Evangelio de Marcos 13, 24-32
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “En aquellos días, después de una
gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las
estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán
venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a
los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la
tierra al extremo del cielo. Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las
ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca;
pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta.
Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y
la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo
sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre”.
Cuando quiero saber las últimas
noticias, leo el Apocalipsis.
Léon Bloy
Y dijo el que estaba sentado en el
trono: "Mira, todo lo hago nuevo".
Apocalipsis 21, 5
Apocalipsis 21, 5
El
domingo pasado nos mirábamos en la viuda que lo da todo y se da por entero. Aprendimos
de ella que la verdadera ofrenda es darse uno mismo, esa continua muerte a lo
falso para nacer a la Vida. Valiente y libre nos parecía esa mujer anónima, porque la verdadera libertad es vivir sin miedo. Sabia y lúcida al
mostrarnos que el anonadamiento lleva a la plenitud, y el desprendimiento a la verdadera
abundancia.
Desde la
más absoluta humildad, la entrega absoluta, se llega a la meta, y en ese camino, raudo
como un relámpago, todo se transforma y todo se recibe, porque se es vaso vacío.
De la nada al Todo, camino de retorno que, a la vez que lo recorremos, ya lo hemos
recorrido. Miro la Eucaristía y me doy cuenta de que es más adorable que el
Cristo triunfal que imaginamos al pensar en la Parusía.
Lo
entendí de otro modo (lo mismo, siempre nuevo) hace tiempo en una Misa con el
Réquiem de Fauré. Nosotros, embargados por la belleza de la música, y Él, el único
Real, desde la humildad y el anonadamiento del Sagrario, atrayendo y adelgazando todas las
músicas de todos los tiempos en la única Nota, la intemporal, Verbo Increado, Origen
esencial al que volvemos. Desde
ese trono invisible para los ojos, Él nos sigue diciendo: “Ánimo, soy Yo, no
tengáis miedo”. Y contemplé la Jerusalén eterna en una iglesia llena de ancianos, hermosos como ángeles.
La viuda
que da todo, desapego, valentía, confianza, símbolo de lo que somos y hemos
olvidado. El final de la renuncia es soltar también la vida como experiencia cronológica, las posibilidades que nos seducen. Proyectos, expectativas, futuros
falsos que nunca son como imaginábamos y nos hacen perder la Vida que solo está
en el presente, ventana a la eternidad. Creemos coleccionar proyectos, cosas, ideas,
experiencias hermosas, éxitos, viajes, títulos, medallitas del mundo…, y
coleccionamos muerte, porque están en un tiempo de entropía y destrucción, ese
tiempo que, como dice el Evangelio de hoy, acabará con angustia para los que
creen en el mundo y se creen del mundo. Pero no somos del mundo, ni del tiempo
ni de la muerte… Cuando lo ves, sabes que solo ahora, en este “hoy” que nos
presenta una y otra vez el Evangelio, puedes vivir y salvarte o darte cuenta de
que ya estás a salvo.www.diasdegracia.com
El
coraje de la viuda y del que con su desapego puede afrontar ese
cataclismo aparente del tiempo que colapsa y los mundos que agonizan consiste en saberse
amado. El miedo no existe en quien se sabe amado. Es el fondo de la oración
verdadera: dejarse mirar, sentirse amado, para escuchar te amo, en lugar de
temo.
Libres, desapegados, pobres de espíritu en el camino de retorno, desde
el exilio al Paraíso, a nuestra esencia original. Desprendimiento, abajamiento
total, que es la condición necesaria para encontrar ese punto de conexión con
la Verdad, la puerta estrecha, la Puerta.
Él se
hace esencial y real en la Eucaristía, y yo me realizo cuando Le miro y me
olvido de mí. Esa es la “cosa” que le faltaba al pobre rico y nos suele faltar
a todos, la única opción ya: soltar todo, sotarse, ojo de aguja que atravesamos
cuando morimos a nosotros mismos, a lo que no somos y accedemos al Sí mismo,
Comunión.
