4 de febrero de 2023

La misma luz


Evangelio de Mateo 5, 13-16

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

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La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Juan 1,5 

La luz es Jesús; nos lo dice Él Mismo: Yo soy la luz del mundo (Juan 8,12). Luz que revela al Padre (Juan 1,18) y libera al mundo de la oscuridad (Juan 12,46), porque esa luz ha brillado en las tinieblas (Juan 1,4). Si, además, como leemos en el Evangelio de hoy, nos dice que nosotros somos la luz del mundo, nos está invitando a ser en Él otra luz, la misma Luz.

En la profecía de Simeón que leíamos el jueves pasado, Jesús es presentado como "luz para alumbrar a las naciones". Si la luz es Jesús, la tiniebla es el mundo, que no Lo ha recibido. De ahí que la condena del mundo sea precisamente por no recibir a Jesús: "La causa de la condenación consiste en que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz porque sus obras eran malas." (Juan 3,19).

La Salvación es lo opuesto: preferir la luz a las tinieblas, porque la reconocemos y damos testimonio de ella con nuestras obras. Rechazar la Luz es condenarse y ese rechazo viene acompañado de malas obras. Acoger la Luz es salvarse y convertirse en la misma Luz de Cristo, para que lo escondido se vea, las obras de Jesús sean nuestras obras (ya que Él rehízo las nuestras) y demos Gloria al Padre. Un intercambio de vidas, una intimidad completa entre Dios y su criatura

Es esa "vuelta de tuerca más" que nos hace comprender que, además de reconocer y aceptar la Luz, que es Jesús, hemos de ser Luz en Él, con Él y por Él. Llegamos así a la verdadera caridad, el verdadero amor, sobre el que reflexionaremos próximamente.

La luz solo se ve si hay algo que la refleje. Hemos de ser más que reflejo de la Luz que es Jesús: que quien nos mire Le vea, y quien Le mire nos vea, porque seamos en Él; vidas fusionadas por amor.

Es la luz del amor divino, que desde la Redención es amor-dolor-amor, fuego purificador que quita la escoria y ennoblece el oro que somos en Cristo. Luz de aceptación y más, de fusión completa, luz de muerte-Vida porque sin morir a la voluntad humana que nos hizo caer y nos separa de la Voluntad Divina, no podemos vivir. Y en cambio, en esa Voluntad asumida, vivimos, nos movemos y existimos.

Ya apenas nos atraen los colores en los que se refleja la luz del sol físico. Queremos los colores que pinta en el alma Jesús, Luz del mundo, que, además, bendita añadidura, incluyen los colores de la Creación, la materia iluminada. Es hora de exponernos a los rayos del Sol de la Divina Voluntad, Jesús, vida nuestra, para que nos quite todo lo que nos tenga que quitar, esto es, cuanto hemos vivido, proyectado y amado con nuestra voluntad humana separada de Su Voluntad Divina. 

Como la luz solo se ve si hay algo que la refleje, la sal sólo se gusta en el alimento. Somos la sal del alimento de vida que es Jesús, y, al mismo tiempo, Jesús es la sal del alimento de vida que estamos llamados a ser. Y si esta sal que da sabor y protege de la corrupción escuece en las heridas interiores que todos tenemos, sabremos que estamos sanando, regenerando los tejidos del alma que quiere mirarse en Jesús y reconocerse.  

                                                 191. Diálogos Divinos. Intercambio de vida

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