Evangelio de Mateo 28, 16-20
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
Gozamos
ya de la resurrección como seres de la nueva creación, habiendo pisoteado con y
por Cristo la muerte y el pecado.
Matta el Meskin
A veces necesitamos encontrar formas
de explicar lo inexplicable, expresar los vislumbres que el corazón capta,
aunque la mente se quede a las puertas. Gracias a las
reflexiones sobre la Ascensión, van apareciendo ideas, figuras, intuiciones
acerca del cuerpo interior, el que perdura, la carne glorificada, la vida eterna...
Dice el monje copto Matta el Meskin
que Jesús, en el momento de su muerte, portaba en su carne a la humanidad
entera. Confirma así las palabras de San Pablo en la Segunda Carta a los Corintios: “Nos apremia el amor de Cristo,
al pensar que, si uno ha muerto por todos, todos por consiguiente han muerto.”
Él nos lleva consigo, en su muerte,
en su resurrección, en su ascensión. Pero nosotros también lo llevamos dentro,
porque Él ha querido quedarse con nosotros todos los días hasta el fin del
mundo. Somos teóforos: portadores de
Dios.
Por lo que estamos
intuyendo al contemplar la Ascensión, la muerte es realmente un paso a otra
forma de existencia. Adquiere pleno sentido la metáfora de San Agustín sobre
ese tránsito como paso a “la habitación de al lado”. La Comunión de los Santos
no es así una esperanza lejana, sino una realidad viva, porque para Dios no hay
tiempo. Lo que vemos está entretejido con lo que no vemos, y todo Es ya, aquí,
luminoso y eterno, a pesar de la apariencia de entropía.
Porque Cristo ha vencido
a la muerte y, unidos a Él, también la hemos vencido y vivimos las primicias de
la eternidad. Esa es “la habitación de al lado”; todos los que parecieron irse
están muy cerca, con nosotros, porque los planos de realidad se superponen y a
veces, si estamos atentos, podemos sentirlo.
La muerte no nos separa de aquellos que amamos, al
contrario, nos une de una forma más íntima y real, por fin duradera. Porque el
Reino de los Cielos ya está aquí, y también, ay, el infierno y el purgatorio…Lo
hemos escuchado y leído a menudo, pero no siempre lo hemos comprendido en
profundidad. Un día lo percibí con una claridad
inédita. Cuando pude asimilarlo, apunté esto en mi cuaderno asombrado:
“El Cielo, el infierno y el
purgatorio están en la tierra, aquí, entre nosotros. Un hombre sin piernas en
una silla de ruedas empujada por una anciana con ojos de ceniza. Un enfermo de
sida escuálido, solo huesos y sonrisa transparente, que mendiga en la calle
junto a un cartel de tinta temblorosa y mira a su perro con ternura. Bajar una
escalera en penumbra para una gestión del implacable César. El
Metro, esos otros tramos de escaleras que, multidimensionales, a veces conectan
con lo Real. Subir y bajar y subir de nuevo, bucear taladrando los velos del
sueño. Y mañana y ayer, siempre, escalar una montaña con los sentidos sutiles
despiertos, porque nuestro destino es ascender, y elevar a cuantos han hecho
posible que estemos, que seamos, en este mundo, diabólico y celestial, según lo
mires o lo sueñes o lo imagines o lo recrees… El “más allá” no es “más allá”, porque se encuentra
aquí.” www.diasdegracia.blogspot.com
Voy
comprendiendo también que se puede “rehacer” la propia vida si se vive en unión
con Cristo. En Él podemos encontrar,
actualizada, toda nuestra vida pasada. Jesucristo,
ascendido y glorificado es el verdadero “Original” de los seres virtuales que
somos cuando vivimos en la Matrix de inconsciencia. Él nos devolverá -nos devuelve ya- nuestra vida, para que la revivamos a la luz eterna del más
allá–más acá, pero con una claridad distinta, con una densidad diferente, la
materia glorificada.
