1 de noviembre de 2025

Camino, Verdad y Vida.

 

Evangelio según san Juan 14, 1-6 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás le dice: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” Jesús le responde: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. 

          Juan reclinando su cabeza en el pecho de Jesús, Icono ortodoxo

El camino del cristiano lo encontró Aquel que es “el camino” y es una felicidad encontrarlo. El cristiano no se pierde en los rodeos y es salvado felizmente para la gloria.
                                                            Soren Kierkegaard

Jesucristo es Camino Verdad y Vida. Por eso, sus discípulos han de aspirar a identificarse totalmente con Él, haciendo propias Su enseñanza y Su destino. El cristianismo es una Persona, un hombre que también es Dios y quiere que nos unamos a Él. En Jesús hallamos la perfecta expresión de esa unidad a la que estamos llamados, ya que, al hacernos miembros del Cuerpo Místico de Cristo, podemos participar de la unión divina.

Por nuestra incorporación a Cristo, alcanzamos nuestra verdadera esencia e identidad en Aquel que se ha hecho uno de nosotros para que nosotros seamos uno con Él y con el Padre. Porque la vocación original y definitiva del hombre es la unidad con el Único.

Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios, dice San Atanasio. Él ya nos atrajo hacia Sí, por eso nuestro destino es ascender, como Él ascendió. De ahí la flaqueza de que se gloría S. Pablo (2 Corintios 12, 10). Aunque sin Jesucristo no podemos nada, con Él lo podemos todo. través de Él, vamos llegando a niveles más sutiles de comunión con Dios, trascendiendo formas, nombres e impresiones sensoriales.

Jesús es nuestro guía hacia la más íntima fusión con la propia esencia de la divinidad. De Su mano, sin perder Su presencia serena y protectora; junto a Él, enamorado de cada alma individual, hacia la Unidad.

Qué diferente el cristianismo de esas religiones en las que la meta es la disolución en lo Absoluto. Hubo un tiempo en que anhelé ese destino: disolverme, acabar, fundirme en el Todo, dejar de ser… Hasta que me enamoré definitivamente de Jesucristo y descubrí que con Él no nos disolvemos ni desaparecemos, no perdemos la individualidad que Él ama y con la que Le amamos; solo abandonamos el hombre y la mujer viejos, incapaces de amar, que ya no somos, para ser de verdad y amar de verdad.

Con Él y por Él puedo llegar al centro mismo del Ser, sin disolverme, sin perdernos el uno al otro ni desaparecer. No se trata de un apego a la propia individualidad, que sería más fruto del ego que del amor, sino, precisamente, de la voluntad de seguir amando de Aquel que salió de Sí para encontrarse con nosotros. 

Por eso podemos escuchar a Jesús hablar de “Su mano” y de “la mano” del Padre (Juan 10, 27-30), sin que nos parezca una contradicción con esa meta de Unidad inefable a la que nos dirigimos. Alguno puede pensar, tal vez con cierta condescendencia, que eso quiere decir que aún nos aferramos a los niveles de comprensión inferiores, que necesitan dar forma humana al Padre para asimilarlo a nuestros parámetros mentales. 

Sí y no. Sí y más, mucho más. Porque en Jesucristo cabe todo, vertical e infinito, lo limitado y lo ilimitado, lo material y lo espiritual, lo denso y lo sutil, la multiplicidad y la unidad, lo personal y lo transpersonal, todo, ascendido y trascendido, glorificado en Él y con Él. El Niño Jesús del pesebre es compatible con el Verbo increado; realidad histórica y, a la vez, símbolo y realidad metafísica.

Solo en este conocimiento esencial que nos brinda el corazón, pasando por encima de la mente y sus límites, podemos asumir los Misterios inalcanzables por el intelecto, como el de la Santísima Trinidad: tres Personas y un solo Dios.

De la mano de Jesucristo, estamos llamados a ser Uno con el Único Ser divino, sin dejar de ser individuos. Ola y mar, gota y océano, Vid y sarmiento, Luz de Luz y luz individualizada (de in-diviso). Estaremos, estamos, en Dios, sin dejar de ser nosotros.

Jesús, que está a la derecha del Padre, está también en el corazón del hombre, porque ha querido acompañarnos hasta el fin de los tiempos. Dios habita en nosotros para ser Uno con cada ser humano en un abrazo universal que no excluye a nadie. 

Ya no se trata de pertenecer o no al pueblo escogido, ni siquiera se trata de ser "buenos", sino de vivir esta Presencia interior inefable, conscientes de cómo nos va transformando, hasta que nos incorporemos –qué preciosa palabra, in-corpore-mos– totalmente en Él. 

