Evangelio según san Lucas 18, 9-14
En
aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí
mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola. “Dos hombres
subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo,
erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy
como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos
veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en
cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se
golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os
digo que éste bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se
enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.”
Fariseo y publicano, Robert Leinweber |
Cuando el hombre se humilla, Dios
en su bondad, no puede menos que descender y verterse en ese hombre humilde, y
al más modesto se le comunica más que a ningún otro y se le entrega por
completo. Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad y su bondad es
su amor. Toda la pena y toda la alegría provienen del amor.
Maestro Eckhart
El domingo pasado veíamos la necesidad
de perseverar en la oración y comprendíamos que ser insistente no significa que haya de llenarse de palabras.
Muchas veces, si la actitud del que ora no es sincera ni humilde, la oración
vocal puede transformarse en declamación, presuntuosa o inconsciente, que da vueltas en torno a
sí misma.
Vacíate
para que puedas ser llenado; sal para que se pueda entrar, dice San Agustín. Para
comunicarnos con Dios, no podemos permanecer en nuestro nivel de conciencia
habitual, esa vigilia falsa, somnolienta y distraída, que gira en torno al ego
y nos hace ser muertos que entierran muertos. Para hablar con Dios y hacer de
esa oración un estado habitual, hay que despertar y mantenerse despiertos,
vigilantes, a la escucha, como Samuel (1 Sam 3, 3-18). Con ese gesto, esa
postura interior de apertura y acogida, podemos taladrar los obstáculos que nos
separan de Dios.
¿Quién reza?, ¿cómo?, ¿desde dónde?… Si la oración es
sincera, persistente y humilde, es escuchada, porque Dios no atiende a
hipócritas, a tibios ni a soberbios… Mejor dicho, son estos los que no atienden
a Dios, sino a sí mismos y a sus ídolos. Por eso no oran, sino que cantan la
misma canción narcisista una y otra vez.
Para alcanzar la pureza interior que
capacita para orar, hay que observar la sombra que proyectan esos pensamientos y emociones
sobre el propio mérito, el valor y la bondad que nos atribuimos, consciente
o inconscientemente, y nos llevan a juzgar a los demás y considerarlos
inferiores. Si tenemos el valor de atravesar toda
esta maraña ilusoria de pensamientos, para mirar de frente
nuestra nada ante Dios, si reconocemos nuestra miseria y debilidad, podemos
conectar con la Fuente de todo y orar de verdad, seguros de ser escuchados, atendidos,
salvados.
Comprender la parábola del publicano y
el fariseo y lograr
ver ambos personajes en uno mismo, es muy revelador. El fariseo no es
justificado (salvado), porque no está hablando con Dios, sino con la imagen de Dios que ha
construido –su ídolo– sobre la inestable base de su propia vanidad. En cambio,
la oración del publicano es sincera porque está reconociendo su desvalimiento, su
impotencia ante el Todopoderoso. En el publicano humilde, está orando su
esencia, su ser verdadero, el hombre interior; mientras que en el fariseo no
hay oración, sino pose, engolamiento, hipocresía, soberbia; es el hombre
exterior, que aún ha de morir para nacer de nuevo.
Estos dos hombres subieron al Templo; "subir", para intentar conectar con
lo Superior. El Templo, esa habitación interior donde hemos de orar, donde Dios
mora si queremos. Allí es donde entran y cierran la puerta los dos hombres (o
mujeres) que somos cada uno: el hombre
exterior y el hombre interior.
El fariseo que, por fin, se ha atrevido a mirar su absurda complacencia, su corazón lleno de sí mismo, es decir, vacío, y lo ha desenmascarado, reconociendo que era un disfraz de su inseguridad, sus complejos y sus miedos, ha visto la enorme viga de su ojo y ha olvidado la mota en el ojo de su hermano, ha dejado de sentirse superior, separado.
Y sube también a ese Templo del alma el hombre interior, que se sabe nada, cuya sincera humildad lo eleva y perfecciona, hasta ponerle en conexión con lo absoluto, lo perfecto, lo real. Ambos hombres se unen, se integran en el único ser que eran sin recordarlo, y pueden finalmente orar y elegir ser salvados.
El fariseo que, por fin, se ha atrevido a mirar su absurda complacencia, su corazón lleno de sí mismo, es decir, vacío, y lo ha desenmascarado, reconociendo que era un disfraz de su inseguridad, sus complejos y sus miedos, ha visto la enorme viga de su ojo y ha olvidado la mota en el ojo de su hermano, ha dejado de sentirse superior, separado.
Y sube también a ese Templo del alma el hombre interior, que se sabe nada, cuya sincera humildad lo eleva y perfecciona, hasta ponerle en conexión con lo absoluto, lo perfecto, lo real. Ambos hombres se unen, se integran en el único ser que eran sin recordarlo, y pueden finalmente orar y elegir ser salvados.
