Evangelio según san Mateo 1, 18-24
La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José
y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del
Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería denunciarla, decidió
repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció
en sueños un ángel del Señor que le dijo: "José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene
del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús,
porque él salvará a su pueblo de sus pecados". Todo esto sucedió para que se
cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: "Mirad: la
virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que
significa «Dios con nosotros»”. Cuando José se despertó, hizo lo que le
había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.
El sueño de José, Goya
Virgen
indica alguien que está vacío de toda imagen extraña, tan vacío como cuando
todavía no era. (…) Si estuviera en el ahora, presente, libre y vacío, por amor
de la voluntad divina, para cumplirla sin interrupción, entonces verdaderamente
ninguna imagen se interpondría y yo sería, verdaderamente, virgen como lo era
cuando todavía no era.
Maestro Eckhart
Oh tú, alma noble, noble criatura, ¿por qué buscas fuera de ti al
que está en ti, todo entero, de la manera más real y manifiesta? Y puesto que
tú participas de la naturaleza divina, ¿qué te importan las cosas creadas y qué
tienes que hacer con ellas?
San
Agustín
Estamos
a punto de celebrar la Navidad, la venida de la Luz, el Sol
invicto, imagen de nuestro propio comienzo. Conmemorando el nacimiento de Jesús,
nos disponemos a alumbrar en nosotros el Niño Divino. Como recuerda Anselm Grün, la Navidad proclama: "no estás fatalmente
encadenado por tu pasado, por el recuento de tus heridas, ni eres el resumen de
tus fracasos ni de los sucesivos quebrantos sufridos en tu vida". Dios mismo
festeja con nosotros un nuevo comienzo, naciendo en nosotros. Y, al nacer Dios
en el corazón del ser humano, todo cambia y se transforma en Bien y en Bueno:
el pesebre se ilumina, la pobreza es un tesoro, el abandonado se ve estrechado
en un fuerte abrazo, el herido es sanado…
No
es metáfora, la Trinidad hace realmente morada en aquel que se ha
desprendido de todo, ha renunciado a lo ilusorio y perecedero y está listo para
experimentar el segundo nacimiento del que Jesús habló a Nicodemo. Nace así una nueva criatura, el antiguo “Adán” mortal se convierte en otro Cristo, resucitado e
inmortal. Y todo con el pecho inflamado en las llamas purificadoras del fuego sutil, el Amor, que nos transforma.
Enmanuel,
Dios con nosotros… La inmanencia puede ser tan espiritual y profunda como
la trascendencia. Dios no está más allá de nosotros, sino con nosotros, en
nosotros. Ignorarlo es olvidar nuestra esencia, el Nombre que somos, que está
en el fondo del alma y es trascendencia divina que se hace inmanente. www.diasdegracia.blogspot.com
Volver al Nombre, hacer realidad el Yo
Soy, es regresar al Paraíso antes
de la Caída, y vivir ya en el Reino. Es recordar que lo femenino y lo masculino forman parte de cada ser humano,
para celebrar los esponsales espirituales que nos hacen semejantes a Dios.
Es el femenino interior el encargado de la maternidad esencial, la que, para el Adán que somos,
consiste en alumbrarse a sí mismo, dar nacimiento al hijo interior. Porque, según san Basilio, el hombre es una
criatura que ha recibido la orden de convertirse en Dios. En el mismo sentido, san
Cirilo de Alejandría dijo: si Dios se ha hecho hombre, el hombre se ha hecho
Dios.
Pero volver al Paraíso no es el Camino,
es el sendero que nos lleva al inicio del Camino y nos pone en condiciones de
emprenderlo. Es ahora cuando vamos hacia un estado en que ni
ojo vio ni oído oyó. Porque la regeneración humana es una historia de amor
inefable que el espíritu necesita expresar pero no puede, mientras siga
confinado en este plano de límites y entropía. El Cantar de los Cantares es quizá
el intento más logrado de cantar ese Amor divino, ese Dios con nosotros y en
nosotros, que nos unifica y nos recrea, nuevos y libres.
