Evangelio
según san Mateo 11, 25-30
En aquel tiempo, exclamó
Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí,
Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie
conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel
a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados
y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es
llevadero y mi carga ligera.»
Dos amores fundaron, pues,
dos ciudades, a saber: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena;
y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial.
La primera se gloría
en sí misma; la segunda, se gloría en el Señor.
San Agustín
Los sabios y entendidos
del mundo no pueden pasar por la «puerta estrecha», ese umbral invisible, que
da acceso al Reino. Los pequeños, los sencillos son capaces de encontrar el
camino de retorno, desde el exilio a la tierra prometida, a nuestra esencia
original, anterior a la caída que la soberbia provocó.
Los sabios y entendidos han
olvidado que Dios les ama y que ellos han sido creados para corresponder a ese
amor. Escogen la separación, el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal y
caen en la eterna tentación de Adán y Eva, alejándose de la Sabiduría. Los
pequeños, los sencillos conocen la voz del Buen Pastor y la Puerta que lleva a
los verdes pastos, en cuyo centro está el Árbol de la Vida.
El pequeño, el humilde y sencillo,
se ha liberado de las cadenas de la mente, que se disfrazan de conocimientos,
saberes, ideologías…, ha soltado incluso la necesidad de hacer y de saber. Es
la muerte del ego, el renunciar al mundo para ganar el alma, el perder la vida
para ganar la Vida, el morir a uno mismo para nacer al Sí mismo.
Ser como los pequeños que
menciona Jesús en el Evangelio de hoy es recuperar la infancia espiritual, y
hacerse como niños para entrar en el Reino. En este camino descendente de
regreso a la inocencia, seguir al Maestro manso y humilde de corazón que nos
guía.
Es hora de abrir los ojos,
encontrarnos con la mirada amorosa de Jesús que nos ofrece alivio y descanso,
Verdad y Vida. Ese es el Camino de santificación: unirnos al único Santo, el
único Bueno, para encontrar en Él el verdadero nombre de cada uno, escrito por
Dios antes de los tiempos. Porque la eternidad es más que tiempo infinito,
mucho más que “sin tiempo”, es Conocimiento, pero no intelectual, sino Conocimiento
que empieza por la intimidad y sigue por la unidad con la Fuente de toda
Sabiduría, la Palabra viva y eficaz.
Los que quieran ser santos
al modo humano que sigan preocupándose de hacer, lograr y acumular méritos. Los
que solo anhelen Ser en Cristo, el único Bueno, que nos brinda paz y consuelo, que
sean tan humildes, tan pequeños y tan sabios como el campesino analfabeto que
admiró al cura de Ars, porque su grado de confianza e intimidad con el Señor en
el Sagrario le permitía mirarle, ser mirado por Él y estar “contento”, es
decir, adentrarse en la eternidad.
Nosotros no somos tan
sabios como aquel campesino de corazón de niño y alma translúcida. Por eso
nuestra tarea consiste en soltar, dejar lo que no somos, abandonar con alegría
lo que nos impide recibir lo que el Hijo quiere darnos: todo lo que le ha dado
el Padre, esto es Todo.
El precio de la vida
eterna es lo que creemos ser y la recompensa es unirnos a Jesús, que nos
conduce a la verdadera Semejanza. Esto es, el premio es ser en Él, con Él y
como él. www.diasdegracia.blogspot.com
Ante tal esperanza, ¿qué
responder a la invitación que Jesús nos hace en el Evangelio de hoy? Los
pequeños y sencillos, los pobres de espíritu saben que la única respuesta es el
Fiat, el sí definitivo, la entrega total a la Voluntad de Dios. Los falsos
sabios y entendidos del mundo ni siquiera escucharán al Maestro, seguirán inmersos
en sus afanes y a los reclamos del mundo, atentos a esas luces de neón que les
mantendrán para siempre alejados de la verdadera luz, sin darse cuenta de las
tinieblas que ya se ciernen sobre el mundo.
Cuando el hombre se
humilla, Dios en su bondad, no puede menos que descender y verterse en ese
hombre humilde, y al más modesto se le comunica más que a ningún otro y se le
entrega por completo. Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad y
su bondad es su amor. Toda la pena y toda la alegría provienen del amor.
Maestro
Eckhart
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