El Evangelio de hoy nos va preparando para la Cuaresma que comienza el próximo 2 de marzo, Miércoles de Ceniza. Ojalá sea una Cuaresma diferente, que quite las telarañas de nuestros ojos y podamos ver nuestra nada. Un tiempo de conversión que nos haga en el mejor y más amplio sentido de la palabra buenos y fecundos.
Ver nuestras miserias con sinceridad y valentía nos lleva a reconocer a Jesucristo como único Maestro. Ya no somos ciegos que siguen a ciegos, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Siguiendo a Cristo, tarde o temprano, daremos buen fruto. Él mismo se ha hecho fruto para darse por nosotros y sigue confiando en que un día dejaremos de ser estériles, cuando recordemos que somos sarmientos que unidos a la Vid nos alimentamos de su misma savia, y separados de ella nos secamos y morimos (Jn 15, 6-8).
Si escogemos permanecer unidos a Cristo, tarde o temprano, daremos fruto. Él mismo se ha hecho fruto para darse por nosotros y sigue confiando en que un día dejaremos de ser estériles, cuando recordemos que somos sarmientos que unidos a la Vid nos alimentamos de su misma savia, y separados de ella nos secamos y morimos (Jn 15, 6-8). Si es Él Quien llena y rebosa nuestro corazón, de manera que no haya nada ajeno a Él, todo lo que salga de nuestra boca, nuestras manos, nuestra vida será Bueno.
Estamos dotados de libre albedrío y por mucho que el Señor haga por favorecer el cambio en nosotros, hace falta que lo aceptemos. Un gesto de aceptación, apenas media vuelta, lo que permite dejar de mirar paisajes estériles, para mirarle a Él, la fuente de la Vida. Conversión, en griego metanoia, significa volverse, darse la vuelta. Es un movimiento interior de transformación de mente y corazón, que cambia los significados y el sentido de la vida.
Metanoia, teshuvá en hebreo, conversión, arrepentimiento… Todas estas palabras señalan a ese gesto o cambio de mente y de corazón que permite mirar de un modo nuevo, no ya a la manera egoísta del mundo, sino a la manera generosa, abierta y disponible de Jesús. La conversión es una necesidad, porque Él puede hacer todo por nosotros, ya lo ha hecho, a excepción de una cosa: no puede escoger por nosotros.
Es necesario un cambio de mente, corazón y actitud, el movimiento interior imprescindible que nos encamina hacia la muerte del ego. Es morir a lo falso, para volver a nacer de agua y de Espíritu (Jn 3, 5). Solo se puede experimentar la conversión cuando se está dispuesto a dar ese paso decisivo, cuando uno se atreve, en lo más recóndito de su ser, a desearse diferente, a rechazar para siempre lo que sobra en su vida, para recrearla en una nueva dimensión. www.diasdegracia.blogspot.com
La palabra arrepentimiento suscita a veces cierta repulsa, pero su significado verdadero, volverse, cambiar de mente, no tiene nada que ver con el remordimiento: volver a morder (se). El arrepentimiento consciente es el fuego purificador donde el ser humano se acrisola y se transforma. No podemos esperar a ser perfectos para amar lo bueno, lo bello, lo verdadero. De ese amor a lo perfecto, desde nuestra evidente imperfección, nace el arrepentimiento consciente, sincero, transformador y liberador.
En la Oración del Corazón, que no deja de sorprenderme por su potencia y su sencillez (Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí, pecador), la constatación del propio pecado y el reconocimiento de la gracia de Jesucristo, se unen para que el primero sea transmutado en virtud de la segunda.
Una de mis palabras favoritas en castellano es todavía, por su connotación de esperanza, cuando tiendes a ver el vaso medio lleno y no medio vacío. Igualmente bella es aún. Todavía estamos a tiempo, aún podemos dar fruto. Caminemos, trabajemos, demos fruto mientras hay luz (Jn 12, 35).
No hay comentarios:
Publicar un comentario