Evangelio según san Lucas 3, 10-18
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: “Entonces, ¿qué hacemos?” Él contestó: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: “Maestro, ¿qué hacemos nosotros?” Él les contestó: “No exijáis más de lo establecido”. Unos militares le preguntaron: “¿Qué hacemos nosotros?” Él les contestó: “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga”. El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga”. Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.
Vosotros mismos sois testigos de que yo dije:
“Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de Él.”
(…) Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar.
Juan 3, 28, 30
El cuadro del Greco simboliza el Antiguo y Nuevo Testamento, el mayor de los nacidos de mujer junto al discípulo amado, llamado a ser ciudadano del Reino de los cielos. El mensajero y el testigo. Profecía y realidad.
El Antiguo Testamento adquiere su plenitud de sentido y significado en el Nuevo. La vida de Jesús cumple lo que los profetas vaticinaron muchos siglos antes. Ya lo dice San Agustín: La ley estaba preñada de Cristo. En Jesús se cumplen las antiguas profecías. “Mesías” y “Cristo” significan “Ungido”, el enviado para anunciar la buena nueva, para liberar, sanar y dar esperanza.
Pero el mesianismo de Jesús y el programa de vida que propone son un desafío para los prejuicios y las creencias establecidas, de entonces y de ahora. Porque Él viene a desmontar toda convención, toda norma vacía de contenido, y a presentarnos a un Dios que es Padre. Nos ofrece una experiencia filial, infinitamente más valiosa y transformadora que las creencias. Jesús no pretende tener razón sino anunciarnos la buena noticia y hacer todo nuevo.
Su enseñanza no tiene nada que ver con las expectativas de la época, ni tampoco con las nuestras. Él viene a liberar, a sanar, a devolver la dignidad, a salvarnos de la esclavitud, en primer lugar de esas cárceles interiores en las que nos encerramos nosotros mismos para preservar nuestra comodidad y nuestro control, siempre falso de nuestras vidas, tan mezquinas e inútiles sin Él. Dichoso el que no se escandalice de Jesucristo, y se atreva a liberarse de todo lastre para seguirle en la inocencia y el anhelo de verdad.
Con Él surge el cambio de paradigma más radical y revolucionario: acaba la fe inmadura, heredada, basada en la letra y lo aprendido, y comienza la fe viva, experimentada, que supone vivir a Dios, tener una experiencia de Él. Corramos, como hijos pródigos, al encuentro del Padre que nos muestra Aquel que viene, que siempre está viniendo. Un Padre que es amor, plenitud, dicha infinita, que nos transforma, restaura y completa, si nos dejamos, para que seamos Uno en Él. Es lo que celebramos hoy, Tercer Domingo de Adviento, Domingo Gaudete, Domingo de la Alegría.
Jesús nos trae esta alegría verdadera, un “jubileo” continuo, que nos libera de deudas y también de miedo, culpa, tristeza y soledad. Juan hablaba de normas, cumplimientos, reglas externas, Jesús hablará de la transformación interior necesaria y previa para poder hacer. Juan les decía lo que tenían que hacer, Jesús les decía, nos dice, lo que hemos de ser.
La enseñanza literal ha de ser peldaño para acceder a niveles superiores de la Enseñanza, dinámica y expansiva, viva porque brota del Verbo, del Resucitado, del Viviente, y de la experiencia transformadora de Comunión con Él que cada uno de nosotros seamos capaces de vivir y compartir.
La mejor conversión es dejar que la misericordia nos impregne hasta ser capaces de amar como Jesucristo ama. Si aprendemos a amar así a nuestros hermanos, estaremos amando a Dios, porque seremos en Jesucristo, uno con Él en Su Amor. Y Él, no solo es el rostro visible de Dios, sino también el presente de Dios, su continua actualización para quienes hemos sido enviados para anunciar la libertad a los cautivos, y ser testigos ante el mundo de que los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva.
Hoy nosotros, expectantes, también preguntamos, como los que escuchaban a Juan el Bautista: ¿qué hacemos? Y el mismo Jesús nos responde: "soltad todo lo que impide que Yo venga a vuestro corazón. Yo, por amor a vosotros, renuncié a mi inmortalidad, tomé vuestras culpas, sentí como propias todas vuestras miserias, viví todos vuestros sufrimientos y todas vuestras muertes. Renunciad a todo germen de voluntad humana separada de Mí, para llenaros de Mí. Conoceréis el verdadero amor, la verdadera libertad, la verdadera alegría."
¿Cómo debemos vivir el Adviento? Mundo católico
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