Evangelio según san Lucas 23, 35-43
En aquel tiempo, las autoridades y hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro lo increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Cristo del Perdón, Luis Salvador Carmona
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Vi venir en las
nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó
ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas
lo respetarán.
Daniel 7, 14
Hay pasajes en los Evangelios, como el del domingo pasado, en los que el tono del Maestro puede resultar duro, sobre todo cuando habla del final de los tiempos y de lo que sucederá antes de que Él vuelva para juzgar a vivos y muertos. Pero Jesús quiere nuestra salvación y mucho más aún: restaurarnos a nuestra esencia original, la que Adán perdió.
¿Cómo va a ser juez implacable el que dio Su vida en rescate por todos y le abrió las puertas de su Reino a Dimas, el ladrón crucificado a su derecha? www.diasdegracia.blogspot.com . Hoy celebramos la Solemnidad que cierra el año litúrgico: Jesucristo, Rey del Universo, Uni-Verso, Uno, Único, el Verbo encarnado, muerto y resucitado para que todos seamos Uno en Él.
¿Cómo va a ser juez implacable el que dio Su vida en rescate por todos y le abrió las puertas de su Reino a Dimas, el ladrón crucificado a su derecha? www.diasdegracia.blogspot.com . Hoy celebramos la Solemnidad que cierra el año litúrgico: Jesucristo, Rey del Universo, Uni-Verso, Uno, Único, el Verbo encarnado, muerto y resucitado para que todos seamos Uno en Él.
Vivir
ya en el Reino pasa por morir a uno mismo,
negarse a uno mismo, para descubrir al Rey, y a los demás en Él. Solo así somos
capaces de amar, cuando podemos decir: "No yo, sino Cristo en mí" (Gálatas 2, 20). Es Él Quien ama en ti
y a Quien amas cuando sirves, ayudas, entregas tu vida por los que tienes
cerca.
¿Cómo
reina Jesucristo en el mundo? Él ha de ser rey de tu corazón, de tus
pensamientos de tu cuerpo, de tus bienes, de tu tiempo y de tu voluntad, de todo tu ser. Ha de ser el Señor de
tu vida, gobernando sobre ella, llenando de Su gloria y majestad todo, con su cetro, que no es de oro, sino que es Su Corazón traspasado en la cruz, su
corazón abierto dando vida.
No he de hacer, sino dejarme hacer en todo lo que soy, fui,
seré, tengo, tuve, tendré. Él va colonizando mi existencia, la llena de Sí ahora que Lo miro y Lo acepto y, desde este hoy eterno, coloniza también
mi pasado y mi futuro porque se lo doy todo.
Parece
demasiado maravilloso para ser cierto. La mente a veces se resiste a aceptar
que somos coherederos del Reino, con solo aceptarlo. Tan hermoso… y, aun así,
cierto, lo más real de nuestras vidas. Un Dios que se ha hecho hombre por
amor nos hace ciudadanos del Reino de la paz, el amor y la alegría.
Jesucristo,
Rey del Universo, y María, la Reina de todo lo creado, la que hizo posible el
Gran Milagro, con su Sí eterno. Ella nos quiere a su lado, por eso nos enseña a aceptar
y guardar todo en el corazón.
Celebramos al Rey mirándole, sintiéndole, escuchando Su Palabra, dando vida a Su Voluntad en nosotros, uniéndonos a Él en la Eucaristía que, junto con Su Palabra y Su Voluntad, es "el Pan nuestro de cada día" que pedimos en el Padrenuestro. Es lo más adorable, mucho más que las imágenes con cetro y corona con que representan al Cristo triunfal de la Parusía, porque aquí, ahora, en este vértice del tiempo que conecta con la eternidad, se ha hecho Pan de Vida para acompañarnos y alimentarnos, ir asimilándonos a Sí, mientras caminamos de regreso a la Casa del Padre.
Jesucristo, Rey del Reino eterno, reina también aquí, en la representación de este mundo que pasa, desde el trono invisible del Sagrario, el absoluto anonadamiento por amor. Inconcebible para la mente, lo sabe el corazón y lo comprenderemos cuando atravesemos definitivamente el velo que nos separa de lo que ni ojo vio ni oído oyó.
San Francisco de Borja, cuando tuvo que reconocer el cadáver descompuesto de la emperatriz Isabel, su bella y amada señora, pronunció las célebres palabras: "nunca más servir a señor que se me pueda morir". Y lo dejó todo, eligió servir al único Señor, el que no muere, el Único.
Son muchos los que se han atrevido a este cambio total de vida que consiste en no volver a vivir con la voluntad humana separada de la Voluntad Divina. Una de las primeras fue María Magdalena, que supo cómo el Rey puede hacer, de una prostituta, una princesa, si la "mujer vieja y perdida" se ha vaciado de sí y se ha llenado de Amor.
