Evangelio según san Lucas 14,
25-33
En aquel tiempo, mucha gente
acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no
pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y
a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no
lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de
vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los
gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no
puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este
hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar”. ¿O qué rey, si va a
dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil
hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el
otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo
vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.”
Fijos los ojos en el que
inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato,
soportó la cruz, despreciando la ignominia.
Hebreos 12, 2
El abandono consiste en
librarse de las propias particularidades personales con la finalidad de crear
en sí el espacio para la presencia y la acción de Dios.
Edith
Stein
La
primera lectura de hoy (Sab 9, 13-18) nos introduce en lo que nos va a mostrar
de forma contundente el Evangelio, al mencionar lo que lastra el alma. Va haciendo un desglose de
las limitaciones humanas: pensamientos mezquinos, razonamientos falibles,
cuerpo mortal, ignorancia... Iniciar el camino de la Sabiduría
exige conectar con esa parte de nosotros llamada a perdurar. Solo el Espíritu
de la Verdad, que Jesús da a los que se lo piden (Lc 11,13), puede ayudarnos a realizar esa “conexión” y
permanecer en el nivel de conciencia que permite superar la falacia de los
pares de opuestos, el mundo ilusorio de la dualidad.
Como
nos recuerda el Salmo 89, Dios es nuestro refugio desde siempre. Por eso hay
que desapegarse de lo transitorio, conscientes de que nuestros más elevados
bienes nos vienen de lo alto y que si ponemos el corazón en lo material,
siempre efímero, lo perdemos todo.
La
segunda lectura (Flm 9b-10.12-17) vuelve a hablar de los lazos espirituales,
infinitamente superiores a los carnales. Porque la libertad a la que nos guía
la Sabiduría fortalece la fraternidad; escuchar a Cristo y cumplir la voluntad
del Padre es conectar con la verdadera familia (Lc 8, 21). Ese nivel de ser
nos dará las herramientas y materiales necesarios para acabar la construcción
de la torre, y el ejército necesario para detener a cualquier oponente.
Los
cristianos aceptamos de buen grado las limitaciones de la condición humana, con
la esperanza de que serán trascendidas, porque Jesús ha venido a ensalzar todo
lo que estaba caído. La opción de Cristo, el seguimiento consciente y libre,
nos otorga ya, aquí y ahora, la vida eterna, plena y gloriosa. Hacer de Él
nuestra referencia, ese es el Camino. Quien mantiene sus ojos fijos en Él no
pierde nada, porque la perspectiva se amplía hasta lo infinito, y todo
se va transfigurando, iluminado por la luz de Jesucristo.
Estamos
de nuevo ante el “camino del no soy” que tantas veces hemos contemplado: de la riqueza
a la pobreza; del orgullo a la humildad; de la idolatría de los bienes del mundo, a la desposesión que hace posible la entrega total.
Hoy
se mencionan los lazos familiares, los apegos humanos, para muchos los más
difíciles de soltar. La clave de que no hay que abandonar literalmente a los
seres queridos está en las palabras “incluso a sí mismo”. Lo que se nos pide es
renunciar a lo que hay de egoísmo, de posesividad en esos afectos.
Renuncio a mí mismo, pero soy yo quien sigue a Cristo. Renuncio a padre y madre, hermanos, amigos, sin abandonarles. Amándoles y sirviéndoles de un modo no exclusivo, codicioso o dependiente, es como sigo al Maestro, que nos enseña a ser libres para amar de verdad, sin la cizaña del apego y el egoísmo. Renuncio al ego y al ap-ego para aprender a ser el “yo” que Él quiere que sea, el que el Padre concibió antes incluso de que mi madre me soñara, antes aún de que ella naciera (Is 49, 1). Renuncio al ego que este mundo, con sus condicionamientos, expectativas y prejuicios, ha ido alimentando, para ser quien Jesucristo recreó en el Árbol de la Vida.
Renuncio a mí mismo, pero soy yo quien sigue a Cristo. Renuncio a padre y madre, hermanos, amigos, sin abandonarles. Amándoles y sirviéndoles de un modo no exclusivo, codicioso o dependiente, es como sigo al Maestro, que nos enseña a ser libres para amar de verdad, sin la cizaña del apego y el egoísmo. Renuncio al ego y al ap-ego para aprender a ser el “yo” que Él quiere que sea, el que el Padre concibió antes incluso de que mi madre me soñara, antes aún de que ella naciera (Is 49, 1). Renuncio al ego que este mundo, con sus condicionamientos, expectativas y prejuicios, ha ido alimentando, para ser quien Jesucristo recreó en el Árbol de la Vida.
Corremos
el riesgo de ser tan optimistas y sentirnos tan seguros de nosotros mismos que
no calculemos los gastos a la hora de construir "la torre", la obra que es
nuestra vida. Es esencial reconocer la propia nulidad, mantener una constante e
implacable auto observación para ser consciente de las propias limitaciones. El
que no realiza esta ardua tarea no se entregará con absoluta confianza al Maestro. Porque en eso consiste renunciar a todo, incluso a sí mismo,
por Él: en darse por entero. Y para darse, hay que tenerse. No puedo dar lo que
no tengo; he de ser dueño de mí mismo para poder darme.
En
ese proceso que me permite ser dueño de mí para darme, es donde debo calcular
los gastos con objetividad y rigor. Entonces ya no seré una marioneta en manos
de las circunstancias, los pensamientos y emociones terrenales que desglosa la
primera lectura, tan diferentes de la lúcida conciencia de mi propia limitación.
La
verdadera traducción no es “posponer” (Lc 14, 26), sino “odiar”, de miseô. Es el mismo verbo que se usa en Mc 13, 13; Mt 24,
9s; 10, 22; Lc 21, 17; 6, 2, cuando se dice que seremos “odiosos” a causa de
Jesús. No se nos pide que odiemos a nuestros seres queridos, claro, sino que reconozcamos
y rechacemos las partes inferiores, irreales, de todo lo humano contingente. Se
trata de escoger lo real, lo eterno, lo creado por Dios antes de todos los
tiempos, lo que no está condenado a desaparecer, esa no-forma, pura sustancia
que somos, anterior a la manifestación.
Hoy
también celebramos la Natividad de la Virgen María. Ella es modelo de renuncia, pues para decir sí a la
increíble propuesta que Dios le hacía, no solo tuvo que
renunciar a la lógica y a la seguridad, sino también a los sueños y proyectos de
cualquier adolescente de la Galilea de entonces: entregarse a su marido, dar a
luz varios hijos, criarlos a todos, verlos crecer y hacerse adultos felices y
respetados, confiar en que fueran su apoyo en la vejez... Ella es modelo y maestra para todos, porque Jesús
no está hablando solo para los apóstoles, ni siquiera para los discípulos más
cercanos, sino a la "mucha gente que lo acompañaba", esto es, nos lo está diciendo
a todos. La renuncia radical a los apegos y cargar con la propia cruz
para seguirle son una consigna universal.
Abraham
estaba dispuesto a matar a su único hijo, Isaac, tan querido, para cumplir la voluntad
de Dios. Todos tenemos un “Isaac” en nuestras vidas, una persona, un proyecto,
una forma de vida, un anhelo, alguien o algo cuya pérdida nos rompería el corazón. Pero
solo un corazón roto, o dispuesto a ser destrozado por amor, puede ser un
corazón verdadero, ya no de piedra, ni cerrado o protegido para evitar el
sufrimiento, sino de carne, abierto y disponible para amar. www.diasdegracia.blogspot.com
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