Evangelio
según San Marcos 1, 21-28
Llegó
Jesús a Cafarnaúm, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se
quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino
con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un
espíritu inmundo, y se puso a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús
Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”.
Jesús lo increpó: “Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y,
dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es
esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les
manda y lo obedecen”. Su fama se extendió enseguida por todas partes,
alcanzando la comarca entera de Galilea.
Jesús sana a un endemoniado
Jamás ha hablado nadie como ese hombre.
Jn 7,
46
El
verdadero dogma central del cristianismo es la unión íntima y
completa
de lo divino y lo humano, sin confusión ni separación.
Vladimir Soloviov
“Descansa
solo en Dios, alma mía”, dice el Salmo 62… Si descansas en Él, si haces de Él
el centro de tu vida, dejas de estar disperso, sin control, sin centro, sin
autoridad. Si descansamos en Él y hacemos de Él el centro, seremos, en Él, fuertes,
poderosos, sabios y libres de cualquier esclavitud.
Si
fuéramos conscientes de que con Él podemos todo y sin Él nada, no nos
desviviríamos en afanes del mundo. Esa dispersión que nos confunde y nos ciega,
haciéndonos olvidar quiénes somos y hacia dónde vamos nace del miedo a la
muerte, que menciona la primera lectura (Deuteronomio
18, 15-20).
Se
acabó la confusión, el andar divididos de que nos previene la segunda lectura
(1 Corintios 7, 32-35), el dejar
muchas opciones abiertas, que descentran y generan agotamiento,
pues nacen de aquella tentación primordial, junto al Árbol del Bien y del Mal. Si
vives en el centro, que es Cristo, la única y verdadera opción, no hay
dispersión, sino concentración, luz, inmortalidad… Mucho más…, resurrección,
pues no queremos ser inmortales, sino resucitados, la materia iluminada, el
retorno a la Esencia.
Acaparar
o soltar... Hay quien cree que el egoísmo y la codicia está en acumular
"monedas" materiales, dinero, posesiones... Pero hay una codicia más
sutil que lleva a quererlo todo y vivir como poseídos, esclavizados por pequeños ídolos. Es esa "red" diabólica de miedos,
deseos, proyecciones, auto justificaciones y expectativas que vamos tejiendo
todos alrededor como arañas ciegas. www.diasdegracia.blogspot.com
Pero
quien mantiene su atención en Cristo no se deja dominar por nada ni por nadie, porque sabe Quién es el Señor. Cuando soltamos tanta añadidura y
morimos a nosotros mismos, renacemos en Él con su autoridad, su hablar sí
cuando es sí, no cuando es no, su poder, su Palabra de vida eterna.
La
palabra “autoridad” proviene del verbo latino “augere”, que significa aumentar,
hacer crecer, elevar. Jesús habla con autoridad porque hace crecer al que le
escucha. Él tiene autoridad y nosotros también cuando vivimos en Él. Porque la
vida en Cristo unifica, integra, transforma.
El
propio Marcos, un poco más adelante, nos cuenta el encuentro con Jesús de otro
endemoniado (Marcos 5, 1-20). Muestra
cómo vive un hombre que no es dueño de sí ni se ha puesto bajo la influencia del Señor. “Vivía entre los sepulcros”, entre recuerdos, afanes que no llevan a
la vida, sino a la muerte, corrupción, esclavitud, miseria espiritual… “Cepos y
cadenas”; “gritando e hiriéndose con
piedras”… Así vivimos tantas veces, sobre todo cuando estamos en la queja,
somos ruidosos, estamos descentrados, poseídos por nuestras pasiones…, pero
también por nuestros miedos, angustias e inseguridades. Lo bueno es que vemos a
Jesús y lo reconocemos, y también somos capaces de reconocer lo lamentable de
nuestro estado. Y ¡a veces queremos seguir así!; somos capaces de lo que sea,
con tal de no renunciar a ese estado de posesión y dependencia.
Pero
si reconocemos al Señor, dejamos el descontrol, la esclavitud y la separación; morimos a las tinieblas de lo que no somos, para poder decir
como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí". Y
si es Cristo quien vive en mí, puedo hablar, actuar, callar y ser como Él, con
la autoridad verdadera, la que no viene del mundo, sino del Reino. Porque
la Verdad no es una idea o un concepto, ni siquiera un estado o nivel de
conciencia que haya que buscar, encontrar o alcanzar. La Verdad es una Persona,
Jesucristo, que te llama, te busca y te encuentra; una Persona en la que, por
Amor, ya somos Uno.
Hace
años leí un libro que recomiendo: La fe
de los demonios, del converso Fabrice Hadjadj. En el Evangelio de hoy
vemos, como en otros pasajes, que los demonios creen en Dios. ¿Quién tiene más
fe, nosotros o los espíritus inmundos? Ellos han visto a Dios, reconocen que
Cristo es el Santo de Dios. No se trata de más o menos fe, como tantas veces no se trata de cantidad, sino de calidad. Algo
diferencia nuestra fe de la de los espíritus inmundos: ellos no quieren reconocer que
Cristo es el Señor. Si confiesas que Cristo es el Señor con los labios y crees
con el corazón que el Padre le levantó de entre los muertos, estás salvado.
Por
eso, cuando decimos que la fe salva, no hablamos de la fe intelectual, capaz solo de
reconocer en Jesús al Hijo de Dios, como hacen los demonios,
voluntariamente condenados para siempre. La fe que salva es la que reconoce en
Jesús al Kyrios, el Señor, ante el que toda rodilla se dobla. Creer en Jesús salva
si confesamos que Cristo es el Señor y a la fe le unimos el Serviam que Lucifer rechazó.
Los
diablos separan, corrompen y destruyen porque están separados, corrompidos,
destruidos desde que rechazaron la autoridad amorosa del Creador. Por
eso queremos ser fieles a nuestra misión que es dar gloria a Dios y no
permitimos que nuestras carencias y mediocridades nos frenen, porque Jesús nos
libera. Su Palabra es nuestra luz y nuestra entereza, la fuente de toda
autoridad. Sosegarse y saber que Él es Dios, como canta el Salmo 46, vivir
en Su Presencia, cumplir Su voluntad para que el Padre y Él hagan morada en
nosotros y Su autoridad nos transforme y nos realice.
"Ordet", La Palabra, C.
T. Dreyer (1955)
En la película de Dreyer, Johannes pasa de loco a
cuerdo, de despreciado y compadecido, a hombre sano, íntegro, capaz de hablar
con autoridad y obrar milagros, porque se pone bajo la Única autoridad legítima,
la de Jesucristo, Nombre sobre todo nombre.
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