En la Magdalena Penitente de Pedro de Mena, vemos a María Magdalena contemplando a Cristo crucificado. Así reina Él sobre el corazón de quienes purifican sus días de ceguera y olvido. Y así quiero vivir, mirando cómo salva, libera y renueva, mirándome en Él. Por eso Santa Teresa de Jesús nos exhorta: no os pido más que Le miréis. Mirando a Jesús, descubro quién soy: tan miserable como para que haya tenido que sufrir tanto por mis pecados, y tan valiosa como para que haya pagado el precio de Su Vida por mí. Mirando a Jesús veo lo que he sido separada de Él y Lo que debo ser en Él.
Reconocer que Él es Rey nos hace súbditos de Su Reino. Un Reino que no es de este mundo, pero está en este mundo si dejamos de mirarnos a nosotros mismos para mirar a Cristo en la Cruz, en el altar, en la Eucaristía, en nuestro corazón cuando da vida a la Voluntad Divina y "ya no soy yo, sino Cristo Quien vive en mí". Porque, si somos tibios, Él es fiel, si somos débiles, Él es fuerte, si somos mezquinos, Él es generoso, si somos falsos, Él es verdadero.
Ante el Rey, solo cabe una actitud: mirarle con adoración, como Le mira Su madre en el Calvario. En su mirada se funden dolor y amor y nos enseña que adorar fortalece y da sentido al sufrimiento.
María, Reina y primera súbdita, maestra del sufrir adorando, del asombro dolorido y reverente, me recuerda que el Reino está dentro de mi corazón y me enseña a callar, a poner fin al parloteo y dispersión que suelen aprovechar los usurpadores para instaurar un reinado de sombras. Con ella voy perdiendo tierra y ganando cielo, como decía Sor Ángela de la Cruz.
María, la Madre y la Reina, va sanando las heridas del corazón, embelleciendo los dones, limpiándolos, perfeccionándolos para que sean del agrado del Rey que, aunque nos ama a pesar de todas nuestras miserias e imperfecciones, nos quiere transformar. Por eso dio Su Sangre y por eso reina en el Universo, para que mirándonos en Él, seamos reales en Su realeza. Si unimos nuestras cruces a la Suya, el sufrimiento es precio de Salvación, y cuando Él vuelva en gloria y majestad secará toda lágrima de nuestros ojos.
Celebramos al Rey mirándole, sintiéndole, escuchando Su Palabra, dando vida a Su Voluntad en nosotros, uniéndonos a Él en la Eucaristía que, junto con Su Palabra y Su Voluntad, es "el Pan nuestro de cada día" que pedimos en el Padrenuestro. Es lo más adorable, mucho más que las imágenes con cetro y corona con que representan al Cristo triunfal de la Parusía, porque aquí, ahora, en este vértice del tiempo que conecta con la eternidad, se ha hecho Pan de Vida para acompañarnos y alimentarnos, ir asimilándonos a Sí, mientras caminamos de regreso a la Casa del Padre.
Jesucristo, Rey del Reino eterno, reina también aquí, en la representación de este mundo que pasa, desde el trono invisible del Sagrario, el absoluto anonadamiento por amor. Inconcebible para la mente, lo sabe el corazón y lo comprenderemos cuando atravesemos definitivamente el velo que nos separa de lo que ni ojo vio ni oído oyó.
San Francisco de Borja, cuando tuvo que reconocer el cadáver descompuesto de la emperatriz Isabel, su bella y amada señora, pronunció las célebres palabras: "nunca más servir a señor que se me pueda morir". Y lo dejó todo, eligió servir al único Señor, el que no muere, el Único.
Son muchos los que se han atrevido a este cambio total de vida que consiste en no volver a vivir con la voluntad humana separada de la Voluntad Divina. Una de las primeras fue María Magdalena, que supo cómo el Rey puede hacer, de una prostituta, una princesa, si la "mujer vieja y perdida" se ha vaciado de sí y se ha llenado de Amor.
Magdalena Penitente, Pedro de Mena
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En la Magdalena Penitente de Pedro de Mena, vemos a María Magdalena contemplando a Cristo crucificado. Así reina Él sobre el corazón de quienes purifican sus días de ceguera y olvido. Y así quiero vivir, mirando cómo salva, libera y renueva, mirándome en Él. Por eso Santa Teresa de Jesús nos exhorta: no os pido más que Le miréis. Mirando a Jesús, descubro quién soy: tan miserable como para que haya tenido que sufrir tanto por mis pecados, y tan valiosa como para que haya pagado el precio de Su Vida por mí. Mirando a Jesús veo lo que he sido separada de Él y Lo que debo ser en Él.
Reconocer que Él es Rey nos hace súbditos de Su Reino. Un Reino que no es de este mundo, pero está en este mundo si dejamos de mirarnos a nosotros mismos para mirar a Cristo en la Cruz, en el altar, en la Eucaristía, en nuestro corazón cuando da vida a la Voluntad Divina y "ya no soy yo, sino Cristo Quien vive en mí". Porque, si somos tibios, Él es fiel, si somos débiles, Él es fuerte, si somos mezquinos, Él es generoso, si somos falsos, Él es verdadero.
