Evangelio de Juan 1, 29-34
En
aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Este es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije:
“Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes
que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea
manifestado a Israel”. Y Juan dio testimonio diciendo: “He contemplado al
Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo no lo
conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien
veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar con
Espíritu Santo”. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo
de Dios”.
Que
sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean
completamente uno.
Juan, 17, 22-23
Desde
que conocí la Unicidad,
Me
fundí en el fuego de la alegría.
Ansari
El domingo pasado nos experimentamos
como Hijos amados, predilectos del Padre, llenos de su Espíritu para dar
testimonio de la Buena Nueva: que Dios es Amor, unidad acogida para todos. Como
dice el papa: “A menudo nos comportamos
como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es
una aduana, es la casa del Padre donde hay lugar para cada uno con su vida a
cuestas”.
Qué oportunas las lecturas de hoy para
iniciar la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Todas hablan de
escucha y llamada de acogida y disponibilidad de salvación universal,
universalidad y unidad en el origen, el propósito y el retorno. Unidad en Alfa
y Omega, que es Cristo.
Cada
oración por esa unidad tan necesaria será un paso o un peldaño, pero hacen
falta muchos pasos y peldaños, muchos corazones abiertos y sinceros, para que
desaparezca la ilusión de ser diferentes y estar separados. Cuando los
cristianos superemos prejuicios y fanatismos, rigidez e intolerancia, soberbia
y fariseísmo, viviremos la Unidad esencial del Evangelio.
Porque Jesús sumerge en las aguas al viejo Adán, y al salir del
agua, eleva con él a todo el universo, divinizando al ser humano y abriendo el
Reino de Dios para todos. Comienza la nueva creación, un mundo nuevo, no regido ya por la ley sino por el Amor. Pasamos
así del Antiguo Testamento al Evangelio, de la antigua a la Nueva Alianza, del
símbolo a lo Real. Por eso dice San Pablo: "...os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo y en todos." (Col 3, 9-11).
Pasamos de la separación
y el egoísmo a la Unidad, mirándonos en Jesús, viéndonos en Él, conociéndonos en Él. Cristo no está dividido,
y los que decimos ser sus seguidores tampoco podemos estar divididos. El fuego
que trae el Espíritu fundirá las diferencias para que seamos Uno, como El Hijo
y el Padre son Uno. El Espíritu Santo y el fuego con que Cristo nos
bautiza van transmutando en espíritu todo lo que es puramente material, en luz
las sombras, en paz los conflictos, en gozo el sufrimiento.
Ver, dar testimonio, conocer... Son las claves del Evangelio de hoy y del camino cristiano. El que ha visto puede dar testimonio. Pero ver con los ojos no es conocer, para conocer es necesario mirar más allá del sentido físico, mirar con el corazón, el único que, mirando, ve y conoce y vive la alegría y la confianza en plenitud. Solo así se puede cumplir la Voluntad del Padre, que es otra de las claves de las lecturas de hoy.
Un verdadero cristiano, que ha experimentado en su corazón la comunión con el Padre y con sus hermanos, no puede someterse al miedo ni dejarse amedrentar, sino que vive alegre y confiado, sin dejar de velar, pues no sabemos el día ni la hora.
Velar, vigilar, estar atentos para cumplir Su Voluntad y seguir amando hasta el final, porque la ley ha sido completada y perfeccionada por el amor y donde hay amor no hay miedo. El cristiano puede ver su rostro en el de Jesús, practica el “mira que te mira”, como exhortaba a sus hermanas Santa Teresa. Confluencia de miradas, fusión de propósitos y amores, fuente de dicha y semilla de la Unidad plena, por la que esta semana rezamos.
Ponerse a tono con la Mente Infinita, sosegarse y saber que Él es Dios, como canta el Salmo 46, 10, que repito como un mantra desde este verano, vivir en la Presencia de Jesucristo,
cumplir Su voluntad para que el Padre y Él hagan morada en nosotros..., son otras claves de las lecturas de hoy, y todas hacen
referencia a la misma realidad, esa Comunión que nos libera de lo que no somos, y nos recuerda nuestra esencia de Hijos amados, predilectos.
Un verdadero cristiano, que ha experimentado en su corazón la comunión con el Padre y con sus hermanos, no puede someterse al miedo ni dejarse amedrentar, sino que vive alegre y confiado, sin dejar de velar, pues no sabemos el día ni la hora.
Velar, vigilar, estar atentos para cumplir Su Voluntad y seguir amando hasta el final, porque la ley ha sido completada y perfeccionada por el amor y donde hay amor no hay miedo. El cristiano puede ver su rostro en el de Jesús, practica el “mira que te mira”, como exhortaba a sus hermanas Santa Teresa. Confluencia de miradas, fusión de propósitos y amores, fuente de dicha y semilla de la Unidad plena, por la que esta semana rezamos.
LUZ DE LA
MEMORIA
Aún no se ha manifestado lo que
hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él,
porque lo veremos tal cual es.
1 Juan 3, 2
Mirad
que os mira.
Sta. Teresa de Jesús
Como si del invierno nos quedara
la
piel entumecida y la querencia
al
cálido rincón, nos olvidamos
muy
pronto de que somos primavera
que
a veces se disfraza, juguetona,
para
que las semillas cojan fuerzas
antes
del resplandor que enciende mayo.
Parecemos ramas secas,
a
punto de quebrarse, pero dentro
se
renueva la savia,
sin
creerse la muerte ni el cansancio.
Existir,
sabiendo que existimos,
mirar,
recordando que miramos
y
nos mira,
sentir,
con la conciencia de sentir,
vigías
siempre atentos
a Lo
que Es.
Descubrir dónde estamos
y estar ahí, solo ahí,
dejando
que la luz de la memoria
enfoque
la mirada,
nos
guíe y nos alumbre hasta encontrar
el
centro, el sentido de vivir,
para
en él sumergirnos
y
aparecer.
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