Evangelio de Marcos 9, 38-48
En
aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que echaba
demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los
nuestros”. Jesús respondió: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en
mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está
a favor nuestro. El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías,
os aseguro que no se quedará sin recompensa. Al que escandalice a uno de estos
pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra
de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale
entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se
apaga. Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida
que ser echado con los dos pies al abismo. Y si tu ojo te hace caer, sácatelo:
más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado con los dos ojos
al abismo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
Si la Ley de Dios está
escrita en tu corazón, no produce miedo (como en el Sinaí), sino que inunda tu
alma de una dulzura secreta.
El
Evangelio de hoy nos pone nuevamente frente a dos sabidurías, dos lógicas o
paradigmas. La de aquellos que necesitan sentirse integrados en un grupo,
separados del resto, para poder decir de otros si son o no son de “los nuestros”.
Es la lógica mediocre y cobarde que se fundamenta en creencias, exclusividades,
divisiones, la lógica divergente del dualismo. Frente a esta lógica tibia y
ciega, está la lógica de Jesús, que se basa en la generosidad, la valentía, la
libertad, y tiende a unir, integrar, abrir, confiar… La primera es fuente de
miedo y confusión; la de Jesús es fuente de alegría y libertad, porque está
fundamentada en la verdad que hace libres. Es el nuevo paradigma basado en el
amor incondicional hacia todos, no solo hacia los que consideramos de “los
nuestros”. Para amar y aceptar a todos, es necesario no temer, pues amor y
temor nunca van unidos.
Ser valientes
y libres, dejar atrás la falsa seguridad que da la pertenencia a un grupo, supone haber conectado con ese nivel
de nosotros mismos que no necesita referencias externas. Ese centro de gravedad
permanente donde no hay miedo ni recelo, sino acogida y confianza. Recordemos
que el imperativo que más a menudo aparece en los Evangelios en boca de Jesús
es: "No tengáis miedo".
Si tu mano,
si tu pie, si tu ojo… Me libero de todo lo que me impide ser buen discípulo, aunque me duela. Si tu mano, si tu pie, si tu ojo… Córtatela, córtatelo, sácatelo… Es un
símbolo, claro está, una metáfora del sacrificio necesario para elegir un bien
mayor. Porque el Reino vale tanto como para renunciar a todo lo que nos
dificulta el camino hacia él. Así lo expresa Enrique Martínez Lozano: “Lo que se halla en juego reviste tal
gravedad que exige modificar radicalmente el modo de ver y de actuar: cortarse
la mano (modificar las acciones), cortarse el pie (cambiar de rumbo) o sacarse
el ojo (transformar la visión).”
No queda
tiempo para seguir dando vueltas como burros atados a la noria de las
experiencias. Seguir girando en ese infinito horizontal, tratando solo de
mejorar la “zanahoria” o la cuerda que nos ata a la noria, sería el camino
fácil, pero que no lleva más que a repetir experiencias, mejorándolas si acaso.
Sólo hay
una elección, volver a Casa, escoger el Reino, sin mirar atrás. Ojo de aguja,
camino estrecho, esa “cosa” que le faltaba al joven rico para ser santo y no se
atrevió a hacer… Es la decisión, de-ci-Sión, el regreso a Sión. Y para escoger
algo, hay que renunciar a algo, y esa renuncia, ese sacrificio hace sagrado (sacer fare) lo que se escoge y también
lo que se suelta, porque no hay separación y como la Obra es uno mismo, lo que
cojo y lo que suelto se funden, se transfiguran, se completan en mí, por la gracia de Aquel que hace nuevas todas las cosas.
Como
dice el general Lorens Loewenhielm de El
Festín de Babette (ver www.diasdegracia.blogspot.com
, post del 19-9-2015), en el discurso cuyo vídeo y texto están abajo, al final
tendremos todo, lo que elegimos y a lo que renunciamos…
Renunciamos
a bienes efímeros, por el Bien; a la riqueza que se apolilla, para la Riqueza
imperecedera; a amores pequeños, para el Amor. Y lo maravilloso es que el Bien
incluye todo bien, pues es la plenitud; la Riqueza, incluye la riqueza; y el
Amor, incluye el amor. Ahora entiendo con más profundidad lo de: El
que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o
tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Mt 19,29.
El que no está
contra nosotros está a favor nuestro. Si renuncio a lo que parece que está contra mí, descubro que estaba
conmigo, a favor mío, que siempre lo estuvo, y sólo estaba representando un
papel para ayudarme a escoger lo bueno y de lo bueno, lo mejor, esto es, lo
Bueno.
La
Unidad se manifiesta en una aparente división. Es el cierre de la apertura
temporal, la representación de este mundo que ya pasa y se disipa, para quien
logra ver el Reino entre nosotros en un instante vertical que te hace ver la
Unidad, donde todo surge y regresa a la vez.
Esa
persona que te distrae (dis-tracción), te dispersa (dis- persión), a veces te
divierte (di-versión) y otras te divide (di-visión) no está contra ti, al
contrario, está a tu favor, te está ayudando a hacer la única elección
legítima: el regreso a Casa, la apuesta por el Reino. Cuando
renuncias a ella, descubres que no solo no estaba contra ti, sino contigo, y
que ha sido impecable en su papel. Y la recuperas con una plenitud que no
imaginabas, ya no te impide que percibas el Reino atemporal donde eres, es,
soy, somos Uno.
Discurso
del General Lorens Loewenheilm, inspirado en el Salmo 85,
en
El Festín de Babette (1987), Gabriel
Axel
La
misericordia y la verdad se han encontrado. La justicia y la dicha se besarán.
El hombre, en su debilidad y falta de visión cree que debe tomar decisiones en
su vida. Tiembla ante los riesgos que corre. Conocemos el miedo…. Pero, no;
nuestra decisión no tiene importancia. Llega el día en que nuestros ojos se
abren, y descubrimos que la misericordia es infinita. Sólo es necesario
esperarla con confianza y recibirla con gratitud. La gracia no impone condiciones. Y, he ahí que
todo lo que hemos elegido nos es concedido, y todo lo que rechazamos también nos es concedido. Sí,
también recibimos lo que rechazamos. Porque la misericordia y la verdad se han
encontrado. Y la justicia y la dicha se besarán...
Porque cuando uno encuentra esa
misericoria y esa verdad dentro, y la justicia y la dicha besándose en su
corazón, se encuentra también consigo mismo, su auténtico Sí mismo, y con los
demás, todos hermanos, aunque algunos se empeñen, en vano, en decir
que no son de “los nuestros”.
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