20 de septiembre de 2025

"Lo que vale de veras". Hijos de la Luz.

 

Evangelio según san Lucas 16, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido”. El administrador se puso a echar sus cálculos: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo, y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?” Este respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Aquí está tu recibo: aprisa, siéntate y escribe “cincuenta”.” Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?” Él contestó: “Cien fanegas de trigo”. Le dijo: “Aquí está tu recibo: escribe “ochenta”.” Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.

Tiziano Alegoría del Tiempo gobernado por la Prudencia
Alegoría de la Prudencia, Tiziano
                                              
A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios; en cambio a los de fuera todo se les presenta en parábolas.
Marcos 4, 11
           
Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos.
                                                                                                        Efesios, 5, 15-16

Reflexionar sobre esta parábola, inquietante y reveladora, es un verdadero reto. Hasta el cardenal Cayetano, célebre por sus profundos y atinados comentarios sobre los textos de Santo Tomás, no tuvo reparo en decir que no se sentía capaz de explicarla, porque no la entendía. Solo podemos asomarnos a ella una y otra vez, para ir asimilando lo que Dios quiera.

Las parábolas de Jesús son sorprendentes, provocadoras y, a veces, como la de hoy, aparentemente inmoral. Y es que resulta imposible adentrarse en la Palabra de Dios con los parámetros de la lógica. No son la razón y la moral convencionales las que nos interpelan en los Evangelios; estamos ante una Palabra viviente que nos impulsa a elevarnos para poder entender. 

Si es Dios mismo Quien nos habla, es inútil escucharle como quien escucha a un ser humano. Intentar poner a Dios a nuestra altura es uno de los recursos que usamos para buscar seguridades en el mundo. No podemos sustituir el Misterio por una explicación humana o por un guión de moralidad. A veces nos resultará más fácil conectar con Él (porque Él se deja, no por nuestros méritos), otras veces, se mostrará como el Gran Interrogante.

No se trata de subestimar la moral, que es la base de muchas de las explicaciones que se dan sobre esta y otras parábolas, sino alertar sobre la diferencia entre la simple moral humana y lo Absoluto; entre lo mensurable y lo Inconmensurable; entre la justicia exterior y la Ley de Dios, grabada en nuestros corazones, ese Reino de los Cielos en cada uno, que se asienta en la Verdad, inabarcable y eterna.

Las parábolas en los Evangelios son Revelación, por eso muestran y esconden, velan y revelan. Además, son siempre contenidas: no falta ni sobra nada. Y pocas parábolas tan mal asimiladas como esta que contemplamos hoy, reducida a veces a una simplificación maniquea. 

       ¿Qué lección podemos sacar de una parábola tan paradójica? ¿Qué enseñanzas nos están siendo ofrecidas para que despertemos y despejemos los ojos capaces de ver y los oídos capaces de oír? Empecemos con el dualismo entre hijos del mundo e Hijos de la Luz, que nos llevará a observarnos a nosotros mismos para buscar una integración de esas dos "categorías", a través de la conversión sincera.

En una sociedad como la nuestra, en la que la ley ampara las mayores tropelías, somos aún capaces de creernos del grupo de los buenos, los morales, los justos. Pero, como solemos recordar, todas las páginas del Evangelio están dirigidas a cada uno de nosotros, nos retratan y evidencian nuestras miserias y las trampas y obstáculos interiores que nos impiden seguir fielmente a Jesucristo.

Cuando leemos esta parábola y tantas otras, de entrada, suele saltar el mecanismo que nos impide vernos reflejados en los personajes infieles, traidores, cobardes… Y nos perdemos la esencia del mensaje y su eficacia. Si nos decimos: “Yo nunca haría eso, jamás”, es que conocemos poco la condición humana y nos conocemos poco a nosotros mismos. El ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor (lo vemos en el blog hermano Días de Gracia). Se trata de empezar a optar constantemente por lo mejor, porque, aunque el día está de caída, aún tenemos luz.

            Podemos seguir ahondando, fijándonos en el concepto de astucia, que puede ser malintencionada o también una defensa. Astucia sin doblez ni perversión, que tiene que ver con el sentido común y la prudencia. Conociendo nuestra naturaleza errática y vulnerable, necesitamos ponernos bajo la influencia del Reino de los Hijos de la Luz, para dar un salto en conciencia y libertad. Sabemos que estamos en el mundo aunque no somos del mundo; por eso el mundo nos puede atrapar y sacar del camino que conduce a la Meta. 

