Evangelio de Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por todo lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma”. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret, El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

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La Sagrada Familia del Cordero, Rafael
                                           
              Cuando se apague la lámpara de esta vida, brillará la luz de la vida que no se apagará jamás. Será para ti como la aparición del esplendor del mediodía en pleno atardecer. En el momento en que piensas que vas a extinguirte, te levantarás como la estrella de la mañana, y tus tinieblas se transformarán en luz de mediodía.

                                                                                                   Beato Guerrico de Igny

En el versículo que precede inmediatamente al Evangelio de hoy, leemos: y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción (Lucas 2, 21). Ese Nombre, que significa Salvador, es la mejor, más efectiva y poderosa bendición que podemos dar y darnos, la única certeza, el eje sobre el que ha de girar el nuevo año que pronto iniciaremos y toda nuestra vida. Jesús: Nombre nuevo y antiguo, Palabra que envió el Padre, Nombre eterno, que no separa ni divide como el resto de los nombres, sino que ilumina, transforma y da la Vida. 

Cuarenta días después de su nacimiento, como establecía la ley de Moisés, María y José llevan al Niño Jesús al templo, para ofrecérselo al Señor. Con este ritual, se llevaba a cabo la purificación de la madre y la ofrenda del primogénito a Dios. Cuando Jesús irrumpe en la Historia, no abole las leyes, sino que las completa y perfecciona, las trasciende dentro de ellas. diasdegracia.blogspot.com

Los dos pichones que llevan, la “tasa” de los pobres, son todo un símbolo, como su nacimiento en un establo, de la actitud que Jesús tendrá, y nos enseñará a tener, hacia las riquezas del mundo, y de quiénes son sus “preferidos”: los pobres, los últimos, los excluidos, los abandonados.

Cristo, el Consagrado del Padre, primogénito de la nueva humanidad, es presentado como uno más en el templo. Porque Lo hemos "visto", podemos, como Simeón, irnos en paz cuando llegue la hora, ya que no hay miedo a la muerte, lo ha conjurado Jesús, cuya existencia terrena es, desde el inicio, una purificación destinada a todos.

“Y a ti una espada te traspasará el alma”: es el anuncio del sufrimiento extremo de María que vaticina Simeón. Y ese dolor, que no sufrió en el parto del Hijo, y sí en el parto espiritual de nosotros, también sus hijos, la hizo corredentora. Todo sufrimiento consciente, asumido con la mirada en esa Meta de Amor y de Unidad, nos permite colaborar también en la obra de la Redención y ser luz del mundo, presencia de Dios.

En Ana de Fanuel, vemos la constancia, la esperanza, la didelidad, la coherencia, el servicio, la entrega generosa y entusiasta. Cuántas virtudes nos transmite Lucas, en apenas cinco líneas... Destacan la fe y la confianza, sin ellas no podemos avanzar en el Camino.

Simeón y Ana son nombres simbólicos: Simeón, “el Señor ha escuchado” y, Ana, “regalo”. Dos profetas ancianos, sencillos y fieles, que se han preparado para poder reconocer la Luz y recibirla, que esperan y confían. La trayectoria y la actitud de ambos nos recuerdan que por nosotros mismos podemos hacer muy poco, pero, si contamos con el apoyo de Dios, somos capaces de todo. 

Jesús, el Salvador, la Luz del mundo es bandera discutida, como dice Simeón, porque la entrega a Él no admite medias tintas o ambigüedades: lo aceptamos o lo rechazamos; estamos con él o contra él. 

José y María cumplen con la ley y regresan a su casa, su trabajo, su vida cotidiana, en la que el Niño irá “creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.” Jesús, como hombre, ha de desarrollarse. Es la gracia de Dios, Su propia gracia, la que acompaña al ser humano que también es, y le permite crecer en todos los sentidos hasta llegar a Su plenitud.


"Nunc dimittis"Cántico de Simeón, Taizé

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