Él se encarnó por nosotros, pero ya antes era y, después de subir al Padre, siguió siendo. Nos llama a nosotros a esa vida de plenitud luminosa que integra las otras, las de las formas, los nombres y la temporalidad. Pero si nos quedamos en lo temporal, bloqueados en ello, no llegaremos a lo más sutil, lo más sublime, lo absolutamente perfecto.

“Yo y mi Padre somos uno” (Juan 10, 30); es todo lo que hemos de comprender y también lo que hemos de experimentar en esta “gran tribulación” donde nos vamos acrisolando. Para poder decir, sentir, vivir que el Padre es uno con nosotros, tenemos antes que soltar todo lo que no somos, y esto no suele resultar tan fácil como puede parecer. A veces cuesta sangre, sudor y lágrimas; esas lágrimas que Él enjugará, cuando alcancemos las fuentes de agua viva a las que nos guía (Ap 7, 9, 17). 

                                      302. Diálogos Divinos. Actos eternos

31 de octubre de 2025

Santos y dichosos

  

Evangelio según san Mateo 5, 1-12a 

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos. Y él se puso a hablar enseñándoles: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.


                                                El Sermón del Monte, Rudolf Yelin

Jesús iba a convocar a los que consintieran, para que intentasen con Él la más grande aventura que jamás se hubiera propuesto a los hombres: implantar sobre la tierra el reinado de Dios.
                                                                                             Georges Chevrot

Jesucristo es Camino, Verdad y Vida. Nada de lo verdadero que hay en otras enseñanzas o tradiciones falta en el Camino de Jesucristo. En el Sermón de la Montaña, Jesús nos presenta un itinerario de santidad que nos introduce al Reino de Dios. Porque la santidad no es un modo excepcional de vivir, sino que es, o debería ser, la forma normal de ser cristianos. 

Si nos dejamos transformar por el Evangelio, haremos realidad el Reino de Dios. Por eso la pobreza de espíritu es la primera bienaventuranza y la esencia de todas las demás: solo quien se desprende de sí mismo y se hace un ser totalmente disponible es capaz de dejarse penetrar totalmente por el Reino de Dios.

La pobreza de espíritu no tiene nada que ver con la no posesión de bienes materiales. Un verdadero pobre de espíritu es la persona que ha conquistado la humildad y el desapego; alguien que ya conoce dónde se encuentran los verdaderos tesoros, los valora y los protege.

El corazón del ser humano reconoce los verdaderos tesoros que, más que en ganar, lograr, coger, consisten en soltar, dejar, vaciar... Ya está todo dicho en el Sermón de la Montaña; las bienaventuranzas explican dónde están los verdaderos tesoros. Es fácil reconocer esta verdad intelectualmente: que la finalidad de la vida es realizar el Reino y que los bienes del mundo son solo un medio. 

Sin embargo, no actuamos en consecuencia, el corazón apegado y temeroso se resiste, es demasiado fuerte a veces la inercia, el hábito de hallar placer o seguridad o control en lo inmediato. El trabajo pasa entonces por crear, con fe, esperanza y amor, un nuevo hábito de hallar alegría y plenitud en el Camino, Verdad y Vida que es Cristo.
El auténtico y bienaventurado pobre de espíritu ha de estar dispuesto a negarse a sí mismo, a vencerse y transformarse, renunciando a lo que impide ser discípulo, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí" (Gálatas 2, 20).

Primero el Reino, que es Él, su amor infinito que nos llena, nos transforma y nos salva. Primero el Reino, y lo demás siempre vendrá por añadidura, porque todo lo bueno y necesario viene de Su amor.  

Sat Cit Ananda (Ser, Conciencia, Bienaventuranza), se dice en sánscrito, uno de los idiomas más antiguos. Pero la dicha a la que estamos llamados es más, infinitamente más de lo que se pueda decir con palabras de cualquier idioma. Ni ojo vio, ni oído oyó. Que venga a nosotros Su reino, ahora, en este mundo con el que cada vez nos identificamos menos cuando logramos vivir en Su presencia, tan real y transformadora como hace dos mil años.

Casi nada de lo que los ojos ven y la mente piensa o recuerda, nada de lo que el ser humano ambiciona es real, porque no es duradero, sino una grandiosa proyección, con los días contados, la representación de un mundo que ya pasa. Nada es real…, o acaso sí haya algo real en este torbellino de sombras efímeras que juegan a ser reales. 

