Evangelio según san Lucas 10, 38-42
En
aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en
su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del
Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el
servicio; hasta que se paró y dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me
haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. Pero el Señor le
contestó: “Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una
es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán”.
Jesús en casa de Marta y María, Vermeer
Cuántas lecturas es posible realizar
de cada escena de los Evangelios; y no se descartan unas a otras; se superponen
armoniosamente, como las imágenes de un caleidoscopio al girarlo. Como siempre
que nos asomamos a la profundidad de la Palabra del Señor, podemos situarnos en
ese “espacio” atemporal donde lo que sucedió sigue sucediendo, y pedir a los
personajes que nos dejen entrar y vivir junto a ellos esos acontecimientos
históricos y alegóricos, simbólicos y reales a la vez, que nos abren las
puertas de la libertad. Entremos de nuevo, mirémonos en ellos, seamos ellos,
hasta sentir sus sentimientos, pensar sus pensamientos y pronunciar sus
palabras.
La
“parte mejor” que ensalza Jesús es mucho más que la capacidad de
escuchar, orar o contemplar. Es el nivel de ser que permite saber que Jesucristo es la
Resurrección y la Vida. Por eso será Marta la destinada a reconocerlo un poco
más adelante, cuando Jesús se disponga a resucitar a Lázaro (Jn 11, 25-27).
María
ya lo sabe en el fondo de su corazón, donde reside el verdadero conocimiento. Su
actitud de escucha y entrega, de acogida total, es fruto de un amor sin medida, y
el amor todo lo puede. Creer salva; pero el que ama cree con una certeza que está más allá de la fe, pues,
como dice San Pablo, el amor es más excelente que la fe y que la esperanza (1
Cor 13, 13), porque es lo que perdurará cuando se hayan cumplido las promesas
de la fe y de la esperanza. Por eso María, y la parte de nosotros que haya
llegado al nivel de María, tiene la fe ya integrada, encarnada, trascendida.
Lo
que nos enseña este pasaje es más profundo que el viejo debate "contemplación–acción" y
que la síntesis conciliadora ora et labora.
Esa “María” que hemos de ser es ofrenda desinteresada de sí misma y receptividad
plena; un estado de conciencia, un nivel de ser que supera la dicotomía sobre actividad
o inactividad. Quien lo ha alcanzado, siempre por la gracia de Dios, que es
Quien elige y ama primero, puede hacer muchas cosas, incluso apresuradamente, como
Abrahán en la primera Lectura de hoy, realmente trepidante (Génesis 18, 1-10a), sin
dejarse atrapar por las preocupaciones ni “desangrarse” interiormente, sino, al contrario, dando fruto, creciendo, generando vida.
La “mejor parte”, más que contemplar, supone
haber recibido el don más preciado: poder vivir en Presencia del Señor,
hacer del corazón Su morada, experimentar la Comunión con Él. Esa es la
herencia inmejorable, el lote valioso que mencionan los salmos (Sal 16,5-6;
Sal 119,57).
Meister
Eckhart considera que Marta ha alcanzado una madurez espiritual superior a la
de su hermana María. En el sermón llamado “Marta y María”, ofrece una visión
sobre la experiencia mística y la vida cotidiana. Dice que a
María, en plena experiencia espiritual, aún no le es posible acción alguna,
debe limitarse a la contemplación de lo que le está siendo revelado. Marta, en
cambio, ya ha experimentado lo que vive María en ese momento, y lamenta su
inactividad. Jesús estaría, en esta interpretación, pidiendo a Marta que
comprenda y respete el momento de María, porque aún le queda el aprendizaje que
ella ya ha obtenido: la contemplación llevada a la vida cotidiana. Marta habría llegado, según Eckhart a esa plenitud de la
vida espiritual que hace posible que cada instante, cada actividad, cada gesto,
cada palabra o cada silencio sean oración viviente.
Creo que no se trata de descubrir cuál de las hermanas de Lázaro es más
madura espiritualmente, porque las dos están ayudándonos a comprender, integrar
y vivir el mensaje de Jesucristo. Creo que, si el Evangelio quisiera ensalzar
la actitud de Marta frente a la de María en esta escena, no habría presentado a
una Marta que se queja, ni Jesús hubiera calificado su actitud como “inquieta y
nerviosa”.
Será dentro de poco cuando, con el corazón desgarrado por la muerte
de su hermano, Marta experimente el vértigo incomparable de reconocer a
Jesucristo como el Hijo de Dios, el Salvador, y, rendidas ya las armas inútiles
de la inquietud y la productividad, del falso control y la preocupación, se
entregue plenamente, como María.
