Evangelio de Juan 13, 31-33a.34-35
Cuando
salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre,
y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo
glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de
estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como
yo os he amado. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será
que os amáis unos a otros."
El infierno es el tormento de la
imposibilidad de amar.
Dostoievsky
De repente, sentí como si viese la belleza secreta
del corazón, la profundidad donde no alcanza ni el pecado ni la codicia, la
criatura tal como es a los ojos de Dios. Si pudiéramos vernos mutuamente de
esta forma, no habría motivo para la guerra, el odio, la crueldad. Creo que el
gran problema consistiría entonces en que tendríamos que postrarnos para
venerarnos mutuamente.
Thomas Merton
¡Oh Señor!, si has previsto que has de
torturar a una de tus criaturas en el infierno, ¡dilata allí mi ser, de modo
que no quepa nadie más que yo!
Al
Bistami
Amar a Dios y amar al prójimo, el mandamiento que sostiene la Ley entera y los profetas (Mt 22, 40).
Una tentación frecuente es creer que es más fácil lo segundo, y que podemos amar
a otros sin amar a Dios. Hasta que descubrimos que no es verdadero amor, porque
no somos capaces de amar sin condiciones ni reservas, a no ser que pasemos
nuestro amor por el corazón de Dios, fuente del verdadero amor, infinito e
incondicional.
Pero amar a Dios nos resulta difícil; no lo vemos, no lo oímos, no lo sentimos con los sentidos físicos... Y aun así, Él es más íntimo a nosotros que nosotros mismos, como dice San Agustín. Solo empezamos a sentir y a saber que Él vive en nosotros, cuando abrimos el corazón para amar a cada hermano desde el amor de Dios en nosotros. Y descubrimos que los dos amores están indisolublemente unidos. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo, como no se puede amar al prójimo sin amar a Dios. Y no se trata solo de sentir, sino, sobre todo, de expresar, encarnar, crear realidades de amor, como huellas firmes y seguras en el camino hacia la Vida.
Pero amar a Dios nos resulta difícil; no lo vemos, no lo oímos, no lo sentimos con los sentidos físicos... Y aun así, Él es más íntimo a nosotros que nosotros mismos, como dice San Agustín. Solo empezamos a sentir y a saber que Él vive en nosotros, cuando abrimos el corazón para amar a cada hermano desde el amor de Dios en nosotros. Y descubrimos que los dos amores están indisolublemente unidos. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo, como no se puede amar al prójimo sin amar a Dios. Y no se trata solo de sentir, sino, sobre todo, de expresar, encarnar, crear realidades de amor, como huellas firmes y seguras en el camino hacia la Vida.
En las lecturas de los últimos
días, hemos ido recordando cómo creer en Jesucristo es la puerta de la Vida
eterna, porque el que cree en Él, cree en el que le ha enviado (Jn 12, 44). Sin embargo, en Marcos 1, 24, leemos cómo
proclama su fe a gritos un espíritu inmundo: "¿Qué quieres de
nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el
Santo de Dios". Los demonios tienen una fe inquebrantable; mientras
que hay hombres y mujeres justos, de corazón generoso y mente limpia, almas
grandes, que no reconocen a Jesús como el Unigénito de Dios porque han nacido
en el seno de otras religiones, o han vivido antes de que Él se encarnara, o
acaso no pueden abandonar el agnosticismo.
¿Quién se salva?; ¿los
demonios, creyentes por su naturaleza de espíritus puros?, ¿o tantos santos que
nunca serán canonizados y que no han experimentado la fe
en Jesucristo?
¿Qué es creer en Él para ser
salvados? Abramos los ojos, limpiemos la mirada, expandamos el horizonte, como Jesús nos enseña a hacer. Creer
en Él y en Su Palabra es vivir en el Amor, el Mandamiento Nuevo; esta es la señal del
discípulo. Creer en Él: anhelar la verdad, abrirse al perdón, no juzgar ni
condenar, sino sacar la "viga" del propio ojo, confiar, ayudar,
servir.
El que acoge los valores que
Él nos enseñó es Su discípulo, aunque sea de otra religión, o de ninguna. Y el
que Lo conoce a Él en el amor, la bondad, el servicio, la
compasión, conoce también a Aquel que Le envió. Creer en Él, ser salvados,
liberados por Él, recibir y transmitir la Buena Nueva, es dejar que Su latido
resuene con el tuyo, te restaure, te devuelva la Vida. Y Su latido es el Amor,
incondicional, universal y eterno.