Es real la luz de la consciencia que hemos puesto y la luz que Cristo nos regala para completar nuestra conciencia, a veces tan limitada. Es real el amor recibido y ofrecido con el corazón abierto, esa luz de los momentos vividos de verdad, en los que ponemos todo nuestro ser, lo que no perderemos nunca, lo que ha ido aumentando nuestro “oro espiritual” para la morada que Jesucristo nos está preparando, tan cerca de Él, tan unidos a Él, que parecerá mentira haber podido estar siquiera un día siquiera alejados de Su Amor

MORIR SOLO ES MORIR

Y entonces vio la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.

Morir solo es morir, morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver el amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;

tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.

                                                                                  José Luis Martín Descalzo

25 de octubre de 2025

Sin Él soy nada. Con Él soy todo.

 

Evangelio según san Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola. “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.”
       
LA SAGRADA ESCRITURA EN CUADROS DE ROBERTO LEINWEBER - EL FARISEO Y EL PUBLICANO - SERIE VIII /C4 (Postales - Postales Temáticas - Religiosas y Recordatorios)
Fariseo y publicano, Robert Leinweber
                    

Cuando el hombre se humilla, Dios en su bondad, no puede menos que descender y verterse en ese hombre humilde, y al más modesto se le comunica más que a ningún otro y se le entrega por completo. Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad y su bondad es su amor. Toda la pena y toda la alegría provienen del amor.
                                                                                                                      Maestro Eckhart

El domingo pasado veíamos la necesidad de perseverar en la oración y comprendíamos que ser insistente no significa llenarse de palabras. Muchas veces, si la actitud del que ora no es sincera ni humilde, la oración vocal puede transformarse en declamación, presuntuosa o inconsciente, que da vueltas en torno a sí misma. 

Vacíate para que puedas ser llenado; sal para que se pueda entrar, dice San Agustín. Para comunicarnos con Dios, no podemos permanecer en nuestro nivel de conciencia habitual, esa vigilia falsa, somnolienta y distraída, que gira en torno al ego y nos hace ser muertos que entierran muertos. Para hablar con Dios y hacer de esa oración un estado habitual, hay que despertar y mantenerse despiertos, vigilantes, a la escucha, como Samuel (1 Sam 3, 3-18). Con ese gesto, esa postura interior de apertura y acogida, podemos taladrar los obstáculos que nos separan de Dios.

¿Quién reza?, ¿cómo?, ¿desde dónde?… Si la oración es sincera, persistente y humilde, es escuchada, porque Dios no atiende a hipócritas, a tibios ni a soberbios… Mejor dicho, son estos los que no atienden a Dios, sino a sí mismos y a sus ídolos. Por eso no oran, sino que cantan la misma canción narcisista una y otra vez.

Para alcanzar la pureza interior que capacita para orar, hay que observar la sombra que proyectan esos pensamientos y emociones sobre el propio mérito, el valor y la bondad que nos atribuimos, consciente o inconscientemente, y nos llevan a juzgar a los demás y considerarlos inferiores. Si tenemos el valor de atravesar toda esta maraña ilusoria de pensamientos, para mirar de frente nuestra nada ante Dios, si reconocemos nuestra miseria y debilidad, podemos conectar con la Fuente de todo y orar de verdad, seguros de ser escuchados, atendidos, salvados.

Comprender la parábola del publicano y el fariseo y lograr ver ambos personajes en uno mismo, es muy revelador. El fariseo no es justificado (salvado), porque no está hablando con Dios, sino con la imagen de Dios que ha construido –su ídolo– sobre la inestable base de su propia vanidad. En cambio, la oración del publicano es sincera porque está reconociendo su desvalimiento, su impotencia ante el Todopoderoso. En el publicano humilde, está orando su esencia, su ser verdadero, el hombre interior; mientras que en el fariseo no hay oración, sino pose, engolamiento, hipocresía, soberbia; es el hombre exterior, que aún ha de morir para nacer de nuevo.

         Estos dos hombres subieron al Templo; "subir", para intentar conectar con lo Superior. El Templo, esa habitación interior donde hemos de orar, donde Dios mora si queremos. Allí es donde entran y cierran la puerta los dos hombres (o mujeres) que somos cada uno: el hombre exterior y el hombre interior. 

        El fariseo que, por fin, se ha atrevido a mirar su absurda complacencia, su corazón lleno de sí mismo, es decir, vacío, y lo ha desenmascarado, reconociendo que era un disfraz de su inseguridad, sus complejos y miedos, ha visto la viga de su ojo y ha olvidado la mota en el ojo de su hermano, ha dejado de sentirse superior, separado. 

         Y sube también a ese Templo del alma el hombre interior, que se sabe nada, cuya sincera humildad lo eleva y perfecciona, hasta  ponerle en conexión con lo absoluto, lo perfecto, lo real. Ambos hombres se unen, se integran en el único ser que eran sin recordarlo, y pueden finalmente orar y elegir ser salvados.