Ascendemos
a nuestro Yo real y eterno, el que Dios soñó para cada uno. ¿Quién asciende?, ¿cómo asciende?, ¿en
qué se asciende? Esencia, centro, corazón, alma inmortal, suelto al fin lo viejo y lo caduco... Ascendemos con nuestra apariencia eterna, la de nuestra verdadera
juventud, que es nuestro ser más profundo, el impulso de todo aquello que el Señor nos ha dado y hemos aceptado, incorporado y asumido….
Como
dice Henri Boulad: “Quienes integran su pasado en el momento actual
y lo concentran en él, están constituidos no sólo de la naturaleza humana que
es visible en un momento concreto, sino de mucho más: encarnan al mismo tiempo
todo el impulso interno de su pasado. Hay un arte de vivir en un estado de
síntesis, en un estado de totalidad.”
Dice también que solo hay una humanidad: “un único ser humano que se perpetúa a través de los milenios de la historia, y ese ser humano soy yo, ese ser humano somos nosotros. (…) En nuestro espíritu, nuestro cuerpo, nuestro corazón, nuestra conciencia y nuestro subconsciente, experimentamos el impulso irresistible de todas las generaciones pasadas, que esperan de nosotros el fruto que tienen derecho a esperar, que será la humanidad nueva que ha de nacer de nosotros algún día, cuando llegue la consumación de los tiempos, cuando el hombre haya alcanzado su pleno desarrollo, su estatura perfecta.” El “Cielo” sería así: “ese instante eterno de recuerdo reiterado de todo lo que hemos sido, de todo lo que hemos vivido en el presente de Dios.”
Dice también que solo hay una humanidad: “un único ser humano que se perpetúa a través de los milenios de la historia, y ese ser humano soy yo, ese ser humano somos nosotros. (…) En nuestro espíritu, nuestro cuerpo, nuestro corazón, nuestra conciencia y nuestro subconsciente, experimentamos el impulso irresistible de todas las generaciones pasadas, que esperan de nosotros el fruto que tienen derecho a esperar, que será la humanidad nueva que ha de nacer de nosotros algún día, cuando llegue la consumación de los tiempos, cuando el hombre haya alcanzado su pleno desarrollo, su estatura perfecta.” El “Cielo” sería así: “ese instante eterno de recuerdo reiterado de todo lo que hemos sido, de todo lo que hemos vivido en el presente de Dios.”
Que así sea, porque Es.
Luisa Piccarreta. Giro 24.
Jesús Después de la Resurrección y la Ascensión
Ha subido al cielo; pero
el cielo no es únicamente la desierta convexidad donde aparecen y desaparecen,
veloces y tumultuosas como los imperios, las nubes de los temporales, y
resplandecen en silencio, como las almas de los santos, las estrellas. El Hijo
del Hombre, que subió a las montañas para estar más próximo al cielo, que fue
todo luz en la luz del cielo, que murió, levantado del suelo, en la oscuridad
del cielo, y volvió para elevarse en la suavidad de la noche al cielo, y
volverá de nuevo un día sobre las nubes del cielo, está todavía entre nosotros,
presente en el mundo que ha querido libertar, atento a nuestras súplicas si
verdaderamente proceden de lo hondo del alma; a nuestras lágrimas, si en verdad
fueron lágrimas de sangre en el corazón antes de ser gotas saladas en los ojos;
huésped invisible y benévolo que no nos desamparará nunca, porque la tierra,
por voluntad suya, ha de ser como una anticipación del reino celestial, y, en
cierto sentido, forma desde hoy parte del cielo. Esta rústica nodriza de los hombres
que es la Tierra, esta esfera que es un punto en el infinito, y, con todo,
contiene la esperanza del infinito, Cristo la ha tomado para sí, como perpetua
propiedad suya, y hoy está más ligado a nosotros que cuando comía el pan de
nuestros campos. Ninguna promesa divina puede ser cancelada; todos los átomos
de la nube de mayo que lo escondió están todavía aquí abajo, y nosotros
elevamos todos los días nuestros ojos cansados y mortales a aquel mismo cielo
del que volverá a descender con el fulgor terrible de su gloria.
Giovanni Papini
Holy, Avalon
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