¿Es injusticia, o justicia? ¿Fidelidad o infidelidad? Lo que se alaba en la parábola es la voluntad del mayordomo de salvarse, de salir como sea del atolladero al que le han llevado sus errores, desplegando las estrategias que le inspira la sagacidad que suele surgir en los momentos críticos. Nos lleva a preguntarnos si realmente estamos poniendo todo nuestro ser en lo que importa, “lo que vale de veras”. Cuánto interés pone el mayordomo desesperado, y qué poco solemos poner nosotros en lo esencial, adormecidos por la rutina y las comodidades.

El mayordomo de la parábola, cuando espabila y diseña su estrategia, no está actuando como hijo de la luz, sino como hijo de este mundo, pero está, además, construyendo un puente que le va a permitir, como intuimos por la alabanza de su señor, empezar a actuar como hijo de la luz. Parece que va a estar dispuesto a dar el salto que permite dejar de idolatrar los bienes del mundo y servirlos, para servirse de ellos como instrumento hacia un Bien superior. Y un día, esa dimensión (del mundo, de lo ajeno bien cuidado, con fidelidad y diligencia), una vez elevada y trascendida, será la que lo convierta en hijo de la luz, digno de lo propio, las moradas eternas. Porque el mayordomo, en su plan desesperado, ya no está sirviendo al dinero, sino sirviéndose de él, para salir adelante. 

El Evangelio va siempre mucho más lejos de lo que pensamos. ¿Es entonces infiel o es fiel? En la versión griega se le califica como phronimos, que significa prudente y mucho más: diligente, capaz de discernir, despierto, rápido, inteligente. Como las cinco vírgenes prudentes, calificadas como phronimoi. Así llama Mateo al siervo fiel y diligente que se mantiene despierto, esperando a su señor, y también al hombre que edifica sobre roca.

No podemos ser fieles en lo importante, lo del Reino, si no sabemos serlo antes en lo menudo. El mayordomo ha sido fiel y diligente en lo poco, lo material. Él ha despertado en una situación crítica y es capaz de encontrar una solución rápida y eficaz según los parámetros del mundo, pero, si ahondamos más, vemos que también según los parámetros del Reino, porque, en el fondo de la parábola, subyace la idea de perdón (no en vano pertenece al grupo de las parábolas de la Misericordia). Él condona parte de la deuda y no para su beneficio, sino por un bien superior, que es sobrevivir, salir adelante, aprovechar esa oportunidad que se le presenta, y, aquí está la clave, perdonando, condonando, redimiendo deuda. Ya no está adorando al ídolo que es el dinero, lo está utilizando, se está sirviendo de él.

Si damos otra vuelta de tuerca, en realidad toma sobre sí esa parte redimida de la deuda. Observemos que la deuda es "cien", en los dos ejemplos presentados, número de totalidad. En la audacia que le confiere su angustiosa situación, se hace responsable de esa deuda, se carga a las espaldas esa parte condonada. Pero lo más importante es que decide, actúa, realiza, transforma con agilidad una situación en otra. Aprende y crece en ingenio, en capacidad actuar y de discernir. Y es muy posible que lo aprendido con sudor, angustia, acaso lágrimas, le sirva en lo sucesivo para lo menudo y para lo importante, lo poco y lo mucho, lo ajeno y lo propio, para el mundo y para el Reino. Por eso es alabado. Ha andado despierto y diligente para salir del atolladero. Esa diligencia es la que hemos de tener, no solo en lo del mundo, sino, sobre todo, en lo que vale de veras.

Se trata, al fin y al cabo, de escoger si queremos trabajar y vivir para lo ilusorio y efímero, o para lo esencial, lo verdadero. En el mundo, nos encadenamos a lo material, lo transitorio, y perdemos de vista lo eterno. Buscamos necesidades absurdas porque hemos creado una escala de valores diabólica que nos impide vivir como los hijos de la luz que estamos llamados a ser. Si nos observáramos con sinceridad, veríamos cuántas veces escogemos las sombras y servir a los falsos señores de la mentira y la muerte. Traicionamos nuestro destino y nuestra verdad interior, y luego nos engañamos a nosotros mismos para poder soportar esa traición que nos condena. Porque es uno el que escoge ser de los elegidos, y es uno también el que se condena. He ahí el doble filo del maravilloso libre albedrío con el que el Señor nos hizo las criaturas más dignas.