Si nos mantenemos en guardia, vigilantes, veremos cuándo el fariseo que llevamos dentro, olvida su ser esencial y vuelve a querer llenarse de sí mismo y sentirse superior. Si en la oración te estás buscando a ti, al ídolo que de ti mismo has forjado, no estás orando. Hay que atreverse a soltar la imagen ilusoria de quien creemos ser. Y también hemos de soltar cualquier imagen que nos hayamos hecho de Dios, conscientes de que es imposible hacernos una imagen de Quien Es todo.

Porque el fariseo no está rezando a Dios sino a la imagen que de Él se ha hecho. Lo ha pretendido convertir en un contable al que hay que rendir cuentas de los propios méritos y ante el que hay que ganar ventaja frente a los demás.

Lo importante es que sepamos ver en nosotros estas actitudes farisaicas, a veces tan camufladas que resulta muy difícil identificarlas, y que encontremos también a ese hombre interior humilde y sincero, desapropiado de todo, que es capaz de orar.

Seguir el modelo de oración del Maestro es nuevamente la clave. ¿Cómo oró Jesús? Nunca manifestó deseos personales. Su oración fue de alabanza, acción de gracias y comunión. Cuando pedía por los demás, era para mayor gloria de Dios y salvación de los hombres. Si Dios sabe lo que necesitamos, ¿qué vamos a pedir?

En el Padrenuestro, la oración vocal por excelencia, no hay deseos egoístas, sino una entrega real al Padre, un ponerse bajo Su influencia para hacer Su voluntad. La oración sencilla, sin jactancia, sin complacencia ni  servilismo, directa y clara; ruegos tan auténticos y esenciales que no pueden por menos que ser atendidos, si el que reza ha alcanzado ese nivel de pureza y sinceridad.

Jesús es el único que no tiene que negarse a sí mismo porque es el Sí mismo y, al mismo tiempo, la humildad absoluta. Bienaventurado el que no se escandalice de mí (Mt 11, 6). Para no escandalizarse de Él hay que estar dispuesto a aceptar y cumplir su Palabra totalmente, no solo en lo que nos resulta fácil porque no toca nuestra imagen o nuestra miserable "casita de muñecas". 

          Asumir su Palabra y hacerla vida en nosotros, exige un cambio radical. Los que se empeñan en defender su posición, su falsas creencias, o tal vez solo esos prejuicios que les hacen despreciar a los demás, seguirán escandalizándose de Aquel que no hace acepción de personas porque viene a salvar a todos, no solo a un grupo de escogidos, Aquel que frecuenta a pecadores, publicanos y prostitutas y denuncia la hipocresía de escribas y fariseos.

¿De qué sirven los esfuerzos personales y los méritos aparentes del que no puede aceptar que todo es gracia, derroche generoso, don gratuito de Dios? Si recuperamos la inocencia esencial, nuestro será el derecho a participar en el banquete eterno, aunque hayamos sido grandes pecadores. No en vano, Jesús relató la parábola del fariseo y del publicano, para hacernos ver quiénes serán los elegidos entre los muchos llamados. Porque es uno mismo el que se elige, vaciándose de sí mismo, dejado atrás las vestiduras oscuras de la soberbia, la mentira, el egoísmo y la tibieza, para poder llenarse del Sí mismo.
                                                        

            SEPARACIÓN
                                               Donde existe el ego, todo es infierno.
                                               Y allí donde no existe el ego, todo es paraíso.

                                                                                             Abu Sa’id
Aprende la lección,                                                        
apréndela ahora,
antes de que la olvides y te creas
el mayor o el mejor;
antes de que el destino con sus leyes
te apunte, en la fatídica
página roja de su libro gris,         
un saldo deudor,
una cita pendiente.


Bendito sea el Señor, Sergei Rachmaninov 

18 de octubre de 2025

Orar ahora

 

Evangelio según san Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: “Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario». Por algún tiempo se negó; pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara».” Y el Señor añadió: “Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”.

Moses with men holding up his hands


                               Yo te invoco, oh Dios, porque tú me respondes.

                   Salmo 17,6

En la primera lectura de hoy (Éxodo 17, 8-13), vemos cómo Moisés se abre al auxilio del Señor con total confianza. Y se abre ahora, confía ahora, porque solo hay un “ahora”, ese instante en el que somos eternos si estamos unidos a Dios.