Si nos mantenemos en guardia,
vigilantes, veremos cuándo el fariseo que llevamos dentro, olvida su ser esencial y
vuelve a querer llenarse de sí mismo y sentirse superior.
Si en la oración te estás buscando a ti, al ídolo que de ti mismo has forjado, no estás orando. Hay que atreverse a soltar la imagen ilusoria de quien creemos ser. Y también hemos de soltar cualquier imagen que nos hayamos hecho de Dios, conscientes de que es imposible hacernos una imagen de Quien Es todo.
Si en la oración te estás buscando a ti, al ídolo que de ti mismo has forjado, no estás orando. Hay que atreverse a soltar la imagen ilusoria de quien creemos ser. Y también hemos de soltar cualquier imagen que nos hayamos hecho de Dios, conscientes de que es imposible hacernos una imagen de Quien Es todo.
Porque el fariseo no está rezando a
Dios sino a la imagen que de Él se ha hecho. Lo ha pretendido convertir en un
contable al que hay que rendir cuentas de los propios méritos y ante el que hay
que ganar ventaja frente a los demás.
Lo importante es que sepamos ver en
nosotros estas actitudes farisaicas, a veces tan camufladas que resulta muy
difícil identificarlas, y que encontremos también a ese hombre interior humilde
y sincero, desapropiado de todo, que es capaz de orar.
Seguir el modelo de oración del
Maestro es nuevamente la clave. ¿Cómo oró Jesús? Nunca manifestó deseos
personales. Su oración fue de alabanza, acción de gracias y comunión. Cuando
pedía por los demás, era para mayor gloria de Dios y salvación de los hombres.
Si Dios sabe lo que necesitamos, ¿qué vamos a pedir?
En el Padrenuestro, la oración vocal
por excelencia, no hay deseos egoístas, sino una entrega real al Padre, un
ponerse bajo Su influencia para hacer Su voluntad. La oración sencilla, sin jactancia, sin complacencia ni
servilismo, directa y clara; ruegos tan auténticos y esenciales que
no pueden por menos que ser atendidos, si el que reza ha alcanzado ese nivel de
pureza y sinceridad.
Jesús es
el único que no tiene que negarse a sí mismo porque es el Sí mismo y, al mismo
tiempo, la humildad absoluta. Bienaventurado el
que no se escandalice de mí
(Mt 11, 6). Para no escandalizarse de Él hay que estar dispuesto a aceptar y
cumplir su Palabra totalmente, no solo en lo que nos resulta fácil porque no toca nuestra imagen o nuestra miserable "casita de muñecas".
Asumir su Palabra y hacerla vida en nosotros, exige un cambio radical. Los que se empeñan en defender su posición, su falsas creencias, o tal vez solo esos prejuicios que les hacen despreciar a los demás, seguirán escandalizándose de Aquel que no hace acepción de personas porque viene a salvar a todos, no solo a un grupo de escogidos, Aquel que frecuenta a pecadores, publicanos y prostitutas y denuncia la hipocresía de escribas y fariseos.
Asumir su Palabra y hacerla vida en nosotros, exige un cambio radical. Los que se empeñan en defender su posición, su falsas creencias, o tal vez solo esos prejuicios que les hacen despreciar a los demás, seguirán escandalizándose de Aquel que no hace acepción de personas porque viene a salvar a todos, no solo a un grupo de escogidos, Aquel que frecuenta a pecadores, publicanos y prostitutas y denuncia la hipocresía de escribas y fariseos.
¿De qué
sirven los esfuerzos personales y los méritos aparentes del que no puede
aceptar que todo es gracia, derroche generoso, don gratuito de
Dios? Si
recuperamos la inocencia esencial, nuestro será el derecho a participar en el
banquete eterno, aunque hayamos sido grandes pecadores. No en vano,
Jesús relató la parábola del fariseo y del publicano, para hacernos ver
quiénes serán los elegidos entre los muchos llamados. Porque es uno mismo el que se elige, vaciándose de sí mismo, dejado
atrás las vestiduras oscuras de la soberbia, la mentira, el egoísmo y la
tibieza, para poder llenarse del Sí mismo. www.diasdegracia.blogspot.com
SEPARACIÓN
Donde existe el ego, todo es infierno.
Y allí donde no existe
el ego, todo es paraíso.
Abu Sa’id
Aprende
la lección,
apréndela
ahora,
antes
de que la olvides y te creas
el
mayor o el mejor;
antes
de que el destino con sus leyes
te
apunte, en la fatídica
página
roja de su libro gris,
un
saldo deudor,
una
cita pendiente.
Bendito sea el Señor, Sergei Rachmaninov
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