11 de febrero de 2023

La ley escrita en el corazón

 

Evangelio según san Mateo 5, 17-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe, será grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la gehenna del fuego.  Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y luego vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo. Habéis oído el mandamiento “no cometerás adulterio”. Pues yo os digo: todo el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echando entero en el abismo. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al abismo. Está mandado: “El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio”. Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer –no hablo de unión ilegítima– la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio. Sabéis que se mandó a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro uno solo de tus cabellos. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.”

 Sermon de Fra Angelico
                                               El Sermón de la Montaña, Fra Angelico

Quiso dar, ante todo, a quienes le escuchaban, la idea de que el verdadero Reino de Dios se abría en el temblor del alma y en la voluntad de perfeccionamiento. 
                                                                                                  Daniel Rops

Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras.
William Shakespeare

Después de proclamar las Bienaventuranzas y proponernos ser “sal” que da sabor y “luz” que alumbre a todos, Jesús sigue ofreciendo la enseñanza del Sermón de la Montaña, cuyo centro es la sinceridad, la coherencia y la pureza de corazón que permite amar. Comprendemos cómo es más importante la intención de perfeccionarse que la propia perfección.

La primera lectura de hoy (Eclesiástico 15, 16-21), subraya la libertad de elegir que Dios nos otorga, y deja claro que lo que Él detesta es la falsedad (ni deja impunes a los mentirosos), la perversión del corazón. Cuando dice que los ojos de Dios lo ven todo, no está amenazándonos, sino proponiendo el camino de la sencillez y la coherencia.

Por eso, el Salmo 118 canta: dichoso el que camina en la voluntad del Señor. Sobre este caminar junto a Él, dice David Steindl-Rast: “Podríamos haber esperado que Dios dijera “ponte de pie” o "arrodíllate” o “póstrate delante de mí”. No; “camina” es la palabra. El caminar demanda más confianza, más valor. Caminar implica riesgo, y la fe crece con el riesgo.” Caminar en la voluntad del Señor exige equilibrio, constancia, fidelidad, deseo de llegar a la Meta y amor por el camino. La audacia en el corazón es fundamental, unida a la confianza, una actitud limpia y un propósito claro.

La segunda lectura (1 Corintios 2, 6-10) muestra cómo los príncipes de este mundo quedan desvanecidos, porque su sabiduría es falsa, son tinieblas que no reciben la luz, están en la separación, pues han rechazado ellos mismos el amor. Para los sinceros, de corazón puro, de actitud clara, que caminan en la voluntad del Señor, está predestinada la sabiduría divina, la maravilla inefable.

Si nos quedaba algo de temor después de la primera lectura, San Pablo hace que se esfume, recordándonos que Dios ha dispuesto todo para nuestra gloria antes de los siglos y que es inimaginable lo que ha preparado para los que le aman. Porque el verdadero mandamiento: el amor, supone un requisito previo: no temer, pues amor y temor nunca van unidos.

Amar a Dios… ¿Cómo se Le ama? Acabamos de verlo: viviendo en Su voluntad, caminando en Su presencia, confiando en Él. Es la Ley del Amor a Dios y a los hermanos, que incluye y trasciende todos los mandamientos, con la sutileza y perfección del corazón. Es la sabiduría del Reino, no la falsa sabiduría del mundo y sus trampas y falacias.

En el Evangelio que hoy contemplamos, Jesús se nos muestra con una autoridad nunca antes vista, superior a la propia Ley. Quiere sacudir nuestras conciencias, y lo hace a través de las famosas antítesis basadas en la hipérbole, propia del pensamiento oriental. El ojo y a la mano que son “ocasión de pecado” simbolizan los deseos torcidos, las intenciones perversas, que hay que extirpar implacablemente del corazón.

Profundiza en el mandamiento No matarás” (Éx 20, 13 y Dt 5, 17), para subrayar el respeto y el amor que nos debemos unos a otros. Quiere que entendamos que ese amor está por encima de todo reglamento y prescripción, por encima incluso de la religiosidad oficial y exterior.
 
Sobre el antiguo precepto de no jurar, Jesús quiere subrayar la necesidad de ser sinceros, transparentes y fieles a la verdad. El hombre que camina en presencia de Dios no tiene que justificarse ni defenderse de nada ni de nadie, por eso no tiene que utilizar el lenguaje como una excusa o un medio de protección de su propia imagen. Camina en la Verdad, y la Verdad le hace libre y le asienta en su identidad profunda. 