Así lo expresa también Santa Teresa: “¡Oh Hijo del Padre Eterno, Jesucristo, Señor nuestro,
Rey verdadero de todo! ¿Qué dejasteis en el mundo? ¿Qué pudimos heredar de Vos
vuestros descendientes? ¿Qué poseísteis, Señor mío, sino trabajos y dolores y
deshonras, y aun no tuvisteis sino un madero en que pasar el trabajoso trago de
la muerte? En fin, Dios mío, que a los que quisiéremos ser vuestros hijos
verdaderos y no renunciar la herencia, no nos conviene huir del padecer.
Vuestras armas son cinco llagas” (Fundaciones 10, 11).
Nuestra Señora del Henar, s. XII
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Jesús
en el trono del regazo de su madre en el Santuario de Nuestra Señora del Henar, en Cuéllar. Ella es Trono del Rey y es también Reina. Majestades que se funden y se entrelazan por amor.
Ante el Rey, solo cabe una actitud: mirarle con adoración, como Le mira Su madre en el Calvario. En su mirada se funden dolor y amor y nos enseña que adorar fortalece y da sentido al sufrimiento.
María, Reina y primera súbdita, maestra del sufrir adorando, del asombro dolorido y reverente, me recuerda que el Reino está dentro de mi corazón y me enseña a callar, a poner fin al parloteo y dispersión que suelen aprovechar los usurpadores para instaurar un reinado de sombras. Con ella voy perdiendo tierra y ganando cielo, como decía Sor Ángela de la Cruz.
María, la Madre y la Reina, va sanando las heridas del corazón, embelleciendo los dones, limpiándolos, perfeccionándolos para que sean del agrado del Rey que, aunque nos ama a pesar de todas nuestras miserias e imperfecciones, nos quiere transformar. Por eso dio Su Sangre y por eso reina en el Universo, para que mirándonos en Él, seamos reales en Su realeza. Si unimos nuestras cruces a la Suya, el sufrimiento es precio de Salvación, y cuando Él vuelva en gloria y majestad secará toda lágrima de nuestros ojos.
103. Diálogos divinos, Hijos del Rey
“Aclamen
los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la
tierra. Vino una vez, pero vendrá de nuevo. Es su primera venida, pronunció
estas palabras que leemos en el Evangelio: “Desde ahora veréis que el hijo del
hombre viene sobre las nubes.” ¿Qué significa: “Desde ahora”? ¿Acaso no he de
venir más tarde el Señor, cuando prorrumpirán en llanto todos los pueblos de la
tierra? Primero vino en la persona de sus predicadores, y llenó todo el orbe de
la tierra. No pongamos resistencia su primera venida y no temeremos la segunda.
(…)
Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad. ¿Qué significan esta
justicia y esta fidelidad? En el momento de juzgar reunirá junto así a sus
elegidos y apartará de sí a los demás, ya que pondrá a unos a la derecha y a
otros a la izquierda. ¿Qué más justo y equitativo que no esperen misericordia
del juez aquellos que no quisieron practicar la misericordia antes de la venida
del juez? En cambio, los que se esforzaron en practicar la misericordia serán
juzgados con misericordia. Dirá, en efecto, a los de su derecha: “Venid,
vosotros, benditos de mi padre; heredad el reino preparado para vosotros desde
la creación del mundo. Les tendrá en cuenta sus obras de misericordia: “Porque
tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber” y lo que
sigue.
Y
a los de su izquierda ¿qué es lo que les tendrá en cuenta? Que no quisieron
practicar la misericordia. ¿Y dónde irán? “Id al fuego eterno.” Esta mala
noticia provocará en ellos grandes gemidos. Pero, ¿qué dice otro salmo? “El
recuerdo del justo será perpetuo. No temerá las malas noticias. ¿Cuál es la
mala noticia? “Id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” Los
que se alegrarán por la buena noticia no temerán la mala. Esta es la justicia y
la fidelidad de que habla el salmo.
¿Acaso,
porque tú eres injusto, el juez no será justo? O, ¿porque tú eres mendaz, no
será veraz el que es la verdad en persona? Pero, si quieres alcanzar misericordia,
sé tú misericordioso antes de que venga: perdona los agravios recibidos, da lo
que te sobra. Lo que das ¿de quién es sino de él? Si dieras de lo tuyo, sería
generosidad, pero porque das de lo suyo es devolución. ¿Tienes algo que no
hayas recibido? Estas son las víctimas agradables a Dios: la misericordia, la
humildad, la alabanza, la paz, la caridad. Si se las presentamos, entonces
podremos esperar seguros la venida del juez que regirá el orbe con justicia y
los pueblos con fidelidad.”
San Agustín
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