Evangelio según san Lucas 3, 10-18
En aquel
tiempo, la gente preguntaba a Juan: “Entonces, ¿qué hacemos?” Él contestó: “El
que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga
comida, haga lo mismo”. Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le
preguntaron: “Maestro, ¿qué hacemos nosotros?” Él les contestó: “No exijáis más
de lo establecido”. Unos militares le preguntaron: “¿Qué hacemos nosotros?” Él
les contestó: “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos
con la paga”. El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no
sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: “Yo os bautizo con
agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de
sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el
bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja
en una hoguera que no se apaga”. Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al
pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.
En el
Evangelio del domingo pasado, Lucas insistía en demostrar con nombres y
geografía que Jesús nació aquí, en la tierra, en nuestro mundo de límites, para
transformarlo y transformarnos, para conducirnos a la Unidad de lo Ilimitado.
Se hace uno de nosotros, se mezcla con nosotros, el Infinito viene a lo finito
por Amor.
El Verbo eterno, decide nacer en este mundo de criaturas
condicionadas. Nace entre nosotros y vive entre nosotros, con la gran
diferencia: Él no se cree este escenario, tan hermoso y a la vez tan terrible,
no se deja arrastrar por las múltiples posibilidades, sabe que es una
representación con fecha de caducidad. Nos lleva al desierto una y otra vez,
para que soltemos disfraces, proyecciones, fantasías y reencontremos la Esencia
desnuda de lo que somos, imagen y semejanza Suya.
Volvamos al
desierto a escuchar la voz que anuncia la llegada de Jesús. Volvamos al
silencio, a la esencia que no está en lo que el mundo valora, sino en lo
humilde, lo sencillo. Como la Madre, María Inmaculada, que celebrábamos el día 8, y no es por casualidad la fecha, el
Infinito vertical encarnado en una mujer, la única criatura verdaderamente
libre, inocente, capaz de acoger el Misterio en su seno.
Juan Bautista señala a Jesús, que trae la buena nueva, el Reino de paz, justicia, amor y unidad. Es el final de los tiempos de vivir separados de Dios y de los hermanos, el final de la división
y la comparación, de la lucha y la defensa. Juan es el puente entre ambas
visiones. Él ya sabe que el que
viene a juzgar el universo viene, a la vez, a perdonarlo, integración de
opuestos, que transforma y crea una nueva Realidad, haciendo nuevas todas las
cosas. Es la maravillosa paradoja del amor, que da la vuelta a los criterios
humanos. Acaban las posibilidades que la soberbia humana proyecta, esos futuribles que nos apartan del único
Futuro posible ya, que es volver a Casa. Acaba el seréis como dioses y todas
sus diabólicas versiones (dia-bólicas, separadoras), con las diversas opciones del árbol del bien y del mal, que nos convierten en "expertos" en fantasear, en lugar
de vivir. Llega el tiempo de la conversión, la vuelta a la única Versión, con
todo el equipaje de miseria, error y confusión que El que vino, viene, vendrá
transforma en combustible para ese viaje de retorno.
Como nos
proponían las lecturas del segundo domingo de Adviento: allanemos lo escabroso,
enderecemos lo torcido para emprender ese camino de regreso, libres de los vestidos de luto y aflicción. Alegrándonos y
gozando, libres, sin temor, como dice la primera lectura de hoy (Sofonías 3,
14-18a).
¿Cómo allanar,
cómo enderezar, como transformar todo transformándonos? Convirtiéndonos para renacer, hombres y mujeres nuevos, resucitados, porque
hemos muerto con Cristo y hemos
resucitado con Él. diasdegracia.blogspot.com
Estemos
alegres, que nada nos preocupe, nos recuerda la 2ª lectura (Filipenses 4, 4-7).
Dice san Gregorio Magno, con palabras de plena actualidad: “¿Qué es
esta vida mortal sino un camino? ¡Qué locura, hermanos míos, agotarse en el
camino, no queriendo alcanzar el fin!... Así, hermanos míos, no améis las cosas
de este mundo, que, como vemos según los acontecimientos que se producen
alrededor nuestro, no podrá subsistir por mucho tiempo”.
Y Chesterton,
también actual, siempre lúcido, con una afirmación que hizo justo antes de morir y que
deberíamos repetir hoy (siempre es hoy): "El asunto está claro ahora. Está
entre la luz y las sombras, cada uno debe elegir de qué lado está." Y la
Luz que viene es Jesucristo, que ilumina el camino regreso al Padre, al sueño de dicha y plenitud que Dios soñó para cada uno de nosotros.
Él es la Luz del mundo y las sombras son el mundo, este laberinto a veces tan
hermoso de posibilidades, algunas tan apetecibles y buenas. Pero ¿quién quiere
lo bueno cuando tiene lo Bueno? Las sombras, las opciones, tan legítimas y
plausibles a veces..., cantos de sirena que nos entretienen girando en círculo,
como burros atados a la noria, para que no veamos la espiral que eleva, la
única posibilidad, el regreso a Casa.
Alegría y
confianza nos transmiten la primera y segunda lectura. Se acabó el recrearse en
los remordimientos que nos anclan al pasado y solo crean más pasado. Es hora de
crear futuros, o, mejor dicho, el mejor futuro, el único en realidad, que ya
existe, ya Es, lo creó para todos Jesucristo, y Juan lo vio y lo anunció.
Nosotros solo tenemos que aceptarlo y vivirlo.
Adviento,
tiempo de espera llena de esperanza porque la promesa ya está cumplida. Espera
en tensión, pero tensión buena, de estar alerta, despiertos, conscientes. Es un querer que venga,
sabiendo que ya viene, que ya está y regresamos con Él, apartando lo que nos
dificulta la marcha.
Todos las
instrucciones que da Juan para responder a la pregunta ¿qué tenemos que hacer?,
están muy bien, pero ya no se trata de mal o bien… se trata de por qué lo
hacemos y, sobre todo, desde dónde lo hacemos.
Compartir ropa
y comida es muy bueno. Ser honesto es buenísimo. Dar limosna es bueno, pero
puede ser Bueno. Depende de cómo y desde dónde lo hagas, podría llegar incluso
a ser malo. ¿Quién da? ¿A quién ves cuando das? ¿Ves al mendigo al que tratas
inconscientemente de mantener en su triste y mísera condición? ¿O ves su
esencia original, y la honras compartiendo?
¿Ves tu esencia original en él
pues es la misma? ¿Os veis unidos en el amor?
Las verdaderas
buenas obras nacen del reconocimiento de uno mismo desde el Sí mismo
donde ya somos. Superar las propias miserias de criaturas condicionadas, superar
incluso el alma ya aquí, pues somos más, infinitamente más que el alma. Superar
límites, condiciones, instrucciones para sobrevivir en el mundo, desvalidando,
neutralizando, soltando, viendo, acogiendo al que ya viene, al que ya llega, al
que nunca deja de venir, la Luz del mundo. Preparémonos para recibirle,
apartémonos de las tinieblas que nos impiden verlo, reconocerlo y reconocernos
en su mirada de amor. Tiempo de anunciar y esperar la segunda venida de Jesucristo que, en su primera venida, tanto nos amó como para hacerse uno de
nosotros, en el mundo para vencerlo y trascenderlo, llevándonos a todos con Él
de regreso a nuestro verdadero Hogar.
La Virgen sueña caminos, Carmelo Erdozain
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