Evangelio según san Marcos 6, 7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos
en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que
llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni
dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de
repuesto. Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de
aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el
polvo de los pies, para probar su culpa.» Ellos salieron a predicar la
conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los
curaban.
Santiago y San Andrés, Navarrete, el Mudo |
Somos
llamados y enviados con poder para vencer a los espíritus inmundos que acosan
al ser humano dentro y fuera de él. Cuántos demonios interiores son
expulsados…: los “yo quiero”, “yo controlo”, “yo tengo razón”, "yo
logro", "yo valgo", "me gusta", "me
apetece"…
Expulsamos
demonios y sanamos las enfermedades con la autoridad que nos da el Maestro,
aprendiendo a vivir como Él, ligeros, libres, sin prevenciones ni reservas.
Porque para poder predicar la conversión, hemos sido convertidos y, por la
fe, marcados con el sello del Espíritu Santo.
Como vemos en diasdegracia.blogspot.com, vivir apoyados en Cristo, el único “bastón”, mirándole solo a Él, sin esperar ser acogidos o aceptados por el mundo, nos libera de la queja y nos endereza el alma, que ya no se dobla hacia la tierra, sino que se alza para mirar a Aquel que nos ha enviado y verle en todo, verle en los demás, sentirle dentro.
Cuando
uno se mira a sí mismo, fijándose solo en los estados de ánimo propios o
ajenos, dependiendo de las reacciones de los demás, no puede ver y
escuchar al Señor de la misericordia y la fidelidad, la justicia y la paz, que
canta el Salmo 84 y contempla San Agustín en el texto
de abajo.
Pero si vivimos con la mirada y el corazón puestos en Jesucristo,
Vida nuestra, soltamos el lastre de siglos y empezamos a caminar ligeros y
libres. Porque malvivir con la voluntad humana, desconfiando, creyendo hacer,
lograr, controlar, es vivir con el alma encorvada hacia la tierra, con la
atención capturada por las cosas del mundo. Y vivir en la Voluntad del que nos
envía, atentos, despiertos, erguidos, es vivir el cielo en la tierra.
Así lo expresa Luisa Piccarreta en los escritos de Libro de Cielo: “los apoyos humanos son resbaladizos. El medio más seguro es caminar casi volando, queriendo vivir en la Divina Voluntad sin mirar a los demás. Un ojo en Jesús, el otro en lo que yo hago.” Entonces, como dice el Salmo: sus pasos señalarán el camino.
La gente vive absorbida por lo poco, lo nada, lo que pasa, aferrándose a ello. Vivamos estrenando la eternidad, con la serenidad del que sabe que el instante es perfecto si Dios lo quiere, libres del pasado, libres del futuro. En lugar de buscar aliados para luchar por triunfos de mosquito, busquemos aliados para el Reino, reconociendo a los adversarios, esos "siete demonios" de los que Jesús nos libera.
Deja que Él te libere de nuevo y reconoce a Sus aliados, que son los tuyos. Mira el cielo abierto y deja de mirar a los ciegos que guían a ciegos, ni siquiera a los que te prometen versiones sublimes de algo temporal.
Despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre.
Hubieses muerto para siempre si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si él no hubiera aceptado la semejanza de la carne del pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si Él no hubiera venido.
Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención. Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro, tan breve y temporal. Este se convirtió para nosotros en justicia, santificación y redención: y así -como dice la Escritura-: El que se gloríe, que se gloríe en el Señor.
Pues la verdad brota de la tierra: Cristo, que dijo: Yo soy la verdad, nació de una virgen. Y la justicia mira desde el cielo: puesto que, al creer en el que ha nacido, el hombre no se ha encontrado justificado por sí mismo, sino por Dios.
La verdad brota de la tierra: porque la Palabra se hizo carne. Y la justicia mira desde el cielo: porque todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba. La verdad brota de la tierra: la carne, de María. Y la justicia mira desde el cielo: porque el hombre no puede recibir nada, si no se lo dan desde el cielo.
Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, porque la justicia y la paz se besan. Por medio de nuestro Señor Jesucristo, porque la verdad brota de la tierra. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. No dice: “Nuestra gloria”, sino: La gloria de Dios; porque la justicia no procede de nosotros, sino que mira desde el cielo. Por tanto, el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, y no en sí mismo.
Por eso, después que la Virgen dio a luz al Señor, el pregón de las voces angélicas fue así “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. ¿Por qué la paz en la tierra, sino porque la verdad brota de la tierra, o sea, Cristo ha nacido de la carne? Y él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa: para que fuésemos hombres que ama el Señor, unidos suavemente con vínculos de unidad.
Alegrémonos, por tanto, con esta gracia, para que el testimonio de nuestra conciencia constituya nuestra gloria: y no nos gloriemos en nosotros mismos, sino en Dios. Por eso se ha dicho: Tú eres mi gloria, tú mantienes alto mi cabeza. ¿Pues qué gracia de Dios pudo brillar más intensamente para nosotros que esta: teniendo un Hijo unigénito, hacerlo hijo del hombre, para, a su vez, hacer al hijo del hombre hijo de Dios? Busca méritos, busca justicia, busca motivos; y a ver si encuentras algo que no sea gracia.
San Agustín. Sermón 185
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