Profecía
es advertencia, no certeza, porque el profeta se sitúa más allá de las
circunstancias o dimensiones espacio-temporales donde los soberbios no llegan. El
Reino no es lo espectacular o grandioso; es la hora de los humildes, los sencillos,
como la viuda pobre, los que viven su día a día con ojos despiertos, ven el
milagro de lo cotidiano y sueltan lo falso, lo que pesa y detiene, esa nada de
sombra, disfrazada de todo.
La
profecía siempre señala hacia el Origen y hacia la única elección que puede
llevarnos allí; lo que vaticina es para
aquellos que no escojan esa única opción. Solo nos toca interpretar esa parte
de la obra, para no eternizarnos en ensayos agotadores. Si el final es perfecto
y ya es, ¿por qué no representar el papel que nos ha tocado con el corazón y la
mirada puestos en ese final que es el Inicio?
Miramos a Cristo, soltamos todo y ese todo, que es nada ante el Todo, se transforma en
"combustible" para el mejor de los futuros. Entonces, renunciamos
incluso al futuro, porque decidimos volver a ese Presente intemporal
en que ya somos con Él y en Él, la plenitud del Ser eterno.
Puede
que esa sea la diferencia entre los llamados y los elegidos. Es elegido, y se
elige a sí mismo, el que sin miedo ni reservas, mira al Ser y suelta todo lo
demás, el que, como la viuda, se queda sin nada y por eso tiene Todo. El
elegido sabe, además, que las profecías verdaderas, de ayer, de hoy, de siempre,
tienen que ver con cada uno de nosotros, si sabemos verlo y vivirlo. El sol que
se hace tinieblas, la luna que se apaga, las estrellas que caen del cielo, los
ejércitos celestes que tiemblan…Todo dentro. Y llegarán los nuevos cielos y la
nueva tierra, si volvemos a nacer, de agua y espíritu.
Vendrá,
vino, viene cuando menos lo esperamos, como un relámpago, como un ladrón en la
noche, como la muerte, siempre a destiempo, siempre de improviso. Vivimos como
si el mundo fuera a durar para siempre. Si fuéramos realmente conscientes de la
impermanencia de este mundo de formas y de nombres, no seguiríamos, como
veíamos en el Evangelio del viernes, comiendo, bebiendo, casándonos, fabricando, comprando, vendiendo,
edificando sobre arenas movedizas (Lc 17, 26-37).
Entonces, ¿no hay que hacer
nada? Sí y no, no y sí, pero, como dice San Pablo, sin
apego, sin expectativas, sin poner el corazón en lo efímero: “que los que
tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran;
los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no
poseyeran, los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él. Porque
la representación de este mundo se termina” (1 Co 7, 29-31).
Apocalipsis
significa revelación, es decir, luz, conocimiento, nada que inspire miedo o
aprensión. El miedo se combate con la fe y la esperanza, pero podemos ir más
allá, porque la fe y la esperanza dejan de ser necesarias cuando alcanzamos la
Visión definitiva y solo queda el Amor. Apoyemos nuestra vigilia en Su Palabra,
que no pasa aunque cielo y tierra pasen, y así nos liberaremos del miedo. “Ánimo,
soy Yo, no tengáis miedo”, nos sigue diciendo ahora.
Estar
despiertos, vivir ya en la Presencia, conscientes del Reino que palpita en el
interior, realizando los nuevos cielos y la nueva tierra. Plenitud y libertad a
nuestro alcance ya, ahora, porque Él siempre viene;
Él siempre está. Elevarnos a lo trascendente pasando por lo inmanente; sigámosle
hacia la Unidad, atravesando la ilusión de lo múltiple, apariencia de
separación, figura de un mundo que ya pasa.
Requiem, Mozart
No hay comentarios:
Publicar un comentario