Frente a normas huecas, prescripciones tantas veces vacías de contenido, Jesús nos propone el discernimiento basado en el amor y la sinceridad,  la búsqueda de la Ley interior, que es la del corazón. Antes de Él, se nos hablaba de prohibiciones, cumplimientos y reglas externas, Jesús hablará de la transformación interior necesaria y previa para poder cumplir la Ley fundamental, el mandamiento del amor.

La ley del Antiguo Testamento es el cimiento firme y necesario de la religión, que se plasma en preceptos, ritos y fórmulas. El peligro consiste en no ver más allá, quedarse a ras de suelo sin profundizar ni avanzar. Porque estamos llamados a vivir desde nuestra verdadera esencia, que es la unión indisoluble con Dios, la correspondencia de Amor para la que fuimos creados. Comprendemos el sentido de la verdadera oración (Mt 6, 5-8) y lo que significa adorar en espíritu y en verdad (Jn 4, 23-24). Se trata de vivir esa unión para ser fieles al Mandamiento del Amor.

Si logramos vivir en la Divina Voluntad, viviremos ya la vida eterna. Solo en Comunión con Jesús, fieles a Su Vida en nosotros, podemos vivir con verdad y valor, honestidad y coherencia, y logramos eso tan difícil para un mundo de justificaciones, autodefensa y verborrea: decir sí, cuando es sí, y no, cuando es no. Hay tanta palabrería vana, tanta dispersión dialéctica en nuestras vidas, que a veces parece incluso hacernos olvidar nuestro Ser verdadero.

Jesús nos presenta un nuevo nivel de mandamientos acorde con ese Ser que quiere devolvernos. Nada de medias tintas: excelencia, perfección, pero no como la del mundo, sino como la del Reino, basada en la coherencia, la intención y la pureza de corazón. Porque es en el corazón donde nace todo: lo bueno, lo malo, lo que mancha, lo que limpia... Se acabaron las mediocridades y la hipocresía; estamos llamados a la perfección, esto es, a la Santidad Divina. www.diasdegracia.blogspot.com 

De ahí lo de no saltarse ni una letra ni una tilde. Se nos pide un cumplimiento total, pero no en la forma, vacía tantas veces de contenido, sino en el fondo, donde brota la fuente del amor. Por eso ya no son necesarias las justificaciones, y nos basta decir sí o no. Todo lo demás viene del maligno, del embaucador, del incoherente, del mentiroso, del separador… Y es dentro de cada uno donde se le vence, aunque a veces nos parezca verle fuera, otra forma de seguir justificándonos. 

Decir "sí" o "no", sin ambigüedades ni malos entendidos, valientes y libres, consecuentes con nuestra esencia, que es la Voluntad Divina obrante en la criatura, que se deja transformar porque sabe que es Dios Quien lo hace todo y nosotros los que le dejamos hacer. En esa disponibilidad, esa entrega plena, se encuentra la perfección.

Como San Pablo, gloriémonos en nuestra debilidad, con la alegría y la confianza del que sabe que hay Alguien que completa, restaura, perfecciona todo, toma las distorsiones e incoherencias del pasado y las transforma en coherencia y acierto, obra cumplida y completa. Solo Él tiene Palabras de Vida; alimentémonos de ellas, soltando el ruido vano de la palabrería vana, que confunde y entretiene, impidiéndonos caminar en Su voluntad, Su presencia, Su verdad, que es Amor. Y recordando siempre que el imperativo que más a menudo aparece en los Evangelios en boca de Jesús es: "No tengáis miedo". 

 
17. Diálogos Divinos. ¿Somos dignos de la Santidad Divina?

              ¿Por qué la primera Ley, escrita por el dedo de Dios (Ex 31,18), no dio este socorro tan necesario de la gracia? Porque fue escrita sobre tablas de piedra, y no sobre tablas de carne, que son nuestros corazones (2Co 3,3).
              Es el Espíritu Santo el que escribe, no sobre la piedra, sino en el corazón; "la Ley del Espíritu de vida", escrita en el corazón y no sobre la piedra, esta Ley del Espíritu de vida que está en Jesucristo en el que la Pascua ha sido celebrada con toda verdad (1Co 5,7-8), os ha librado de la ley del pecado y de la muerte.
              ¿Queréis una prueba de la diferencia evidente y cierta que separa el Antiguo Testamento del Nuevo?... Escuchad lo que el Señor dijo por boca del profeta: "Grabaré mis leyes en vuestras entrañas, y la escribiré en vuestros corazones" (Jr 31,33). Si la Ley de Dios está escrita en tu corazón, no produce miedo (como en el Sinaí), sino que inunda tu alma de una dulzura secreta.
                                                                          
                                                                                                             San Agustín

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