No
hay nada capaz de superar ese encuentro atemporal, no hay mayor tesoro, ni más
digna ambición para el hombre y la mujer, nacidos para gestar dentro de
sí mismos el verdadero Hombre y la verdadera Mujer, unidos indisolublemente por
toda la eternidad, mientras las sombras pasan, mientras las sombras siguen
pasando.
El
Verbo encarnó; nosotros también hemos de encarnar en nuestro cuerpo,
encontrando ese cuerpo profundo donde es posible el Misterio. Lo que nos
conecta con el cuerpo sutil, llamado a perdurar cuando el polvo vuelva al polvo,
es un mecanismo que a fuerza de no usarlo se nos ha oxidado y que tiene que ver
con rendición, con apertura y acogida, con dejarse hacer, con inocencia esencial y confianza. Hay
que “aceitarlo” para que funcione de nuevo y podamos unificarnos con lo Real
que somos. Y, al volver a la Fuente de la Vida, es posible el alumbramiento de uno mismo a sí mismo
a otros niveles de consciencia.
Es en lo cotidiano, en el discurrir de la historia, donde lo trascendente se hace inmanente. Si contemplamos
el evangelio de hoy desde la figura de José, constatamos su bondad y
coherencia. Se diría que, después de María, es el primer discípulo de Jesús, al
que cuidará y amará como hijo y como Dios. José antepone el amor frente a la
ley, incumple la norma por amor a su prometida, aunque tenga el corazón roto y
confundido. Por eso será recompensado al ciento por uno.
Imitemos a María y a José en su inocencia
y en esa audacia libre de prejuicios y condicionamientos. Trabajemos para
alcanzar la virginidad espiritual, que es
apertura, disponibilidad de mente, corazón y cuerpo. Porque ser virgen
significa ser nuevo, sin pasado, sin proyecciones, sin carga, sin lastre… Virginal
es quien no se dispersa y aprende a conectar con una alegría que está
más allá de los placeres mundanos, un gozo superior a cualquier goce, y todo
sin represión o rigidez, sin tristeza o cobardía, logrando ser cada vez más
dueño de sí mismo para poder entregarse por entero (si no te tienes, no puedes
darte) a Aquel que obra el gran milagro, Aquel que está viniendo si nosotros
vamos hacia Él.
Porque la clave para
vivir bien la Navidad es, además de la virginidad espiritual, la confianza, ser conscientes de que solos no podemos
hacer nada, abrirnos y aceptar que se haga Su Voluntad en nosotros. Y callar, para que
en el silencio del corazón, libre ya de ruidos, de palabras inútiles, del bullicio de los vanos
deseos, pueda encarnar la Palabra.
Oratorio de Navidad, Camille Saint-Saëns
En La
realidad interior, Thomas Merton nos presenta a Jesucristo como Camino y
Puerta hacia la unidad y la plenitud, e incide y profundiza en algunas de las
intuiciones que hemos ido esbozando:
Los Padres griegos creían que antes
de la Caída ,
Adán y Eva eran real y literalmente dos personas en una sola carne, es decir,
un solo ser. Aquella naturaleza humana, unida a Dios, era absoluta y completa
en sí misma. Pero después de la
Caída el hombre se dividió en dos y a partir de entonces
intentó recuperar su unidad perdida por medio del amor sexual. Pero este deseo
siempre se frustra por culpa del pecado original. El fruto del amor sexual no
es la perfección, ni la totalidad, sino el nacimiento de otro Adán o de otra
Eva frágiles, exiliados e incompletos. El hijo a su vez llega a la adultez y,
devorado por el mismo viejo anhelo de sentirse completo, se casa, repite el
mismo oscuro misterio del amor y la desesperanza, da a luz a nuevos seres
incompletos y frustrados y, al final, muere incompleto.
Pero la venida de Cristo ha
exorcizado la inutilidad y la desesperanza de los hijos de Adán. Cristo ha
desposado a la naturaleza humana, ha unido al hombre y a Dios en Sí mismo, en
una Persona. En Cristo se alcanza la plenitud para la que nacimos. En Él ya no
existe más el casarse o el entregar a alguien en matrimonio. Pero en Él todos
son uno en la perfección de la caridad.
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