En el mundo es habitual la mentira, el robo, casi siempre camuflado, la traición, un puro engranaje de estafa moral y material, de mentira continuada a uno mismo y a los demás. Es Mammón (Mem-Mem-Noun, el reino material corrupto, de entropía y disolución), que con su locura, ceguera y egoísmo, temeroso de perder su efímero poder, quiere someternos a su espiral de falsedades. Qué poco nos resistimos...; preferimos quedarnos en Egipto, la tierra de tinieblas y de muerte, y olvidar que hay una tierra que nos fue prometida, donde vivir libres y felices, sin esclavitud ni idolatría

La astucia diabólica va diseñando sus pruebas, adaptándolas a cada uno. Pero esa astucia de iniquidad puede ser vencida por la fuerza de la verdadera inteligencia, la que conecta con el corazón.Aprendamos a vivir en el mundo sin ser del mundo, discretos, astutos como serpientes y mansos como palomas. Que nada de este mundo ciego y efímero nos seduzca, nos atrape, nos haga perder de vista al único Señor.

Procuremos vivir en la Verdad continuamente. Porque muchos son los llamados y pocos los elegidos, y decidir ser de los elegidos, elegirse, exige un continuado trabajo personal. Si no fuera por la gracia, resultaría imposible esa conquista de la libertad y autenticidad interiores que luego han de manifestarse en lo exterior. Porque Mammón no solo reina en lo que concierne al dinero, sino en todo ese mundo ilusorio que hemos creado con tantos ídolos que nos roban el corazón y la conciencia. Si nos inclinamos hacia él y toda su colección de ídolos vanos y quebradizos estamos renegando del único Señor (Mt 6, 24). Pero, como dice Teófano el Recluso, en preciosa paradoja, la gracia solo actúa si nos esforzamos en obtenerla.

Lo difícil es discernir cuando los límites entre lo lícito y lo ilícito, lo justo y lo injusto han sido derruidos. Basta abrir un periódico o escuchar las noticias para comprobar cómo servimos a Mammón con el beneplácito de las instituciones y colectivos. ¿Cómo ponernos la medalla de hijos de la luz o, por el contrario, cómo juzgar a los que sirven al mundo y sus idolatrías, si luz y sombra, justicia y villanía, se mezclan en nosotros?

Es mucho más que escoger entre Dios y el dinero, concepto que engloba todas las idolatrías. Se trata de escoger entre Dios y lo que no es Dios, entre el Ser y lo irreal, entre la Verdad y la mentira. Sombra y luz, bien y mal, codicia y generosidad que conviven en cada uno. Es una elección continua. Cada día, cada hora, cada instante, hemos de optar entre vivir despiertos o dormidos, entre vivir para lo Real o para lo falso, para Dios o para el mundo. 

Cuando uno ha derrochado durante años la fortuna que puso en sus manos el Señor, y siente que ha cometido el peor robo posible, que es pretender robar al Creador, puede resignarse a su suerte y dar todo por perdido, o puede, con un arranque desesperado de astucia legítima, apresurarse a ganar amigos para las moradas eternas utilizando, si es preciso, ese pasado errático. Porque, igual que el mayordomo, infiel o fiel, estafador o diligente, está en uno mismo, los amigos para el Reino también. Así que: vamos, aprisa, antes de que el Señor venga (que siempre viene, que siempre está y sonríe ante nuestra ingenua osadía), hagamos lo que sea por no perder la oportunidad de vivir, porque, si por nuestra iniquidad y despilfarro de lo que vale de veras, merecemos ser "despedidos", el anhelo de la Vida y la prontitud en recuperar lo perdido como sea nos reconciliará con el Señor y en su abrazo descubriremos que nuestras "trampas" son la sombra de nuestro coraje, nuestra falsedad, un pálido reflejo de la Verdad que Él sembró en nosotros antes de todos los tiempos. 

Podemos hacer con el pasado turbio un puente que sirva de atajo o un trampolín hacia el Reino. Porque, ¿quién podría llegar a la Meta sin atajo o trampolín…? ¡Nos los está brindando el Mismo que nos cuenta la parábola! Hablaba en parábolas para todos, y de un modo más directo a sus discípulos más fieles y cercanos. Optemos por Él cada día, hasta que no haga falta seguir escogiendo, porque nuestra unión sea indisoluble y nuestra decisión irrevocable. Entonces no harán falta más parábolas, porque nos explicará todo directamente, en el silencio espacioso y profundo de nuestro corazón, donde habrá hecho su morada.