Como la viuda insistente del pasaje del Evangelio, que no se rinde ante el juez indiferente y nos da una lección de perseverancia y confianza. Ella no carga con el lastre de falsas creencias, prejuicios o miedos. No se dispersa ni se distrae en su petición. “Solía ir a decirle”…; era constante, fiel…. ¿Qué es ser fiel? ¿Cómo es el “fiel” de una balanza? Vertical, en su centro, preciso, infalible… Perseverancia, constancia, oración continua. San Pablo nos lo recuerda y tantos santos y padres de la Iglesia…

Pero hay otra vía, que en el fondo es la misma, la Única, aunque no lo parezca. Existe una oración tan directa, tan contundente que va al centro de la diana. Y ¿cuál es la diana para nosotros los cristianos, sino el Sagrado Corazón de Jesús, del que brota la Divina Misericordia?

Esa otra vía es la oración que nos aconseja Santa Teresa, cuya fiesta acabamos de celebrar: mirarle solo a Él. O la de Dimas, el buen ladrón, maestro de oración: Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. O San Agustín, que nos enseña que el Señor es más íntimo al corazón del hombre que uno mismo.

Basta una oración, un gesto, una mirada si se hace desde esa consciencia capaz de integrar todo y dar sentido a toda una vida… Basta una oración, como un rayo contundente y decisivo, un rayo tan luminoso que, aunque basta, podemos, queremos repetirlo cada día, cada instante, fundidos en el Sol del que emana, Sol de Justicia y Misericordia, Sol invicto que es el Señor.

Jesús oraba siempre, pero cada vez como si fuera la única. Y todo confluyó, con-venció, se cumplió en la oración final: En tus manos encomiendo mi espíritu. O ni siquiera fue esa…; la última, acaso, fue un gesto: inclinó la cabeza y entregó el espíritu. Jesús, que oraba siempre, hizo su última, total oración con ese gesto de abandono supremo.

Las dos vías, orar siempre, orar ahora, se unen en la única Vía, Jesucristo, Camino único. Porque la oración constante y continua es sobre todo una actitud interior, un giro constante para fundirnos con Él que nos mueve, nos alienta y vivifica. Oración como un estado de conciencia que se expresa en toda una vida, y también en un gesto, una mirada, una elección valiente, que nos de-termina, nos de-fine, nos cumple. 

Porque ya no se trata de escoger entre cantidad o calidad. Ambas son necesarias, pero fuera de corsés, más allá de ritos de voluntad humana que fomentan la inercia, la rutina, el olvido de lo esencial, esa mejor parte que no nos será quitada: vivir siempre fundidos con Jesucristo, para que Él viva en nosotros. Fusión de voluntades, imagen y semejanza.

                       Jesús,  mi vida, viviendo en mí, Dietrich Buxtehude

Todas mis ansias están en tu presencia" (Sal. 37,10)... Tu deseo, es tu oración; si tu deseo es continuo, tu oración también es continua. Por eso el apóstol Pablo dijo: "orar sin cesar" (1Te 5,17). ¿Puede decirlo porque, sin tregua, doblamos la rodilla, prosternamos nuestro cuerpo, o elevamos las manos hacia Dios? Si decimos que rezamos sólo en estas condiciones, no creo que pudiéramos hacerlo sin tregua.
Pero hay otra oración, interior, que es sin tregua: es el deseo. Aunque te encuentres en cualquier ocupación, si deseas este descanso del sábado, del que hablamos, rezas sin cesar. Si no quieres dejar de rogar, no dejes de desear.
¿Tu deseo es continuo? Entonces tu grito es continuo. Te callarás sólo si dejas de amar ¿Quiénes son los que se callaron? Son aquellos sobre los que se dijo: "al crecer la maldad, la caridad de muchos se enfriará" (Mt 24,12). La caridad que se enfría, es el corazón que se calla; la caridad que quema, es el corazón que grita. Si tu caridad subsiste sin cesar, gritas sin cesar; si gritas sin cesar, es porque deseas siempre; si estás repleto de este deseo, es porque piensas en el descanso eterno. 

                                                                                                                San Agustín

Acuérdese, se lo ruego, de lo que le recomendé, que es pensar a menudo en Dios, de día, de noche, en todas sus ocupaciones, en sus ejercicios de piedad, incluso durante sus distracciones; Él está siempre junto a nosotros y con nosotros, no Lo deje solo: a usted le parecería una descortesía dejar solo a un amigo que la visitase. ¿Por qué abandonar a Dios y dejarlo solo? Así pues, ¡no Lo olvide! Piense en Él a menudo, adórelo sin cesar, viva y muera con Él, esa es la verdadera ocupación de un cristiano; en una palabra, es nuestro oficio; si no lo conocemos, hay que aprenderlo. 

                                Fray Lorenzo de la Resurrección