10 de noviembre de 2017

De necia, a sensata


Evangelio de Mateo 25, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!” Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apaga las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.


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La parábola de las diez vírgenes, Friedrich Wilhelm von Schadow



El amor nunca acabará. Las profecías serán eliminadas, las lenguas cesarán, el conocimiento será eliminado. Porque conocemos a medias, profetizamos a medias; cuando llegue lo perfecto, lo parcial será eliminado.
                                                                                                       1 Corintios 13, 8-10

Debo reconocer que soy más necia que sensata. Me gustaría poder decir lo contrario, pero hay mucho en mí de dispersión, prisa y olvido de lo importante. A veces creo que se me va la vida en los afanes del mundo y me siento como esos malabaristas que mueven platos chinos y tienen que ir corriendo de uno a otro con el palito, para mantenerlos girando sin que se caigan al suelo.

Lo cierto es que soy aún muy necia, a pesar de tantos dones. Y recuerdo esa otra parábola que acaba así: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?” Este necio ignorante, de nescio, que literalmente significa “no sé”, fantaseaba con una buena “jubilación”, con seguridad material y placeres, pero cada uno ha de ver con qué sueña, como las vírgenes necias, a qué dedica sus esfuerzos, y sus imaginaciones, qué proyecta en lo material, lo social, lo familiar, lo intelectual, lo emocional, incluso en lo espiritual… Porque nada de lo que proyectamos en cualquier campo nos lo llevaremos, si se queda en los límites de este mundo de sombras y vanidad. Y buena parte de esos proyectos, además, ni siquiera llegarán a concretarse, se quedarán en lo mental, en el ego y sus delirios de grandeza. No tendremos más que el amor que hayamos dado.

Mientras tanto, sé que soy mucho más necia que sabia, más necia que prudente, lo reconozco, pero me atrevo a decir con San Pablo “me basta Su gracia”, y confío en que el Señor colme todos mis vacíos, me ayude a reparar mis desvaríos y negligencias, haciendo de tantos errores y dispersiones, camino hacia la Vida. 

Necia soy aún, y no es una pose, sino una constatación objetiva: necia, ciega, sierva inútil que aprende a servir al único Señor. Si espero llenar mi alcuza de aceite con buenas obras, ni en mil años lo lograría. Mejor fijarme en la astucia del mayordomo que veíamos en el Evangelio del viernes, pero no para estafar ni engañar, sino astuta para el Reino, para "robar" el Paraíso, como hizo Dimas, tras una vida de olvido y egoísmo. Voy a ponerme cerca de la Fuente, que sea Su gracia la que llene mi pobre alcuza descascarillada. Cerca del Señor, y, sobre todo, por lo necia que he sido y soy, por lo miserable que he sido y soy, muy cerca de la mediadora de todas las gracias, la Santísima Virgen María, la verdadera Virgen sensata, sabia, diligente, que quiere que la imitemos.

Vírgenes prudentes, Kirk Richards

En el vídeo, escuchamos una canción de Cecilia, homenajeada estos días porque falleció hace 40 años. Así me siento yo, “nada de nada”, y también con sensación de final próximo, pues aunque viviera cincuenta años más, ¿qué son cincuenta años, o cien?…: una vela nocturna, un ayer que pasó... Como canta Cecilia, soy nada, pero no nada de nadie, o sí, nada de nada de este mundo, pero una tímida nada de alguien, de la única Virgen sensata, para serlo también del Señor. 

Leo en uno de mis libros de cabecera, Imitación de Cristo, de Thomas de Kempis: “Nada soy, Señor, nada puedo, nada bueno tengo de mí; mas en todo me hallo vacío, y camino siempre a la nada.” Tremenda verdad, desmoralizante, si no fuera porque no estamos solos. Somos guiados, acompañados, esperados por el propio Esposo al que veremos cuando atravesemos la puerta que da entrada al banquete de bodas, que es la vida eterna. 

Vírgenes necias o vírgenes sensatas, parecería fácil elegir lo que queremos ser y cómo queremos comportarnos, y no lo es; todo lo contrario. Para ser prudentes tenemos el camino de considerarnos nada y mantenernos, no solo vigilantes, alerta, lo que es muy difícil, y todas dormían cuando llegó el Señor, sino, sobre todo, mantenernos unidos al que lo es Todo, el Esposo que aguarda, al otro lado de la puerta y, a la vez, dentro, en lo más íntimo del alma.

Espero que Cecilia ha encontrado al Dueño de la nada que fue ella, como yo espero encontrar al Dueño de esta nada que soy. En realidad, ya hemos sido encontrados por Él, solo hace falta recordarlo cada día, cada instante. No sé si Cecilia lo supo, no sé si se dio cuenta y lo vivió. Tal vez sí, y por eso se fue pronto, para vivirlo a lo grande, porque la muerte es eso, encuentro, entrada en el banquete nupcial, dejando atrás el sueño y el olvido. 

Las buenas obras unidas a la fe pueden apenas poner unas gotas de aceite en nuestra lamparilla, lo mínimo para poder encenderla, pero para que se mantenga encendida, necesitamos Su gracia. Mientras seguimos aquí, el aceite sigue gastándose con distracciones, dispersiones, caídas... Qué bueno es, entonces, mantener la lámpara cerca del gran depósito de aceite, que es María, la única Virgen sabia y lúcida. Ella nos enseña que no podemos encontrarnos con el Esposo si no hemos vivido con Él aquí el noviazgo necesario, mirándole, escuchándole, haciendo lo que Él nos dice. 

Es inagotable esta parábola... Se podría reflexionar durante años sobre la necesidad de estar atentos, en guardia, velando… Y si, hay que velar, vigilar, estar atentos, pero para la Vida. La atención cristaliza el alma, decía Gurdjieff, pero de nada valdría gestar un alma para el abismo. Nosotros queremos un alma preparada para Gloria de Dios, su único Dueño. Por eso, como María, queremos escuchar la Palabra y cumplirla para conocer al Señor y que Él diga que nos conoce cuando llegue el día y la hora. Porque el aceite es Suyo, la atención es Suya, y la gracia que nos hace dignos de entrar en el banquete, también es Suya. Así lo canta un himno de la Liturgia de las Horas:

“Tú revistes de música a los pájaros,
alimentas con pétalos la piedra,
introduces tu espíritu en mi barro
y me coronas rey de la materia.

Soy lo que tú me has dado, nada es mío,
y me reclamarás al fin los réditos.
Soy lo que con tus dones he crecido
y el ofrecerme a ti será mi mérito.

Deseo que mi vida te prolongue,
que tú habites mi cuerpo en esta tierra,
que en mi voz tu palabra inflame y logre
encender nueva luz en las tinieblas.

Y cuando me recibas en tu reino
me mires a los ojos y sonrías,
compruebes que ya es bueno tu universo
porque tu voluntad está cumplida.”


                                                         Nada de nada, Cecilia

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