Reconocer que hemos dilapidado la cuantiosa fortuna que el Señor puso en nuestras manos nos lleva a una situación crítica. Algunos se rinden al desastre. Otros sienten el desgarro que inicia la conversión y se las ingenian para compensar de algún modo el único verdadero fracaso. Porque todo es remediable menos perder la Vida, despreciar la eternidad, exiliarse voluntariamente del Reino.

                                                             Tu "te amo"

13 de septiembre de 2025

Salve, oh Cruz, nuestra única esperanza

 

Evangelio según san Juan 3, 14-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
Cristo en la cruz, en un paisaje de Toledo (El Greco) - Wikipedia, la  enciclopedia libre
Cristo Crucificado, El Greco

¡Salve, oh Cruz, nuestra única esperanza,
En estos tiempos difíciles!
Damos gracias por tu piedad,
perdona nuestros pecados.

                                                            San Venancio Fortunato 

Hoy celebramos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz y ponemos nuestra mirada en Aquel que traspasaron, para intentar comprender por qué a lo largo de los siglos los cristianos hemos dicho: 
O Crux ave, spes unica!, "¡Oh Cruz, nuestra única esperanza!"

Toda la historia cabe en ese instante. En esa cruz están todos los mundos posibles, y, en ese cuerpo que muere, cabe toda la humanidad: la muerta, la viva, la por nacer. En ese dolor supremo, están contenidos los dolores del universo de todas las épocas. En ese amor extremo y perfecto, cabe todo el amor imperfecto de todos los hombres que han esperado, muchas veces sin saber que lo esperaban, un salvador que les abriera las puertas de la Vida.

¿Nos atrevemos a morir con Él para poder resucitar y alumbrar nueva vida? Creemos en Jesucristo, le amamos como podemos o sabemos, queremos ser sus discípulos… Pero nos cuesta  comprender el mensaje del Maestro en toda su profundidad. Y la Cruz aceptada y vivida es maestra eficaz que hace posible el segundo nacimiento del que Jesús habló a Nicodemo, quitándonos todo aquello que estorba, que nos falsea y deforma, que endurece y cierra el corazón. 

Somos incapaces, por nosotros mismos de quitarnos las miserias que nos lastran y mantienen en las tinieblas de una voluntad humana obrando sin la Voluntad de Dios. Por eso la Cruz es nuestro bien más preciado porque es capaz de purificarnos  y liberarnos de lo que nos mantiene a ras de tierra. La Cruz, en sus infinitas versiones de sufrimiento que puede experimentar la criatura, es transformadora, quema lo que nos sobra, lo que no puede entrar en el cielo. El sufrimiento conscientemente vivido es así un don, un tesoro necesario para cruzar en vertical la Voluntad Divina a la voluntad humana, que se cruzó en horizontal, y restaurar el orden del Plan original de Dios, fundiendo nuevamente nuestra voluntad a la Suya. 

Jesús predica el Reino, los apóstoles predican a Jesús crucificado como puente para llegar al Reino. Las enseñanzas del Reino de la Divina Voluntad dictadas por Jesús a Luisa Piccarreta nos dicen que es hora de predicar al ser humano crucificado con Jesús, como camino directo hacia la santidad divina que Dios quiere que alcancemos. 

Si miramos el Misterio del Gólgota y la Resurrección con los ojos del corazón, descubrimos que el Reino de Dios es Jesucristo. Dice Ivo Le Loup que el único modo de poder imaginar lo que puede llegar a ser la vida en ese Reino es mirar lo que Él ha hecho aquí abajo. Si la Encarnación es ya un acto de amor infinito de Dios hacia el hombre, su Sacrificio y su Resurrección son la plenitud de ese amor, algo tan inconcebible que la mente se rinde y se retira.

Por eso rechazar la cruz es signo de condenación y aceptarla y vivirla en unión con Jesucristo, con la Divina Voluntad como vida es signo de salvación y camino seguro para llegar a la Gloria. Luisa Piccarreta hace este elogio de la cruz en 1899, cuando Su Amado Jesús le pide que exprese lo que es para ella la cruz:

“Amado mío, ¿quién te puede decir qué cosa es la cruz?, sólo tu boca puede hablar dignamente de la sublimidad de la cruz, pero ya que quieres que hable yo, está bien, lo hago: La cruz sufrida por Ti me liberó de la esclavitud del demonio y me desposó con la Divinidad con nudo indisoluble; la cruz es fecunda y me pare la gracia; la cruz es luz y me desengaña de lo temporal, y me descubre lo eterno; la cruz es fuego, y todo lo que no es de Dios lo vuelve cenizas, hasta vaciarme el corazón del más mínimo hilo de hierba que pueda estar en él; la cruz es moneda de inestimable precio, y si yo tengo, Esposo Santo, la fortuna de poseerla, me enriqueceré de monedas eternas, hasta volverme la más rica del paraíso, porque la moneda que corre en el Cielo es la cruz sufrida en la tierra; la cruz me hace conocerme más a mí misma, y no sólo eso, sino me da el conocimiento de Dios; la cruz me injerta todas las virtudes; la cruz es la noble cátedra de la Sabiduría increada, que me enseña las doctrinas más altas, sutiles y sublimes; así que sólo la cruz me develará los misterios más escondidos, las cosas más recónditas, la perfección más perfecta escondida a los más doctos y sabios del mundo. La cruz es como agua benéfica que me purifica, no sólo eso, sino que me suministra el nutrimento a las virtudes, me las hace crecer y sólo me deja cuando me conduce a la vida eterna. La cruz es como rocío celeste que me conserva y me embellece el bello lirio de la pureza; la cruz es el alimento de la esperanza; la cruz es la antorcha de la fe obrante; la cruz es aquel leño sólido que conserva y mantiene siempre encendido el fuego de la caridad; la cruz es aquel leño seco que hace desvanecer y poner en fuga todos los humos de soberbia y de vanagloria, y produce en el alma la humilde violeta de la humildad; la cruz es el arma más potente que hiere a los demonios y me defiende de sus garras. Así que el alma que posee la cruz, es de envidia y admiración a los mismos ángeles y santos; de rabia y desdén a los demonios. La cruz es mi paraíso en la tierra, de modo que si el paraíso de allá, de los bienaventurados, son los gozos; el paraíso de acá son los sufrimientos. La cruz es la cadena de oro purísimo que me une Contigo, mi sumo Bien, y forma la unión más íntima que se pueda dar, hasta hacer desaparecer mi ser y me transforma en Ti, mi objeto amado, tanto de sentirme perdida en Ti y vivo de tu misma vida”. 

                                 222. Diálogos Divinos. Crucifixión Divina

4 de septiembre de 2025

"Alter Christus"

 

Evangelio según san Lucas 14, 25-33

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar”. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.”

                                 El sermón del monte, Carl Heinrich Bloch

Fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.
          Hebreos 12, 2

El abandono consiste en librarse de las propias particularidades personales con la finalidad de crear en sí el espacio para la presencia y la acción de Dios.
                                                                             Edith Stein

La primera lectura de hoy (Sab 9, 13-18) nos introduce en lo que nos va a mostrar de forma contundente el Evangelio, al mencionar lo que lastra el alma. Va haciendo un desglose de las limitaciones humanas: pensamientos mezquinos, razonamientos falibles, cuerpo mortal, ignorancia... Iniciar el camino de la Sabiduría exige conectar con esa parte de nosotros llamada a perdurar. Solo el Espíritu de la Verdad, que Jesús da a los que se lo piden (Lc 11,13),  puede ayudarnos a realizar esa “conexión” y permanecer en el nivel de conciencia que permite superar la falacia de los pares de opuestos, el mundo ilusorio de la dualidad.

Como nos recuerda el Salmo 89, Dios es nuestro refugio desde siempre. Por eso hay que desapegarse de lo transitorio, conscientes de que nuestros más elevados bienes nos vienen de lo alto y que si ponemos el corazón en lo material, siempre efímero, lo perdemos todo.

La segunda lectura (Flm 9b-10.12-17) vuelve a hablar de los lazos espirituales, infinitamente superiores a los carnales. Porque la libertad a la que nos guía la Sabiduría fortalece la fraternidad; escuchar a Cristo y cumplir la voluntad del Padre es conectar con la verdadera familia (Lc 8, 21). Ese nivel de ser nos dará las herramientas y materiales necesarios para acabar la construcción de la torre, y el ejército necesario para detener a cualquier oponente.

Los cristianos aceptamos de buen grado las limitaciones de la condición humana, con la esperanza de que serán trascendidas, porque Jesús ha venido a ensalzar todo lo que estaba caído. La opción de Cristo, el seguimiento consciente y libre, nos otorga ya, aquí y ahora, la vida eterna, plena y gloriosa. Hacer de Él nuestra referencia, ese es el Camino. Quien mantiene sus ojos fijos en Él no pierde nada, porque la perspectiva se amplía hasta lo infinito, y todo se va transfigurando, iluminado por la luz de Jesucristo.