Los cristianos estamos llamados
a superar prejuicios y fanatismos, rigidez e intolerancia, soberbia y
fariseísmo, para experimentar la Unidad esencial del Evangelio. Ojalá todos los
hombres y mujeres que ama el Señor aprendamos a vivir, compartir y amar en
Espíritu y en Verdad.
El
amor al hermano está en el mismo centro del amor divino pues no se puede amar a
Dios sin amar a los demás. Del mismo modo que no se puede amar a los hermanos
con un verdadero amor, más allá de los afectos sensibles, sin haber reconocido
la fuente del amor en el propio corazón. Cuando uno encuentra a Dios en su
interior, se encuentra también consigo mismo, su auténtico Sí mismo, y con
todos y cada uno de sus hermanos. Porque el Amor con que Dios nos ama y nos
enseña a amar es un abrazo total, incondicionado, hasta el extremo. Aunque
aún no seamos capaces de sentirlo así siempre, nos miramos en Él, somos en Él
un solo Amor, el único camino hacia la plenitud de la alegría, hacia la Vida.
Esta es la clave: para amar de verdad,
sin condiciones, como Jesús nos ama, es preciso salir de sí, de ese sí mismo mezquino e inseguro, para encontrar el Sí mismo de Cristo, donde todos somos Uno. ¿Hemos salido
alguna vez de nosotros mismos para tener una experiencia de amor verdadero?
Cuánto
egoísmo se disfraza de solidaridad, cuánto miedo nos hace parecer amables y
generosos, cuando en realidad solo intentamos parecer buenos para que nos
quieran. Pero amar al prójimo como a uno mismo es amar con absoluta limpieza, con total libertad, sin esperar nada a cambio. Supone atreverse a morir, que
el hombre viejo muera para que el hombre nuevo nazca. El Mandamiento del Amor solo se puede
cumplir si aceptamos ser como Él nos quiere; y Él nos quiere como somos, porque
ya nos ve como podemos ser.
Comprender y asimilar el Mandamiento Nuevo es hacer que forme parte de nuestra forma de vivir, de esa nueva
identidad que el Señor concede a los que eligen amar como Él amó. Suele suceder, como todos los dones de la Gracia,
con una naturalidad que sorprende. Cuando no se espera, cuando uno cree que le
queda un largo y esforzado camino para llegar al amor, descubre que ya lo ha encontrado, pleno y radiante, como Jesús lo había
anunciado, tan real como lo más real, dando sentido a lo que hasta ahora
carecía de sentido, dando luz a todo que estaba lleno de sombras.
¿Quién,
antes o después de Jesucristo, pudo decir: “Todo lo hago nuevo”, como leemos en
el fragmento del Apocalipsis de la
segunda lectura de hoy (Ap 21, 1-5a)? Hacer todo nuevo, más allá de las leyes
de los hombres, más allá de las leyes de la naturaleza, más allá del destino y
de la muerte. Todo nuevo para siempre, por Él y con Él, que nos anima a
buscarle en el corazón, y desde ahí mirar el mundo con mirada también nueva, como si
lleváramos siglos dormidos o muertos.
De eso se trata, de aprender a mirar para no quedarnos en la apariencia y poder amar, con lo que no va a morir en nosotros, lo que en el otro tampoco va a morir. Porque el amor verdadero lleva implícito un deseo de eternidad. Como decía un autor cristiano (a ver si me acuerdo del nombre o alguien me lo recuerda), decir "Te amo" es decir: "Quiero que vivas para siempre".
Si la vieja Jerusalén había llegado al colmo del desamor, hasta el
punto de ser testigo impasible del asesinato del Hijo de Dios, la nueva
Jerusalén, que ha de surgir en cada uno de nuestros corazones, está llamada a
ser la capital del Reino del Amor.
Moises pidió a Dios ver su rostro, pero solo le fue concedido ver la espalda (Ex 33,20-23) Por tal motivo el rostro de Dios unicamente podemos percibirlo indirectamente, como reflejo, y el espejo para ese reflejo es el rostro de cada uno de nuestros hermanos. Para eso fuimos creados a su imagen y semejanza...para ser espejos de su reflejo
ResponderEliminarNo sabemos si nuestro voluntarismo espiritual, la mayoría de las veces inutil, nos puede acercar a Dios, pero de lo que si podemos estar seguros que cuando estamos cerca de los otros, y entre ellos los que más necesitan,cuando en ese estar amoroso, nos vaciamos de nostros mismos, Él, cuando menos lo esperemos,como la brisa, vendrá y anidará su tríada de amor infinito, en nuestro corazón...transformandonos, mudandonos la mirada hasta adquirir una nueva visión y una nueva percepción para ver y saborear (sabiduría),en cada intante,como lo hace todo nuevo