14 de septiembre de 2019

El Padre y el Tercer Hijo. El camino de regreso al Reino de la Alegría


Evangelio según san Lucas 15, 1-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.” Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, reúne a las vecinas para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido”. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta. También les dijo: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”  El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a su campo a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. El se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado”.” 

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Detalle del cuadro El hijo pródigo, de Rembrandt, donde se aprecian las manos del Padre: una, femenina, y otra, masculina, porque Dios es Padre y Madre.


Mientras el arrepentimiento anda a su lento paso, la misericordia corre, vuela, precipita las etapas, anticipa el perdón, manda delante, como un heraldo, la alegría.
                                                                                                   J. M. Cabodevilla
  
Si nos buscas, búscanos en la alegría, porque somos los habitantes del reino de la alegría.
                                                                                                                      Rumi

Después de releer esta parábola tan conocida y tan llena de enseñanzas, cada uno debe descubrir qué papel o qué papeles ha interpretado a lo largo de su vida y los que está interpretando hoy. Los personajes del drama se repiten de muchas maneras, con infinitos matices, en nuestras vidas, alternándose o fusionándose a veces, en uno mismo.


EL HIJO PRÓDIGO Y EL HIJO CUMPLIDOR

El hijo menor carece de malicia en su extravío. Es irresponsable, caprichoso e inmaduro, pero no tiene el corazón turbio ni el alma retorcida. En su decisión de volver, le mueve el hambre, pero sabe reconocer que ha hecho mal.

El otro hijo es cumplidor, de los del cumplimiento, “cumplo y miento”. Envidioso y resentido, no es capaz de amar ni de ver sus propias sombras. Nos hace recordar a tantas parejas de hermanos bíblicas en las que el amor brilla por su ausencia: Caín y Abel, Esaú y Jacob, José y sus hermanos, Absalón y Amnón, Salomón y Adonías.

El pequeño es soñador; por anhelo de aventuras abandona la vida real, pero acaba experimentando una conversión. Le queda mucho por trabajarse, está muy lejos de ser el hombre nuevo al que apuntan los Evangelios, pero ya está en el camino que lleva a la verdadera libertad.

El mayor, despectivo y soberbio, que parece haber imaginado con envidia concupiscente la vida de lujo y disipación del pequeño, tampoco es capaz de vivir en lo real, porque está aferrado a su propia idea del bien y del mal. No se da cuenta de que esa tendencia al juicio y la condena le tiene aprisionado. Ni siquiera es capaz de intuir que se puede mirar de otra forma, sentir de otra forma, vivir de otra forma.

El pródigo es arrastrado por un exceso de imaginación y un talante hedonista, aventurero, mujeriego o romántico, pero es suficientemente humilde para reconocer sus faltas y arrepentirse.
           
¡Ay del cumplidor sin corazón!, ¡ay del prudente por cobardía…!, me parece escuchar a Jesús.

Es fácil preferir al derrochón pero ingenuo hermano pequeño, frente al intolerante hermano mayor que nos recuerda a esos “justos” o “puros” que denuncia Jesús, que han perdido el verdadero sentido de la justicia y la pureza, y tienen el corazón cerrado, encogido, incapaz de perdonar y acoger.  
           
El pródigo es el que se arrepiente por el hambre, pero su alma ha sido acrisolada por la ausencia y la amargura. Reconoce su falta y se echa a los hombros la vergüenza y el escarnio. ¿Por hambre? Sí, y por soledad y ausencia. Su sufrimiento consciente y la valentía de regresar vale infinitamente más que el hipócrita, vano cumplimiento de las leyes.


EL PADRE Y EL TERCER HIJO

Como Cabodevilla, Martín Descalzo, Papini y tantos otros, necesitamos evocar a un tercer hijo para este padre, cuya alegría es capaz de borrar toda amargura, toda justificación, todo reproche, todas las lágrimas. El corazón se abre al presenciar esa alegría, el alma tiembla… Nos entristece pensar que un padre así no sea correspondido en su infinito amor.

El tercer hijo existe y es como el padre, puro amor, perdón, misericordia. El tercer hijo es el que nos está contando la parábola, Jesús. Lo es cada vez que abrimos el Evangelio por esa página y también cada vez que observamos en nosotros esa tendencia al desamor que nos hace ser como el pródigo o como el cumplidor.


Que cada uno mire cara a cara al hijo pródigo, despilfarrador e ingenuo, irresponsable, hedonista y capaz de arrepentirse que lleva dentro, y al hijo cumplidor, hipócrita, envidioso, de corazón endurecido que también lleva dentro. Que se observe implacablemente, hasta que sorprenda a uno u otro, con sus infinitos matices, en plena actuación, y vaya descubriendo qué puede hacer para ser solo amor incondicional, perdón infinito, alegría desbordante, como el Padre. O como ese Tercer Hijo que todos necesitamos evocar, el Único Hijo digno de tal Padre, la expresión más cierta del amor y la misericordia, Jesús de Nazaret.

Conscientes de que todos cargamos con un pródigo inmaduro y un cumplidor endurecido, miremos al Padre en Su rostro visible, Jesucristo, para aprender de Él a perdonar, acoger con alegría y amar sin condiciones. Mirarle a Él, mantenernos unidos a Él, nos va transformando en Él, que es todo gracia, luz, alegría desbordante.


EL REINO DE LA ALEGRÍA 

Se ha escrito tanto, y desde tantas perspectivas diferentes, sobre esta parábola, que me parece oportuno ponerle imágenes, para redescubrir de otra manera que los Evangelios están hablando de nosotros y para nosotros. Es un buen ejercicio recordar cuándo y cómo recibimos el abrazo de perdón, amor y alegría del Padre.

Veamos cómo lo recibe el que fue violento mercenario y traficante de esclavos, Rodrigo Mendoza, del padre Gabriel, de los guaraníes y de sí mismo, tras ser liberado de su brutal penitencia, autoimpuesta por haber matado en duelo a su hermano. 

     La Misión, R. Joffé (1986), con Robert de Niro, Jeremy Irons y Liam Neeson.

Veo en Rodrigo Mendoza al hijo pródigo, de sangre caliente, esencia pura y corazón noble, pero también al hermano mayor, intolerante, duro, resentido. En el momento del perdón y la alegría, veo a los dos, despertando de un mal sueño, y veo, sobre todo, al Padre y al Tercer Hijo. Un buen ejemplo de cómo los personajes de la parábola pueden alternarse, fundirse, integrarse, para que cada uno de los que la leen, la escuchan, la recuerdan, despierte, abra el corazón y se transforme.  
www.diasdegracia.blogspot.com

Como objetivo de esta desgraciada vida, Tú solo me bastas.
Yo sé bien cómo será mi partida.
Dirán: “¿Qué méritos ha hecho?”
Tú me bastas como respuesta.

                       Rumi

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