Estamos de nuevo ante el “camino del no soy” que tantas veces hemos contemplado: de la riqueza a la pobreza; del orgullo a la humildad; de la idolatría de los bienes del mundo, a la desposesión que hace posible la entrega total.

Hoy se mencionan los lazos familiares, los apegos humanos, tal vez los más difíciles de soltar. La clave de que no hay que abandonar literalmente a los seres queridos está en las palabras “incluso a sí mismo”. Lo que se nos pide es renunciar a lo que hay de egoísmo, de posesividad en esos afectos. 

Renuncio a mí mismo, pero soy yo quien sigue a Cristo. Renuncio a padre y madre, hermanos, amigos, sin abandonarles. Amándoles y sirviéndoles de un modo no exclusivo, codicioso o dependiente, es como sigo al Maestro, que nos enseña a ser libres para amar de verdad, sin la cizaña del apego y el egoísmo. Renuncio al ego y al ap-ego para aprender a ser el “yo” que Él quiere que sea, el que el Padre concibió antes incluso de que mi madre me soñara, antes aún de que ella naciera (Is 49, 1). Renuncio al ego que este mundo, con sus condicionamientos, expectativas y prejuicios, ha ido alimentando, para ser quien Jesucristo recreó en el Árbol de la Vida que es la Cruz.

Corremos el riesgo de ser tan optimistas y sentirnos tan seguros de nosotros mismos que no calculemos los gastos a la hora de construir "la torre", la obra que es nuestra vida. Es esencial reconocer la propia nulidad, mantener una constante atención para ser consciente de las propias limitaciones. El que no realiza esta ardua tarea no se entregará con absoluta confianza al Maestro. Porque en eso consiste renunciar a todo, incluso a sí mismo, por Él: en darse por entero. Y para darse, hay que tenerse. No puedo dar lo que no tengo; he de ser dueño de mí mismo para poder darme.

En ese proceso que me permite ser dueño de mí para darme, es donde debo calcular los gastos con objetividad y rigor. Entonces ya no seré una marioneta en manos de las circunstancias, los pensamientos y emociones terrenales que desglosa la primera lectura, tan diferentes de la lúcida conciencia de mi propia limitación.

La verdadera traducción no es “posponer” (Lc 14, 26), sino “odiar”, de miseô. Es el mismo verbo que se usa en Mc 13, 13; Mt 24, 9s; 10, 22; Lc 21, 17; 6, 2, cuando se dice que seremos “odiosos” a causa de Jesús. No se nos pide que odiemos a nuestros seres queridos, claro, sino que rechacemos en nuestro amor por ellos lo humano separado de lo divino. Se trata de escoger lo real, lo eterno, lo creado y amado por Dios antes de que la voluntad humana se separara de la Divina y quisiera ser Dios sin Dios. Volver al Plan Original nos hará recuperar lo que hemos dejado, pero transfigurado y enaltecido. Es lo que canta un himno de la liturgia de las horas: "la pura eternidad de cuanto amo", que inserto abajo.

El jueves celebraremos la Natividad de la Virgen María. Ella es modelo de renuncia, pues para decir sí a la increíble propuesta que Dios le hacía, no solo tuvo que renunciar a la lógica y a la seguridad, sino también a los sueños y proyectos de cualquier adolescente de la Galilea de entonces: entregarse a su marido, dar a luz varios hijos, criarlos a todos, verlos crecer y hacerse adultos felices y respetados, confiar en que fueran su apoyo en la vejez... Ella es modelo y maestra para todos, porque Jesús no está hablando solo para los apóstoles, ni siquiera para los discípulos más cercanos, sino a la "mucha gente que lo acompañaba", esto es, nos lo está diciendo a todos. La renuncia radical a los apegos y cargar con la propia cruz para seguirle son una consigna universal. 

Abraham estaba dispuesto a matar a su único hijo, Isaac, tan querido, para cumplir la voluntad de Dios. Todos tenemos un “Isaac” en nuestras vidas, una persona, un proyecto, una forma de vida, un anhelo, alguien o algo cuya pérdida nos rompería el corazón. Pero solo un corazón roto, o dispuesto a ser destrozado por amor, puede ser un corazón verdadero, ya no de piedra, ni cerrado o protegido para evitar el sufrimiento, sino de carne, abierto y disponible para amar. 

