Evangelio de Juan 18, 33b-37
En aquel tiempo, preguntó Pilato a
Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó:
"¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" Pilato
replicó: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han
entregado a mí, ¿qué has hecho?" Jesús le contestó: "Mi reino no es
de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para
que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí." Pilato
le dijo: "Entonces, ¿tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo
dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser
testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz."
Ecce Homo, Tintoretto
Vi venir en las
nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó
ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas
lo respetarán.
Daniel 7, 14
Hoy contemplamos Jesucristo
como Rey del Universo, la solemnidad con que culmina el año litúrgico.
Celebramos al Rey mirándole, sintiéndole, uniéndonos a Él en la Eucaristía, Su
Presencia Real en el mundo, que, junto con Su Palabra y Su Voluntad, es el Pan nuestro de cada día que pedimos en el
Padrenuestro. Es lo más adorable, mucho más que las imágenes con cetro y corona
con que representan al Cristo triunfal de la Parusía, porque aquí, ahora, en
este vértice del tiempo que conecta con la eternidad, se ha hecho Pan de Vida
para acompañarnos y alimentarnos, ir asimilándonos a Sí, mientras caminamos de
regreso a la Casa del Padre.
Jesucristo,
Rey del Reino eterno, reina también aquí, en la representación de este mundo
que pasa, desde el trono invisible del Sagrario, lo más real que podemos
concebir en la tierra, el más absoluto anonadamiento por amor. Inconcebible
para la mente, lo sabe el corazón y lo comprenderemos cuando atravesemos
definitivamente el velo que nos separa de lo que ni ojo vio ni oído oyó.
Recordábamos
hace poco cómo San Francisco de Borja, cuando tuvo que reconocer el cadáver
descompuesto de la emperatriz Isabel, su bella y amada señora, pronunció las
célebres palabras: nunca más servir a señor que se me pueda morir. Y lo
dejó todo, literalmente, eligió servir al único Señor, el que no muere, el
Único. Son muchos los que se han atrevido a hacer lo que no pudo el joven rico.
Una de las primeras fue María Magdalena, que supo cómo el Rey puede hacer, de
una prostituta, una princesa.
Magdalena Penitente, Pedro de Mena
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En la Magdalena
Penitente de Pedro de Mena, vemos a María Magdalena contemplando a Cristo
crucificado. Así reina Él sobre el corazón de quienes purifican sus días de
ceguera y olvido. Y así quiero vivir, mirando cómo salva, libera y renueva. Por
eso Santa Teresa de Jesús nos exhorta: no os pido más que Le miréis.
Reconocer que Él es Rey nos hace súbditos
de Su Reino. Un Reino que no es de este mundo pero está en este mundo si
dejamos de mirarnos a nosotros mismos para mirar a Cristo en la Cruz, en el
altar, en la Eucaristía, en nuestro corazón cuando vive en "fiat". Porque, si somos tibios, Él es fiel, si somos débiles,
Él es fuerte, si somos mezquinos, Él es generoso, si somos falsos, Él es
verdadero.
Así lo expresa también Santa Teresa: “¡Oh Hijo del Padre Eterno, Jesucristo, Señor nuestro,
Rey verdadero de todo! ¿Qué dejasteis en el mundo? ¿Qué pudimos heredar de Vos
vuestros descendientes? ¿Qué poseísteis, Señor mío, sino trabajos y dolores y
deshonras, y aun no tuvisteis sino un madero en que pasar el trabajoso trago de
la muerte? En fin, Dios mío, que los que quisiéremos ser vuestros hijos
verdaderos y no renunciar la herencia, no nos conviene huir del padecer.
Vuestras armas son cinco llagas” (Fundaciones 10, 11).
Nuestra Señora del Henar, s. XII
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Jesús
en el trono del regazo de su madre en el Santuario de Nuestra Señora del Henar, en Cuéllar. Ella es trono del Rey y es también Reina. Majestades que se funden y se entrelazan por amor.
Ante
el Rey, solo cabe una actitud: mirarle con adoración, como Le mira Su madre en el Calvario. En su mirada se funden dolor y amor y nos enseña que adorar fortalece y da sentido al sufrimiento. Lo estoy aprendiendo ahora que veo al Rey en los
cuerpos vencidos, en la fragilidad, en el desvalimiento…
María,
Reina y primera súbdita, maestra del sufrir adorando, del asombro dolorido y reverente, me recuerda que el
Reino está dentro de mi corazón y me enseña a callar, a poner fin al parloteo y
dispersión que suelen aprovechar los usurpadores para instaurar un reinado de
sombras. Con ella voy perdiendo tierra y
ganando cielo, como decía Sor Ángela de la Cruz.
María, la Madre y la Reina,
va sanando las heridas del corazón, embelleciendo los dones, limpiándolos,
perfeccionándolos para que sean del agrado del Rey que, aunque nos ama a pesar de todas nuestras miserias e imperfecciones, nos quiere transformar. Por eso dio
Su sangre y por eso reina en el Universo, para que mirándonos en Él, seamos
reales en Su realeza. Si
unimos nuestras cruces a la Suya, el sufrimiento es precio de Salvación, y
cuando Él vuelva en gloria y majestad secará toda lágrima de nuestros ojos.
Diálogos divinos, Hijos del Rey
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