El
afanarse de acá para allá sin mantener la Presencia, la Comunión con el Señor
que permite una actividad consciente y libre, es un actuar limitado y poco
eficaz, esclavo del juicio, sometido a una mente discriminadora y estéril.
La
verdadera contemplación cristiana, que, más que contemplar es dejarse contemplar,
no se expresa en la pasividad, sino en acción fértil en las dimensiones de lo
verdadero. Hay que disminuir el peso de la actividad en este mundo en el que
estamos pero del que no somos (Jn 17, 16), para potenciar esa otra actividad que es
contemplación, oración pura, fusión con lo Real. Evitando las falacias del “quietismo”,
claro, porque en el fondo no
se trata de hacer mucho o poco. Se puede correr y hacer una cosa tras otra,
incluso simultáneamente, como Abrahán, y seguir manteniendo una actitud
contemplativa, serena y libre. Y también se puede permanecer sentado, en aparente
calma, y estar sometido a un maremágnum de pensamientos y emociones que impiden
ser consciente de la propia existencia y, por tanto, impiden Ser.
Porque esa es
la clave del verdadero contemplativo: ha logrado ser dueño de sí mismo y por
eso puede darse y también por eso puede hacer, pues lleva dentro el fuego que
enciende la oración perfecta y la acción fructífera que de ella nace.
La
enseñanza de este pasaje va, por tanto, más allá de escoger entre acción y
contemplación y va también más allá de proponer una actitud integradora de ambas.
Como tantas veces, las palabras se quedan cortas… Sería más bien hacer mirando
o, mejor, mirar haciendo, pero con un “hacer” que nace del ser y este a su vez
de ese reconocimiento del Camino, Verdad y Vida, que María ya tiene y Marta
tendrá. La mejor parte sería esa capacidad de vivir en la Presencia, tanto en
la acción como en la quietud, que comunica con las dimensiones más reales de
nuestro ser, las que no están destinadas a desaparecer. Cuando el intelecto no llega, la poesía, la música, el arte pueden ayudar pues pasan por los centros sutiles de nuestro ser, tan adormecidos casi siempre por los afanes del mundo (www.diasdegracia.blogspot.com).
Intuyo que los ángeles y todos los miembros de la Iglesia Triunfante poseen una
capacidad de acción inimaginable para los que seguimos en la “gran tribulación”
(Ap 7, 14); pero no tendrá nada que ver con lo que entendemos por actividad en
el mundo, casi siempre un activismo estéril y alienante. Podemos –debemos– aprender a actuar ya así, o al menos intentarlo,
recordando que con Dios todo es posible y el que se une a Dios ha escogido la
mejor parte, y puede hacer o no hacer, porque ya ha realizado el acto esencial,
que es la entrega confiada a la voluntad del Señor, en Quien todo está hecho,
todo se tiene, todo se siente, todo se cumple. Como dice San Juan Clímaco: “No
hay arma más potente en la tierra y en los cielos que la oración. Es el acto
más digno del espíritu.” No en vano, Jesús dijo a los apóstoles que cierta
especie de demonios, la más recalcitrante, solo se vence con la oración (Mc 9,
29).
Poema Nada te turbe, de Santa Teresa de Jesús. Comunidad de Taizé
REPOSAR
EN LA ACCIÓN ES LA VÍA DE LA SANTIDAD
Que
el pecado se acompaña de tumulto, y en el silencio está la humildad y la
sabiduría del que busca una sola cosa. Aquella visión me enseñó a la bestia,
pero también el camino de su derrota, que no es otro que la transformación de
bestia en hombre y de hombre en ser angélico. Esta es la peregrinación del
alma, el camino del ser angélico, la transformación que nos conduzca a la
contemplación de Dios. Este era el milagro, que el lodo une a Dios con el
hombre; que el corazón es el reino, el corazón es el templo, el corazón es un
sepulcro viviente. El fruto es la belleza, una rosa mística que crece aquí y
ahora y siempre, rodeada de espinas, sangrando sin marchitarse en las penas. El
amor debe ser la senda y el epitafio, la llave para saber que nada es
imperfecto, que una rana es tan bella como un ángel. Desde mi ordenación como
sacerdote jesuita, mi vida se ha basado en la búsqueda contemplativa de Dios;
reposar en la acción es la vía de la santidad. Me dediqué a escribir obras para
educar en la fe, pero de todas las poesías de mi alma iluminada, me quedo con
las ideas que tuvo mi corazón en su viaje hacia Dios, un viaje que toda alma
debería hacer.
Angelus Silesius
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