Tras el temor opaco de las lágrimas,
no estoy yo solo.
Tras el profundo velo de mi sangre,
no estoy yo solo.

Tras la primera música del día,
no estoy yo solo.
Tras la postrera luz de las montañas,
no estoy yo solo.

Tras el estéril gozo de las horas,
no estoy yo solo.
Tras el augurio helado del espejo,
no estoy yo solo.

No estoy yo solo; me acompaña, en vela,
la pura eternidad de cuanto amo.
Vivimos junto a Dios eternamente.


14 de agosto de 2025

La Asunción de María, nuestra esperanza.

 

Evangelio según san Lucas 1, 39-56

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.» María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

La Asunción de la Virgen María, Murillo


Aunque las estrellas del cielo se convirtiesen en lenguas, y las arenas del mar en palabras, no se llegaría nunca a expresar por completo la dignidad de María.

                                                                                  Santo Tomás de Villanueva

Celebramos la Asunción de la Santísima Virgen María a los Cielos, en cuerpo y alma: la primera vez que llega la Divina Voluntad triunfante al Cielo en una criatura. Jesús hizo el camino descendente al vientre de mujer. La mujer hace el camino ascendente al seno del Padre, al Cielo, a la Vida. Es por eso, como le explica Jesús a Luisa Piccarreta, la gran Fiesta de la Divina Voluntad. Tan importante para nuestra esperanza como la Pascua de Resurrección, o más... Asunción: hacia (a) el sol (sun). Hacia el Sol de Sion, que es Cristo, el Cielo de Su Humanidad, previo al Cielo de la Divinidad, donde Dios será todo en todos. 

La alegría de la Asunción nace de sentirnos habitados por el Señor. Más que habitados, fundidos con Él, que nos va transfigurando, aligerando, elevando. Porque la grandeza de María consiste en que ha dejado que Dios sea grande en ella. Dios nos ha dado la victoria sobre la muerte por Jesucristo, para liberarnos y para que vivamos ya vida de resucitados. Porque también quiere ser grande en nosotros. 

“Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. Bienaventurados, dichosos, benditos si miramos y escuchamos al Verbo, si nos abrimos a Él hasta el punto de que sea Él quien viva en cada uno. Contemplamos la Asunción, la Pascua de María, su paso del estado de vida terrena a la vida en Dios. Es el culmen de la liberación y nos permite intuir la obra de reunificación interior, que Dios quiere hacer en cada criatura para devolverle la coherencia y fundirla con la Verdad y el Amor. 

María Santísima es hija, madre, esposa de la Verdad y del Amor, y quiere que lo seamos también. Dejemos de caminar cabizbajos, arrastrando los pies, encorvándonos hacia la tierra. Dejémonos elevar con María, unificados en la Vida de Dios que es nuestra Vida.

No tienes que salvar tu alma, eso ya lo hizo Cristo por ti. Tienes que pisar la cabeza de la serpiente con la Virgen-Madre, para, como ella, elevarte y ascender. Ella, que aparentemente no hizo nada más que decir sí, contemplar y acompañar, lo hizo todo, porque se dejó hacer desde el inicio hasta el final, que es el verdadero comienzo. Cuando en la película de tu vida esté próximo el “The End”, recuerda que es el anuncio de la Vida verdadera.

Antes de que llegue ese momento, vivamos ya aquí vida de Cielo. Sal de ti mismo; como Abraham, deja tu “tierra”, ponte en camino, con ligereza, despegándote poco a poco del suelo, ascendiendo ya, elevándote de amor y disponibilidad. 

El Magnificat expresa por qué María fue asunta al Cielo: humilde y valiente, desapegada, confiada, pura alabanza a Dios. Se anuló, no cargó con ningún peso, ningún lastre, solo miraba a Dios y, por Él, a las necesidades de los demás. “No les queda vino”; no veía sus propias carencias, no pedía nada para sí. “Haced lo que él os diga”; se une a la Palabra y la Palabra hace en ella todo y la eleva. 

El Magnificat expresa esa recapitulación que está en el centro del Plan de Dios, de su obra sobre nuestro barro: la glorificación del ser humano. Dejemos la miseria, la angustia, las limitaciones en manos de Dios, para mirarle solo a Él. Lo que sobra, lo que no puede ser asumido en Él, irá cayendo, como hojarasca que el viento barre. 

