Evangelio de Marcos
7, 31-37
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón,
camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo
que, además, no podía hablar; y le pidieron que le impusiera las manos. Él,
apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la
saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: “Effetá” (esto es, «ábrete»). Y al
momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba
sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo
mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro
decían: “Todo lo ha hecho bien: hace
oír a los sordos y hablar a los mudos".
Todo lo ha hecho bien… ¿Qué es hacerlo todo bien? ¿Hacemos algo bien? Ojalá
fuera, al menos, esa nuestra intención,
nuestra actitud. Hacer las cosas bien, desde que Jesucristo vino al mundo, es
hacerlas a Su manera: con dignidad de Hijos, con amor verdadero, por el Reino,
para gloria de Dios. Que lo que hagamos se inscriba en este “código”, el único
válido; no validemos otros.
Apuntar hacia ese Bien consiste,
en primer lugar, en escoger los “quehaceres”, dejando de llenar la existencia
de tareas y actividades innecesarias y alienantes. Elijamos bien los “qué”, con
decisiones audaces y libres, y luego centrémonos en el “cómo”.
El sordomudo es símbolo de la
incomunicación. Cuando escuchemos y hablemos a nuestro prójimo, no veamos en él
a su ego, su personaje, sino a su ser verdadero, su esencia inmortal. Eso
requiere un aprendizaje para distinguir entre uno y otro, el virtual y el real,
el vehículo y el conductor.
Pero para escuchar al prójimo, conviene primero aprender a escucharse a uno mismo y, sobre todo, escuchar a
Jesús, porque solo Él tiene palabras de vida eterna, como leíamos en el
Evangelio de hace dos domingos.
Profundizando en una de las cuestiones
que se nos plantean hoy, ¿qué es hacerlo todo bien? ¿Ser eficaz, diestro,
meticuloso, perfeccionista? ¿Tener talento? ¿Ser resolutivo? Sí, claro, todo eso
y mucho más en la lógica del mundo. Pero
para Dios es otro el Bien, no es el bien que se opone a mal, sino el Bien que
integra y transmuta todo, el Bien que es Amor, Vida eterna; el Bien de lo que
perdura.
Jesús pasa haciendo el bien. Bien a
todos, “buenos y malos” conscientes e inconscientes, despiertos y dormidos, esa
es la justicia divina. Pasemos haciendo el bien, como el Maestro que todo lo
transforma, todo lo hace nuevo. Evitemos acumular bagatelas, tareas inútiles, compromisos
absurdos, distracciones, dispersiones… Vayamos una y otra vez al centro que lo
hace todo vertical porque lo real-iza.
Ese centro, camino estrecho, ojo de aguja,
por el que pasa el eje vertical de la cruz, el único centro donde podemos
empaparnos del Agua de la Vida que brota del costado de la Divina Misericordia. Es
la verdadera fuente de transformación porque toma lo pobre, lo imperfecto e
incompleto, lo “mísero”, y lo lleva al corazón “cor-cordis”: Miseri-cordia.
Volvamos entonces una y otra vez a ese centro; metanoia, vuelta, conversión, con-versión, sin distracciones, sin
olvidos, sin dispersiones.
Solo así podemos escuchar y hablar,
abiertos, effetá, libres, capaces de
distinguir entre las voces, Una, como el poeta bueno, y, en esa Voz, la palabra
que sana y libera, la palabra de vida eterna que nos muestra el camino de
regreso a Casa.
Sustituyamos
las viejas y cansinas canciones de la lógica del mundo por la única Canción, el
único Verso, el Universo Original del que venimos y al que volvemos.
Jesús proclama con claridad
irrepetible la nueva lógica, esa que últimamente pretenden atribuirse “gurús”
actuales. Nuevo Testamento, Evangelio, Buena Nueva, Todo fue ya pronunciado por
Él, pero no nos damos cuenta. No lo oímos porque no Le escuchamos. Tenemos muchas
veces los oídos cerrados a su Palabra, que es la única que salva. Solo Él tiene
palabras de Vida eterna, pero por inercia, por masoquismo, por pura distorsión
o por lo que sea, no Le escuchamos y preferimos palabritas mortales de seres
virtuales, palabritas vanas que se transforman en eco y luego en nada.
Escuchemos a Jesucristo, sigámosle, pasemos como Él haciendo el bien. Recordemos la consigna de Santa
Teresa que leíamos en el último post del blog amigo antes del verano, www.diasdegracia.blogspot.com, y que hemos intentado
cumplir entre aguas turbulentas: No os
pido más que Le miréis.
Señor, Tú tienes Palabras de Vida, Hermana Glenda
Yo amo a Jesús,
que nos dijo:
Cielo y
tierra pasarán.
Cuando cielo
y tierra pasen
mi palabra
quedará.
¿Cuál fue,
Jesús, tu palabra?
¿Amor?
¿Perdón? ¿Caridad?
Todas tus
palabras fueron
una palabra:
Velad.
Como no
sabéis la hora
en que os
han de despertar,
os
despertarán dormidos,
si no
veláis: despertad.
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