Evangelio de Marcos 13, 24-32
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo. Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre”.
La apertura del quinto sello del Apocalipsis, El Greco
La segunda venida de Cristo puede ocurrir de dos maneras: con el final de los tiempos (solo Dios sabe cuándo) o por nuestro acceso a la dimensión eterna dentro de nosotros.
Thomas Keating
Adivinación, augurios y sueños no tienen sentido,
como imaginaciones de mujer en parto.
A menos que vengan de parte del Altísimo,
no hagas caso de ellos.
Porque a muchos les engañaron los sueños:
fracasaron por fiarse de ellos.
Eclesiástico 34, 5-7
Hemos llegado a Jerusalén, a los momentos previos a la Pasión, en los que se suceden los mensajes proféticos y apocalípticos, que subrayan el conflicto entre el mundo y el Reino. Confrontación cuyo nudo gordiano está llegando a su cénit: la muerte y resurrección del Hijo de Dios, sublime referente desde entonces para quien sea consciente de ese conflicto dentro de sí mismo, y quiera vencer al mundo junto a Aquel que ya lo venció por nosotros.
En esa lucha interior que se libra dentro de nosotros hoy, hay infinidad de enemigos que se van relevando en coreografía macabra. Uno de ellos es la curiosidad, que confunde y entretiene, aleja del camino. A muchos que se creían sinceros buscadores de la verdad, les perdió ese afán de dar continuamente “cuerda” a su pensamiento, persiguiendo interpretaciones cada vez más sofisticadas del Absoluto y del universo. Este tipo de búsqueda es infructuosa desde la raíz, porque olvida que Dios revela sus misterios a los "pequeños", como vemos en www.diasdegracia.blogspot.com.
También quienes están aparentemente centrados en un solo camino corren ese riesgo, pues las trampas y los cantos de sirena están siempre al acecho. Los que descuidan su entrega, entreteniéndose en actividades que alimentan esa tendencia a “picotear” y curiosear, en algunos tan acentuada, pueden perderse o quedarse a mitad de camino.
Es absurdo perder tiempo y energía con mensajes proféticos, cuando el mismo Jesús nos dice que nadie, ni Él, sabe la hora. Además, todas las profecías verdaderas están en el Apocalipsis. La revelación, la luz que nos puede transformar está en la Palabra del Señor que no pasa ni pasará porque es Palabra Viva.
Es hora de asomarnos al Evangelio de un modo diferente a como leemos otros libros. O acaso de la forma en que deberíamos hacer todo: como si una luz iluminara cada párrafo, cada versículo, cada línea... Porque cada palabra “significa”; son signos, milagros de lucidez, ventanas a la conciencia y la comprensión. Escritura santa, enseñanza viviente.
La parábola de la semilla que cae al borde del camino, entre piedras, entre zarzas o en buena tierra (Mt 13, 1-9; Mc 4, 1-9; Lc 8, 4-8) es muy clarificadora sobre esa actitud de curiosidad malsana que encubre pereza y superficialidad. Los que se entretienen con multitud de mensajes son como la tierra junto al camino. No pueden acoger la enseñanza, de tan distraídos, y va el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. También son como terreno pedregoso: escuchan la palabra y la aceptan en seguida con alegría; pero no tienen raíces, son inconstantes.
La parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30) nos recuerda que todos llevamos cizaña dentro; los que se obsesionan con las profecías y los mensajes la tienen en la obsesión de prestar atención a muchos falsos profetas, que es síntoma de desconfianza en el Profeta verdadero.
Una tercera alusión a las parábolas que pueden ilustrar esta actitud: el obsesionado por las profecías no vende todo cuanto tiene para comprar la perla de gran valor (Mt 13, 45-46), porque sigue siendo rico de espíritu, no se ha vaciado para que entre la buena nueva.
Qué auténtico y poderoso es el amor, que nos hace darlo todo y darnos, cuando brota de ese desvalimiento y de la entrega confiada a Dios, de la conversión ineludible a la que nos llevan el desengaño, el fracaso, la quiebra de las ilusiones.
Porque las crisis o los dramas personales pueden endurecer el corazón o abrirlo. Si eres consciente de que la batalla se libra siempre, en primer lugar, dentro, tarde o temprano acontece la rendición de esos personajes que ya no podemos seguir interpretando y el corazón se libera de escudos y armaduras, inútiles al fin. Y se alza la bandera de la confianza en el Único que nos da palabras de Vida, que no pasarán.
O hacemos real el Reino ahora, o no lo hacemos nunca. Es absurdo preocuparnos de escatologías más o menos cercanas o lejanas, si el Reino ya ha venido, está aquí, en nuestro corazón despierto y abierto.
Las profecías no distraen a quienes ya viven trascendiendo el tiempo cronológico. Es atendiendo a las guerras y los cataclismos interiores, a las fuerzas de dentro de uno mismo, como vemos surgir, ahora, los nuevos cielos y la nueva tierra. Sin miedo, con la confianza del que se sabe a salvo. ¿Cómo va a temer quien se sabe unido a Cristo, Su valentía y Su inspiración?
El que camina en esa Compañía, confiado y libre, no tiene miedo. Recibe información sobre lo que sucede fuera, pero sabe que lo más importante es lo que sucede dentro. Por eso puede perseverar y seguir amando hasta el final, que es el Principio.
El Reino se realiza en cada uno de nosotros cuando vivimos velando, atentos, vigilantes, con el único “equipaje” necesario siempre listo, el anhelo de volver. Mirada de lo alto y hacia lo alto, que atraviesa, como un rayo, la ilusión y la disuelve.
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