Sal de tu casa y de tu tierra, porque tu Señor quiere darte otra casa y otra tierra, tu herencia, tu fortuna. Como Abraham, lo doy todo, hasta lo más querido, y Jesús me hace ver que Él ya se ha sacrificado por mí y, a cambio de mi entrega, me promete Su victoria.

                         Diálogos Divinos, La Fiesta de la Divina Voluntad

2 de agosto de 2025

Ricos ante Dios

 

Evangelio según san Lucas 12,13-21

En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús: «Maestro, dije a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Él le dijo: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Y les propuso una parábola: «Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. Así es el que atesora para SÍ y no es rico ante Dios».


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Parábola del rico insensato, Rembrandt


"¡Ojalá hubiéramos vivido siquiera un día bien en este mundo!”

“¡Qué bienaventurado y prudente es el que vive de tal modo, 
cual desea le halle Dios en la hora de la muerte!"

Imitación de Cristo, Thomas de Kempis

Somos testigos cada día de lo inestable que es este mundo. Enfermedades, muertes inesperadas, tragedias, ruinas económicas. Se nos ha dicho de muchas maneras que Cristo nos ha salvado para la vida eterna, pero seguimos dando nuestro tiempo, energía, afanes y preocupaciones a lo que desaparecerá tarde o temprano y no dejará huellas. Porque lo hemos oído, pero no lo hemos escuchado realmente, ni lo hemos comprendido, ni lo hemos vivido. Si lo viviéramos, no se nos olvidaría que Él es nuestro Salvador y sentiríamos los efectos de esa Salvación y las riquezas infinitas que de ella proceden en nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestras almas.

¿Para quién será lo que escribes, si no es para Cristo? ¿Para quién será el tiempo que pasas alejada de Él? ¿Para quién será tu cuerpo si no es Su Templo? ¡Para el polvo y para el viento! Vive por, para, con él y todo lo encontrarás transformado y sublimado, completado y perfeccionado cuando toque rendir cuentas. 

Aprendamos a ser verdaderos pobres de espíritu, para derribar los graneros que construye el ego, ese hombre exterior, viejo y transitorio que, buscando la seguridad, el poder y el placer se apropia y se apega a lo material y lo efímero. Todo aquello a lo que nos apegamos creyéndolo propio son graneros, todo ilusorio, miserable al fin, si no lo vivimos con el desapego del hombre interior que, a pesar de todo, pugna por aflorar.

Es hora de invertir valores y poner nuestra confianza y seguridad en Dios, el único apoyo firme, el único verdadero. Realicemos el Reino en la tierra, para vivir ya como hijos de Dios, y la muerte será un tránsito gozoso para acceder a la morada eterna. 

Todos, de un modo u otro, hemos estado apegados a cosas, personas, circunstancias, incluso miserias y vanidades, a lo largo de la vida. Cuando lo reconocemos y, con asombro inocente, descubrimos que hay otra forma de vivir, una corriente de "dolor-amor" nos inunda, nos transforma, y nos da la posibilidad de rehacer nuestro pasado, renunciando a nuestra voluntad humana, mezquina, limitada, confusa y ciega, cuando actúa separada de la voluntad de Dios. Entonces, somos capaces de empezar de cero, y todo lo bueno que hubo en nuestra vida antes de este momento, perfeccionado y completado por la entrega definitiva, se convierte en combustible para el camino de regreso a nuestra esencia original. Empezamos a ser conscientes de nuestra verdadera riqueza, que es la Vida en Cristo y comprendemos con Santa Teresa que solo Dios basta. Volvemos a casa. 

                                               Hermano Rafael, Escritos Selectos CD 1


Oíd esto, todas las naciones;
escuchadlo, habitantes del orbe:
plebeyos y nobles, ricos y pobres;

Mi boca hablará sabiamente,
y serán muy sensatas mis reflexiones;
prestaré oído al proverbio
y propondré mi problema al son de la cítara.

¿Por qué habré de temer los días aciagos,
cuando me cerquen y acechen los malvados,
que confían en su opulencia
y se jactan de sus inmensas riquezas,
si nadie puede salvarse
ni dar a Dios un rescate?

Es tan caro el rescate de la vida,
que nunca les bastará
para vivir perpetuamente
sin bajar a la fosa.

Mirad: los sabios mueren,
lo mismo que perecen los ignorantes y necios,
y legan sus riquezas a extraños.

El sepulcro es su morada perpetua
y su casa de edad en edad,
aunque hayan dado nombre a países.

El hombre rico e inconsciente,
es semejante a las bestias, que perecen.

                                                                                                 Salmo 49