Evangelio según san Lucas 11,1-13
Una vez que estaba Jesús orando en
cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan
enseñó a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre,
santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan
cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a
todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”». Y les dijo: «Suponed
que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice:
“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no
tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes;
la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo
levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser
amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto
necesite. Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis,
llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y
al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez,
le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un
escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que
le piden?».
La Creación (detalle), Miguel Ángel
Yo te invoco, oh Dios, porque tú
me respondes.
Salmo 17,6
Después de enseñar el
Padrenuestro a sus discípulos, Jesús subraya la necesidad de perseverar en
la oración, con la parábola del amigo
inoportuno.
En otra parábola del mismo evangelista (Lucas 18, 1-8), Jesús insiste en enseñarnos la eficacia de la oración constante. La actitud del juez inicuo hacia la viuda insistente, como la del "amigo" ante el pedigüeño inoportuno, es
la contrapuesta a las entrañas de misericordia del Padre. Con estas dos parábolas,
Jesús nos muestra cómo funcionamos en el mundo, para que comprendamos que el
Reino no tiene nada que ver con nuestros afanes mezquinos y egoístas.
Los Evangelios nos ofrecen muchos
ejemplos personales de esa insistencia necesaria, como la cananea, modelo de fe,
perseverancia y humildad. (Mt, 15, 28); o como el centurión, claro y directo en
su petición y en la expresión de fe que la sostiene (Lc 7, 1-10).
El sentido más profundo de esa
constancia no es que Dios sea reticente o
indiferente. El sentido tiene que ver contigo y conmigo. Si tenemos en cuenta
solo a Dios, las súplicas que Le dirigimos no tendrían ninguna razón de ser porque Él
sabe lo que necesitamos mejor que nosotros mismos (Mt 6, 8), y porque no podemos
sobornarlo, manipularlo o transformar Su voluntad.
Si soy capaz de confiar a
Dios todo lo que me inquieta o anhelo, lo estoy ya transformando en mí, porque
orando me elevo y sublimo lo que pido, siento, espero, lo pongo en
comunicación con lo Verdadero, donde germina la respuesta ante la
mirada misericordiosa del Padre, que es todo lo contrario del juez
de la parábola.
La oración perseverante no es útil o
necesaria para Dios, pero sí para el ser humano. Es ponernos bajo Su
voluntad y entregar la nuestra, tan pobre e inútil. Añadir: “no se haga mi voluntad, sino la Tuya” (Lc 22, 42),
como nos enseña Jesús, legitima cualquier petición sincera, confiada y humilde.
La insistencia en la oración no se
refiere, por tanto, a repetir una y mil veces las peticiones, como si Dios fuera
sordo o indiferente a nuestras necesidades, sino a la necesidad de orar
siempre, vivir en estado de oración, esto es, de comunión continua con Dios.
Esa es la meta, vivir en oración, vigilantes, con la mano en alto, como vemos
que hace Moisés en la primera lectura (Éx 17, 8-13). Con la oración continua,
acabas convirtiéndote en lo que oras, como en el precioso relato de El Peregrino
ruso.
Cuando se llega a la unión total, si
es necesaria una oración de petición (por uno mismo, como hemos visto, no por Dios), bastaría decirlo una vez, porque se está
en la Palabra. Entonces, si basta pedirlo una vez con absoluta confianza,
sinceridad y pureza, ¿para qué insistir? Porque llevamos tesoros en vasijas de
barro y, aunque a veces consigamos esa plenitud que solo puede dar la unión con
Dios, volvemos a caer. Nos lastran el mundo y sus reclamos y tantas sombras
interiores que aún no hemos logrado iluminar permanentemente. De ahí la
importancia de ser fieles y constantes, orar siempre, hacer de la vida oración,
intentando permanecer en ese estado de Comunión.
Este vivir velando no es igual para todos. El que ha alcanzado la purificación y lucidez necesarias para caminar junto al Maestro y es consciente de esa comunión, ¿qué va a pedir? Todo lo considera pérdida o
basura, con tal de ganar a Cristo (Filipenses 3, 3-8). Porque lo mejor, lo que da el
Padre, lo que hay que pedir es el Espíritu Santo (Lc 11, 11-13). Todo ruego ha de vincularse a este
bien supremo. Primero el Reino, que es Él, su amor infinito que nos llena, nos
transforma y nos salva. Primero el Reino y lo demás siempre vendrá por
añadidura, porque todo lo bueno y necesario viene de Su amor.
Existe un nivel
superior de oración, que Jesucristo no podía enseñar a todos con las parábolas,
que enseñó a los apóstoles, y que Juan, recostado en su pecho, comprendió como
ninguno (Jn 16, 23-27). Solo desde ese amor integrado se puede realmente pedir en Su Nombre, porque se vive en Él, y Él mora en el corazón del verdadero discípulo. Los que viven en esta oración de
comunión, de amor perfecto, no conciben otra petición que el fiat, hágase en mí Tu voluntad y si,
como el mismo Jesús, a veces piden por aquellos que aman (Jn 17, 9, 24), es en el marco de
esta sumisión voluntaria y gozosa a la voluntad del Padre. Por eso la oración sincera siempre es
atendida. Que las peticiones son escuchadas queda bien subrayado en los
evangelios (Mt 21, 21, Lc 17, 6, Mc 11, 24, Mc 9, 23, Jn 15, 7).
¿Cómo pedir para recibir? ¿Cómo llamar para que nos abran? ¿Cómo buscar para hallar? (Lc 11, 9) ¿Con qué actitud? ¿Desde dónde? ¿En qué estado? Sosiégate y sabe que Yo soy Dios (Salmo 46, 11). Cuando logras que el significado de esta frase se haga vida en tu interior, permites que Él se exprese en ti y en tu vida, que actúe a través de ti. Sin embargo, cuando tratamos de manipular o utilizar a Dios, no estamos hablando con Él, sino con uno de esos ídolos que nos alejan de Su gracia.
Escucha,
Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno (Dt 6, 4). Es el hombre el que tiene
que prestar atención, vigilar y escuchar, mantenerse siempre atento y receptivo,
consciente de Dios, evitando las dispersiones, los cantos de sirena del
Adversario, que está siempre dispuesto a confundirnos y distraernos de lo
esencial.
Por eso es necesario orar siempre, perseverar en la oración, no para
que Dios capte nuestro mensaje y nos dé "acuse de recibo" de nuestra solicitud, sino para que nos mantengamos en guardia
frente a lo que nos aparta de Él, verticales, con la mirada y el corazón hacia
la meta, que es la Unión definitiva. www.diasdegracia.blogspot.com
Porque toda oración de petición
sincera acaba desembocando en la única petición necesaria: que se haga en mí Su
voluntad, que yo sea capaz de permitirle hacer Su obra en mí, sin interferencias,
sin deseos mundanos, sin reservas ni búsquedas que no sean la única búsqueda
legítima, como diría Tauler, la búsqueda
pura y simple de Dios.
94 Diálogos Divinos. Oración en Divina Voluntad
¿Qué derecho tenemos nosotras a ser escuchadas? Nuestro deseo de paz es, sin duda, auténtico y sincero. Pero, ¿nace de un corazón totalmente purificado? ¿Hemos rezado verdaderamente “en el nombre de Jesús”, es decir, no solo con el nombre de Jesús en la boca, sino en el espíritu y en el sentir de Jesús, buscando la gloria del Padre y no la propia? El día en que Dios tenga poder ilimitado sobre nuestro corazón, tendremos también nosotras poder ilimitado sobre el suyo.
Edith
Stein
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